En un artículo anterior, analicé las ideas sobre la mujeres de Sabino Policarpo de Arana y Goiri (1865-1903). La teoría. En este artículo, se pretende hacer lo mismo con la práctica.
Para ello, hay que recordar que el extremado nacionalismo de Arana condicionaba cualquier palabra y obra. También su religiosidad, que para él era más importante que el nacionalismo, pero que estaba subordinada a su racismo (baste recordar, como ejemplo, lo que predicaba del prójimo, que no fuera nacionalista). Hay que partir del hecho de que Arana identificaba nación con raza. Como no había todavía estudios científicos sobre la raza vasca (ni siquiera se conocían los grupos sanguíneos, por lo que nadie podía hablar del Rh negativo de los vascos), Sabino de Arana utilizaba los apellidos para clasificar a los vascos:
“¡Cuántos maketos hay que no sólo han pasado por bizkainos, sino que han figurado en el gobierno y administración de nuestra Patria!, no obstante, ¡aún hay necios que se ríen de la distinción que hacemos de los apellidos! El apellido es el sello de la raza; si un apellido es euskérico, euskeriano es el que lo lleva; si es maketo, maketo es su poseedor. No hay más que muy contadas excepciones (si una en cada mil casos). […] Hoy, mezcladas numerosas familias bizkainas con maketas, habría que establecer (en caso de libertad) distinción entre originarios y mestizos, tanto respecto de los derechos como de los lugares en que pudieran avecindarse [sí: en el infierno que proyectaba para su Estado, sin libertad ni fraternidad, habría una sociedad de castas con apartheid]: pero el que sea de pura raza maketa, maketo sigue siendo, aunque descienda de siete generaciones nacidas en Bizkaya y hable euskera. En la actualidad la mayoría de los bilbaínos son maketos de pura raza […] ya no es posible distinguir atendiendo sólo al lugar de nacimiento: es preciso mirar los apellidos”.
Tres años después de la muerte de Arana, El P. Evangelista de Ibero, nacido Ramón de Goicoechea, sistematizó en un catecismo, con preguntas y respuestas, el pensamiento de Sabino de Arana (Ami Vasco), en el que señaló de esta manera las implicaciones del concepto racista de la nación:
“¿A qué hay que mirar, pues, para conocer la Patria de un individuo? A la raza a que pertenece, o, lo que tanto monta, al apellido que lleva. ¿Colígese de lo dicho que la Patria es algo fijo, estable, permanente, libre de las mudanzas del capricho humano? Sí, señor, y, quiera o no quiera, un Lizárraga será siempre vasco, aunque nazca en un cortijo de Jerez o una pampa de la Argentina, y un Beaumont será francés, y un Taparelli, italiano, y un Merry, inglés, y un Sánchez, español, y un Schiller, alemán, etc. […] un Fernández o un González jamás podrá llamarse vasco, así vea la luz primera en lo más escondido de los montes de Gipuzkoa”.
Con semejante racismo, era lógico que Arana se opusiera totalmente a los matrimonios mixtos, de vascos con quienes no lo eran. Sus descendientes sólo podían ser mestizos y no vascos. Y las generaciones siguientes con matrimonios apropiados no podían corregir el error, pues, según dejó escrito, “un descendiente de españoles nacido en Bizkaya nunca será bizkaino de raza” (en esa época, Arana sólo era nacionalista vizcaino, bizcaitarra).
Consciente del carácter precioso de sus fluidos, Arana, que confundía los objetivos del Estado con los de una ganadería de reses bravas, no tuvo prisa en casarse. Lo que le interesaba era encontrar el mejor encaste.
No consta que tuviera novia hasta 1898, cuando Arana tenía 33 años. En las hagiografías del fundador del nacionalismo, que, a diferencia de su hermano Luis, un personaje muy menor, no tiene aún una biografía, se cuentan historias de esas que calificó Alfonso de Otazu como “escritas para débiles mentales o cuanto menos para seres que han renunciado ya hace tiempo a la tarea de pensar de cuando en cuando” (El igualitarismo vasco: Mito y realidad. Txertoa, San Sebastián, 1973, p. 11), o como han escrito Fernando Molina Aparicio y José Antonio Pérez Pérez, una “historia de guardería”, entendiéndose como tal “una representación del pasado destinada a un nivel cognitivo de preescolar, el idóneo para asimilar el canon discursivo de la nación” (“Introducción: la insoportable levedad de la nación en la historia vasca”, en El peso de la identidad: Mitos y ritos de la historia vasca, Marcial Pons, Madrid, 2015, p. 25).
En la más reciente de esas hagiografías, la Biografía sentimental de Sabino Arana de Elías de Amézaga publicada en 2003 por la editorial Txalaparta de Tafalla, especializada en historias de guardería, se nos cuenta así una posible relación anterior del fundador del nacionalismo vasco:
“Era hermosa. Comunicativa. ¡Ay! Pero foránea. Tenía apellidos vulgares. Incomprensible que prosperara un romance con tales características [y mucho más que improbable que en el Bilbao de entonces, en el que se conocían todos pudiera haber comenzado una “relación amorosa pasajera”]. Quien nos lo cuenta acentúa la desilusión de la mujer el día que él la rechazó, y cómo por lo que parece, ella no le olvidó ni en América, adonde se trasladó.
El episodio pasó desapercibido, se le echó tierra encima, pero es de suponer que contrarió a nuestro biografiado. ¿Se lo dijo a ella? ¿Y cómo? Y si lo hizo, ¿cuál fue la reacción de aquella mujer? Lágrimas. Humillación. Todo son suposiciones. Ni siquiera sabemos su nombre, por lo visto de casó con otro, siguió la carrera de Sabin de lejos y bautizó a su primer hijo con su nombre” (p. 152).
No he encontrado todavía a nadie que considere posible una historia así. Por no hablar de que se desconozca el nombre de la señora, que había vivido en Bilbao, y se conozca el del niño, que no se sabe siquiera dónde nació (y de que el marido aceptara para su hijo un nombre tan poco eufónico, a no ser que quedara muy agradecido a Arana por haber rechazado a la mujer de su vida).
Hay una versión anterior, si no es otro cuento, dada por Pedro de Basaldúa, quien fue secretario de José Antonio de Aguirre y Lecube, en la segunda hagiografía que se publicó sobre Sabino de Arana y Goiri, El libertador vasco (dado que el fundador del nacionalismo vasco pretendía establecer un Estado totalitario, el título muestra cómo los nacionalistas confunden la libertad de la nación con la libertad de los ciudadanos; también confunden la democracia, de “demos”, la población que la historia ha reunido, con la etnocracia)
“Arana Goiri, en la época a que hace referencia, allá por los años 1897-98, era un hombre alto, esbelto, de facciones correctas y mirada penetrante pero suave, de expresión bondadosa. Era «vehemente, pero cordial y apacible». ¡Corazón de gran ternura!
