La personalidad de Hernán Cortés: motivaciones e inquietudes.

¿Cómo era en realidad Hernán Cortés? Todos tenemos un concepto generalizado, quizás repetido hasta saciedad y que en ocasiones cae en la idealización. En este artículo analizaremos algunos de sus rasgos más personales.

Inquieto, audaz y aventurero, inconformista por naturaleza, carismático hasta la médula, piadoso de Dios, ducho en los negocios y con una visión empresarial formidable. Así era Hernando Cortés, aunque la descripción es simple y cabría tomarse la molestia de analizarlo más detalladamente.

Si hablamos de la personalidad de Hernán Cortés hay que comenzar por su carisma, “la gracia cortesiana” (como a mí me gusta llamarla), una carisma que ha dado mucho que hablar. Sin duda el rasgo más sobresaliente del conquistador extremeño, no se puede entender la figura ni la personalidad de Cortés sin tener en cuenta su carisma. Cortés era bien conocedor de su virtud y no dudó en explotarla al máximo, ya fuera para conquistar a una dama o para terminar engañando al mismísimo Moctezuma. De extraordinaria capacidad para la oratoria –aptitud reconocida por Bernal Díaz del Castillo, Andrés de Tapia, López de Gómara e incluso Ginés de Sepúlveda- el verbo de Cortés era capaz de cautivar a españoles e indios; se daba tan buena maña a la hora de convencer a unos como a otros y de darles gato por liebre. Es de admirar su capacidad para ver y aprovechar la fragmentación y debilidad de los pueblos sojuzgados por los aztecas a la vez que se ganaba la estima del gran señor de México. Ya lo decía en su primera carta de relación dirigida a Carlos I: vista la discordia y disconformidad de los unos con los otros, no hube poco placer, porque me pareció haber mucho a mí propósito.

Dentro de esta magnética carisma no podemos olvidar la extraordinaria labor de Cortés a la hora de aunar, arengar y motivar a sus hombres. Cortés demostró las dotes propias de un buen político: don de la palabra, capacidad inventiva y diestro en la improvisación. Es cierto que la empresa prometía mucho, pero solo un imán como Hernán Cortés podía aunar a tantos hombres de tan variado y fuerte carácter en torno a una misma persona y encauzarlos hacia un objetivo común. William H. Prescott dirá muy acertadamente en su “Historia de la conquista de México” que Cortés tuvo bajo sus órdenes la reunión más heterogénea de mercenarios que jamás se haya visto bajo un mismo estandarte, […]; hombres, en fin, diferentes de raza, en idioma e intereses y que nada tenían de común entre sí. Y sin embargo, esta mezcla de hombres tan distintos, estaba reunida en un solo campamento, sujeta a obedecer la voluntad de un solo hombre, a obrar con armonía, y se puede decir, a respirar un mismo espíritu y a moverse por un principio común de acción. En este maravilloso poder sobre las más divergentes masas reunidas bajo su bandera, es donde se reconoce el genio del gran capitán, no menos que en la habilidad de dirigir expediciones militares.

Vayamos al segundo punto. De todas las condiciones de Cortés, la impulsora y motor de la mayoría sus actos fue aquel espíritu inquieto e inconformista. Un espíritu que podría considerarse innato, seguramente desde bien niño el pequeño Cortés escucharía de boca de sus mayores las andanzas de estos en la Reconquista al servicio del rey de Castilla;  él mismo tratará de copiarlas de adolescente, cuando se despierte su interés por participar en las campañas de Italia o embarcarse en cualquier expedición de fortuna con rumbo al Nuevo Mundo. Hasta aquí todo bien, pero tampoco nos engañemos, no es una actitud excepcional en la historia de la Conquista de América, el prototipo del conquistador de la época era muy similar: un joven deseoso de entrar en acción, capaz de arriesgar su propia vida por buscar una fortuna que lo sacara del atolladero. Miguel de Cervantes reflejó a este conquistador en “El celoso extremeño”: Viéndose, pues, tan falto de dineros, y aun no con muchos amigos, se acogió al remedio que otros muchos perdidos en aquella ciudad se acogen, que es el pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España.  

