Un día como hoy, hace 16 años, se estrenaba The Room, un fenómeno cinematográfico que se presenta como pocos, y no precisamente por su maestría. Esta película ha pasado a la historia por considerarse en el imaginario popular como una de las peores jamás rodadas. Y sin embargo en ello reside la magia que la ha transformado en una película prácticamente de culto: es mala de una manera única; es tan mala que se hace irresistible.
Pero, pongámonos en contexto. La película gira en torno al personaje de Tommy Wiseau, director, escritor y productor de la misma. Wiseau crea el clásico drama romántico: un triángulo amoroso, sin intención alguna de comedia (aunque nadie lo diría). Su personaje se llama Johnny y es el típico buenazo. Su vida es aparentemente perfecta: está a punto de casarse con la mujer que ama, Lisa; su trabajo le permite llevar la vida que desea y le rodean sus más cercanos y sinceros amigos. La supuesta profundidad de su personaje hace que sea capaz de dar consejos sobre amor y sobre la vida a sus allegados, y es tan solidario que cuida de Denny, un huérfano de edad indeterminada al que desearía adoptar, el cual, por cierto, intenta meterse en la cama con Johnny y Lisa en alguna que otra escena.
Entonces la tragedia acontece: su novia le es infiel con su mejor amigo, Mark. Hasta aquí, todo parece normal; es casi un argumento de manual repetido hasta la saciedad. Pero el director no se queda aquí. Wiseau decide mezclar el argumento principal con hilarantes y surrealistas historias secundarias que no se entiende muy bien de dónde salen, hacia dónde van, ni qué papel significativo tienen en la película. Pasan cosas. Cosas como que, de repente, Denny protagonice una “brutal” escena de violencia por tener una deuda con unos camellos, pero después no se vuelva a mencionar el asunto; o la madre de Lisa, quien confiesa tener cáncer de pecho sin que aparentemente le parezca importar a nadie (ni siquiera a su propia hija); o amigos que van a casa de los protagonistas a tener relaciones sexuales cuando no hay nadie, sin que se entienda muy bien la razón, todo mezclado con un habitual uso de diálogos totalmente inconexos y muletillas que se vuelven muy divertidas.
La película gira en torno a una habitación de la cual los personajes entran y salen constantemente. Esta habitación es testigo de algunos momentos que parecen proclamarse como verdaderas manifestaciones de surrealismo cómico. Como si de Buñuel se tratara, el sinsentido se ejemplifica en detalles como que la casa esté decorada con cuadros que representan cucharas y cubertería. Sin embargo, no. No estamos hablando de Buñuel ni de una película de vanguardia francesa y, aunque Wiseau afirmase en varias ocasiones que la cubertería simbolizaba una crítica a la sociedad de consumo, lo cierto es que los propios miembros del equipo técnico explicaron que nadie se preocupó de quitar las fotos de muestra de los marcos utilizados.
Otras veces, la exageración de las escenas se hace insoportable, especialmente cuando Wiseau decide darle una importancia descomunal a los momentos de sexo entre la pareja de protagonistas, que son extrañamente explícitas gracias a los movimientos de cadera de nuestro aclamado actor. La excesiva duración de estas escenas y su ambientación y música hace que parezca que de repente estamos viendo una película porno de bajo presupuesto que desde luego hará pasar a cualquiera un momento verdaderamente incómodo.
No sólo la película es un sinsentido. Las propias acciones de Wiseau presumen de la misma actitud. Invirtió 6 millones de dólares para rodarla, presupuesto que no hace justicia al resultado final y, como no se decidía a hacer una película en celuloide o en formato digital, alquiló dos carísimos equipos y grabó la película con ambos a la vez.
Pero ¿qué hace a esta película tan maravillosa?