Pikabea [en realidad, Rafael Picavea, quien fue un diputado guipuzcoano no nacionalista] cuenta que aquél «se entusiasmó con una señorita que vivía calle arriba de Hurtado de Amezaga. Llegó a mí la versión del drama por conducto de pariente muy próximo de la damisela. Buena moza ésta. Figura gallarda que vi en el paseo del Arenal muchas veces. Acabó la cuitada, como vulgarmente se dice, en enamorada perdida.
Sabino quiso inquirir, prudentemente, antes de dar un paso en firme [¿cómo se enteró Sabino de que la moza estaba enamorada?]. Resultó que la muchacha no era vasca. Además, tenía unos apellidos del erderismo más furibundo, por todos los costados. Acababa de ponerse en circulación el consejo político: sería preciso que los buenos jelkides procurasen mantener la pureza de la raza. ¿Cómo iba él a dar el mal ejemplo? Hubo un retroceso en la iniciación de los amoríos: violento, cruel, enérgico, por parte de Sabino [pero, ¿hubo una iniciación sin que Arana conociera los apellidos de la chica?; y ¿por qué, en todo caso, tuvo que dar una explicación tan desagradable?].
No necesito describir la angustia de la joven, en quien se trocaron los afectos en oleadas de ira, de ansias de venganza contra los bizkaitarras. Sabino deploró el lance infortunado. En su reciedad de atleta no faltaron lágrimas de ternura para ella. ¡Pero tenía que ser euskeldun, al modo de sus prédicas! ¡Antes que nada!»
Añade Pikabea que «andando el tiempo, una circunstancia inopinadamente volvió a recordarme el episodio. La señorita… se había casado en Buenos Aires. Tuvo hijos. ¡Convirtióse una bizkaitarra furibunda! Los nombres de Sabino, de Miren, de Koldobika, andan mezclados entre ciertos criollos, con extrañeza de quienes no conocen esta historia. ¿Delicado homenaje femenino al recuerdo de un amor que pasó? La paradoja me dio que pensar»” (pp. 138-139, los subrayados son míos).
Nótese que, en ambas patrañas, la víctima parece Arana por el rato desagradable que habría pasado por haber tenido el detalle de dar una explicación sincera, cuando ni siquiera habría sido necesario dar justificación alguna. Pero “Sabino era severo para consigo mismo. El sentido del deber alcanzaba incluso a los impulsos y anhelos del corazón. Quien había ofrecido a la patria cuanto era y poseía, quien gozoso ofrendaba la propia vida por su libertad, no dejó que el fuego le abrasara. Y dominando el sentimiento con la reflexión que entendió le señalaba el áspero camino del deber, en ansias de ser consecuente al mismo tiempo que ejemplo, desvió su ternura hacia horizontes más limitados por ser locales” (El libertador vasco, p. 139). El victimismo, que hoy es un elemento fundamental de la religión woke, siempre ha sido una de las características más importantes del nacionalismo, particularmente del vasco, hasta el punto de que una de las mejores definiciones que conozco del mismo es ésta de Jon Juaristi: “los dos compartimos la misma desgracia; a ti te han matado al padre y yo he perdido el bolígrafo”.
La historia que se puede acreditar comienza cuando en enero de 1898 Arana compró casi un hectárea de terreno a José María Achicallende en Pedernales, una localidad costera a unos 40 km de Bilbao (muy visitada por sus padres y cerca de una zona en la que el fundador del PNV solía ir a cazar jabalíes). Arana, además, se hospedó unos meses en el caserío de Achicallende. Allí conoció a la hija del propietario, Nicolasa. Y se enamoró. No fue por su belleza, pues reconoció que “su físico no pasa de regular ni en el rostro ni en el talle”, sino por sus virtudes: “humilde y obediente, sencilla y modesta, amantísima de su padres, caritativa, despejada, sufrida, laboriosa, económica…” (acostumbrada a la vida del caserío, era muy mirada con el dinero; Arana le reprochó que fuera tan “roñosa” consigo misma).
Arana tenía que estar completamente seguro que tuviera el encaste adecuado. Estando en juego la sangre pura de su descendencia, no se podía fiar de las apariencias y el “allende” del apellido le intranquilizaba. Por ello, realizó una investigación exhaustiva, que contó así a su amigo Engracio de Aranzadi, “el principal intelectual orgánico del PNV hasta la Guerra Civil” (José Luis de la Granja), en una carta fechada el 28 de marzo de 1899:
“A mí, como a V., me ha dado bastante que pensar el apellido de mi amada, con ser aldeana y todo. Es un apelista de acá que los mixtos se han de tener como puros euskerianos para los efectos de la clasificación de los individuos; pero, así y todo, estaba yo muy intranquilo. Me propuse recorrer los libros de los bautizados antes de que trascendieran al público nuestras relaciones, y así lo hice. De esta manera pude hallar la incógnita y tranquilizarme: pues resulta que el apellido no es así, sino simplemente «Achica»; el «allende» lo adoptó, por vez primera, un tío de su padre, y sólo porque entonces (dentro de este siglo) le llamaban al caserío «Achica», en Rigoitia, ya «Achica de abajo», ya «Achica-allende», para distinguirle de otro «Achica» contiguo. Pero el padre de ese primer «Achica-allende» se apellidó simplemente «Achica» y lo mismo sus antepasados. Con este motivo son ya 126 los apellidos de mi futura esposa que tengo hallados y puestos en cuadro sinóptico ó árbol genealógico: todos ellos euskerianos. Procuraré suprimir el «allende»” (una empresa sencilla para Arana que, por ejemplo, cambió el apellido de Benigno Cortina, uno de sus primeros secuaces, por Kortena; el propio hermano de Arana, al que no se le reconocían poderes para vasquizar todo lo que tocaba, no tuvo problemas para cambiar los apellidos de su mujer aragonesa y, finalmente, hacerla nacer en Navarra).
Resulta creíble que Arana, un rentista que tenía todo el todo el tiempo libre y que era capaz de pasar días haciendo una jaula para malvises, realizara el póster con los apellidos, pues “da escalofríos sólo de pensar cuánto tiempo perdía este hombre en pendejadas de semejante calibre” (Txema Arinas, Sabino Arana o la identidad pervertida, Akrón, Astorga, 2008, p. 117). Pero resulta muy difícil de creer que Arana, cuya capacidad para mentir está muy acreditada, fuera capaz de rastrear siete generaciones de antepasados de su novia (de Arana sólo se han publicado 32 apellidos, de los cuales, por cierto, la Real Academia de la Lengua Vasca no admite tres como vascos). Además, extraña mucho de que hable de 126, cuando lo lógico es que fueran 128.
