Piratas: cuando la Jolly Roger ondeaba sobre los mares

Los piratas siempre han formado parte de nuestro imaginario cultural colectivo.

Muchos recordarán la famosa Canción del pirata que escribió el poeta romántico español José de Espronceda, o la mítica novela La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, o la legendaria saga de películas Piratas del Caribe.

Se han escrito miles de libros y cómics cuya temática central gira en torno a la figura del pirata y su forma de vivir, libre, sin ataduras a ningún tipo de aspecto terrenal, siempre en constante peligro de muerte y armado hasta los dientes.

La Jolly Roger, bandera tradicional de los piratas europeos y americanos. Aunque existieron muchas derivaciones de la Jolly Roger (prácticamente una distinta para cada pirata), la más frecuente y conocida es la negra con una calavera cruzada por dos sables, armas de fuego o huesos, como la utilizada por Edward England en el siglo XVIII.

Llegar a convertirse en un pirata no era cosa de un día: la mayoría de ellos eran gente socialmente marginada con escasos recursos económicos, así como delincuentes comunes (ladrones, asesinos o violadores), vagabundos, desertores militares o prófugos que tenían cuentas pendientes con la justicia, condenados a muerte muchos de ellos.

La piratería se estructuraba en torno a una banda criminal organizada que se enrolaba en un barco para surcar el océano. Una vez en él, los piratas novatos que acababan de ingresar aprendían el oficio de manera presencial y experimental al cargo de un pirata más veterano y experimentado, y poco a poco trataban de progresar en la pirámide social de la banda.

Era frecuente entre los piratas sellar el contrato de unión con el resto de la tripulación mediante el juramento pirático. En él, se recitaba una letanía que establecía los derechos y deberes del pirata para con el resto de sus compañeros, así como sus normas de conducta y las consecuencias y posibles castigos que se derivarían de incumplir las reglas.

A continuación, una vez que al nuevo pirata se le exponía esta información, se procedía a realizar el pacto de sangre: todos los miembros de la banda allí congregados se practicaban un pequeño corte en la palma de la mano a fin de que sangrara, y posteriormente se la estrechaban entre ellos, poniendo las heridas en contacto físico.

De esta manera, consideraban que este acto simbólico los unía al resto de sus hermanos piratas para siempre, ya que la sangre de todos ellos pasaba a formar parte del cuerpo del resto.

Si un pirata traicionaba a sus compañeros, podía ser azotado, pasado por la quilla (atado y sumergido varias veces en el mar) o incluso condenado a muerte (dependiendo de la gravedad de su delito). También se les podía abandonar durante varios días en islas desiertas, sin agua ni comida. Además, y de acuerdo con el juramento pirático, sería atormentado durante toda la eternidad por los espíritus de todos los piratas muertos de la Historia.

Finalmente, se le entregaban al novato el sombrero, la ropa tradicional de los piratas y las armas (generalmente, sables y espadas, pero también armas de fuego como arcabuces o pistolas de pólvora).

Reconstrucción pictórica de un abordaje pirata.

La palabra «pirata» procede del vocablo griego «peirates«, cuya traducción más aproximada al castellano podría ser «aventurero del mar«.

Su presencia en el mundo es tan antigua como la navegación humana, ya que al igual que siempre ha existido la delincuencia en tierra firme, también lo hizo en alta mar.

Sin embargo, fue durante los siglos XVII y XVIII cuando los piratas vivieron su época dorada, atacando libremente a los navíos y a las instalaciones de las principales potencias marítimas imperiales del mundo: las coronas portuguesa, inglesa y española.

Estos ataques buscaban únicamente el pillaje y el enriquecimiento a título personal. No tenían detrás un significado nacional y nunca lo tuvieron, ya que los piratas, procedieran de donde procedieran, atacaban indiferentemente a cualquier navío que les pudiera otorgar beneficios en forma de riquezas de todo tipo, ya fuera portugués, inglés o español.

Los piratas nunca experimentaron ningún tipo de sentimiento patriótico y renegaban de todo tipo de banderas nacionales. Sentían lealtad únicamente hacia sí mismos y hacia el resto de sus compañeros piratas. Vivían al margen de la sociedad y como tal se comportaban, al mismo tiempo que sentían aversión por los soldados, los reyes, la justicia y todo aquello que simbolizara mínimamente los estados políticos continentales.

Toda esta filosofía de vida se ve claramente reflejada en esta estrofa de la Canción del pirata de Espronceda:

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi Dios la libertad.

Mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.

Los ejemplos más claros de piratas propiamente dichos fueron Edward Teach (Barbanegra), Jack Rackham (Calicó) y Bartholomew Roberts (Black Bart).

Representación de una reunión de corsarios ingleses

Pero no todos los «aventureros del mar» se comportaban así: también existieron otros tipos de piratas como los corsarios, los filibusteros o los bucaneros.

Los corsarios eran aquellos piratas que gozaban de la prestigiosa Patente de Corso: un documento real que entregaban algunos reyes o alcaldes a los piratas más famosos, en virtud del cual legalizaban sus actividades (la piratería se castigaba con la pena de muerte) siempre y cuando reportaran beneficios para la corona que les pagaba: sobre todo, atacar barcos enemigos y repartir sus tesoros.

Los corsarios más importantes de la Historia fueron Francis Drake (que llegó a ostentar el título de Sir), Walter RaleighHenry Morgan, por ejemplo.