Sin duda alguna, su magia reside en su honestidad. The room fue engendrada como un profundo y, ante todo serio, drama amoroso; una reflexión sobre la condición humana que se inspiraba en los trabajos del alabado dramaturgo estadounidense Tennessee Williams. Es pretenciosa y egocéntrica hasta la médula. En ningún momento Wisseau se planteó hacer una película de comedia, sin embargo, para cualquiera con un poco de sentido del humor, su visualización se hará tremendamente divertida.
Nada en ella es técnicamente correcto o artísticamente convencional. Los personajes sobreactúan constantemente y, por supuesto, Tommy se lleva la palma. Su incapacidad de gesticular hace de él un personaje extraño, estático, que parece salido de otro mundo. El resto del elenco, más bien amateur, trata de aguantarse la risa ante la exageración de las escenas. Todos ellos cuentan la calamidad que fue el rodaje. Y este modus operandi se repite en los aspectos técnicos. La falta de continuidad se aprecia en uno de los detalles más divertidos de la película: la constante introducción de imágenes de relleno de la ciudad de San Francisco, que se introducen en medio de escenas inacabadas como quien no quiere la cosa. O el hecho de que, a mitad de rodaje, uno de los personajes sea sustituido por otro actor sin hacer mención a ello en ningún momento.
La película se estrenó en Los Ángeles y recibió las más demoledoras críticas. No obstante, cuando parecía no tener más futuro que el eventual, el cineasta Michael Rousselet acudió a verla. Quedó tan fascinado, se rio y la disfrutó tanto, que suplicó a sus allegados para que fueran a comprobar por sí mismos aquel inesperado fenómeno. Así comenzó la leyenda. Antes de que se retirara de la cartelera, cientos de personas se apiñaban para verla. Wiseau decidió editarla en DVD y alquiló una sala de cine para volver a proyectarla. Logró aforos completos durante meses. El fanatismo siguió creciendo hasta llegar a crear una comunidad cada vez más amplia para que la película fuese considerada una auténtica cinta de culto.
El nanar
Lo cierto es que The Room es un perfecto ejemplo de lo que los franceses llaman el nanar. Esto es, una obra de arte que está tan mal realizada y es tan mala que acaba tornándose en algo involuntariamente divertido; en una obra de arte en sí misma. Esto es lo que ocurre con nuestra película y lo que ha hecho de ella una leyenda.
La película está tan llena de disparates que se ha creado en torno a ella una serie de rituales especialmente perpetuados en Estados Unidos. Sus fans se reúnen en pases de The Room y hacen de la hora y media de metraje una fiesta constante, repitiendo diálogos, mofándose de cada escena, tirando cucharas de plástico a la pantalla, aplaudiendo, vitoreando y, sobre todo, imitando a Wiseau. Porque quien que haya visto este maravilloso film, no podrá sino amarla, y no podrá olvidar ni su característica risa ni su característico “Oh, hey, Mark!”.
Cualquiera que quiera conocer un poco más de la película, puede ver el documental de Rick Harper, Room Full of Spoons, en el que narra los entresijos del rodaje, o The Disaster Artist, película de James Franco basada en el homónimo libro de Greg Sestero (Mark, el mejor amigo de Johnny, en la película).
Pero, por encima de todo, recomendamos encarecidamente a todo aquel que no la haya visto que no pierda la oportunidad.
Realmente es un fenómeno difícil de igualar.
Referencias:
- Sergio Linfante como Queztal: Ovejas eléctricas – Por qué me gusta el arte malo, en youtube.com/watch?v=pFlW49Fv9eY
- https://www.elmundo.es/f5/2016/04/21/5717d59de2704e88708b45e3.html
- https://www.lavanguardia.com/cultura/20171228/433794128968/the-disaster-artist-rodaje-peor-pelicula-historia-cine-the-room-james-franco-tommy-wiseau.html
- https://www.apertura.com/negocios/La-millonaria-venganza-de-la-mejor-peor-pelicula-de-la-historia-de-Hollywood-20171212-0005.html
- https://www.elespanol.com/cultura/cine/20170915/246976217_0.html