Siguiendo la estela conmemorativa del quinto centenario de la Conquista de México, este 30 de junio se cumplieron 500 años de uno de los episodios más épicos de la historia de los méxicas y, a la vez, la que posiblemente fuera la noche más dramática de los conquistadores españoles, os contamos la historia de la Noche Triste.
El 24 de junio de 1520 Hernán Cortés regresa a una Tenochtitlan imbuida en un ambiente más que encrespado. Sorprende que no tomara represalias contra Pedro de Alvarado por la Matanza del Templo Mayor y la rebelión desencadenada, pero a buen juicio de Esteban Mira, probablemente, optó por el pragmatismo para evitar privarse de un capitán tan valiente y arrojado. Cortés sabía a fe cierta que para salir del atolladero que le esperaba le haría falta un alma tan despiadada como aquella. Día sí y día también los españoles fueron sometidos a continuas escaramuzas. Cortés, consciente de que todo esfuerzo bélico sería imposible en aquellas circunstancias, decidió servirse de Moctezuma para que hablase a su pueblo y calmase los ánimos. Una pedrada en la cabeza del tlatoani fue lo que obtuvo por respuesta. Abatido por el impacto y el derrumbe emocional de todo lo sucedido durante aquellos meses, Moctezuma prefirió partir hacia el Tlalocan -el paraíso acuático del dios Tláloc- y se dejó morir.
El Códice Ramírez relata así la escena:
En viendo los mexicanos al rey Mutecuczuma en la azotea haciendo cierta señal, cesó el alarido de la gente poniendo todos en gran silencio, […] y apenas había acabado cuando un animoso capitán llamado Cuauhtémoc, de edad de diez y ocho años, que ya le querían elegir por rey, dijo en alta voz: “Qué es lo que dice ese bellaco de Mutecuczuma, mujer de españoles […]? No le queremos obedecer porque ya no es nuestro rey, y como a vil hombre hemos de dar castigo y pago”. En diciendo esto alzó el brazo y marcando hacia él disparóle muchas flechas; lo mismo hizo todo el ejército. Dicen algunos que entonces le dieron una pedrada a Mutecuczuma en la frente, de que murió […].
Códice Ramírez
Lo cierto es que la muerte de Moctezuma vino bien a ambos contendientes. Tras el gran desacato mostrado por su pueblo, los españoles no habrían sabido qué hacer con él. Por su parte, los señores mexicas ardían en deseos de quitarse de en medio a Xoyocotzin para encabezar una lucha sin cuartel contra los pieles blancas. Y así fue. A tlatoani muerto, tlatoani puesto. Cuitláhuac, señor de Itzapalapa y hermano de Moctezuma, era ahora el señor de México, y junto a Cuauhtémoc, señor de Tlatelolco, encabezaría una resistencia enconada contra la ocupación española.
Agotada la vía diplomática y viendo el fatal destino que les aguardaría si no marchaban pronto, Cortés urdió un plan que, salvando el desastre final, parecía tan osado como inteligente. Conociendo las costumbres de los aztecas, Hernando pensó que la decisión más acertada sería huir por la noche, pues los mexicas no tenían la costumbre de guerrear bajo la mirada de Tezcatlipoca (el sol nocturno). La segunda idea acertada fue la disposición con que ordenó a sus hombres, distribuyéndolos en escuadrones: colocando en la vanguardia a Diego de Ordaz con un puente portátil –para sortear los posibles socavones en las calzadas y puentes del lago -; Cortés, Olid y Vázquez de Tapia en el centro, para una mejor coordinación y preservar la decisión de mando; y cubriendo la retaguardia dejó a capitanes tan esforzados como Gonzalo de Sandoval, Alvarado y Juan Velázquez de León, a quién además puso al cargo del quinto real.
Sin embargo, estos aciertos no pudieron hacer nada contra dos poderosas adversidades. La primera corrió a cargo del propio Cortés, que, momentos antes de abandonar Tenochtitlán, decidió fundir todo el oro y convertirlo en lingotes y joyas para facilitar su transporte, aunque finalmente el peso y estorbo del botín harían que muchos españoles cayeran en manos de los aztecas. La segunda fue pura casualidad. Cuando en mitad de la noche del 30 de junio todo parecía marchar según lo dispuesto, una mujer desvelada divisó la retirada y alertó a toda la ciudad al grito de ¡Ah mexicanos, ya vuestros enemigos se van!
Bernal Díaz recordará con estremecimiento aquel sangriento capítulo de su vida:
Para quien no vio aquella noche la multitud de guerreros que sobre nosotros estaban y las canoas que de ellos andaban a rebatar nuestros soldados, es cosa de espanto.
Bernal Díaz del Castillo. Historia verdadera de a conquista de la Nueva España
En una sola noche se perdió prácticamente la totalidad del tesoro y casi toda la artillería. No hay acuerdo sobre las bajas, pero se estima que murieron entre 400-600 españoles y 56 caballos -llevaban 80-, la peor parte se la llevaron los tlaxcaltecas que perdieron entre 2.000-8.000 hombres. La expedición de Cortés apenas tuvo tiempo para recomponerse, los mexicas persiguieron a españoles y tlaxacaltecas, obligándolos a librar una batalla final en Otumba.
Bibliografía:
Miguel León Portilla. Visión de los vencidos.
Esteban Mira Caballos. Hernán Cortés, el fin de una leyenda.
José Luis Martínez. Hernán Cortés.