Por otra parte, los filibusteros y los bucaneros eran piratas del mar Caribe que conformaban una sociedad llamada Hermandad de la Costa, dedicada fundamentalmente al saqueo naval y costero a pequeña escala.

Sin embargo, podríamos afirmar que existía una alta tasa de permeabilidad entre los diferentes grupos de bandoleros marinos de esta época. Un gran número de piratas ilegales buscaban llegar a ser corsarios algún día, al mismo tiempo que un filibustero podía pasar a convertirse en un bucanero y viceversa. También, durante las épocas de paz, los corsarios podían verse degradados hasta convertirse de nuevo en piratas, ya que los estados perdían la necesidad de seguir contratándolos.

Pero, ¿cómo era realmente la vida diaria de los piratas? ¿Se parecía en algo a lo que nos cuentan las leyendas?

Diseño alternativo de la Jolly Roger

Para empezar, no es cierto que la bebida favorita de los piratas fuera el ron puro. La mayoría de ellos prefería beber Grog, una especie de ponche de ron diluido en agua o cerveza, sazonado y aromatizado con canela y edulcorado con melaza o caña de azúcar. Lo almacenaban en barriles de madera y era bastante habitual que se emborracharan continuamente con él, sobre todo después de sus victorias en el mar.

Por otro lado, los piratas nunca buscaban la confrontación directa en primera instancia: el principal objetivo de la Jolly Roger era infundir pánico y temor a sus potenciales víctimas, para que se rindieran fácilmente sin oponer resistencia.

Sin embargo, sí que era cierto que la crueldad y el sadismo de los piratas parecía no conocer límites: cuando entraban en batalla, solían pelear abordando el barco enemigo (amarrando sus velas a las de sus víctimas para evitar que se escaparan y asaltando su cubierta, matando a toda la tripulación).

Los piratas no solían hacer prisioneros más allá de mantener vivas a sus víctimas hasta que revelaran la ubicación de sus riquezas: una vez que les habían extraído toda la información valiosa, lo más frecuente era matarlas decapitándolas, colgándolas del palo mayor, disparándolas o lanzándolas al mar atadas a un peso para ahogarlas, haciéndolos caminar desfilando previamente por trampolines para mayor humillación y diversión a bordo.

También ofrecían a sus prisioneros la posibilidad de unirse a su tripulación y convertirse a su vez en nuevos piratas: quienes se negaban a aceptar la oferta, sufrían las terribles consecuencias que de ello se derivaban.

Para deshacerse de los cadáveres de la cubierta después de sus batallas, los piratas llevaban a cabo una siniestra tradición para comprobar si una persona estaba muerta o viva: clavarles una aguja horizontalmente en el tabique nasal. Si efectivamente estaba muerta, tiraban su cuerpo al agua.

Otras reglas principales para la piratería consistían en que ningún pirata podía poseer tierras a título personal, ni profesar ninguna religión ni lealtad hacia ninguna patria.

También existieron mujeres piratas, aunque no era lo más habitual: de hecho, era bastante frecuente que se prohibiera la entrada en el gremio a mujeres solteras, a fin de evitar problemas y tensiones entre la hormonada tripulación masculina.

Otro mito que también conviene desmentir es que los piratas nunca enterraban sus tesoros: lo más normal era que se gastaran inmediatamente todo el dinero que robaban en alcohol o prostitutas, ya que el botín general solía ser repartido entre todos los participantes después de las acciones de pillaje, de manera proporcional al mérito de cada uno (también era frecuente que se le entregaran premios a aquellos cuya participación era más importante en los abordajes).

Los piratas tampoco se casaban nunca ni se instalaban en ninguna costa: sus barcos y sus secuaces eran sus vidas, hogares y compañeros sentimentales.

En cuanto a sus míticas costumbres de llevar anillos y pendientes, algunas fuentes historiográficas señalan que era por simple superstición: que pensaban que el hecho de llevarlos les traía buena suerte.

Otras historias nos hablan del valor material de los mismos, porque según el metal con el que estuvieran fabricados podían suponer una cantidad económica suficiente como para poder costear su propio entierro en el caso de que fueran asesinados.

También hay quien habla de que esta costumbre estética la inició Francis Drake, quien parece ser que se colocó el primer pendiente de la Historia de la piratería como prueba de que había conseguido cruzar el Cabo de Hornos, de manera que cada vez que algún pirata lograba cruzarlo se ponía un pendiente como muestra de su hazaña.

Actualmente, la piratería está muy reducida: únicamente resiste cerca de las costas africanas y orientales del océano Índico, tratándose en su mayoría de traficantes de drogas, animales y seres humanos, secuestradores y ladrones de alta mar.

También existe un Día del Pirata, festejado actualmente en más de 40 países diferentes: el 19 de septiembre. Fue una celebración creada durante el año 1995 por John Baur y Mark Summers, en la cual los participantes imitan la típica jerga de los piratas, sus vestimentas y algunas de sus costumbres, ofreciendo una visión romántica de esta vieja época, omitiendo la parte delictiva de la Historia de estos bandidos marítimos.

En definitiva, realidad y mito se confunden cuando hablamos de estos héroes románticos: aventureros empedernidos, alocados e intrépidos, asesinos que han resistido al paso del tiempo para conseguir un hueco en nuestra admiración e imaginario cultural colectivo.

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