Cortés superó este marco, pues si hubiese querido, al concluir la conquista de Tenochtitlán, podría haber puesto punto y final a su carrera conquistadora y dedicarse a descansar y gozar de sus cargos y ganancias, pero Hernando decidió continuar. Miguel León Portilla dice con razón que la figura de Cortés no se agota en la Conquista, y es que no hay más que echar un ojo al historial que dejó al final de su vida: promotor del descubrimiento del Pacífico mexicano, de parte del asiático, del peruano…; buscador incansable del famoso paso o estrecho que conectara los dos océanos; la expedición a las Hibueras; numerosos negocios y empresas que tocaron prácticamente todos los sectores económicos existentes; y un sinfín de pleitos con antiguos conquistadores, oficiales reales y la propia Corona. Un historial que económica y personalmente fue un desastre para el extremeño, pero que no pareciera importarle, pues no cesó en su empeño, y aunque sus planes fracasasen una y otra vez, no dudó en empeñar su hacienda para rehacerse y continuar.

«Camino de Cortés», Ferrer-Dalmau

¿Y su religiosidad? ¿Cómo de creyente fue Hernán Cortés? ¿Acaso la devoción cristiana jugó un papel importante en su devenir y actuaciones futuras? Aunque este factor suela pasar de puntillas en muchos de los trabajos relacionados con el tema que estamos tocando, no debemos olvidar que Hernán Cortés era una persona muy creyente, al igual que la ingente mayoría de las personas de su tiempo. Raro es el caso de un conquistador de la época que no se encomendase a Dios cada día o no tuviera una actitud piadosa; una excepción fue Gonzalo de Sandoval, de quien su íntimo amigo Bernal Díaz del Castillo contaba que era muy blasfemo y había renegado de Dios y de la Divina Providencia y hacía gala de su ateísmo. Y aunque Bernardino Vázquez de Tapia –enemigo declarado de Cortés tras la Conquista- declaró en la instrucción del juicio de residencia del marqués del Valle aquello de que Cortés no teme a Dios o que tenía más de gentilicio que de buen cristiano, no era cierto, aquel no era el verdadero caso de Hernando Cortés. Devoto de la Virgen de Guadalupe, su fervor religioso es más que conocido, sobran testigos que confirman que era hombre de misa diaria y rezo de dos horas; basta con leer sus escritos, en los cuales hace continua mención a su deseo e intención de servir a Dios. De hecho Cortés es un ejemplo más del caballero cristiano que lucha contra el infiel en guerra justa para extender la fe verdadera y la Palabra de Dios, de ahí su impulsividad a la hora de destruir los templos y derrocar los ídolos de los nativos, lo cual trataba te apaciguar fray Olmedo. Otra cosa que justifica la preocupación religiosa de Cortés es la constante preocupación por la falta de religiosos en Nueva España, demanda que hará llegar en no pocas ocasiones al emperador y propiciará la llegada de clérigos de la talla de fray Juan de Zumárraga, el famoso Motolinia, Pedro de Gante…

Pintura de Ferre-Clauzel

El último punto en el que nos detendremos es ese desapego de su patria natal y la enorme identificación que demostró en todo momento con respecto a la tierra que conquistó. Tras su partida a América, Cortés apenas volvió a pisar Medellín, tan solo se recuerda su paso por la villa extremeña a su vuelta a España en 1528, cuando por fin regresó a España tras casi 25 años de aventura indiana. Tanto mimo y preocupación puso en la tierra conquistada que se cuidó a la hora de atraer pobladores y hacer que echaran raíces en su nuevo hogar, del mismo modo trató de guardar un “buen trato” con los naturales para evitar el desastre humano que él había visto producirse en las Antillas españolas. Cortés se enamoró profundamente de la Nueva España que el mismo bautizó, luchó por engrandecerla y hacerla valer como el gran dominio que era. Para entender este sentimiento basta recordar el episodio previo a su muerte, cuando estando en España, ya anciano, creyendo que podría volver a ganarse el favor del emperador, la Corona le impidió cumplir su voluntad de poder volver a Nueva España para morir en paz. Viéndolo imposible, Cortés, muy apenado, dejará escrito en su testamento su deseo de poder trasladar sus restos en un futuro al virreinato novohispano.

Bibliografía:

José Luis Martínez, «Hernán Cortés».

Esteban Mira Caballos, «Hernán Cortés, el fin de una leyenda».

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