No es una pregunta sobre su ubicación geográfica, tampoco es geopolítica. De hecho, el 77% del territorio del país se encuentra en el continente asiático, y la mayor cantidad de habitantes en la parte europea, el 75% de los rusos vive en esta zona. Hay muchos hitos que señalan la frontera entre Europa y Asia, alrededor de cincuenta, pero muchos de ellos pueden aumentar la confusión.
¿Asia o Europa? El eterno dilema de Rusia
El obelisco «Europa-Asia», de Oremburgo, que se encuentra a 1.400 km al este de Moscú, se levantó cuando se pensaba que el río Ural separaba las dos partes, lo cual es un error. Existía un consenso generalizado que entendían que la parte oriental de los montes Urales, establecía la frontera entre Europa y Asia. En la parte asiática la densidad de la población es de 2 personas por km2. Las dos ciudades más grandes Moscú y San Petersburgo, están en la zona europea, y la mayor parte de los recursos naturales en la asiática.
Como se señaló anteriormente, la pregunta no es geográfica, la pregunta es si Rusia es histórica, social, étnica, cultural y políticamente europea o asiática. Lo mismo cuando se habla de «Occidente», y que en estos días se han abierto nuevos debates sobre lo que ese concepto comprende, discusiones iniciadas por marxistas. Tema que no vamos a desarrollar aquí, sino en otro momento.
Rusia se ha mantenido oscilando entre el racionalismo europeo y la irracionalidad asiática, la dominación de los tártaros asiáticos y su firme adhesión a la Iglesia bizantina alejaron a Rusia de la evolución histórica occidental. A mediados del siglo XIII, los rusos sufrieron la invasión mongola encabezada por Betú Kan (nieto de Gengis Kan) que sometió a Rusia por dos siglos y medio.
Muchos príncipes rusos conservaron su poder, ya que los mongoles no ejercían el poder absoluto sobre Rusia, lo que disponían era de un control centralizado a través de los príncipes rusos, y trataron de mantener un eficiente sistema burocrático de recaudación de impuestos. El impuesto se cobraba por cabeza y no por familia, por tanto, los mongoles tenían un conocimiento poblacional, se podría decir, que fue el primer censo ruso, llevado a cabo por los mongoles.
Fueron estos hechos políticos y no culturales, como la ocupación mongola o la dominación de los kanes, aunque no la única, pero si muy importante para explicar lo que separó a Rusia de Europa, lo que impidió que Rusia participara de los grandes acontecimientos que marcaron el desarrollo histórico europeo, como el Renacimiento y la Reforma. Esta hipótesis es suscripta por numerosos historiadores rusos, como Nikolái Karamazin, fundador de la escuela histórica rusa.
También en el campo político es importante el predominio de la herencia bizantina, que condicionó el desarrollo del país. Durante la Edad Media, Rusia, que pertenecía al universo cultural bizantino se mantuvo separada de Europa, es decir, por un lado, el cisma religioso y la otra la invasión tártara. Finalizando el siglo XV, Rusia se independiza del yugo tártaro e inmediatamente todos sus territorios se unen bajo la corona de Moscú, se consolidan como potencia terrestre (no talasocrática) y se convierten en un imperio.
Esta nueva Rusia entabló relaciones con muchos de los reinos de la Europa occidental, pero fue en el año 1648, durante el reinado del zar Alexis Mijáilovich, cuando Rusia se incorporó por primera vez al panorama europeo interviniendo como garante de la paz de Westfalia. En el siglo XVIII, Pedro el Grande y Catalina la Grande, hicieron lo imposible para incorporar a Rusia al mundo intelectual, pero encontraron una fuerte resistencia en la sociedad y en los intelectuales. Es decir, tanto de los eslavófilos como en los populistas.
La llegada del Imperio ruso
Pedro I el Grande, (1672-1725) emprendió una transformación de la sociedad rusa a la imagen y semejanza de los países protestantes del norte de Europa. Pedro deseaba incorporar las modernizaciones emprendidas por los europeos. Estas reformas surtieron efectos y Rusia se abrió en el siglo siguiente, a países como Francia, Alemania y en menor grado a Inglaterra e Italia. Pero estas políticas no calaron en el pueblo que se mantenía apegado a la tradición cultural rusa.
