Desde el mismo descubrimiento de América, la Corona tuvo clara una máxima: «gobernar es poblar». Pero, ¿a qué precio? ¿Cuáles eran los requisitos para viajar a las Indias?
«¿Nos vamos a Indias?» Motivaciones
«Tierras y vasallos» -repite una y otra vez el profesor Serrera en La América de los Habsburgo– los dos principales anhelos de los españoles que se atrevieron a dejar el solar peninsular. Tras el descubrimiento del Nuevo Mundo y el pregón de sus infinitas oportunidades, muchos fueron los interesados en embarcarse en la aventura indiana.
Tras el descubrimiento de América y el pregón de sus oportunidades, muchos hidalgos buscaron estrenarse o reciclarse en la nueva tierra de las oportunidades.
La presencia de mano de obra abundante y barata, el prestigio social que implicaba ser señor de indios, la posibilidad de hacerse con tierras insospechadas en la Península y el espejismo metalífero eran imanes de poderosísima atracción para tantos y tantos hidalgos que habían quedado estancados en una España que ya no albergaba las esperanzas que un día brindó la Reconquista. De esta guisa, multitud de ellos pudieron estrenarse o reciclarse allende de los mares, en la nueva tierra de las oportunidades.
«Gobernar es poblar»
Desde un primer momento, quedó claro que la intención de la Monarquía no era adoptar una actitud meramente depredadora de puro expolio de los recursos naturales americanos. La Corona quiso crear verdaderas colonias de poblamiento, hispanizar aquellos lares mediante la presencia de población española. La intención era que los pobladores echasen raíces en las Indias para asegurar una cierta identificación con el territorio y el dominio efectivo del mismo.
Desde un inicio, la Corona buscó crear colonias de poblamiento y no de expolio, por puso especial cuidado en la emigración hispana al Nuevo Mundo.
En el año 1503, los Reyes Católicos crearon en Sevilla la Casa de la Contratación «para proveer todas las cosas necesarias para la contratación de las Indias», y 21 años después, en 1524, Carlos I constituyó el Consejo de Indias para disponer y asesorarse acerca de los asuntos más relevantes de sus posesiones ultramarinas. Fueron estos dos órganos los que, en años sucesivos, gestionaron y regularon la emigración a Indias a través de una serie de filtros.
Y es que no valía cualquier tipo de poblador. La Corona se cuidó mucho a la hora de promulgar las disposiciones necesarias que configuraran un modelo de poblador “perfecto”. Se buscaba una uniformidad étnica, religiosa y cultural, que sirviera de ejemplo para una asimilación correcta de los naturales y que estos cumplieran como buenos vasallos de los monarcas.
«Cumpla los requisitos». El poblador ideal
En un principio, dada la falta de iniciativa y la incógnita de aquellas tierras, el control fue laxo. Bastaba con indicar a los oficiales de la Casa de la Contratación el nombre y el lugar de procedencia y, en casos extremos, llegaron a concederse indultos penales a ciertos presos. Pero a partir de 1518, comprendida la complejidad y extensión del nuevo continente, comenzaron a adoptarse una serie de disposiciones que regulasen la emigración a través del establecimiento del documento conocido como «Pase a Indias».
Para su obtención, primeramente se requería ser cristiano viejo y libre de herejías. Una real cédula estipulaba que el embarcado no podía ser «reconciliado o convertido a nuestra Santa Fe Católica, de moro o judío, ni hijo suyo»; como tampoco podían ser «hijos ni nietos de persona que públicamente hubiere traído Sambenito, ni hijos ni nietos de quemados o condenados por herejes».
En un principio, no se puso especial cuidado a quién embarcaba, pero con el tiempo se controló la calidad de la emigración indiana a través del «Pase a Indias»
Del mismo modo, se exigía que el interesado fuese honrado y libre de todo cargo penal. La Corona quería evitar a toda costa que estos individuos generasen problemas allende de los mares y pronto fue necesario presentar ante los oficiales de la Casa un certificado que acreditase la buena conducta del pasante y su exención de antecedentes.
Los extranjeros fueron otra fuente de preocupación. La Monarquía adolecía de enemigos en todas las latitudes y hemisferios, por lo que para evitar la interferencia de potencias extranjeras a través de espionaje, contrabando o contaminación protestante, prohibió el embarque de franceses, genoveses, portugueses, ingleses, alemanes y holandeses. Aunque, siendo realistas, se hicieron numerosas excepciones dependiendo de la nacionalidad, la condición social y el momento.
Otro tanto cabría decirse del sexo femenino, pues aunque se promovió el reagrupamiento familiar en Indias, las mujeres no podían embarcar solas si eran solteras. Debían viajar acompañadas de su respectivo marido o, en su defecto, de un tutor o alguien acreditado.
Para embarcar a Indias, los requisitos esenciales a cumplir eran: ser cristiano viejo, estar libre de antecedentes y provenir de España.
Queda claro que el pase a Indias no era moco de pavo. Llegar a América por vía legal conllevaba pasar una serie de filtros mucho más estrictos de los que la leyenda tradicional nos ha hecho creer. Sin embargo, a pesar de ellos, a lo largo del s.XVI, los documentos acreditan alrededor de 150.000-250.000 pasajeros, y en la centuria siguiente llegaron a sumarse 100.000 más.
Queda claro que la regulación era férrea, pero el deseo de buscar una vida mejor era mucho mayor. Otros tiempos, otras leyes, otros requisitos, otras necesidades.
Bibliografía:
- Serrera Contreras, Ramón María. La América de los Habsburgo. Universidad de Sevilla, Sevilla, 2011.
- Sainz Valera, José Antonio. Pasajeros a Indias. En Hernández, Luis y Fito, Francisco, Éxodo y documentos (2006). ACAL.
- Martínez Shaw, Carlos (1994). La emigración española a América: 1492-1824. (1994) Oviedo.