Nación política española: una creación de la izquierda

En la actualidad, cuando la ignorancia y los “todólogos” inundan los diferentes medios de comunicación, la nación española es considerada, con práctica unanimidad, una creación de “derechas”. Pues bien, la tesis que se sostiene en estas líneas, desde las coordenadas del materialismo filosófico, se opone frontalmente a ello: la Nación política española es un logro de la izquierda liberal (segunda generación de izquierdas definidas, siguiendo la distinción establecida por el filósofo Gustavo Bueno en su libro El mito de la izquierda).

Gustavo Bueno
Gustavo Bueno es el principal precursor del materialismo filosófico.

Es preciso, antes de continuar, definir el concepto de Nación política. Nación no es, ni mucho menos, un término unívoco, sino que podemos distinguir hasta cuatro acepciones fundamentales del concepto de Nación: nación biológica; nación étnica, nación política y nación fraccionaria. La Nación política es un concepto inextricablemente ligado al de soberanía y surge de la metamorfosis del Estado del Antiguo Régimen, fundamentado en el Trono y el Altar. Por tanto, es absurdo hablar de naciones políticas con anterioridad a la Edad Contemporánea (siglo XVIII en adelante) ya que es a partir de entonces cuando la nación se asocia a la soberanía. Sirvan como dos ejemplos de la utilización del concepto de Nación en sentido político los siguientes: El Tercer Estado reunido en Asamblea Nacional en la sala del juego de la pelota afirma que : “La Nación allí reunida no recibe órdenes”; y el momento en que las tropas francesas de Christophe Kellerman en la batalla de Valmy (1792) frente a los prusianos gritaron al unísono ¡Viva la Nación!, en lugar del hasta entonces tradicional ¡Viva el rey!. 

Ello supone un hito trascendental en la Historia Universal, ya que asistimos a la irrupción de una nueva categoría política, una nueva forma de organización del Estado, en la que la soberanía no reside en el rey de turno, que podría gobernar de forma más o menos despótica o arbitraria, sino en el conjunto de la Nación de ciudadanos libres e iguales. Gustavo Bueno utiliza el concepto de holización para designar la trasformación del Estado del Antiguo Régimen en la Nación política, compuesta por ciudadanos iguales. Ahora es completamente indiferente la condición social del individuo, cualquiera ha de tener poder político en tanto en cuanto participa de la soberanía nacional y eso es un principio introducido por la izquierda radical (primera generación de izquierda definida). Esta metamorfosis tan importante nace, pues, de la Revolución Francesa de 1789, momento del que igualmente parte la famosa distinción entre izquierdas y derechas (en un primer momento distinción topológica, en función del asiento que se ocupaba en la Asamblea y que posteriormente se fue colmando de criterios políticos, identificándose la derecha por su postura a favor de una restauración del statu quo anterior a 1789). Bien es verdad que actualmente dicha distinción se ha vaciado de criterio político prácticamente, y se ha traspasado al campo sociológico, si se quiere “cultural”.

Pelota
El Tercer Estado abandonó las Cortes y se reunión en una cancha de juego de pelota. Cuadro de Jacques-Louis David (copia).

Resumiendo: La Nación en sentido político está insoslayablemente ligada a la soberanía, siempre única e indivisible, de ahí la imposibilidad de la existencia del genitivo replicativo nación de naciones (entendiendo “nación” en sentido moderno, político, claro.)

En la anteriormente citada obra de Gustavo Bueno, El mito de la izquierda, el filósofo español sostiene la tesis fundamental de que no existe unidad en la izquierda, no hay una sola izquierda, sino varias, por tanto, sería profundamente inexacto autodefinirse de “izquierdas”. Quien así se pronuncia estará obligado a adherirse a una determinada corriente política de izquierdas, si no, esa declaración sentimentaloide “yo soy de izquierdas de toda la vida”, “mi familia es de izquierdas”,… no deberá ser tomada en serio. Para establecer una distinción entre las distintas clases de izquierdas es imprescindible utilizar criterios políticos, es decir, tomar como parámetro el Estado, así podremos distinguir entre izquierdas definidas con respecto al Estado (Radical, Liberal, Anarquista, Socialista, Comunista, Maoísta) e izquierdas indefinidas con respecto al mismo, ya que éstas últimas no se definen con  criterios de naturaleza estrictamente política (divagante, extravagante y fundamentalista). Llevar a cabo una exposición prolija de cada una de estas corrientes de izquierdas, tanto definida como indefinida, sobrepasa con mucho el objetivo de estas líneas. Remito al lector interesado al libro de Gustavo Bueno El mito de la izquierda.

Reinando Carlos IV en España, después de que el “Príncipe de la Paz” Manuel Godoy, valido del monarca, decidiese unir los destinos de España a los de la Francia revolucionaria a través de Las Paces de Basilea (1795) y San Ildefonso (1796), definidas por don Vicente Palacio Atard “pactos de familia, pero sin familia”, en 1807 se llegaría al tratado de Fointanebleau, en virtud del cual España se comprometía a permitir la entrada de las tropas napoleónicas dirigidas por Murat para facilitar la conquista de la vecina Portugal, pero la subrepticia y auténtica intención del “dueño de Europa” no era otra que despojar a los Borbones del trono de España. 

