El 24 de abril de 1926, el rey Alfonso XIII acude a un acto oficial con otras personalidades de la política española. El objetivo era inaugurar un monumento en honor a Santiago Ramón y Cajal, premio nobel en Fisiología o Medicina “En reconocimiento de su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso”
Su escultura, ubicada en el madrileño Parque del Retiro, representa a Cajal como una especie de dios laico, vestido con una túnica a modo de los héroes del mundo clásico. Detrás de la estatua del sabio se encuentran las fuentes de la vida y de la muerte.
Esta obra no le entusiasmó a Cajal, hasta tal punto que, no solo no acudió al acto oficial, sino que se dice que nunca volvió a entrar en El Retiro, a pesar de ser su parque favorito. Pero… ¿Cuáles fueron los méritos de este sabio cuya importancia traspasó las fronteras de su país?
El mundo de Cajal
Si contextualizamos la época en la que Cajal adquirió la fama, finales del siglo XIX y principios del Siglo XX, nos encontramos en la época con los mayores avances de la humanidad. No solo estamos ante la Segunda Revolución Industrial: aparición de nuevas fuentes de energía (electricidad, petróleo, gas…), nuevos transportes (automóvil o el avión), o desarrollo de innovadores materiales y aleaciones metálicas, sino que la ciencia desarrollará nuevos marcos teóricos. Por ejemplo, en el mundo de la química destaca la publicación de la tabla periódica de los elementos, por Mendeléyev. En el ámbito de la física, las ecuaciones de Maxwell unifican matemáticamente la experimentación realizada con la electricidad y el magnetismo. Poco más tarde, en 1905, con Albert Einstein se producirá la revolución relativista.
En el ámbito de la biología, la revolución darwiniana, impulsada por la publicación de “El origen de las especies” (1859), asentó un nuevo enfoque sobre la evolución de la vida. En medicina, gracias a Virchow, se mejora la higiene apareciendo la medicina preventiva. Luis Pasteur, Robert Koch, Joseph Lister o Alexander Fleming encontrarán el origen de los procesos infecciosos. Aparecen los anestésicos, las vacunas y antibióticos, o mejoras en las cirugías. Esta revolución parecía acercar a la humanidad a los límites del conocimiento.
El sistema nervioso a finales del Siglo XIX
A pesar de los avances mencionados, una de las materias que parecían más inaccesibles y misteriosas era el funcionamiento de la mente humana. Asociada con el alma para la mayoría de la población, se sabía que su sustrato físico era el cerebro. El conocimiento que se tenía procedía, por un lado, de la observación: lo que se veía en el microscopio, disecciones o casos clínicos y, por otro, lo que se podía interpretar de aquello.
Cuando se observaba al microscopio el tejido del Sistema Nervioso Central (SNC) se podían ver una serie fibrillas que formaban una retícula. Todo parecía uniformemente conectado. La mayoría de estudiosos del tema pensaban que por ahí deberían transcurrir los impulsos nerviosos que dieran lugar a nuestros pensamientos. Esto se terminó denominando la Teoría Reticular. Una teoría aceptada casi por todos.
Otra corriente teórica, más minoritaria, pasaba por interpretar que el SNC debería estar formado por células independientes, por analogía a otros lugares del organismo, cuyas prolongaciones (denominadas axones) servirían para comunicarse entre sí.
La polémica estaba servida. Este enfrentamiento entre los partidarios y detractores de la Teoría Reticular parecía no tener solución. Hasta que apareció el genio de Cajal, que vio lo que nadie consiguió ver hasta entonces.
Y llegó Cajal…
En su juventud, nada hacía presagiar que Cajal se llegase a convertir en la persona que llegó a ser. De niño era un chico revoltoso, que robaba fruta o iba rompiendo los cristales de los vecinos. Su padre, que había pasado de ser cabrero a barbero y finalmente a médico, lo había intentado de todo para encauzar la vida de su hijo, desde palizas a encerrarlo en la cárcel.
Tampoco consiguió enderezarle el colegio religioso donde fue internado, pues destacó solo en el dibujo. Finalmente fue sacado del lugar para ponerle a trabajar de barbero y zapatero. Solo por la insistencia de su padre terminó estudiando medicina.
Preparando la oposición para conseguir la cátedra aprende una técnica de tinción de tejidos, ya que para observar las células en el microscopio es mejor teñirlas. Dicha técnica fue ideada por el italiano Camilo Golgi. Sin embargo, Cajal la consiguió mejorar hasta obtener unos resultados que mostraban lo que no había conseguido ver nadie: las neuronas no están unidas sino que hay un espacio minúsculo entre ellas. Gracias a esto empezó a realizar las publicaciones que cambiaron la visión que se tenía hasta entonces del SNC.
En 1888 describe cómo las fibras nerviosas terminan libremente en el lóbulo óptico y el cerebelo, desafiando así la Teoría Reticular. Analiza por primera vez las “espinas dendríticas”, lugares donde una neurona recibe la información de otras neuronas (también en 1888). Enuncia la primera versión de la “Ley de la Polarización Dinámica de las Células Nerviosas” (1889-1991), por la que la información de los impulsos nerviosos siempre se realiza en una dirección (desde el cuerpo neuronal al axón), y finalmente propuso la “Hipótesis Quimiotáctica” (1891-92), que intenta explicar cómo crece un axón para establecer el contacto con otra neurona. Sus primeras publicaciones no fueron inicialmente reconocidas ni valoradas. Cajal sabía que tenía que darse a conocer.