Rusia vivió el enfrentamiento entre dos grupos en el siglo XIX, por la pertenencia a Europa o a Asia, estos intelectuales se dividieron entre occidentalistas y eslavófilos. Los eslavófilos idealizaban el atraso de la «Santa Madre Rusia» y lo consideraban una ventaja sobre «el Occidente podrido», el mismo discurso ejercido en nuestros días por Vladímir Putin. Oponían la mística de la autocracia y de la religión ortodoxa al racionalismo, a las ciencias y a la democracia, a las que culpaban de la decadencia europea.
Los intelectuales y las clases políticas rusas, nunca tuvieron en claro su lugar en el mundo, si pertenecían a Oriente o a Occidente, esa ambivalencia y una suerte de sentimiento de envidia y resentimiento siempre acompañó a los rusos, así fue antes y aún continúa con mucha fuerza. Cuando Pedro el Grande fundó San Petersburgo, en 1703, era su «ventana a Occidente» las clases cultas miraban a Europa como su ideal de progreso e ilustración. Los occidentalistas de Rusia buscaban siempre la aprobación de Europa y ser reconocidos como iguales.
San Petersburgo era, como un proyecto utópico que pretendía inventar al ruso como europeo. Pedro obligó a los aristócratas a afeitarse aquellas barbas «rusas» (señal de devoción en la fe ortodoxa), copiar la forma de vestir occidental, construir palacios con fachadas clásicas y adoptar las costumbres y los hábitos europeos, incluida la integración de la mujer en la sociedad. A comienzos del siglo XIX, gran parte de la nobleza hablaba el francés mejor que el propio ruso.
Pero cuando viajaban a Europa occidental, eran conscientes de que se los trataba como inferiores. En sus «Cartas de un viajero ruso», Karamazin logra transmitir la inseguridad que a muchos rusos les producía su identidad europea. Dondequiera que fuera, había de recordar la imagen atrasada de Rusia que anidaba en la mente de los europeos. De camino a Königsberg, a dos alemanes les «sorprendió comprobar que un ruso pudiera hablar lenguas extranjeras».
En Leipzig, los profesores se referían a los rusos como «bárbaros» y no podían creer que tuvieran sus propios escritores. Los franceses eran aún peores, pues a su condescendencia hacia los rusos como estudiantes de su cultura había que sumar su desprecio por ellos como «monos que solo saben imitar».
El escritor, filósofo socialista y emigrante ruso en París Aleksander Herzen (1812-70) escribió: «Nuestra actitud hacia Europa y hacia los europeos sigue siendo la de los provincianos hacia los moradores de la capital: nos mostramos serviles y sumisos, consideramos cualquier diferencia como un defecto, nos avergonzamos de nuestras peculiaridades y tratamos de ocultarlas».
Ese complejo de inferioridad suscitaba sentimientos de envidia y resentimiento hacia Occidente que iban siempre de la mano: en todo ruso culto convivían un eslavófilo y un occidentalista. Si Rusia no podía convertirse en parte de «Europa» en pie de igualdad, había quienes estaban dispuestos a alegar que debía enorgullecerse de ser «diferente».
Los eslavófilos surgieron como grupo en la década de 1830, con sus famosas disputas públicas con los occidentalistas, pero tenían su origen en la reacción nacionalista a la imitación ciega de la cultura europea, así como a la invasión francesa de Rusia en 1812. Los horrores de la Revolución francesa llevaron a los eslavófilos a rechazar la cultura universal de la Ilustración y a ensalzar, en su lugar, las tradiciones autóctonas que caracterizaban a Rusia y la distinguían de Occidente.
Idealizaron al pueblo llano y las costumbres patriarcales de la vida rural, como genuino deposito del carácter nacional. Fervientes defensores del ideal ortodoxo, sostenían que el ruso se definía por el sacrificio y la humildad cristianos. Una comunidad espiritual en contraposición a los estados laicos de Europa Occidental, basados en la ley. Moscú, estaba considerada como una capital más «rusa», más próxima a las costumbres de las provincias, en comparación con San Petersburgo.