Arana quedó muy satisfecho de la casta de Nicolasa, a la que llamó para completar el cuadro Nikole (Sabino tradujo todo el santoral a lo que llamaba euskera, y aunque el idioma vasco carece de sufijos de género, estimo que los nombres masculinos ordinariamente acabaran en “a” y los femeninos en “e”, porque creía que esas eran las terminaciones de la lengua perfecta que Dios había creado para Adán, ya que los niños lloran en a y las niñas en e; por razones comprensibles, pero no patrióticas Arana tradujo su nombre como “Sabin” y no “Sabina”). Pero que un señorito español de buena familia casara con una aldeana provocó la oposición de su familia y de los miembros de su partido, casi todos bilbaínos y urbanitas, que entonces eran sólo unos cientos.
La oposición de la familia, la contó así:
“Hubo al principio oposición por parte de mis hermanos. Más tarde parece que se han conformado, no hablamos del asunto. También nos han hecho mucha guerra sus hermanas. Dios las perdone. Una y otra oposición nos han hecho sufrir mucho. Es triste cosa amar, y no poder comunicar este afecto a quienes también se ama, sino, por el contrario, verlo condenado y perseguido por ellos”.
A menos de tres meses de la celebración de la boda, tras más de año y medio de relaciones, continuaban los problemas, como le dijo, por carta fechada el 9 de octubre de 1899, a la que ya era su prometida:
“Es tanta la injusticia que con nosotros han cometido y tanto he sentido yo su comportamiento, que todavía no he tenido valor para hablarles de tí con entera franqueza, por temor de recordar los disgustos pasados. Y lo cierto es que con esto sufro yo: porque es doloroso no poder hablar de la persona á quien amo con aquellas á quienes también quiero de corazón. Si tú me dijeras que rompa de una vez esta triste situación y que les hable de tí como si nada hubiera pasado, creo que sólo entonces, por complacerte, lo haría, es decir, tendría valor para hacerlo”.
La oposición de Luis, el hermano mayor de Arana, su principal apoyo y guardián celoso de la ortodoxia sabiniana tras su muerte, resulta muy significativa para entender a los primeros nacionalistas, por lo que merece mucho la pena hacer una digresión. Luis nunca soportó a su cuñada, a la que llamaba “la Nicolasa”. Lo extraordinario y que nadie sabía entonces (y se ha ocultado hasta el año pasado) es que había tenido un hijo en 1893 con una criada aragonesa en Barcelona, donde estudiaba arquitectura, carrera que le costó doce años terminar. A la muchacha no le puso un piso sino que la mandó con su familia a su pueblo, Urrea del Jalón, a unos treinta km de Zaragoza. Pero como era un caballero, y dada la historia posterior, se hizo cargo de los gastos (no sabemos si en los años siguientes visitó la localidad aragonesa), Este amor ancilar lo mantuvo en secreto. De otra manera, no podría haber participado en la fundación en 1894 del Euskeldun Batzokija, primera asociación nacionalista y embrión del PNV, pues la madre del hijo de Luis se llamaba Josefa Alejandra Englada Hernández. El 3 de diciembre de 1898, Luis se casó con la madre de su hijo en Foronda, una pequeña aldea alavesa, para que no enterara nadie. La boda presenta otros aspectos extraños. El matrimonio se celebró gracias a una “autorización especial” del obispado de Vitoria, del que dependía entonces Vizcaya, fechada el día anterior, que dispensaba de las “tres admoniciones conciliares” que era obligatorio publicar en los matrimonios normales (¿estuvieron en la aldea los dos novios esperando el permiso solicitado por Luis, conocido por su extremada religiosidad?). Además, las bendiciones nupciales, que se realizan en la ceremonia nupcial, se “recibieron” dos meses después. La novia figura entonces como feligresa de Azpeitia. Y allí debió regresar sola con su hijo de cinco años, porque Luis volvió a Bilbao para preparar una residencia discreta en Francia. Así, el 6 de septiembre se produjo el reparto definitivo de la herencia entre los hermanos solteros de Arana, documento en el que Luis figura como soltero. Dos meses después, Luis se establecía en el País Vasco-francés con su esposa, de la que ya no se separaría más en su vida y con la que tendría cuatro hijos entre 1900 y 1906 (a los historiadores no ha llamado la atención ese exilio del hermano inseparable del fundador del nacionalismo vasco cuando el partido estaba iniciando la fase de expansión). En abril de 1900, regresó para vender la casa familiar de los Arana, en cuyo solar ha construido hoy su sede (Sabin Etxea); en el documento de compra-venta como “soltero, arquitecto y vecino de Bilbao). Hacía tres meses que Sabino se había enterado, durante su luna de miel en Lourdes, que tenía una cuñada aragonesa y un sobrino mestizo a punto de cumplir siete años. Un trimestre antes, en un viaje a Bilbao, Luis había dado su brazo a torcer con Nicolasa. Es más: ayudó a Sabino a convencer a sus hermanas, que aceptaron la boda un mes y medio antes de celebrarse. Luis fue feliz con su esposa, de la que dijo “tengo una mujer que no merezco”, pero no cambió su estimación sobre los españoles, a los que siguió odiando.
