Se conoce como Revolución iraní o Revolución Islámica de 1979 al proceso de movilizaciones que tuvieron lugar en Irán con el fin de derrocar a la monarquía en la persona del sah Mohammad Reza Pahlaví. El resultado fue el establecimiento de la actual República Islámica de Irán bajo una Constitución teocrática y el ascenso del ayatolá Jomeiní como ‘Líder Supremo’ de la antigua nación persa. Pero, ¿que significó este trascendental episodio para la historia de Irán y del resto del mundo islámico?
Antecedentes: interferencias de Occidente y descontento social
El territorio de Irán, tradicionalmente conocido como Persia, había estado regido bajo diferentes civilizaciones desde tiempos casi inmemoriales. Las crónicas de los orígenes del antiguo reino de Elam, situado en el suroeste de Irán, se remontan a fechas tan remotas como el 2700 a. C. si bien estos datos están cargados de leyenda. Desde el establecimiento del primer imperio, conocido como Media en torno al 625 a. C. hasta la dinastía Pahlaví en pleno siglo XX, podemos trazar un recorrido de más de 2.600 años de monarquías ininterrumpidas. Durante este período tan extenso, un evento de vital importancia fue la llegada de la religión islámica a este territorio a mediados del siglo VII d. C. Mucho más tarde, con la llegada de la dinastía safaví en el año 1501 se sustituyó la variante suní de esta confesión por el chií duodecimano, que se convertirá en la religión oficial del reino. Durante la Primera Guerra Mundial, Persia fue ocupada por las fuerzas aliadas debido a sus reservas de petróleo sumamente estratégicas. Una vez terminada la contienda, aunque Reino Unido reconoció la independencia de Persia, siguió explotando sus recursos a través de la Compañía Petrolífera Anglo-Persa (Anglo-Persian Oil Company).
Las interferencias británicas en los asuntos iraníes provocaron un sentimiento de frustración que desembocó en un golpe de estado en 1921. Poco tiempo después, quedó inaugurada la dinastía Pahlaví tras ser depuesto oficialmente el último sah Ahmad Shah de la dinastía Qayar, que había dirigido el país desde 1785. El brigadier Reza Shah Pahlaví se convirtió en el nuevo sah, quién llevó a cabo un intenso programa de modernización inspirado en la Turquía de Attaturk. Entre otras medidas, abrió la primera universidad al estilo europeo y promovió una limitada emancipación de la mujer. Esto chocará con la mentalidad de ciertos clérigos islámicos, que veían estas reformas como un peligro para la integridad religiosa. En la década de los 30, aumentó el interés de Reza Shah hacia el Tercer Reich con motivo de la contratación de técnicos alemanes para el tendido del ferrocarril. Esto provocó ciertos recelos por parte del Reino Unido que veía peligrar sus intereses en la región. En 1935, Reza Shah incluso cambió el antiguo nombre del país (Persia) por el de Irán (país de los arios) en un gesto de amistad sin precedentes hacia Adolf Hitler.
Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Irán se declaró neutral aunque era más que sospechoso de colaborar secretamente con las Potencias del Eje. Tras el comienzo de la Operación Barbarroja el 22 de junio de 1941, Reino Unido y la Unión Soviética se convirtieron en aliados. Alemania y sus socios lanzaron una ofensiva relámpago que pilló desprevenido al ejército soviético. Después de perder grandes territorios a manos de los alemanes, el estratégico ‘Corredor Persa‘ constituyó una de las principales vías de aprovisionamiento soviéticas para los suministros procedentes de Estados Unidos. Por esta razón, los Aliados decidieron invadir Irán el 25 de agosto de 1941. Debido a la desconfianza suscitada por parte de las potencias ocupantes, el 16 de septiembre Reza Shah se vio obligado a abdicar en su primogénito Mohammad Reza Pahlaví de 22 años de edad. El nuevo sah no dudó en colaborar activamente con los Aliados para asegurar su puesto. No obstante, la ocupación anglo-soviética de Irán no estuvo exenta de controversia pues uno de sus efectos colaterales fue una intensísima hambruna que provocó millones de muertes.