La eslavofilia era un concepto cultural, un modo de hablar y de vestir (al estilo ruso), una forma de concebir a Rusia en relación con el mundo. Una noción que compartían, entre los que podemos citar a los escritores Dostoyevski (1821-81) y Aleksander Solzhenitsyn (1918-2008) era la idea de un «alma rusa» especial, un principio genuinamente «ruso» de amor cristiano, virtud desinteresada y abnegación, que hacía a Rusia distinta de Occidente y espiritualmente superior a este.
Ideas como estas estuvieron presentes en la política exterior de Nicolás I (1825-1855). Nicolás era un defensor de los principios autocráticos: creó la policía política, endureció la censura, intentó aislar a Rusia del sistema democrático de los europeos y envió a sus ejércitos a aplastar los movimientos revolucionarios en Europa.
El zar Nicolas I, identificaba la defensa de la religión ortodoxa fuera de las fronteras de Rusia con la promoción de los intereses nacionales rusos. Hizo suya la causa griega en Tierra Santa contra las pretensiones rivales de los católicos de controlar los lugares sagrados, lo cual lo llevó a un prolongado conflicto con los franceses.
Movilizó a sus ejércitos para defender a los eslavos ortodoxos que se encontraban bajo el dominio otomano en los Balcanes. El objetivo era mantener la debilidad y la división del Imperio turco y, contando con la ayuda de la poderosa armada rusa en Crimea, controlar el mar Negro y el acceso a través de los estrechos, muy importante para comunicar el Mediterráneo con Oriente Próximo.
La Guerra de Crimea (1853-1856)
Todo este tipo de políticas imprudentes llevarían a la guerra de Crimea en 1853-1856. Se puede decir que la guerra se inicia con la invasión rusa de los principados turcos de Moldavia y Valaquia (más o menos la actual Rumanía), donde los rusos contaban con el apoyo de los serbios ortodoxos y los búlgaros.
Nicolás I, mientras meditaba sobre la posibilidad de lanzar la invasión, ya que era posible la ayuda de las potencias europeas a Turquía, recibió un memorándum redactado por el ideólogo paneslavo Mijaíl Pogodin, profesor de la Universidad de Moscú y fundador de la prestigiosa revista Moskvitianin (Moscovita). El memorándum versaba sobre las relaciones rusas con las potencias europeas.
Como era de esperar el paper contenía quejas contra las potencias de Occidente, por lo que Nicolás I hizo causa común con Pogodin. Rusia era la protectora de los ortodoxos y no era reconocida, sin embargo, estaba siendo tratada de manera injusta por los europeos. Al zar Nicolás I, le encantó el siguiente fragmento, en la que Pogodin describía el doble rasero empleado por los europeos, que prohibía defender a Rusia a sus correligionarios en otros lugares:
«Francia arrebata Argelia a Turquía. 1- y casi todos los años Inglaterra se anexiona otro principado de India: nada de todo eso perturba el equilibrio de poder, pero cuando Rusia ocupa Moldavia y Valaquia, aunque solo provisionalmente, eso altera el equilibrio de poder. Francia ocupa Roma y permanece allí varios años en época de paz. 2-: eso no significa nada, pero basta con que Rusia piense en ocupar Constantinopla para que la paz de Europa se vea amenazada. Los ingleses declaran la guerra a los chinos. 3-, que, según parece, los han ofendido: nadie tiene derecho a intervenir, pero Rusia se ve obligada a pedir permiso a Europa para pelearse con su vecino. Inglaterra amenaza a Grecia con apoyar las falsas pretensiones de un miserable judío y quema su flota. 4-: esa es una acción legítima, pero Rusia exige un tratado para proteger a millones de cristianos y se considera que eso fortalece su posición en Oriente a expensas del equilibrio de poder. No podemos esperar de Occidente otra cosa que no sea mala intención y un odio ciego, que no entiende ni quiere entender (comentario de Nicolás I en el margen: “Esta es exactamente la cuestión”).»