Llegados a este punto conviene hacer una digresión sobre Luis, el colaborador principal de Sabino, porque ayuda a comprender el ambiente en el que nació el nacionalismo vasco. Sin los poderes para vasquizar de su hermano, consiguió convertir en vasca a su esposa aragonesa. Josefa Alejandra Englada Hernández era ya María Josefina de Eguaraz Hernandorena, cuando nació en 1900 su segundo hijo, y se convirtió en natural de Tudela en 1906, cuando alumbró en Madrid su quinto y último hijo. No fue el único milagro. En 1896, Luis hizo la promesa de internarse en un caserío y no abandonarlo hasta haber aprendido el vascuence. Así se lo comunicó a Ángel de Zabala: “Sólo te diré que si Dios quiere dentro de este mes que viene iré a un caserío de Murelaga para aprender nuestro querido euskera y que no saldré de allí sin haber conseguido mis deseos. Estoy decidido a ello y cada día más me afirmo en la idea. Un bizkaino que ignora su lengua es como un ciudadano disfrazado”. Pero Dios no debió querer, porque ni siquiera fue al caserío. Luego debió de pensar que “loro viejo no aprende a hablar”. Sin embargo, fue recompensado con un pequeño pentecostés, explicable, quizá, por todo lo que rezaba la familia cada día: la lengua materna de los hijos de Luis, cuya madre era aragonesa, fue el vascuence, como confesó a Ángel de Zabala; lo que no le dijo es cómo se comunicaban con sus hijos antes de que aprendieran el francés (dado que el uso de intérprete parece inverosímil, habrá que suponer que fue por señas, lo que es suficiente para otras especies menos inteligentes). Pero lo que el Señor da puede quitarlo con la misma facilidad, los hijos no sólo perdieron el euskera, sino que aprendieron español en Vitoria. Así lo contó: “¡Quién me iba a decir! A Vitoria han tenido que venir mis hijos para aprender a hablar castellano. En los seis meses que estuvimos en España [la familia había residido entre 1899 y 1905 en el País Vascofrancés, donde nacieron tres de sus cinco hijos] y en el corazón de ella, que es Madrid [donde nació el último hijo], nada aprendieron sino unas palabras sueltas como torero, toro, Machaquito, etc. etc., pues allí no se reunían con ningún chico español y sí solo con algunos chicos franceses que iban al Retiro [según contó, la familia se impuso en la capital del reino un estricto apartheid, dado el carácter sumamente desagradable de los madrileños, que detalló]. Pero aquí como se reúnen a chicos de aquí, nos han aprendido más o menos mal el español. Sin embargo, en casa hablan francés y aun entre ellos y fuera de casa y por eso y por haber llegado aquí sin saber otra lengua, los llaman aquí los francesitos, todos, menos el mayor [cuyos seis primeros años transcurrieron en Aragón] y aún este mucho, han olvidado completamente el euskera que fue su primera lengua, y este cambio se hizo en Anglet por reunirse con chicos que hablaban francés o gascón” (carta a Ángel de Zabala de 22 de julio de 1907), El desastre no acabó ahí, pues también perdieron el francés, y el mayor, finalmente, también olvidó el euskera viviendo en Euskal Herria. Luis, que como Moisés a las puertas de la Tierra Prometida, sólo pudo contemplar el milagro, aceptó con resignación cristiana el desenlace. Pero, aun fallecido, sigue propiciando milagros. En la penosa serie de ETB Sabin no para de hablar en vascuence desde niño, porque tenía que ser la lengua familiar. Y sin apenas haber construido, “desatendió su profesión […] para ponerse al servicio de su hermano y convertirse en su más preciado auxiliar” (Jean-Claude Larronde, Luis Arana Goiri (1862-1951): Historia del nacionalismo vasco. Sabino Arana Fundazioa, Bilbao, 2010, p. 479), es uno de los pocos arquitectos vizcaínos que tiene un libro en el que se da cuenta –muy imprecisamente, todo hay que decirlo, pero en una magnífica edición, gracias a la aportación del contribuyente– de su modesta actividad edilicia (no cuenta con ninguna obra importante). No es una valoración subjetiva. En una biografía de más de medio millar de páginas, J.C. Larronde sólo dedicó una (imprecisa) página a narrar su actividad constructiva con el título “¡Era arquitecto!” (p. 397). La misma biografía, dada la mediocridad del personaje, podría ser otro milagro y más si se tiene en cuenta que su hermano sigue careciendo de una obra de ese género (pese a la vulgaridad de su vida y la extensión de la obra, el autor no encontró espacio para contar la boda del biografiado).
Cabe añadir, por otra parte, que, aunque Luis se convirtió en el celoso guardián de la ortodoxia de su hermano, no eligió ningún nombre sabiniano para ninguno de sus hijos, y eso que les bautizaba con tres o cuatro (todos fueron varones, lo que consta que agradeció: “Dios me ha concedido el quinto hijo para que todos sean varones y así me obliga a darle más y mayores gracias por tanto beneficio como me hace”; no consta, en cambio, protesta por el hecho de que dos murieran prematuramente). Los tres hijos que vivieron lo suficiente para casarse lo hicieron con mujeres sin apellidos vascos (de los diez nietos sólo uno tuvo nombre sabiniano). La única hermana de Sabino que se casó con una persona que tenía los dos primeros apellidos vascos fue Francisca Dionisia, pero su matrimonio fue anterior a la aparición del nacionalismo vasco (las otras dos hermanas se casaron con mestizos). Sabino no fue profeta en su familia y la sangre pura de los Arana y Goiri desapareció
Más significativa aún es la oposición al noviazgo entre los centenares de militantes del pequeño partido. Así lo contó Arana en la mencionada carta a Aranzadi:
“Pero aun ha habido otra oposición que nos ha hecho padecer más tanto a ella como a mí: la de nuestros correligionarios. Juzgaban y me decían que desprestigiaba al partido con mi acto y daba un golpe de muerte al nacionalismo. Yo estaba pasmado por esta manera de discurrir. ¡Qué argumentos me exponían! Todos los que nacen de un mal espíritu. Yo contestaba sin que nadie me oyera: es una bizkaina originaria; todas las familias originarias en Bizkaya eran nobles; todos los vaskos descendemos de aldeanos, de caseríos; nuestras doctrinas son esencialmente democráticas y se fundan en el amor al pueblo, y mi casamiento sería ejemplo en vez de ser mengua; lo que podrían decir nuestros enemigos es que en nosotros no hay ambiciones, y que nuestro amor patrio es sincero. ¡Cómo si no! Se daban a pensar todo lo peor, como aquellas gentes de la leyenda que, viendo pasar a la Sagrada Familia por el desierto, lo mismo murmuraban cuando sobre el borrico iba la joven Madre, como cuando lo montaba el varón.
Esto era al principio, allá por Enero, cuando nuestras relaciones se hicieron públicas por nuestra propia voluntad. Un enviado, Zabala, recorrió aquellos pueblos a informarse del juicio de las gentes, algunos nacionalistas de aquí pensaron escribirme una carta de protesta; se deliberó si habría de juzgárseme por el Consejo Supremo. Yo, por mi parte, le acompañaba cada vez más. Por fin los ánimos se han calmado, según parece, pues hace semanas que no he oído ninguna censura
Mucho me han hecho sufrir los hombres: en cambio, Dios no se ha dignado darme una señal de no ser ese el camino que quiere para mí. A principios de Diciembre me consulté con un jesuita que me conocía bien, con el P. Gómez, que el pobre ha muerto ya (e.G.e.) y el P. Gómez aplaudió mi determinación y bendijo mi elección y me prometió arreglar lo de los hermanos [eso no le hizo cambiar de opinión sobre los maketos]. Si no he ido a los Ejercicios, ha sido porque materialmente me ha faltado tiempo oportuno, pero he orado mucho y ella también ha orado tanto como yo”.