En 1949, el joven sah sufrió un atentado que casi le cuesta la vida. Desde entonces, siempre trató de rodearse de su guardia personal y de gente afín a su causa. A principios de la década de 1950, el gobierno iraní presidido por Mohammad Mosaddegh procedió a nacionalizar las reservas petrolíferas de Irán en contra de los intereses de la Anglo-Iranian Oil Company. Por esta razón, Reino Unido organizó un boicot a nivel mundial al petróleo iraní con el fin de ejercer presión a Irán. Tanto la administración estadounidense de Eisenhower como el gobierno británico no confiaban demasiado en Mosaddegh pues creían que este tenía influencia soviética, por lo que organizaron un golpe de estado en 1953 (golpe de estado de Mordad), apoyado por el sah Reza Pahlaví. Después de este acontecimiento, se constituyó un gobierno controlado por el general Fazlollah Zahedi lo que permitió al sah un reforzamiento de su poder bajo el beneplácito de Estados Unidos. A su vez, todos los partidarios de Mosaddegh fueron juzgados y encarcelados. No fue sino hasta muchas décadas más tarde cuando se descubrió que el golpe había sido orquestado secretamente por la CIA. Algunos analistas sugieren este hecho como el punto de arranque para el posterior derrocamiento del sah en 1979.
Mohammad Reza Pahvalí gozaba del pleno apoyo de las potencias occidentales. A partir de 1963, puso en marcha un amplio programa de reformas conocido como la ‘Revolución Blanca‘ con el objetivo de occidentalizar a la nación iraní. Esta ambiciosa transformación de Irán que fue sometida a referéndum, incluía el derecho al voto femenino, la lucha contra el analfabetismo, una mayor participación en las ganancias en la industria o la posibilidad para los no musulmanes de ocupar cargos públicos. Uno de los proyectos más ambiciosos fue la reforma agraria que buscaba una redistribución más equitativa de las tierras para los campesinos, que no obstante se encontró con la oposición firme de las clases más conservadoras. Además, poco a poco se fue abandonando la causa social de esta reforma por la búsqueda de una mayor rentabilidad y beneficios económicos. Uno de los líderes que más criticó las acciones del sah fue el ayatolá Ruhollah Jomeiní. El 3 de junio de 1963, este líder religioso pronunció un discurso incendiario contra la figura del monarca. Dos días después, Joemini fue detenido. Más tarde se produjeron una serie de disturbios sociales que dejaron centenares de muertos (Movimiento del 15 de Jordad). Jomeiní había declarado que el sah no era más que una ‘marioneta’ en manos de Estados Unidos y de Israel. Finalmente, en noviembre de 1964 fue arrestado por la SAVAK (policía del sah) y llevado al aeropuerto internacional de Teherán. Sin sospecharlo todavía, había empezado un largo exilio para el emblemático ayatolá.
En 1967, el sah se coronó como emperador de Irán en un acto de gran pomposidad y megalomanía. Por si fuera poco, en octubre de 1971 tuvieron lugar unos fastuosas ceremonias en las ruinas de la ciudad de Persépolis (antigua capital del Imperio aqueménida) para conmemorar los 2.500 años del Imperio persa. El objetivo del sah era reforzar su peculiar idea de la monarquía enlazándola con las antiguas dinastías. Para la ocasión se levantó una ciudadela en mitad del desierto con carpas y árboles traídos de Francia, con miles de aves cantoras importadas (que más tarde murieron a causa de las extremas temperaturas) y con un menú del exclusivo restaurante parisino Maxim’s. A dichas celebraciones, consideradas como las más extravagantes del siglo XX, acudieron mandatarios y altos cargos de todos los rincones del planeta. Una decisión nefasta del sah fue la retrasmisión por televisión vía satélite de toda su parafernalia lo que dejaba claro lo alejado que estaba del sentir de la mayoría de su pueblo, aquejado de severas dificultades económicas. Los exagerados costes se calcularon en torno a los 300 millones de dólares estadounidenses y contribuyeron a deteriorar en gran medida la imagen del rey persa. Además durante las fiestas, tuvo lugar una fuerte represión contra los manifestantes críticos con el sah.