Pogodin animaba a Nicolás I, luego de avivar el resentimiento del zar, a actuar contra Europa para defender a los ortodoxos y promover los intereses de Rusia en los Balcanes, siguiendo solo su conciencia ante Dios:
«¿Quiénes son nuestros aliados en Europa? (comentario de Nicolás: “Nadie, y no los necesitamos, si ponemos nuestra confianza en Dios, de forma incondicional y de buen grado”). Nuestros únicos aliados verdaderos en Europa son los eslavos, nuestros hermanos de sangre, lenguaje, historia y fe, y hay diez millones de ellos en Turquía y millones en Austria… Los eslavos turcos podrían proporcionarnos más de doscientos mil soldados, ¡y qué soldados! Y eso sin contar a los croatas, dálmatas y eslovenos, etcétera (comentario de Nicolás: “Una exageración: si se reduce esa cifra a la décima parte, será cierto”) … Al declararnos la guerra, los turcos han destruido todos los viejos tratados que definían nuestras relaciones, así que ahora podemos exigir la liberación de los eslavos y lograr ese objetivo por medio de una guerra, ya que ellos mismos han elegido la guerra (comentario de Nicolás: “Eso es cierto”).
Si no liberamos a los eslavos y los ponemos bajo nuestra protección, nuestros enemigos, los ingleses y los franceses… lo harán en nuestro lugar. En Serbia, Bulgaria y Bosnia, están activos entre los eslavos, con sus partidos occidentales y, si tienen éxito, ¿en qué posición quedaremos nosotros? (comentario de Nicolás: “Absolutamente cierto”).
¡Sí! Si no aprovechamos esta oportunidad favorable, si sacrificamos a los eslavos y traicionamos sus esperanzas, o permitimos que su destino sea decidido por otras potencias, entonces no solo habremos puesto en contra nuestra a una lunática Polonia, sino a diez (que es lo que desean nuestros enemigos y en eso trabajan para lograrlo) (comentario de Nicolás: “Así es”).»
Rusia mantenía la firme convicción de que debía intervenir en los Balcanes, ya que si no lo hacían ellos lo harían las potencias europeas, por tanto, era inevitable el conflicto de intereses, estaban en juego los valores de Rusia contra los de Occidente. La expansión del dominio de las potencias europeas significaba libertad, valores liberales, libre comercio, tolerancia religiosa, entre otras cosas.
La represión llevada a cabo por el zar en las revoluciones polaca (1830-31) y húngara (1848-49), aumentó considerablemente la dialéctica entre las libertades europeas y la tiranía rusa (como se había establecido) que, a la larga, acabaría en la alianza de Europa contra Rusia (Gran Bretaña, Francia, Piamonte-Cerdeña) durante la guerra de Crimea. El revés de los rusos en la guerra de Crimea alimentó un profundo resentimiento hacia Europa. Los aliados no consideraban a Rusia como potencia europea sino como una potencia semiasiática.
La derrota rusa en la Guerra de Crimea y sus consecuencias
Luego de la derrota en Crimea, los planes imperiales rusos se encaminaron en dirección a Asia. El zar Alejandro II (1855-81) pensaba que el destino de Rusia era ser la principal potencia europea en Asia, y que solo Gran Bretaña se interponía en su camino. La gran desconfianza que mantenía Rusia con Gran Bretaña por la supremacía de Asia, luego de la guerra de Crimea, marcaría la política rusa en el llamado «Gran Juego», en su competencia imperial de Asia Central en las últimas décadas del siglo XIX.