Estos pasajes revelan el tipo de personas entre los que Arana encontró sus primeros secuaces. Eran clasistas que despreciaban a los aldeanos de carne y hueso, pero que no tenían inconveniente en hacer del aldeano el modelo de la raza, al que usaban para justificar su derecho a la independencia. Eran cotillas que se ponían de vez cuando boina, pero que se dedicaban ordinariamente a criticar e, incluso, denunciar (en el primer año de existencia del Euskeldun Batzokija, cuando tenía poco más de un centenar de socios, fueron expulsados treinta miembros, por faltas como bailar agarrao o leer prensa española).
No fueron sólo nacionalistas los que censuraron a Arana. Incluso se dudó de sus intenciones, como contó a Ángel de Zabala, su mejor amigo y el que le sucedió en jefatura del PNV:
“Mala gente hay en Busturia [comarca de Guernica, donde se situaba Pedernales], y algunas lenguas largas (tal como la mujer de Agustín, el ex maestro) comienzan a dudar de que nos hayamos de casar, y aún aseguran (esto ya es el colmo de la audacia) que bailé con mi novia al piano de manubrio el día de Santiago [con la agravante de que ése era el día del patrón de España]. El Diario, que día de Santa Ana” [Hay que tener en cuenta que bailar agarrao era una falta de una gravedad suficiente para ser castigada con la expulsión del partido, pues, para Arana, que lo combatió lo que pudo, era “el liviano, asqueroso y cínico abrazo de los dos sexos”, que causaba “náuseas”].
Arana, que tenía muy idealizado el mundo rural, quedó muy decepcionado cuando vivió en él y conoció sus miserias.
Arana había encontrado una purasangre magnífica. Pero, como señaló Jon Juaristi. sólo era “un diamante en bruto”. Había que quitarle el pelo de la dehesa. Así que Sabino se convirtió en un Pigmalión.
En esa empresa necesitó ayuda, pues la envió interna a un colegio a “aprender algunas materias y adquirir la buena educación exterior necesaria para alternar con mi familia”. Así, Nikole, que tenía ya 26 años, vivió en una institución en la que se sintió aislada porque superaba mucho en edad al resto de las alumnas. Cabe destacar que, para evitar habladurías, Arana desconoció el colegio de Bilbao en el que estudiaba su novia. Había llegado a un acuerdo con una monja, a la que le enviaba el dinero de los gastos de la educación y las cartas para Nikole. En esas epístolas, Arana no sólo daba lecciones de refuerzo, sino que trataba de evaluar los progresos de Nikole con problemas como éste:
“He sembrado 20 fanegas de patata, con 7 carros de basura y 5 hombres que han trabajado 6 días. Cada fanega de simiente me ha costado 2,15 pesetas; cada carro de estiércol, 5,07; y el jornal de cada hombre ha sido de 2,75. Ya crecida la planta he gastado de azufre 20 kilos y 15 de sulfato de cobre; cada kilo de azufre me cobraron 0,50 pesetas, y cada uno de sulfato 1,00. Levantada la cosecha, me han resultado 115 fanegas, que he podido vender 80 á 2 pesetas y las restantes á 1,70. Pero en la saca de la patata he empleado 8 hombres en 10 días, con un jornal de 2,75. ¿Cómo he salido en el negocio? Procura contestarme sin consultar con las Hermanas. Lo demás, no tendría gracia”.
Pero el trabajo principal lo asumió Arana, que, dado su extremado integrismo, dio prioridad a la formación religiosa: “En todo el tiempo de nuestras relaciones, he hecho con ella el oficio de catequista”. Al obrar así actuaba también pro domo sua, pues consideraba que el cristianismo sancionaba la inferioridad de la mujer, en la que creía firmemente (v. “Sabino de Arana y las mujeres”, Academia Play, 29 de febrero de 2023):
“Ya te he dicho alguna vez que lo que es la madre para los hijos así debe ser el marido para su mujer. Esta, aunque creada para compañera del hombre, es hija verdadera suya, pues que fué hecha de carne y hueso del hombre mismo. De manera que la mujer es compañera del hombre para ayudarle á servir á Dios, pero es hija del hombre para obedecerle, estarle sumisa y dejarse guiar y conducir á Dios por él. Cuanto más avanza el mundo en su existencia, más va degenerando este carácter primitivo de la mujer, como ha venido adulterándose y corrompiéndose la primera revelación y aun la luz natural de la razón. Cristo, nuestro Señor, nos redimió y mostrónos el camino para salvarnos; y al mismo tiempo, al fundar la Iglesia, nos enseñó cómo debe ser la unión matrimonial. Porque así como la primera mujer fué creada para acompañar al hombre á cumplir sus deberes, así la Iglesia fué fundada para acompañar á Cristo á dar término cumplido á su supremo Deber de salvar al hombre; y como la primera mujer, formada de la carne y hueso del primer hombre, debía quedar sujeta á la dirección de éste, de la misma manera la iglesia, instituida por Cristo, está sujeta á su Divina Autoridad. De manera que la esposa es compañera y á la vez hija del esposo: compañera, para acompañarle á llegar á su fin; hija, para estarle sometida. […] El hombre está en el deber de guiar y conducir á la mujer; ésta tiene el deber de obedecerle. Si hay algún matrimonio desavenido, es porque el hombre no sabe educar á la mujer, ó porque la mujer no sabe obedecer á su marido. Pero esta misma sumisión de la mujer nace de su educación: luego el primer mal está en que el hombre no sabe educarla. Si he de cumplir mi deber he de darte, pues, muchos consejos. Si te doy consejos, Nikole, es, de consiguiente porque te amo” (carta del 19 de octubre de 1899; los subrayados son míos).
Por consiguiente, con tanto esfuerzo, Arana invertía también en su futuro, que incluía la armonía de su matrimonio. Y dejó claras las condiciones a su futura esposa:
Toda tu felicidad en este mundo, Nikole de mi corazón, consistirá en estas dos cosas: en cumplir tus deberes y en ser mía. Dios podrá concederte además de ello alguna otra dicha; pero tú no debes pretender nada fuera de esa fidelidad que te digo. Ella la puedes asegurar: el cumplir tus deberes depende de ti misma y de mi ayuda: yo prometo ayudarte a ello. El ser mía depende de tu voluntad y de la mía [lo que suele ser muy cierto]: yo te prometo no amar jamás a otra mujer sino a ti.
Uno de tus deberes principales es el de estar sumisa a mis mandatos y obedecerme en todo lo que no vaya contra Dios. […] Si yo por servir a mi Patria te hago padecer, tú debes sufrirlo bien convencida de que así cumples tu deber. Endulzarás esa pena, pensando que padeces porque yo cumplo mi deber […].