Tras las ignominiosas jornadas de Bayona, España se quedaba sin rey, debido a las abdicaciones sucesivas de Fernando VII y Carlos IV. Napoleón designaba a su hermano José I como rey de España, al que el ingenioso y mordaz pueblo madrileño motejó como “Pepe Botella”, “Rey de Copas”, “Rey Pepino” o “José Plazuelas”, entre otras lindezas. En esta inédita coyuntura en la Historia de España en la que nos era impuesto un monarca, la nación en armas, la nación indomable que dirá R. García Cárcel, se rebela contra el francés. Por tanto, podríamos decir que la Nación política española surge frente a un tercero, frente a un invasor, en este caso frente al imperio francés napoleónico. Este espontáneo y febril levantamiento popular, posteriormente apoyado por las tropas de sir Arthur Wellesley, duque de Wellington, fue denominado por el conde de Toreno “la gran revolución española”, posteriormente, la historiografía se referirá a él como la Guerra de la Independencia. En ausencia del rey “Deseado”, Fernando VII, que disfrutaba de unas plácidas vacaciones en Valençay mientras la nación se jugaba el pellejo, se iban a reunir en Cádiz las célebres Cortes Constituyentes para abordar la perentoria tarea de organizar la España que saldría de la guerra contra el francés. 

Pepa
La primera Constitución española fue la de 1812, también llamada «La Pepa»

El resultado de dichas cortes, la Constitución de 1812, conocida popularmente como La Pepa, plasma una nueva realidad. Recurriré a los tres primeros artículos de la Carta Magna: Artículo 1: La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios. Artículo 2: La Nación española es libre e independiente, y no puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona. Artículo 3: La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales

Estos tres artículos reflejan esa transformación por holización del Estado del Antiguo Régimen en la Nación política, que está integrada por los españoles de los dos hemisferios, nación que es soberana, que no recibe órdenes de nadie y que va a permitir que Fernando VII sea coronado rey de España porque la Nación así lo quiere, decisión suya, no impuesta. ¿Cuál sería la posición política defendida en esta coyuntura por la “derecha”?: Volver a la situación anterior a los cambios operados durante la Guerra de la Independencia, hacer tabla rasa y convertir el levantamiento de la Nación contra el invasor en una suerte de paréntesis o cesura que nunca hubiese existido. Es decir, una postura contrarrevolucionaria, que se va a manifestar inmediatamente a la vuelta de Fernando VII a España en 1814, en el llamado Manifiesto de los Persas, que le entregó Mozo de Rosales al rey y que inauguró el denominado tradicionalmente Sexenio Absolutista, en el que el Rey de España gobernó a la antigua usanza, aboliendo por completo la ingente obra de las Cortes gaditanas. Esta situación de gobierno absoluto, de retroceso al Antiguo Régimen, se iba a prorrogar hasta el pronunciamiento en Cabezas de San Juan del general Rafael de Riego en 1820, que iba a reinstaurar de nuevo los preceptos de la Constitución de Cádiz. Sabido es por todos que en el Congreso de Verona las potencias Aliadas decidieron la intervención en España de los Cien Mil Hijos de San Luis al mando de Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema, para restaurar el absolutismo regio, dando paso a la Década Ominosa, prolongada hasta el fallecimiento del rey Fernando en 1833.

Pero lo cierto es que después de la enorme relevancia que supusieron los cambios operados en la Revolución Francesa y que tuvieron su manifestación en España, paradójicamente, en la lucha contra el francés, era imposible una vuelta atrás, como si nada hubiera sucedido, existiendo ya la Nación política española, de iure, en los diversos textos constitucionales de 1837,1845,1869,1876,1931 y 1978. Se ha hablado mucho del fracaso en la construcción nacional española durante el siglo XIX, idea que se esboza en un libro interesante en muchos aspectos, Mater Dolorosa de José Álvarez Junco. Pero lo cierto es que no veo que se produjera tal fracaso en la construcción del Estado-Nación liberal. En la Década Moderada (1844-1854), presidida fundamentalmente por una figura que inunda el siglo XIX español, Ramón Narváez, se desmorona todas las instituciones propias del Antiguo Régimen, y se sientan las bases de un Estado moderno, contemporáneo. Téngase en cuenta que no era fácil asegurar la pervivencia de una nación que se estaba desmoronando como un Imperio. Es necesario recalcar que la existencia de España es anterior a su constitución en Nación política, habiendo sido, además, antes un Imperio que una Nación. De hecho, será a partir de 1898, una vez liquidada, factualmente, la identidad imperial, cuando la unidad de España empiece a verse amenazada por los proyectos secesionistas (anti-españoles) desarrollados por las facciones nacionalistas fragmentarias, que se sitúan radicalmente en contra de la isonomía que se había logrado con la creación de la Nación política y que quieren escindirse, no se sabe muy bien en virtud a qué derechos, sin tener en cuenta la opinión del resto de españoles. Por ello, es completamente apropiado calificar a estas facciones fragmentarias, sediciosas, sentadas en los parlamentos (conviviendo el Estado y la sedición, lo que no deja de ser un extraño oxímoron) como de extrema derecha, ya que se oponen a un principio básico logrado por la izquierda de primera generación, jacobina, la participación en el poder político de todos los ciudadanos de la Nación, independientemente de la región en la que éstos habiten.

Bibliografía

– Insua, P:  “Nación política”, una idea originalmente de izquierdas” El Español 9/4/2019) (https://www.elespanol.com/opinion/tribunas/20190409/nacion-politica-idea-originalmente-izquierdas/389581042_12.html)

– Marco, J.M. (2011): Una Historia patriótica de España, Planeta.

-Bueno, G. (2003): El mito de la izquierda, Ediciones B.

-Álvarez Junco, J. (2001): Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Taurus.

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