La conquista rusa de Asia central a partir de la década de 1860 reafirmó la idea de que el destino de Rusia no estaba en Europa, como habían supuesto durante tanto tiempo, sino más bien en Oriente. En 1881, Dostoyevski escribió:
«Rusia no solo está en Europa, sino también en Asia. Hemos de desterrar ese miedo servil a que Europa nos llame bárbaros asiáticos y decir que somos más asiáticos que europeos. Esa equivocada visión de nosotros mismos como exclusivamente europeos y no asiáticos (algo que nunca hemos dejado de ser) nos ha costado muy cara a lo largo de estos dos siglos, y hemos pagado por ello con la pérdida de nuestra independencia espiritual. Resulta difícil para nosotros apartarnos de nuestra ventana a Europa, pero ese es nuestro destino… Cuando volvamos la vista hacia Asia, con nuestro nuevo concepto de ella, es posible que nos ocurra algo parecido a lo que le sucedió a Europa cuando se descubrió América. Pues, en verdad, Asia para nosotros es esa misma América que aún no hemos descubierto. Con nuestro salto a Asia, nuestro espíritu y nuestra fuerza resurgirán de nuevo… En Europa éramos rémoras y esclavos, mientras que en Asia seremos los amos. En Europa éramos tártaros, mientras que en Asia podemos ser europeos.»
Los eslavófilos creían que Rusia debería basarse en su herencia única (tradiciones, cristianismo ortodoxo, vida rural), mientras que los occidentalistas apoyaban el individualismo y una modernización al estilo europeo. Esta cuestión entró en impasse durante las revoluciones rusas de 1917, cuando los bolcheviques tomaron el poder, pero los debates entre occidentalistas y los eslavófilos, adquiere mayor vigencia en nuestros días, ahora bajo el nombre de eurasianismo.
El eslavófilo y populista Pierre Tchadaieff, escribió en 1840:
«Nosotros somos los niños mimados del Oriente. ¿Qué necesidad tenemos de Occidente? ¿Es que el Occidente es la patria de la ciencia y de todas las cosas profundas? Es del Oriente que nosotros tocamos por todas partes, de donde nosotros hace poco tiempo hemos sacado nuestras creencias, nuestras leyes, nuestras virtudes… El viejo Oriente se va… ¡No somos nosotros sus naturales herederos! Es en nosotros donde van en adelante van a perpetuarse esas admirables tradiciones, donde van a realizarse todas esas grandes y misteriosas verdades cuyo depósito le fue confiado desde el origen de las cosas.»
El teórico del paneslavismo Nikolái Danilevsky y precursor de las filosofías de la historia de Oswald Spengler y Arnold J. Toynbee, decía:
«El genio ruso está en las antípodas del genio europeo. Rusia, al hacerse europea, ha caído en un lazo. Desde que gravita en la órbita de Europa, ella obedece con servilismo a las guías de ese continente que le han dado orden de occidentalizar el Asia en su provecho.»
Otro tanto podemos decir de Dostoievski, quien proponía luchar contra la traslación mecánica de las formas de sociedades europeas: «Sería útil para Rusia olvidar por algún tiempo a Petersburgo y hacer volver nuestra mirada hacia Oriente». Poco antes de su muerte dijo: «Dadnos el Asia y no crearemos ninguna dificultad a Europa. Si quisiéramos dedicarnos a la organización de nuestra Asia, veríamos en nuestro país un gran renacimiento nacional». En su Diario de 1881, pensaba que había llegado el momento de volverse hacia Asia: «En Europa éramos parias y esclavos, pero en Asia seremos europeos».
Bajo la influencia de los paneslavistas, de Danilevsky, y de Dostoievski, aparecieron movimientos que duraron hasta las primeras décadas del siglo XX, incluso hasta después de la revolución de 1917, como el eurasismo, eurasiatismo o eurasianismo, que originalmente fue creado antes de 1917, movimiento acompañado de filósofos, etnógrafos e historiadores.
El eurasianismo como una corriente intelectual surgió en los años 20 del pasado siglo entre los intelectuales rusos emigrados tras la revolución bolchevique. Su iniciador fue el príncipe Nikolái Serguéievich Trubetskói, catedrático de Filología Eslava en la Universidad de Viena y seguidor de las ideas paneslavistas de Nikolái Danilevsky.
Numerosos intelectuales rusos que no aceptaban la pertenencia al mundo occidental, sostenían que Rusia había abrazado valores de distintas culturas y no de una en exclusiva. El historiador ruso, Lev Gumilev, perteneciente al bando euroasianista, es decir, los que sostienen que Rusia es tanto europea como asiática, dijo: «Rusia es un país singular que une elementos tanto de Occidente como de Oriente».