Nunca me enamoras más, nunca te admiro y contemplo con más gusto, nunca se enciende más el amor que te tengo, que cuando veo que cumples tu deber a costa de algún sacrificio” (carta del 2 de noviembre de 1899; los subrayados son míos).
Arana completó la formación de Nikole regalándole una oración por él compuesta, titulada Emaztiaren Otoya (“Oración para la esposa”), algunos de cuyos pasajes traducidos reproduzco a continuación:
“Señor, al darme marido, me has dado una parte de su corazón, con él me has dado al dueño que me eduque, al maestro que me instruya, a la luz de mi escasa inteligencia, a la fuerza de mi débil corazón, al guarda que me conducirá en la vida, al compañero de mis penas y al guía de mi voluntad […] Permíteme pedirte que él sea siempre mi amado dueño, mi sabio maestro, limpia luz, poderosa fuerza, leal amigo y compañero fiel […] También te pido, Señor, que él sea fiel servidor tuyo y leal hijo de la patria, y concédele para ello salud y virtud. Concédeme que no ame a nadie salvo a mi esposo, que comprenda y cumpla sus mandatos, que pueda incluso satisfacer sus deseos ocultos y que jamás le cause disgusto alguno. Concédeme la belleza de las esposas cristianas, la que embellece a quien ama a su marido, a su familia” (los subrayados son míos).
No tengo noticia de que algún otro novio haya tenido un detalle semejante. Claro que seguía obrando pro domo sua. Y por partida doble. Por una parte, se aseguraba el sometimiento de su esposa. Por otra, conseguía también que rezara para él.
Unas semanas antes de conocer a Nikole, el 13 de noviembre de 1897, Arana había explicado por carta a Ángel de Zabala lo que pensaba de la mujer: “La mujer es, pues, vana, es superficial, es egoísta, tiene en sumo grado todas las debilidades de la naturaleza humana: por eso fue ella [Eva] la que primeramente cayó”, aunque no tenía la culpa porque “esos defectos de esta infeliz mitad del género humano son ingénitos a ella e inseparables de su sexo”. Estimaba que la mujer era “inferior al hombre en cabeza y corazón” y lo repetía: “es vana e inferior al hombre, es decir, […] no tiene tanto seso y corazón” Consideraba también “que no sabe más que ser desagradecida, aborrecer, no amar y perseguir, según los casos”. La idea de que la mujer era incapaz de amar la repetía otra vez en el mismo párrafo. Pero cuando conoció a Nikole confesó que “me ama como nunca creí que pudiera amar mujer” (carta a Engracio de Aranzadi del 28 de marzo de 1899). Su misoginia, pues, se redujo, pero no su machismo, pues como hemos comprobado siguió pensando que la mujer debía estar completamente sometida al marido mientras no fuera obligada a pecar.
Sabino de Arana se comprometió ante los padres de Nikole el día de la Inmaculada de 1898. Al cumplirse los nueve meses de esa fecha, recordaba que el 8 de septiembre 1899 “nos dábamos tú y yo mutuamente solemne palabra de casamiento”. Arana, que no había arreglado los problemas con su familia y que debía completar la educación de su prometida, no tenía prisa en casarse. Así lo confesó a Engracio de Aranzadi el 28 de marzo de 1899: “Entre nosotros no hay menos confianza que entre dos esposos: como no sea lo que Dios solo por este sacramento permite y manda. Lo raro del caso es que ni ella ni yo nos apuramos por casarnos”. Eso sí, ansiaba poder rezar el Rosario en su hogar con su mujer (pese a los pecados de la carne, también Luis oraba el Rosario y practicaba muchas devociones): “Cuando vivamos en nuestra casita, rezaremos juntos en familia el Rosario y leeremos la Vida del Santo. Estas son prácticas que me enseñaron mis padres, y que deben observarse en toda familia cristiana. Desde el día de San Andrés hasta Navidad, las 40 Avemarías. En la Cuaresma la Sagrada Pasión. Y así en las distintas épocas del año. El Catecismo explicado es conveniente leerlo á menudo”. El amor al prójimo era otro cantar.
Finalmente, Sabino, que no daba puntada sin hilo, eligió como fecha de la boda el 2 de febrero de 1900, el día de la Purificación de la Virgen.
La boda no pudo ser más modesta: “El dos de febrero, día de la Purificación de la Madre de Dios, a las nueve de la mañana nos casamos en la ermita de San Antonio, de nuestro terreno de Abina, siendo padrinos Luis y Paulina, y asistiendo solamente los padres de Nikole, una hermana y una prima suya y cuatro sobrinos míos”. Arana no tenía problemas para casarse con una aldeana, pero seguía siendo un clasista. Los familiares de Nikole fueron convidados de piedra. No sólo los padrinos fueron los hermanos de Arana, sino que, como reconoció Arana, “a los mismos padres y hermanas de Nikole no se lo dijimos hasta el mismo día, un momento antes de la boda”. Como la ceremonia se celebró a la nueve de la mañana, cabe imaginar que los familiares de la novia fueron de trapillo, mientras que Luis asistió sin su esposa secreta pero con chistera (cabe imaginar la conmoción que se produjo en el caserío cuando se presentó los Arana emperifollados; y seguramente la alegría: ¡la hija se casa!).
Si Arana prohibió a Nicole que contara a sus padres la fecha del matrimonio es porque no quería que la noticia se difundiese y acudieran al enlace espectadores no deseados: “Te advierto que no debes decir á nadie cuando nos casamos. Si te lo preguntan, puedes contestar que antes de Carnaval”. Por eso, eligió una pequeña y modestísima ermita para la ceremonia. En el pueblo se enteraron por los cohetes que tiró Luis después de la boda (al principio se creyó que eran consecuencia de la fiesta de la Candelaria, relacionada con la Purificación de la Virgen). Tras una comida discreta en una fonda, el matrimonio abandonó el lugar de los autos a las dos de la tarde.
Significativamente, Arana eligió como destino para el viaje de novios el Santuario de Lourdes, donde proyectaba hacer una novena. Pero salió tan mal que Sabino lo calificó como “luna de mierda” (carta a E. de Aranzadi del 10 de octubre de 1900).
