Primeros reinos cristianos, el embrión de España

Cristianos, visigodos, moros, musulmanes, condados, reinos, pueblos, invasión, conquista, reconquista. Palabras y conceptos que se entremezclan cuando se repasa lo acontecido a partir del 711 en la Península Ibérica tras la llegada del imperio islámico.

Cuando nos envalentonamos a la hora de aprender sobre cómo se formaron los primeros reinos cristianos tras el derrumbe del reino visigodo, nos encontramos ante un mapa complicado de acontecimientos, fronteras, nombres y fechas. Buscamos información y llegamos a la conclusión de que, como dice el historiador y catedrático José Luis Corral, “toda crónica o fuente histórica tiene una visión determinada” de la Historia.

Dejando a un lado las interpretaciones, vamos a los hechos, con precaución, pero con determinación. Acerquémonos a ese momento de la Historia de España que fue la aparición de los primeros núcleos de resistencia cristianos ante la invasión islámica, embrión de los diferentes reinos que consiguieron, 800 años después, expulsar a los musulmanes de la Península Ibérica.

Representación de la Batalla de Guadalete.

La invasión musulmana se completó en apenas una década. En el 711 un ejército bereber dirigido por Tarik cruzó el estrecho de Gibraltar como aliado de los nobles visigodos contrarios a la llegada al trono del rey Don Rodrigo, y tras vencerlo en la batalla de Guadalete, comenzó la conquista de la Península Ibérica. El reino visigodo se desplomó y se creó una nueva entidad política: al-Andalus. “Coetáneamente al desarrollo de al-Andalus, se produce la creación de diversos núcleos de resistencia en el norte, que se desarrollarán dando lugar a los reinos cristianos medievales”, marcando “la posterior Historia de España hasta la actualidad” (José A. Moreno Nieves).

Hasta aquí hemos llegado

La conquista se frenó en la cornisa cantábrica, cuyas montañas y pobladores no se lo pusieron fácil a los ejércitos musulmanes. Lo mismo sucedió en los Pirineos, donde el mayordomo de palacio del reino de Austrasia, Carlos Martel, se enfrentó a las tropas invasoras en la batalla de Poitiers (732). El primer núcleo de resistencia cristiana se formó en la actual Asturias y tuvo como protagonista a Pelayo, un noble visigodo. La batalla de Covadonga (722), dirigida por él, fue decisiva porque, a raíz de la misma, los musulmanes abandonaron aquellas tierras y nunca más volvieron. “Lo de Covadonga pudo ser solo una escaramuza, pero a los apaleados godos les devolvió el orgullo y la confianza perdidos”, escribe el doctor en Letras Juan Eslava Galán. Tras aquella batalla comienza a organizarse la monarquía en torno a la figura de Pelayo, su primer soberano. Entre los siglos VIII y X el reino astur se expande por las despobladas tierras del valle del Duero y se traslada la capital de Oviedo a León, denominándose desde entonces Reino de León. Es con Alfonso II con quien la monarquía se afianza «gracias al triunfo de las tesis hereditarias de acceso al trono» y «conforme a la tradición goda de la que se siente heredero» apunta F. García de Cortázar.  Será Alfonso II quien conciba el proyecto de la Reconquista y protagonice ‘la primera peregrinación del camino de Santiago’ al ser descubierta la tumba del apóstol bajo su reinado. Con Alfonso III se extenderá la frontera hasta la línea del río Duero, repoblando la zona.

Representación de Don Pelayo.

Tierra de castillos

Para defender las tierras que el reino astur-leonés repoblaba y arrebataba a los musulmanes, se crean condados fronterizos levantando castillos. Surge así el condado de Castilla que pronto adquiere gran protagonismo, tanto, que en el siglo X el conde Fernán González consigue independizarse del poder regio. Casi un siglo después, lo que fue condado se convierte en reino con Fernando I como primer monarca, aunque otros consideran a su primogénito Sancho II como el verdadero fundador del reino castellano.

Condados que no reinos

Si la cordillera cantábrica fue una fortaleza geográfica incómoda de atravesar para los musulmanes, los Pirineos fue un muro inquebrantable en su deseo de expansión hacia Europa. Al sur de estas montañas, el Imperio de Carlomagno creó una zona fronteriza, conocida como Marca Hispánica, que sirvió de tapón  ante la amenaza musulmana. La Marca se organizó en condados dependientes del monarca franco. Tras la muerte de Carlomagno y el consiguiente debilitamiento del Imperio, los condes de la Marca Hispánica comenzaron a desvincularse del poder franco. De los cinco condados situados en el pirineo oriental (embrión de la actual Cataluña), destacó el de Barcelona que consiguió vincular el resto de los condados al suyo de la mano de Vifredo el Velloso. Este conde establecería en el siglo IX un sistema sucesorio en el poder, iniciando la dinastía condal de Barcelona que se alejaría poco a poco de la obediencia debida a los francos. Será a mediados del siglo X, con Borrell II cuando conseguirán la independencia definitiva de los francos. Los condados catalanes no se convirtieron en reino, se unieron en matrimonio a la monarquía de Aragón pero en este enlace quien llevaba la voz cantante era la esposa aragonesa, por aquello de que ella portaba sangre real. Hablamos de Petronila y Ramón Berenguer IV en 1137. Pero estamos corriendo mucho y este artículo no pretende llegar tan lejos, aunque por fechas ¿ya lo habremos hecho? puede. Dejémoslo aquí.