Aleksander Aleksándrovich Blok nació en 1880, en San Petersburgo. Fue un poeta simbolista ruso que la revolución de 1917 le trajo nuevas esperanzas, pero muy pronto se sentiría frustrado por el régimen comunista. Alexander Blok, en medio de la desazón dijo: «No somos europeos ya que Europa nunca nos abrazará». El mismo Blok escribiría un poema titulado, Escitas, dirigido a los europeos que niegan que Rusia sea parte de Europa, atacando a Occidente y mostrando el rostro asiático de la revolución de 1917.
«Sí, somos escitas, sí, somos asiáticos, con rasgados y codiciosos ojos. Intenta atraparnos».
Aunque Blok, en el mismo poema Blok llama a la unidad entre los rusos y sus vecinos europeos, «¡Camaradas, seamos hermanos!», no se está refiriendo a los europeos en general. Ya que tanto el eurasismo como el escitismo, movimiento reivindicador de los pueblos escitas, sostenían que los eslavos y los asiáticos cercanos a ellos, debían suplantar la cultura romana y germánica, que se encontraba en decadencia (lo mismo que sostienen los rusófilos y Putin) y que Rusia tenía reservada una misión universal.
Los escitas
El movimiento de los escitas, fue iniciado por el crítico Ivanov Razumnik, y que sumó a su grupo a pensadores como Gershenzon, poetas como André Biely, Sergei Esenin y el nombrado Aleksander Blok.
Los escitas fueron un grupo de indoeuropeos, pueblos de Eurasia, en gran parte fueron nómadas. A finales del siglo VI a.C. los griegos que atravesaron el Bósforo para establecer varias colonias en la costa septentrional del mar Negro, tomaron contacto con un pueblo guerrero que ocupaban las estepas que hoy constituyen Ucrania y el sur de Rusia.
El historiador griego Heródoto, recogió numerosas referencias e historias de esos hombres «de ojos azules y cabello color de fuego», jinetes invencibles, maestros en el manejo del arco y con costumbres tan inquietantes como la de beberse la sangre del primer enemigo que abatían y recoger las cabezas de sus rivales muertos para ofrecérselas a su rey.
Sobre los orígenes de los escitas, Heródoto recogía un relato que al parecer aún corría en su época, el siglo V a.C., pero era un mito sin base histórica, hoy sabemos, desde un punto de vista étnico y lingüístico, que los escitas eran indoeuropeos, pertenecientes al grupo nordiranio, emparentados con otros pueblos nómadas de Asia, como los sármatas, los masagetas y los sacios.
Los escitas desafiaron a los mayores imperios existentes en Mesopotamia y crearon una monarquía que tuvo un destacado papel histórico hasta su declive y desaparición del reino escita en el siglo II a.C. A partir de entonces, las informaciones sobre los escitas se fueron desvaneciendo, hasta que se les pierde totalmente la pista. El término «escita» a veces designa en sentido estricto sólo a aquellos escitas del Mar Negro que luego forman un subgrupo distinto entre los pueblos escitas, pero los griegos también usaron el término para nombrar a todas las poblaciones escitas de Asia.
La identidad de Rusia y el eurasianismo
Si bien es cierto, que las elites rusas importaron a Maquiavelo, Locke, Descartes, Rousseau, Aristóteles y Schelling, y los estilos arquitectónicos del Renacimiento, del Barroco, del clasicismo y del romanticismo, la poesía de Dante y de Byron. De hecho, no existía un país europeo concreto, solo un eclecticismo, solo un modelo conceptual y no una sociedad real.
Una Europa imaginaria cuyos valores trataban de aceptarlas como propios, de ahí que el contacto con la auténtica Europa decepcionara tanto a los intelectuales como a la clase gobernante que viajaba por este continente. Toda la arquitectura levantada en San Petersburgo y otras ciudades, solo era para la monarquía y ahora para el turismo.