Aunque la Revolución Blanca contribuyó en buena medida al progreso económico y tecnológico del país, ésta no había sido capaz de solucionar las enormes brechas sociales existentes entre la población. Además la excesiva celeridad con la que se llevaron a cabo las mencionadas reformas, la falta de libertades democráticas, las intromisiones en el poder judicial, la concentración de la riqueza procedente de las reservas petrolíferas en pocas manos, la permanencia de un sistema corrupto y represivo al servicio de los intereses de las potencias occidentales (especialmente de Estados Unidos) y la oposición de los sectores más tradicionales como el clero y los terratenientes, creó un clima de fuerte hostilidad en torno a la figura del sah. Esto se vio reforzado por el gran respeto que la mayoría de los iraníes profesaba al clero chií o Ulema. Por otro lado, la imposición de un sistema importado de Occidente totalmente ajeno chocó con las tradiciones culturales del pueblo iraní. Debido a estos contratiempos, se acabó identificando al sah con un sistema que solo beneficiaba a unos pocos privilegiados. En la década de los 70, la euforia del monarca por los altos ingresos petrolíferos desató una vorágine compradora de inversiones y tecnología extranjeras con el fin de equiparar económicamente a la población iraní con la alemana o la británica. No obstante, esta política derrochadora demostró ser desastrosa, pues Irán carecía de las infraestructuras y medios necesarios para llevar a cabo esta transformación en tan poco tiempo.
Triunfo de la Revolución
El descontento social en Irán fue en aumento. Los intentos de reforma del sah no habían dado los frutos deseados. La crisis económica, la galopante inflación y la creciente represión del SAVAK no hicieron sino acrecentar el profundo resentimiento ya existente. Para 1977, ya era más que patente el hartazgo de la población iraní por su corrupto monarca. Desde el exilio, el ayatolá Jomeiní había estado grabando casettes con encendidas proclamas con el fin de animar a la población a rebelarse contra el sah. Por otro lado, a finales de 1977 el hijo mayor de Jomeiní murió en extrañas circunstancias (la SAVAK era sospechosa de su muerte). Además, un periódico insultó a los clérigos y al propio Jomeiní, un hecho que acrecentó todavía más el descontento de este grupo religioso. Al año siguiente, empezaron a extenderse multitudinarias protestas en contra del sah por las principales ciudades del país. Para intentar proteger a su gobierno, el sah decretó la ley marcial.
El 8 de septiembre de 1978 tuvo lugar el llamado ‘Viernes Negro‘, en el que el ejército iraní disparó contra manifestantes en la plaza de Yalé (Teherán), provocando entre 80 y varios cientos de muertos (otras fuentes hablan de miles). Este trágico evento fue seguido por una huelga general masiva. La figura del sah se quedó sin apoyos internos ni externos, a la vez que aumentaba la popularidad de Jomeiní, exiliado desde 1964. El 16 de enero de 1979, Reza Pahvalí abandonó Irán por razones médicas (aunque se dijo que era por motivos vacacionales) en dirección a Egipto para ya no volver nunca más. Por contra, un triunfante Jomeiní ovacionado por más de un millón de personas, regresó a la nación persa el 1 de febrero después de pasar más de 14 años por diversos países como Turquía, Irak y Francia. Curiosamente, cuando se le acercó un conocido periodista y le preguntó qué sentía en su anhelada vuelta a Irán, la respuesta del ayatolá a través de su asistente no pudo ser más enigmática: ‘Hichi’ (Nada).
El 11 de febrero el gobierno provisional que había quedado en manos de Shapur Bajtiar, colapsó. Ese mismo día, Joeminí nombró a su primer ministro interino Medhí Bazargán. Había triunfado la Revolución Islámica. Para el ayatolá Ruhollah Jomeiní, no tenía cabida un Irán que no fuera puramente islámico y a ello se dedicaría consecuentemente el resto de su vida. Entre el 30 y 31 de marzo se celebró un referéndum para decidir el establecimiento de un nuevo estado: la República Islámica de Irán. A pesar del boicot de algunos grupos políticos, un 98% de la población votó a favor. Tras esta contundente victoria, se procedió a la redacción de una nueva constitución (la anterior era de 1906) la cual fue aprobada por otro referéndum realizado entre el 2 y el 3 de diciembre de 1979. Dicha constitución está considerada como un híbrido entre elementos teocráticos y democráticos, pues aunque en ella se especificaba que la soberanía correspondía a Dios, también se debían convocar elecciones populares para la elección del parlamento y del presidente. Otro aspecto a destacar dentro de la misma es que todos los derechos y libertades quedaban sujetos en última instancia por el Consejo de Guardianes y la figura del Líder Supremo (jefe de Estado y máxima figura religiosa) ostentada por Jomeiní. Una nueva era se abría paso en la pujante nación persa.