Arana sintió ya los síntomas de una enfermedad estomacal al comenzar el viaje en ferrocarril (la noche anterior ya había estado mal y no había cenado). Poco después los sintió su esposa. El malestar fue tal que cuando llegaron a Lourdes tuvieron que guardar cama y llamar al médico. Resulta significativo que, a pesar de estar cuidados por monjas, Arana preguntara al médico “si estábamos en disposición de trasladarnos a Bayona, donde mi mujer estaría más contenta servida por vaskas” (no hay ninguna razón para suponer que Nikole tuviera semejante prejuicio). La respuesta fue negativa. Y como la enfermedad no mejoraba, llamaron a los hermanos de Arana. Luis, que seguía en Bilbao y no había regresado con su esposa, María y Paulina se presentaron en Lourdes. Arana lo contó así:
“El 8 a la noche llegaron los tres allí. Al día siguiente, al mediodía, llegó la mujer de Luis, hermana querida nuestra hace ya tiempo, mujer de sólida virtud, ferviente piedad y de un corazón lleno de caridad, y trajo con ella al hijo, vivo retrato de su padre, chico robusto y ágil, resuelto y valiente, amable y cariñoso, reflexivo y valiente, humilde y obediente como no he visto otro, caritativo hasta el punto de que todos los souses [céntimos] que recoge los reparte entre los pobres, los cuales todos le conocen y bendicen”.
No sabemos si fue Josefa la que tomó la decisión de presentarse con su hijo de seis años; y, en ese caso, cómo habría reaccionado Luis. Pudo suceder que ambos vieran que ése era el momento más adecuado para revelar un secreto que tanto les incomodaba, cuando había problemas mayores. Sabino lo contó con la mayor elegancia posible. Pero, sabiendo cómo era, tuvo que ser uno de los mayores disgustos de su vida. Con Luis lo había compartido todo. Y no era sólo que su hermano se había casado con una criada completamente maketa, cuando tanto se había opuesto a su matrimonio con una aldeana vasca. Era, sobre todo, que para un integrista como Sabino, Luis había vivido en pecado y había traído la vergüenza a la familia (Luis no se estableció en Vizcaya hasta 1907; cuando abandonó el País Vascofrancés, prefirió residir antes en Madrid y Vitoria). Desde luego, Nikole, que había sido tan menospreciada por Luis (y lo continuó siendo), no lo olvidaría. Y dada la influencia que –como veremos– llegó a tener sobre Sabino contribuiría a enfriar sus sentimientos hacia su hermano. Lo cierto es que Arana terminaría desheredando expresamente a sus hermanos en el testamento.
Tampoco sabemos cuándo Sabino y Nikole consumaron su matrimonio. El día de la boda habían tomado el tren en Amorebieta. Cuando llegaron a Zumárraga descubrieron que no había enlace para continuar el viaje. Se aposentaron en una fonda. Pero Arana tenía ya fiebre y Nikole se encontraba mal. No comentaría esto, si no fuera porque en la serie de dos episodios Sabin de ETB se cuenta el episodio con mucho realismo (aunque sin explicitar el lugar y la fecha). Y esa serie sí que resulta significativa de la sociedad en que vivimos. Fue realizada en 2011 con un presupuesto de 720.000 euros. Pero no se estrenó hasta el año 2015 en horario de medianoche, el día del aniversario del nacimiento de Arana, que nació a medianoche (lo que, desde luego, no fue la razón para programar la serie completa a esas horas). Y después no se ha vuelto a saber nada de la serie (eso sí, se encuentra accesible en internet en la página web de Eitb, https://www.eitb.eus/es/nahieran/sabin/sabin/detalle/3396/71095/), ni se pensó en hacer una versión en español (significativamente los pasajes en castellano están subtitulados en euskera, pero no los que se encuentran en vascuence, que son mayoritarios, aunque eso suponga hacer hablar en lengua vasca a personas que la desconocían, como el propio Luis, y Sabino cuando era niño y joven). No hay razones para pensar que esta extraña historia de la serie, que carece de valores cinematográficos, se deba a los muchos errores no forzados, bastantes procedentes de las patrañas urdidas en las hagiografías de Arana (y siempre en el mismo sentido), que contiene (su comentario daría para un artículo). Más parece que tenga que ver con la sensación que debió de producir la escena de sexo, con luz y sin camisones, del fundador del nacionalismo vasco, que en otro momento aparece con el culo al aire. En todo caso, es una producción que produce vergüenza ajena.
El 30 de mayo de 1902 Arana fue encarcelado por haber intentado enviar, cuatro días antes, un telegrama de la felicitación por la liberación de Cuba, con cuatro años de retraso, al presidente Roosevelt, que terminaba así: “Si Europa imitara [el ejemplo de magnanimidad y culto, justicia y libertad que dan vuestros poderosos estados, desconocido Historia, e inimitable para potencias Europa”], también nación vasca, su pueblo más antiguo, que más siglos gozó libertad rigiéndose Constitución que mereció elogios Estados Unidos (fue un acto de propaganda, pues no podía ser tan ingenuo como para creer que el presidente estadounidense llegara a leerlo; ni siquiera fue enviado). Estuvo preso hasta el 8 de noviembre, cuando fue absuelto por un jurado popular. Esta estancia en la cárcel fue muy importante en el proceso de cristificación de Sabino de Arana, “un Jesús vasco” que “vino al mundo” a redimir a los vascos y que fue “el Verbo nacionalista hecho carne” (Engracio de Aranzadi). No sólo habría predicado, sino que habría padecido y muerto por todos los vascos. Por eso, además de muchos calificativos elogiosos, se le llamó “mártir” en numerosas ocasiones (“Mártir honorario” tuvo la vergüenza de precisar Miguel Ángel Marrodán). Dado que Arana murió en la cama, tras una confesión de tres días, (la base para semejante desmesura se encuentra en la interpretación de que el fundador del nacionalismo vasco habría contraído la enfermedad en la cárcel). “Desde su sucesor en la jefatura del PNV, Ángel Zabala (Kondaño), hasta el actual lehendakari del Gobierno vasco, Íñigo Urkullu” se han dedicado a difundir este infundio (José Luis de la Granja, Ángel o demonio: Sabino Arana: El patriarca del nacionalismo vasco, Tecnos, Madrid, 2015, …, pp. 341-342). Este último ha escrito que Sabino de Arana “fue perseguido y sufrió cárcel, contrayendo en la misma una grave enfermedad” (“Un muerto muy vivo”, El Correo, 30/1/2011). Pero lo cierto es que Arana falleció por la enfermedad de Addison, que no es contagiosa y que entonces era incurable. Y lo cierto es que Arana, pese a su pureza racial, no gozó de una buena salud. Con 16 años sufrió una tuberculosis que le hizo perder un curso entero y que pudo costarle la vida (achacó su enfermedad a una conspiración de casi todo el colegio, alumnos y sacerdotes contra él; y su salvación, que será considerada un milagro por muchos de sus seguidores, a la Virgen de Begoña). Esa tuberculosis pudo ser el origen de la enfermedad de Addison. Ya vimos que, una enfermedad, “trancazo” le llamó él, arruinó su luna de miel. Desde octubre de 1901 tuvo una enfermedad digestiva recurrente, que contó con una crudeza para la cual no he encontrado parangón:
“Hace año y medio sentí atacada la faringe, ensuciada la lengua, inapetencia (todo de repente) y dejé de comer [“En esta ocasión la infección saltó, palpablemente, de la faringe al estómago, parando muy poco en ambos, y enseguida a los intestinos gruesos. La lengua limpia y el apetito empezaron a volver hacia el 4º día. El retraso en expulsar la cibala, con las purgas, las innumerables lavativas, y la mi absoluta dieta en medio de todas estas perturbaciones, me retrasó la curación del estómago, que comenzó nuevamente a ensuciar la lengua y a perder el apetito”]. Tomé una purga suave, solo para preparar el tubo, limpiándolo. Pero noté que solo expelía líquido y poco. Nuevas purgas, más fuertes, me descubrieron la causa de la obstrucción y el efecto del catarro intestinal, mejor dicho, de algún catarro intestinal de hacía mucho tiempo.