La revolución rusa bolchevique contribuyó a la propagación del eurasianismo, estas ideas tienen mayor fuerza como reacción a la exclusión de Rusia del concierto de las potencias continentales. Es también el momento en que por primera vez los rusos reclaman su herencia asiática alejado del pensamiento europeo.
Aunque otros sostienen, como el profesor de historia política, Alexander Semionov, «el eurasianismo es un fenómeno relacionado con la Segunda Guerra Mundial, el colapso de los imperios, las migraciones por causas políticas. Es fácil interpretar esta ideología como antieuropea, y en parte lo fue, pero para mí, lo más importante de este movimiento es la crítica a la idea de progreso, el universalismo cultural y la democracia liberal. En este sentido, los primeros eurasianistas eran tan anti-europeos como Karl Marx o Pierre Proudhon».
En el mismo sentido va Pavel Zarifullin, director del Centro Lev Gumilev: «yo sí creo que los primeros eurasianistas eran antieuropeos, aunque lo paradójico es que todos ellos vivían en Europa, en Praga, en París, en Viena, y recibían financiación de filántropos británicos».
Leonid Savin, redactor jefe de la revista Geopolítica, eurasianista, compañero de Alexander Dugin, está en desacuerdo. Savin sostiene que «las primeras ideas eurasiáticas no eran antieuropeas, sino que hablaban de Rusia y Eurasia como un mundo original, que no es ni Europa ni Asia. Lo único antieuropeo que tenía era la crítica a la cultura romano-germana», y añade «la tradición antieuropea en Rusia está más ligada a los eslavófilos».
Esos grupos de intelectuales en el exilio por el comunismo soviético, sostenían que Rusia no pertenecía ni a Europa ni a Asia, para ellos Rusia era una unidad geográfica, histórica y cultural que no pertenecía a ninguno de los dos continentes. Este territorio sui generis, siempre estuvo unido, tanto por el dominio de los jázaros, los mongoles o los rusos, y se explicaba por solidas razones de índole económicas, culturales y políticas.
La manera de alcanzar el bienestar económico y la independencia política era mantenerse fuera del modelo económico de los países marítimos, reorganizando el enorme espacio euroasiático convirtiéndolo en un enorme mercado interno. Curiosamente ese espacio fue desarrollado por los bolcheviques.
Ese espacio requería un Estado fuerte y centralizado, a diferencia del oeste europeo, pero respetando las prácticas y tradiciones de los pueblos de Eurasia. Para ello era necesario un Estado que, además de su herencia bizantina también la mongola, desechara totalmente el modelo romano-germánico. Dentro de este movimiento conviven postulados fascistas y otros que desean una autarquía económica y el aislamiento cultural.
Tras el derrumbe de la Unión Soviética y la perdida de territorio, ha llegado el momento de construir su propia identidad. Porque el fin de la URSS arrastró tras de sí no solo la perdida territorial, recursos y población, sino la identidad imperial.
La desintegración de todo lo que los rusos se habían acostumbrado a lo largo de los siglos, dio lugar a un nacionalismo ruso que bebía de la fuente de una autocracia y un imperio, y al mismo tiempo, del sentimiento popular de compartir un territorio, la ortodoxia y la lengua eslava. Entre los ideólogos que intentaron encontrar la nueva identidad rusa, encontramos a Yevgueni Primakov, Guennadi Ziugánov, Alexander Dugin y Dimitri Trenin.
Yevgueni Primakov, ejerció como titular de exteriores en 1996, y luego como primer ministro en 1998, siguiendo inicialmente la línea idealista de Yeltsin, terminó junto a la alternativa «autárquica» que propugnaba el líder del Partido Comunista Guennadi Ziugánov. Su objetivo fue promover el multilateralismo, mejorar las relaciones con potencias regionales como China, India, Irán, Turquía, y recuperar la influencia en las ex repúblicas soviéticas, ya sea de manera bilateral o en organismos regionales. Primakov fue opositor a la expansión de la OTAN y criticó abiertamente su actuación en la guerra de Yugoslavia. Su política fue conocida como «Doctrina Primakov».
