Un relato del Día D: Amor en guerra

Daiana Egoscuadra y Miguel Serrano son novios y nos envían este relato de amor y guerra con motivo del día de San Valentín

Desembarco de Normandía
Fotografía del Día D, el desembarco en la playa de Normandía el 5 de junio de 1944

Querida vida:

Todo comenzó en aquel instante. Desperté en las frías y húmedas planchas de hierro de aquel barco de guerra, completamente aturdido en medio del caos incesante. Alcé la vista y pude visualizar la orilla de la playa a la cual nos dirigíamos. Por momentos el tiempo pareció ralentizarse, podía ver las balas a toda velocidad, en todas direcciones, casi formando una perfecta red de la cual no poder escapar. Los cuerpos desmembrados de los combatientes, que habían sido alcanzados por las bombas de los aviones, se acumulaban en la superficie del mar. Estos se mecían con las olas que arremetían sin piedad, que pronto se convertirían en la comidilla de algún afortunado animal.

En medio de aquella barcaza, avizoré el tan escalofriante escenario. El mar embravecido con sus aguas teñidas cual rojo carmesí, el viento pujante con una monstruosa fuerza arrasadora, el brutal oleaje a estribor y babor, los cuerpos desmoronándose uno por uno; y yo allí de pie en la calamidad. Solo pude pensar en ti. Un calor abrasador recorrió todo mi cuerpo hasta acumularse en mi pecho. Por un momento me percaté de tu presencia; pude sentirte. Nuestros corazones aún siguen unidos por el más divino de los lazos.

Casi por inercia mi cuerpo comenzó a moverse. Al llegar a la proa me lancé a las turbulentas aguas. Inmediatamente mi equipo quedó totalmente mojado, haciéndolo aún más pesado.

Debía llegar a la orilla rápidamente. Era mi única esperanza de vida: salir del agua. El camino se hacía más pesado tras cada paso, esquivando a lo que alguna vez fueron compañeros. La arena no asomaba del mar si no hasta unos metros delante de mí, y fue por momentos donde pude verte. Aparecías como fantasma sobre las piedras llamándome para darme cobijo, para resguardarme sobre tus brazos. Fueron sólo aquellas ilusiones las que me dieron fuerza, en cada pisada profunda para seguir adelante. Tu sola presencia.

La imagen fue desgarradora. Muchos de los hombres que venían conmigo yacían tumbados en el frío suelo, gritando, sosteniendo partes de su cuerpo con la poca fuerza que les quedaba. El dolor desesperante, el llanto, el llamado al descanso eterno con tal de dejar de sufrir. Me inmovilicé, quedé plasmado en cada lágrima de cada compañero que dejaba de ver.

Alcé mi arma y avance. El peso de una bala es el peso de una vida. Tras cada paso tenía que abrir camino entre mis enemigos, ¡DISPARA! ¡DISPARA! solo debo ¡DISPARAR! No existe lugar para los sentimientos en el campo de batalla. Solo son entes sin rostro, solo son blancos a los que apuntar y gatillar. No debo pensar, solo disparar. No hubo palabras entre medio, tan solo entrar y abrir paso, como una pradera llena de malezas.

La sangre de miles de personas de distintos lugares formaba un río. No había país ni límites para esa corriente roja que bajaba de las colinas. Al verlo solo recordaba el latido de tu corazón, cada pulso, como una suave melodía. En esos pequeños instantes, donde notaba tu presencia, volvía a recuperar las fuerzas para seguir adelante. 

En cada instante de batalla mi vida pasaba cual novela, una y otra vez. Los recuerdos de la primera vez que vi tu sonrisa, y esa pequeña flor que tenías sobre tu pelo. Los grandes bares con las bandas de jazz que visitábamos y los sutiles movimientos de tus dulces curvas, me dejaban inmóvil, disfrutando de cada segundo. De seguro aún llevas el tallado que pude hacer antes de partir aquella noche de verano junto al lago. Un simple recuerdo, pero que guarda muchas de las sonrisas que compartimos.

Y aunque esté en el infierno solo pienso en ti. En ti mi querida vida; en tus ojos, en tu sonrisa, tu pelo, tu olor, tu piel. Pude verte, sentir el calor de tu corazón, que por un instante logró que mis temblorosas y sucias manos llenas del olor a muerte y desesperación, se quedaran inmóviles.

Se hizo silencio de radio. Todo se calmó, las ametralladoras ya no sonaban y solo quedaban algunos gritos y cuerpos cercenados. En ese momento me di cuenta. Una formación de aviones enemigos se acercaba y yo solo seguía pensando en ti, recostado sobre los restos de un cráter de granada, con tu imagen en mi mente.

Cuando las bombas estaban cayendo solo esperaba salir del coma en el que me encontraba. Los hombres a mi alrededor corrían al resguardo, queriendo evitar lo inevitable. Fueron dos segundos en donde escuche esos silbidos de las bombas de una tonelada cayendo. Esperare despertar a tu lado mi hermosa vida; y poder acariciar a nuestro pequeño niño, que crece dentro de ti. En tu sonrisa viven mis recuerdos. 

Te amaré por siempre.

La guerra de unos pocos se volvió la sangre de muchos. 

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