El ocaso del Imperio de las 7 colinas. Historia de España

Roma, de manos de emperadores hispanos como Trajano o Adriano, vivió su mayor período de apogeo y grandeza. Sin embargo, a partir del siglo III, inició una rápida e imparable decadencia. El pueblo romano que había engrandecido a la República y más tarde al Imperio, conformado por ciudadanos austeros, valerosos y emprendedores, se habían enriquecido tras las sucesivas conquistas y, desatendidos por los sucesivos emperadores, fueron degenerando hasta tornarse viciosos, perezosos y cobardes. Los ricos romanos no se alistaban en los ejércitos y cada vez más debían depositar la defensa del Imperio en manos de auxiliares o tribus bárbaras. El fin del paganismo y la expansión del cristianismo, que trajo el cáncer del fanatismo religioso y la barbarie, no solucionó mucho las cosas. Como escribiría Voltaire: “El cristianismo abrió el cielo pero arruinó el Imperio”.

Barbarians. Ilustración de Joseph Meehan.

El ejército, metido totalmente en política, fue descuidando cada vez más unas fronteras que, de todas formas, ya no podían proteger. En el siglo III los bárbaros irrumpieron en Hispania y arrasaron a sangre y fuego toda la costa mediterránea. Fue solo el preludio de lo que estaba por venir. Durante los siglos IV y V Roma vivió de manera constante en estado de guerra contra los bárbaros que presionaban las fronteras del Danubio y el Rin. En la capital, mientras tanto, las rebeliones de esclavos eran cada vez más habituales, los inmigrantes llegados para hacer las cosas con las que ya no querían lidiar los romanos no hacían más que empobrecerse y los propios romanos medios solo podían ver como los regía una clase política más o menos como la actual española, con el Estado totalmente descosido, la corrupción y la vagancia campando a sus anchas y sin nadie capaz de remediar la situación.

Como en aquel entonces no se había puesto de moda lo políticamente correcto, todo se arreglaba degollando. Añadimos el habitual “Sálvese quien pueda” y será fácil imaginar cómo aquello se deshiló por los costados. Las invasiones fueron imparables a partir del siglo V: suevos y vándalos, pueblos germánicos y rubios, alanos, que eran asiáticos y morenos. La cosa fue que unos y otros se hartaron de saquear ciudades e iglesias, violar, destripar y hacer otras barbaridades, nunca mejor dicho, propias de bárbaros. En ese momento lo que quedaba de la Hispania civilizada iba haciendo aguas.

Como para frenar a esas tribus Roma ya no tenía ni fuerzas ni ganas, pues seguían matándose los unos a los otros, se les ocurrió contratar una mano de obra temporal para el asunto. Godos se llamaban; visigodos los que nos tocó en gracia. Seguían siendo otra tribu bárbara, aunque un poquito menos.

Visigoths. Ilustración de Vilius Petrauskas.

Roma había desaparecido de Hispania, pero no así su legado. La historia de Roma es, no puede negarse, la historia de un pueblo imperialista que perseguía la explotación sistemática de las tierras, recursos y pueblos sometidos y aniquilaba a aquellos otros que no se sometían. El genocidio, y encima sin ayuda de enfermedades, tampoco les era algo extraño. Sin embargo, el balance final nos da un saldo favorable porque, a cambio de todos aquellos sacrificios, Roma civilizó el mundo antiguo.

Lo que somos hoy, y gran parte de los europeos, es, por suerte o por fortuna, el resultado de la interacción de vigorosas corrientes que se fundieron en el crisol de Roma: la cultura helénica, el carácter romano y el pensamiento religioso judío. Una particular aleación a la que podemos denominar civilización cristiana occidental. Nuestra civilización. Nuestro día a día. En definitiva, lo que somos y seremos.

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