Haremos una breve sinopsis de dos hitos, a mi modo de ver, fundamentales en la historia de las ideas filosóficas que marcarán el devenir de la realidad futura ulterior, y su eco llega hasta nuestros días presentes con la pujanza virgen de lo inexplorado.
Comenzamos con Platón. De todos es sabido la dualidad establecida por el pensador ateniense en cuanto al ser y al devenir: al ser le corresponde el kosmos noetós o mundo inteligible y al devenir el Kosmos aisthetós.
El ser es identidad, el devenir diferencia. Esto queda ilustrado de muchas maneras en su obra. Extraemos un pasaje de Timeo (57e), donde afirma: «el movimiento no desea nunca existir en la uniformidad»… y, anteriormente, sostiene (Timeo 29c): «la misma relación que el ser tiene con el devenir, tiene la verdad con la creencia.»
De estos dos pasajes podemos inferir lo siguiente: 1) el ser, como identidad auténtica, le corresponde la plenitud. A la diferencia y el devenir, la alteridad que es considerada de grado ontológico y gnoseológico inferior. 2) El movimiento muta las cosas, cambia las identidades… pero como la identidad es lo plenamente auténtico, el devenir del movimiento resta potencial a lo perfectamente acabado, al irlo degenerando a peor. 3) El estatismo es necesariamente consecuencia lógica y natural si postulamos con verdad 1 y 2.
Veamos ahora otro pasaje (Gorgias 491e-492c), en donde discute acaloradamente con Calicles y el sofista asevera lo siguiente: «¿cómo podría ser feliz un hombre si es esclavo de algo? Al contrario, lo bello y lo justo por naturaleza es lo que yo te voy a decir con sinceridad, a saber: el que quiera vivir rectamente debe dejar que sus deseos se hagan tan grandes como sea posible, y no reprimirlos, sino, que, siendo los mayores que sea posible debe ser capaz de satisfacerlos con decisión e inteligencia y saciarlos con lo que en cada ocasión sea objeto de deseo…», a lo que contesta Sócrates (=Platón) lo siguiente (Gorgias 493d-494a): » Examina, pues, si lo que dices acerca de cada uno de los géneros de vida, el del moderado y el del disoluto, no sería tal como si hubiera dos hombres que tuviese cada uno de ellos muchos toneles, y los del primero estuviesen sanos y cabales, el uno lleno de vino, el otro de miel, el otro de leche, y otros muchos de otros varios líquidos, y que estos líquidos anduviesen escasos y solo se pudiesen conseguir con muchas y arduas diligencias… para el otro sujeto, sería posible adquirir los líquidos como para el primero, aunque también con dificultad; pero, teniendo sus recipientes agujereados y podridos, se vería obligado a estarlos llenando constantemente, de día y de noche, o soportaría los más graves sufrimientos. Puesto que el género de vida de uno y otro es así, ¿acaso dices que el del disoluto es más feliz que el del moderado?…»
Ni que decir tiene que el triunfo de la posición platónica, en detrimento de la del sofista Calicles, es manifiesta en la historia. Platón detiene el movimiento, fija el ser a la identidad estática, y la vuelve necesaria, eterna e inconmovible. En el plano moral, la imprudencia se identifica con el exceso, con la intemperancia, con la actitud del disoluto… es propio de personas éticas ser austeras, comedidas, sobrias y secas en cuanto a la compulsión de las pasiones se trata.
Veamos ahora otro hito histórico que, bajo mi perspectiva, inaugura un nuevo período en el devenir de las ideas y marca un punto de inflexión en cuanto a la concepción de lo hasta ahora dicho.
Se trata de Thomas Hobbes. El filósofo inglés, en su obra Leviatán, (cap. 11) afirma lo que sigue:
» debemos considerar que la felicidad en esta vida no consiste en el reposo de una mente completamente satisfecha. No existe tal cosa como ese finis ultimus, o ese summum bonum de que se nos habla en los viejos libros de filosofía moral. Un hombre cuyos deseos han sido colmados y cuyos sentidos e imaginación han quedado estáticos, no puede vivir. La felicidad es un continuo progreso en el deseo; un continuo pasar de un objeto a otro. Conseguir una cosa es solo un medio para lograr la siguiente. La razón de esto es que el objeto del deseo de un hombre no es gozar una vez solamente, y por un instante, sino asegurar para siempre el camino de sus deseos futuros. Por lo tanto, las acciones voluntarias y las inclinaciones de todos los hombres no solo tienden a procurar una vida feliz, sino a asegurarla. Solo difieren unos de otros en los modos de hacerlo. Estas diferencias provienen, en parte, de la diversidad de pasiones que tienen lugar entre hombres diversos, y, en parte, de las diferencias de conocimiento y opinión que cada uno tiene en lo que respecta a las causas que producen el efecto deseado…»
Con este texto queda manifiesto, bien a las claras, que lo que antes estaba detenido, estático, comienza un movimiento que solo lo parará la muerte, al decir del filósofo.
Veamos ahora otro fragmento en el que habla del movimiento (Leviatán cap. 2): «Que cuando una cosa está en reposo, a menos que alguna otra cosa la mueva, permanecerá siempre en reposo, es una verdad de la que no duda ningún hombre. Pero que cuando una cosa está en movimiento estará continuamente en movimiento a menos que alguna otra cosa la detenga, es algo que, aunque se funda en la misma razón, es decir, que no hay cosa que pueda cambiarse a sí misma, no recibe tan fácilmente el mismo asentimiento…»
Son, Platón y Hobbes, las dos posiciones antagónicas, contrapuestas, antitéticas… con respecto a la pulsión y a la pasión. El primero, coarta el exceso, el segundo lo alienta. El primero, detiene el curso del devenir; para el segundo al comienzo fue el movimiento. Con el primero, tenemos prudencia cuando reprimimos las pulsiones pasionales; con el segundo, felicidad si alentamos el deseo que las pasiones mueven a satisfacer…
Ahora una batería de preguntas sin aparente respuesta:
Hemos dicho que Hobbes inaugura un nuevo modo de concebir esta problemática, ¿es acaso el germen, la raíz, el origen… de la compulsividad capitalista de nuestros días? ¿Supone la posición platónica represión, a la larga, cuando se instaura en el medio sociopolítico de convivencia? ¿Son las pasiones la base de la felicidad o, por contra, está en la prudencia del raciocinio? Hay personas, en la actualidad, que sostienen que la desaceleración en la compulsividad del consumismo podría asegurar un mayor bienestar planetario, ¿puede estar en estos textos la base para la comprensión de esta problemática? ¿Es posible reducir la compulsividad sin coartar a las personas en un régimen capitalista que promueve y fomenta la consumición compulsiva de productos de toda índole? ¿Está en la educación la solución? Se suele decir que en la formulación de un problema está la mitad de su solución… ¿haciéndose conscientes las personas de esta problemática disolvería, ipso facto, la compulsividad? ¿No sería un retroceso volver a la posición platónica por cuanto la prudencia es estática y pasiva? Si postulamos una realidad dinámica, ¿no significaría ello volver o continuar con la disposición hobbesiana de compulsividad en el deseo?