Mapa de la zona fronteriza conocida como Marca Hispánica.

Navarra, territorio estratégico

Alrededor del 714 los moros aparecen en el valle del Ebro y dos años después toman Pamplona. El territorio fue campo de batalla entre musulmanes, francos y vascones. El Imperio carolingio trató de proteger la zona con apoyo de los núcleos de resistencia cristianos y en su afán de dominio del territorio, alcanzó alianzas con las familias más poderosas de aquellas tierras. Los vascones siempre intentaron deshacerse tanto del yugo musulmán como del franco, como lo demuestra la batalla de Roncesvalles en el 778 contra el ejército de Carlomagno, y su política díscola con el emir de Córdoba.

Hay disparidad de opiniones entre si el primer monarca de Pamplona fue Iñigo Iñiguez o Sancho Garcés, ambos de dinastías diferentes, los Arista y los Jimenos. El primero consiguió echar definitivamente de Pamplona a los francos y su dinastía gobernó el territorio junto a la familia de los Banu Quasi de Tudela, siempre mirando de reojo a los musulmanes. El segundo, emprendió en el siglo X una política de expansión por las tierras bajas de la Ribera y la Rioja, y estableció vínculos con los demás reinos cristianos. La aparición de los Jimena supuso el fin del «orden tribal de los vascones» y el nacimiento de «una sociedad jerarquizada» asegura F. G. de Cortázar. Según la crónica Albeldense del siglo XI: En el año 906 surgió en Pamplona un rey de nombre Sancho Garcés. Fue hombre de inquebrantable veneración a la fe de Cristo, … en todas sus acciones se mostró magnífico guerrero contra las gentes de los ismaelitas; causó múltiples desastres a los sarracenos… conquistó … la ciudad de Nájera hasta Tudela… la tierra de Pamplona la sometió a su ley, y conquistó asimismo todo el territorio de Aragón con sus fortalezas. Luego, tras eliminar a todos los infieles… partió de este mundo”.  Sea uno u otro a quien se considere primer rey de Pamplona, pronto reino de Navarra, éste comenzó a andar. Y tanto anduvo, que llegó a ser uno de los más poderosos de los reinos cristianos. La monarquía navarra se hizo con los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, además del de Castilla e intervino en los asuntos de León. Su máximo esplendor lo alcanzó con Sancho III el Mayor, uno de los grandes monarcas cristianos de la Edad Media. Pero tras su muerte (1035) el reino se dividió entre sus hijos: Castilla para Fernando a título de rey ( el condado se trasformará en reino y anexionará León), Navarra para García Sánchez y Aragón para Ramiro a título de rey.

Un testamento muy real

Moros, francos y navarros influyeron en el nacimiento del reino de Aragón. De los primeros se defendían como podían, incluso con utensilios de cocina que relucían al sol despistando a los ejércitos musulmanes en la batalla. Con los segundos se sentían protegidos de los ataques de los primeros, apoyados por caudillos locales a los que el regio poder franco convertía en condes. Y con los terceros se elevaron, ya sí, a las alturas reales. El primer protagonista de estas tierras del valle pirenaico del río Aragón, en los alrededores de Jaca, es el conde Aznar Galíndez o Galindo (pueden encontrarlo escrito de las dos maneras) allá por el siglo IX. Su defensa de Jaca con un reducido ejército cristiano frente a los miles de musulmanes que les asediaban, es motivo de celebración en la actualidad. Mujeres y cazos lograron tan heroica hazaña. Leyenda o realidad, lo cierto es que con la familia Aznar Galíndez comienza la independencia del condado de Aragón de los francos y su acercamiento a Navarra.  El testamento de Sancho III les convirtió en reino. Y eso no es leyenda, sino realidad.

Aznar I Galíndez.

A partir de aquí, o quizás antes, e incluso después, los reinos cristianos echaron a andar, avanzaron, se expandieron. ‘Tu me das, yo te quito; lo que era mío ahora es tuyo…’ Alianzas, uniones, bodas reales, paces, guerras… La desaparición del reino visigodo rompió la unidad política existente. La geografía, las costumbres de cada grupo y su manera de resistir al Islam favorecieron la disgregación, dando paso a entidades políticas diferentes que marcarán la Historia de España. Aquellos primeros núcleos de resistencia se hicieron cada vez más fuertes, y con ellos, se hizo más fuerte la España cristiana.

Referencias:

  • www.arteguias.com
  • www.cervantesvirtual.com
  • www.historiasiglo20.org
  • Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga. Breve historia de España.  Alianza Editorial. 1994
  • Jose Eslava Galán. Historia de España para escépticos. Editorial Planeta. 2017
  • Atlas histórico de España. Editorial Larousse. 2017
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