Aleksander Dugin considera a Rusia como un imperio, un gran Estado multiétnico y multireligioso en cooperación con sus «imperios» vecinos: Alemania, Irán y Japón. La cooperación con estos tres imperios permitirá a Rusia neutralizar a Rusia de las ambiciones de China y Estados Unidos.
Dugin es un geopolítico, en el sentido clásico, tanto para él como para el polaco-americano, Brzezinski y el británico Mackinder, el centro del mundo es Eurasia y quien controle el corazón de Eurasia controlará el mundo. Su libro (o su biblia) es un mamotreto de 1000 páginas, que se puede refutar punto por punto, «The Essentials of geopolitics. Thinking spatially», donde sienta las bases del eurasianismo moderno.
Mucho se habló sobre Dugin. Se llegó a decir que era el filósofo de Putin, a decir verdad, Dugin no es filósofo, es un simple panfletero que estuvo en Buenos Aires, defendiendo la nación étnica de los mapuches en contra de la nación política Argentina y de Chile. Después de la invasión de Putin a Ucrania, Rusia quedará como un simple peón de China, la realidad se burla de los ideólogos.
Dimitri Trenin, en su libro «The End of Eurasia», el analista del Carnegie Centre reconoce la irremediable pérdida de poder de Rusia y aboga por la adopción de las normas occidentales: «Un país europeo en Europa y en Asia no es lo mismo que un país eurasiático. El eurasianismo es un callejón sin salida: una aspiración pretenciosa y una innecesaria barrera entre Europa y Rusia, sin hacer nada, además, por reforzar la posición de Rusia en Asia».
Según Trenin, la nueva Federación de Rusia no será capaz de escapar del viejo modelo político sin poner en peligro su integridad territorial. En un Estado post-imperial como Rusia, las fronteras, su capa cortical, están íntimamente ligadas con la naturaleza política del régimen, con su estructura como Estado y con su estrategia.
El nuevo eurasianismo mezcla postulados de Gumilev y eslavófilos con imperialismo y bolchevismo, dando como consecuencia una paradójica defensa del nacionalismo ruso al mismo tiempo que de la defensa de los pueblos, por lo que cae en la contradicción. Eso sí, muy popularizado y ponderado por los neofascistas y neonazis del mundo.
«Salud y prosperidad, un Estado fuerte y eficiencia económica, un ejército fuerte y el desarrollo de la producción deben de ser los instrumentos para alcanzar grandes ideales. Rusia-Eurasia, por ser la expresión de estepas y bosques de dimensión imperial y continental, requiere sus propias pautas de liderazgo. Esto significa: ética de responsabilidad colectiva, autocontrol, ayuda recíproca, ascetismo, ambición y tenacidad. Sólo estas cualidades permitirán mantener el control sobre las amplias e inhabitadas tierras de Eurasia. La clase gobernante de Eurasia fue formada sobre una base de colectivismo, ascetismo, virtudes guerreras y rígida jerarquía.»
A. Dugin
Eso es, justamente, lo que está ocurriendo en la invasión rusa. Lo que realmente se ve en Rusia y otros países del mundo oriental, como China, es que no existe, lo que llamamos en el materialismo político, la capa conjuntiva ascendente. No es posible la existencia de las organizaciones intermedias, solo existe la capa conjuntiva descendente, que se impone férreamente y con violencia, por ello es posible el adoctrinamiento y la falta de libertades, y la oposición a la política represiva del gobierno.
Bibliografía:
Dostoievski F. Diario de un escritor. Edición de Paul Viejo.
Vandalkouskaya M. G. Ciencia histórica de la emigración rusa.
Nikolái Danilevsky. Russia and Europe. (1871)
Nikolái Karamazin. Cartas de un viajero ruso (1790)
Heródoto. Libro IV, epígrafe XI. Gredos.
Blok Aleksander. Escitas. Poema lírico de 1915.
Russia Beyond.
Gumilev Lev N. Obras históricas y filosóficas del príncipe N. S. Trubetskói.
Dugin Aleksander. The foundations of geopolitics: the geopolitical future of Russia.
Dimitri Trenin. The end of Eurasia. Carnegie endowment for int’l peace. (2002)