Si escuchamos la palabra propaganda lo primero que se nos puede venir a la cabeza es cualquier anuncio de televisión. A nivel histórico podemos pensar en la propaganda nazi o simplemente en el gran desarrollo que ha tenido el marketing en el siglo XX y XXI. Sin embargo, la propaganda ha estado ligada a la historia desde siempre. Desde las sociedades primitivas con los chamanes, pasando por la imagen imperial de los emperadores romanos hasta el discurso del rey en Nochebuena.
En este caso nos trasladamos a la Edad Media, a mediados del siglo XV. Cuando ciertos sectores de la aristocracia castellana hicieron uso de la propaganda en la Farsa de Ávila.
Las bases medievales
Lo primero a tener en cuenta es que durante la Baja Edad Media (tanto en la Península Ibérica como en el resto de Europa) hay una clara pugna entre aristocracia y monarquía. La monarquía se encaminaba paulatinamente hacia la construcción de lo que serían los Estados modernos, con una clara política autoritaria del rey. Por este motivo se encuentran reinados como el de Alfonso X de Castilla o Jaime I de Aragón, que se rodearon de legisladores para legitimar su autoridad y consolidar instituciones reales.
Por el otro lado se encontraba la nobleza medieval. Pensemos que el sistema feudal le daba gran importancia. Que la producción económica se encontrase en el mundo rural y que este estuviera dividido en feudos gobernados por un noble nos indica claramente el protagonismo de la nobleza. Por este motivo durante toda la Edad Media lo que más destaca es la lucha constante entre nobleza y monarquía. Unos pretenden consolidar su poder central como monarcas y otros mantener sus privilegios en la toma de decisiones.
Otro dato muy importante en la Baja Edad Media peninsular es el ascenso de los Trastámaras. Esta estirpe consiguió durante el siglo XIV y XV ascender en la pirámide social hasta conseguir implantar monarcas de su dinastía en los tronos más codiciados: Aragón y Castilla. La conclusión de este ascenso es conocida por todos: la unión dinástica entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón en la segunda mitad del siglo XV.
Lo difícil que era la sucesión real
El primer matrimonio de Enrique IV fue con Blanca de Navarra. Se saldó con una separación a los doce años por no haber conseguido un heredero. Años más tarde contrajo matrimonio con Juana de Portugal. Al rey parece que tampoco le era grata esta nueva esposa. La falta de intimidad entre ellos sumado a la infertilidad hizo que ambos tuvieran sus coqueteos y travesuras románticas fuera del matrimonio.
Estando así las cosas la reina quedó en cinta. Una vez nacida la niña, Juana, parte de la nobleza comienza a llamarla “Beltraneja”. Este apodo se refería a uno de los amantes de la reina y uno de los nobles favoritos del rey, don Beltrán de la Cueva. Aquí se puede apreciar claramente la falta de legitimidad que tenía el monarca: una parte de la nobleza era capaz, sin pudor, de burlarse de su impotencia.
Ante todo esto, otros sectores nobiliarios exigieron al rey que desheredara a Juana y comenzaron a apoyar a su hermano, el infante Alfonso. Enrique, como no tenía tanta legitimidad y fuerza, lo único que pudo hacer es ceder y reconocer a Alfonso como heredero al trono: una victoria contundente de la aristocracia. Antes hablábamos de la pugna entre aristocracia y monarquía, pues aquí se puede apreciar claramente: la aristocracia es capaz de decidir quién es el legítimo heredero y el rey lo único que puede hacer es agachar la cabeza y asentir.
Podemos apreciar muy bien también cómo la nobleza hace uso de candidatos para poder controlar de facto el reino. Al contemplar como el poder se iba concentrado en el rey, en muchas ocasiones optaron por aupar a un nuevo candidato al trono. Aún así, que el monarca tuviera tanta oposición transmitía cierta inestabilidad durante su gobierno.
La Farsa de Ávila
Y llegamos a un 5 de junio de 1465. Ante este panorama de pugnas, presiones y más bofetadas un grueso sector de la nobleza y el episcopado realizan la Farsa de Ávila. ¿Qué es o qué ocurrió exactamente? Pues básicamente que los conjuradores humillaron al rey Enrique IV para proclamar a Alfonso como monarca de Castilla.
Esta humillación consistió en fabricar un muñeco de madera a imagen de Enrique IV y despojarle del cetro y la corona. Tras esto, esta facción proclamó a Alfonso como rey.
A nivel propagandístico es una escena muy llamativa. Pensemos que en este periodo la gente apenas sabía leer y una imagen o escenificación era mucho más fuerte y ampliamente entendida por la población. La imagen real estaba caracterizada por el cetro y la corona. Despojar a un monigote de dichos elementos transmitía mucho más que un discurso, era una declaración de guerra contra el monarca.
Algunas conclusiones
A veces creemos que la distancia temporal es enorme entre los siglos. Sin embargo, muchas veces la historia nos sorprende y vemos que tampoco hemos innovado tanto. Solo hace falta meternos en YouTube para ver un videoclip entre raperos y ver cómo se tiran beef. Quizás uno de ellos quiere humillar a su rival y le caricaturiza como un pelele con cuatro cosas que le caractericen. Pues eso mismo hizo esta facción de la nobleza en pleno siglo XV. Una imagen potente vale más que un discurso y época medieval ya lo tenían bien claro.
Bibliografía
Floriano Llorente, P. (1983) “Problemas sucesorios de Enrique IV de Castilla”, Anales de la Universidad de Alicante: Historia Medieval, 2, pp. 251-272
González Nieto, D. (2017) “Episcopado castellano y derecho de resistencia en torno a la Farsa de Ávila, Respaldo e impugnación de un irregular acceso al trono, El acceso al trono: concpeción y ritualización, pp. 343-352
Ohara, S. (2004), La propaganda política en torno al conflicto sucesorio. Tesis. Valladolid: Universidad de Valladolid.