El destino está en Alemania
En la segunda mitad del Siglo XIX, la Guerra Franco-Prusiana, y la creación del Imperio Alemán, bajo la astuta dirección de Otto von Bismarck, el Canciller de Hierro, consiguió para Alemania, no solo una grandeza política o militar, sino que también dio lugar a un auge cultural, tecnológico, y científico. Durante muchas décadas, gran parte de los mejores científicos del mundo en distintas materias serían de habla alemana. Cajal debía ir a Alemania si quería conseguir renombre internacional.
Ramón y Cajal vio su oportunidad en el congreso que celebraba la Sociedad Anatómica Alemana, celebrado en la Universidad de Berlín, en octubre de 1889. Con permiso de su Rector, gastando todos sus ahorros, y atravesando media Europa en vagones de tren de tercera categoría, logró llegar a Berlín cargado de un microscopio y algunas muestras que había realizado.
Inaugurado el congreso, Cajal fue destinado a una esquina remota de la sala de demostraciones, donde dejó todo preparado para exponer sus descubrimientos. Su éxito fue escaso, prácticamente nulo. Nadie mostraba interés por un desconocido, de aspecto inseguro, una apariencia poco elegante, que solo sabía hablar español y chapurreaba un mal francés. Parecía que aquel largo viaje no iba a servir para nada.
Al final, Cajal echó el valor suficiente, se levantó de su silla y optó por agarrar del brazo y obligar a mirar por el microscopio “Mire, mire esto” decía a los científicos. Uno de esos personajes fue Kölliker, sabio y patriarca de la histología alemana. El científico miró y tras la observación dijo: “Usted ha hecho un gran descubrimiento, pero yo he hecho uno aún más grande: a usted”. Kölliker invitó a Cajal a comer y comenzó a presentarle a los más notables de Alemania. A raíz de este congreso, la figura de Santiago empieza a recorrer Europa, comenzando su reconocimiento mundial.
El reconocimiento mundial
De vuelta a España, sigue su increíble carrera de descubrimientos. En 1895 propondrá el origen neurobiológico del aprendizaje, afirmando que podría basarse en el reforzamiento selectivo de varias sinapsis (las sinapsis es la comunicación que se establece entre las neuronas). Empieza a estudiar la plasticidad, regeneración y degeneración del sistema nervioso.
Los reconocimientos internacionales siguen llegando desde todo el mundo: la Royal Society (1894); la francesa Societé de Biologie y la Real Academia Nacional de Medicina (en 1896); la Clark University, la Boston University y la University of Cambridge (en 1899); y el Premio Internacional de Moscú (1900). En noviembre de 1906 obtiene el mayor reconocimiento internacional, recibe el premio Nobel de Medicina.
Cuando Santiago Ramón y Cajal muere, el 17 de octubre de 1934, la prensa comentó: “Ha muerto el gran sabio de la medicina, el explorador de la mente”.
A Cajal se le ha llegado a considerar entre los cinco o seis científicos más determinantes de la Historia, junto a Galileo, Newton, Darwin, Pasteur o Einstein. Sin él, nuestros conocimientos sobre el cerebro y la mente humana llevarían décadas de atraso respecto a lo que actualmente conocemos. Según Sherrington (Premio Nobel en Medicina, 1932), “… si alguna vez un científico creó escuela, ese fue Cajal…”.
En octubre de 2017 la UNESCO tomó la decisión de incluir los “Archivos de Santiago Ramón y Cajal y la Escuela Española de Neurohistología” como parte del Patrimonio de la Humanidad. Sus dibujos, cargados de detalles, ayudaron a transmitir el conocimiento de sus descubrimientos; arte y ciencia se fusionaron.
¿Por qué fue tan destacado?
Cambió la técnica: Lo que permitió analizar el tejido cerebral creando métodos innovadores y revolucionarios, que serían usados por otros tantos científicos. Como aficionado a la fotografía aplicó a la histología métodos fotográficos, tanto para hacer microfotografías como para desarrollar técnicas de tinción.
Cambió las teorías: que existían hasta ese momento sobre el SNC. Fundó la neurociencia moderna. Estableció cómo se comunican las neuronas, algo básico para entender el aprendizaje, los recuerdos, las emociones, etc. Hizo ver que la mente y el alma son modos de funcionamiento del Sistema Nervioso.
Maestro de grandes maestros: Formó a otros neurocientíficos creando escuela.
Fue el único premio nobel de ciencias español que desarrolló sus investigaciones y conclusiones en España (pues Severo Ochoa desempeñó parte de su trabajo en Estados Unidos, donde tenía doble nacionalidad).
IMÁGENES: Las imágenes y fotografías de este artículo pertenecen al “Legado Cajal”, obtenidas desde la página del Ministerio de Cultura y Deportes.
BIBLIOGRAFÍA PARA SABER MÁS:
Autobiografía de Ramón y Cajal: https://cvc.cervantes.es/ciencia/cajal/cajal_recuerdos/default.htm
Baratas Díaz, Luis Alfredo (1997). La obra neuro-embriológica de Santiago Ramón y Cajal. Dynamis: Acta hispanica ad medicinae scientiarumque historiam illustrandam, ISSN 0211-9536, No. 17, 1997, págs. 259-280.
Castro Soubriet, Fernando de. “Cajal y la Escuela Neurológica Española: Quizá la más exitosa escuela científica de la Historia”. Artículo disponible en: https://aeac.science/escuela-cajal/
González Álvarez, Julio (2010). Breve Historia Del Cerebro. ISBN: 9788498921151. Editorial Crítica. Barcelona.
Ramón Alonso, José (2018). Historia del cerebro. ISBN: 9788494778681. Editorial Guadalmazán. Córdoba.