Mientras tanto, la suerte para el depuesto sah y su esposa Farah Pahlaví no había resultado del todo halagüeña. Tras recorrer varios países entre los que se encontraban Marruecos, las Bahamas, Ecuador y México, finalmente llegaron a Estados Unidos el 22 de octubre de 1979 donde el sah recibió tratamiento médico a causa del cáncer linfático que padecía. Para mayor desgracia, el 4 de noviembre tuvo lugar el asalto a la embajada estadounidense en Teherán por parte de estudiantes universitarios iraníes donde se tomaron 52 diplomáticos como rehenes durante 444 días. Los asaltantes pretendían canjear los rehenes estadounidenses por la extradición del sah, sin cosechar ningún éxito debido a la negativa de Estados Unidos. Hubo varios intentos de operaciones de rescate dirigidas por la administración Carter que no obstante acabaron en fracasos estrepitosos. Algunos analistas apuntan a estos fallos como una de las causas de la posterior derrota electoral de Jimmy Carter frente a su oponente Ronald Reagan. A pesar de que Estados Unidos no entregó al sah a las autoridades iraníes, este se vio obligado a abandonar el país para recalar en Panamá y posteriormente Egipto, donde murió el 27 de julio de 1980 a los 60 años de edad. Junto a él se enterraba una institución que se remontaba a tiempos ancestrales.
Guerra de Irak-Irán (1980-1988)
La recién estrenada República Islámica de Irán pronto tuvo que hacer frente a desafíos imprevistos. No pocos países pensaron que el nuevo régimen no duraría demasiado. Se equivocaron. Entre los que compartían esta errónea opinión se encontraba el líder de Irak, Sadam Hussein, quien procedió a la invasión de Irán en 1980 debido a un litigio fronterizo sin resolver entre los dos países. Es de destacar que en esta contienda Irak siempre presentó una clara desventaja demográfica frente a su rival. Debido a esta eventualidad, Sadam Hussein no dudó en emplear armas químicas contra las tropas iraníes y los civiles kurdos. Esta cruenta guerra se caracterizó por el uso de tácticas similares a la Primera Guerra Mundial como trincheras, ametralladoras, cargas de bayoneta, gas mostaza y gas sarín. Después de ocho años casi interminables, el conflicto entre Irán e Irak terminó en tablas gracias a la mediación de la ONU con un balance de más de 500.000 víctimas entre muertos y heridos por cada bando y con unas pérdidas económicas incalculables para ambos países. Las fronteras quedaron igual que antes de iniciarse las hostilidades.
Trascendencia de la Revolución
El 3 de junio de 1989 el líder espiritual que había inspirado la Revolución Islámica, el ayatolá Jomeiní, falleció. Tras su muerte, el puesto de Líder Supremo fue ocupado por el ayatolá Alí Jamenei. La Revolución Islámica supuso un punto de inflexión para la historia de Irán y del resto del mundo islámico. La caída de la monarquía bajo la figura del sah de Persia provocó el establecimiento de un régimen de corte teocrático inspirado en los preceptos de la ley islámica o sharía. Este cambio demostró que los procesos de secularización podían ser revertidos y que la religión seguía teniendo un peso muy importante especialmente en las sociedades islámicas. Se dictaron leyes que restringían actividades como festejar, cantar, beber, vestir o incluso escuchar música. En el caso de las mujeres, el velo integral volvió a ser una prenda obligatoria y fueron consideradas como ciudadanas de segunda. Las minorías religiosas también fueron marginadas de la vida pública.
La ‘democracia’ que se instauró en Irán resultó cuanto menos problemática. Todos los candidatos a presidente (siempre masculinos) debían de pasar antes por el exhaustivo filtro del Consejo de Guardianes (expertos en la ley islámica) y del Líder Supremo, figura irrevocable que se consideraba inspirada por el mismísimo profeta Mahoma. Debido a sus poderes excepcionales contemplados en la Constitución, cualquier atisbo de desobediencia hacia el Líder Supremo podía ser interpretado como un acto deliberado en contra del mismo Dios. Por otro lado, tras el triunfo de la revolución, se llevó a cabo una intensa purga en las universidades y en la administración. Muchos periódicos fueron clausurados. Así mismo, las consecuencias de la revolución para Occidente fueron traumáticas, pues cambiaron abruptamente el tablero geopolítico de Oriente Medio. Irán había dejado de ser un aliado estratégico. Actualmente, no han sido pocos los encontronazos con diversos países occidentales a raíz del cuestionado programa nuclear iraní y del eterno conflicto israelí-palestino.
Bibliografía
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