Saltó del colon al recto una cibala (la llamaba mi cuñado) scíbalo (lo llama este médico). Cayó sobre el ano. Y aquí estuvo varios días, produciéndome unas ganas de defecar horribles, que, al no poder ser satisfechas, me causaban unos dolores espantosos, por la creciente inflamación de las vejigas hemorroides, que en mí son ya antiguas y abundantes. Toda purga que tomaba se expelía por entre la cibala y las paredes del ano: de modo que esto y el sentir la presencia de aquella, por su peso sobre el ano, es lo que me la descubrió. Al cabo de varios días de torturas, en los que quedé demacrado, el médico creyó el testimonio del enfermo (cosa rara en la mayor parte y causa de grandes desconciertos, cuando se trata de ciertos enfermos), y vio que no era aprensión ni imaginación lo que me hacía pintarle en el papel la posición de la cibala y presentarle a la vez pequeños cachos de esta piedra [subrayado en el original] arrancados con las uñas. No creía en semejante bolón, como yo le llamaba; pero por fin creyó en él, y entonces yo le vi temblar como un niño ante un fantasma. Yo le dije desde el día primero que lo sentí: hágamelo V. pedazos; si no, no hay medio. Cuando se convenció de que el bolón estaba allí, se convenció también de que era preciso hacerlo pedazos. Entonces vino mi cuñado, y éste me lo pedazó en parte, sacando algunos trozos de aquella cantera. Se me reventaron varias almorranas. Fue una operación horrible, por la dilatación que le dieron al ano.
“Mi cuñado me dijo que tomara muchas zanahorias o acelgas, y me aseguró que a la mañana siguiente estaría libre. Así sucedió [“esos casos son, sin duda, muy raros en la medicina. El médico de cabecera dijo que había visto uno. Mi cuñado, que ya es viejo, no había visto más que dos. Un hombre que tenía hasta cuatro cibalas en el colon, y al cual tuvo que hacérselos pedazos una tras otra, y una señora que en diez años no ha tenido más que dos veces. El primero comía siempre con gran apetito y obraba todos los días. Algunos confunden con el estreñimiento ese fenómeno; pero no es estreñimiento, obrando en buena forma todos los días. Dijo mi cuñado que casi nunca es preciso recurrir al instrumento para hacer expeler la cibala. Que basta con alimentarse de legumbres saludables y que dejen mucho residuo”]. El bolón salió no ya como tal y duro, sino ablandado por el jugo digestivo, formando un cilindro muy grueso y largo. El ano estaba muy ensanchado por la operación.
Después de aquello estuve muchos días muy debilitado y demacrado, y me costó reponerme algo. Y el síntoma principal que señalo es: que desde entonces, aunque ordinariamente como con apetito, no engordo, y tengo las manos y la cara unas veces amarillenta, otras negruzcas. Y el frío me aniquila. No hay, pues, absorción. Mi debilidad y nerviosidad es grande”
[…]
Hay días en que noto que la cantidad defecada no es la total. La más simple cosa que a la hora del excusado venga a sacarme de mi aislamiento y reposo, me retrasa la deposición, no haciéndola ya por lo regular aquel día. Creo que esto significa que hay grande insensibilidad y atonía del recto” (carta al médico Carlos Iruarrízaga del 22 de junio de 1903, publicada por Pedro José Chacón, “Cuando Sabino sufrió como un perro”, La Tribuna del País Vasco, 3 de junio de 2023).
Por otra parte, hay que recordar que la estancia de Sabino de Arana fue todo lo cómoda que era posible. Ya lo había sido en su encarcelamiento anterior, motivado por su negativa a pagar una multa por injurias al médico Filomeno Soltura. Prueba de ello es el menú de su cena de Nochebuena de 1895: Ostras, sopa de chirlas, ensalada de alubias, bacalao en salsa roja, angulas, besugo, bermejuelas, merluza frita, caracoles en salsa roja; de postre, compota de manzana, pastel, mazapán y turrón de Jijona; para beber, vino de Aranburuzabala, chacolí, Jerez Oporto y Chartreuse. No, no se lo comió todo, pues le permitieron que le acompañaran su hermano Luis, Elías de Lecue y Juan de Arumbuzabala. El menú, preparado por su hermana Paulina, fue servido –en palabras de Pedro de Basaldúa, uno de sus más notables hagiógrafos– “por la propia servidumbre de la casa de Albia”. La celda que tuvo parecía una habitación de hotel, tal como se aprecia en la foto que se hizo, que muchas veces ha sido considerada la mejor de Arana en medios nacionalistas (nadie que la vea sin saber nada adivinaría que se encuentra en un calabozo). Hasta escupidera tenía a sus pies. Y, según sabemos por una carta a su mujer, la celda disponía de una sala de criado también con estufa, además de agua caliente y electricidad. Las visitas que recibió fueron innumerables (en la foto citada se aprecia una butaca para los visitantes). Lo cierto es que Arana reconoció que tuvo un trato privilegiado en la cárcel: “Me permiten circular por todo el interior de la cárcel” (confesó que él no había pedido nada; se dejaba querer). Y también reconoció que se encontraba bien de salud: “Voy muy bien de salud, á Dios gracias. Los que me ven solo los domingos, me dicen que cada vez estoy mejor”, escribió a su esposa.
Pero en la cárcel, tuvo necesidad de dar lecciones a su esposa, que no le visitó pese a todas las veces que se lo pidió: “Dime si quieres más estar en Bilbao. Ya arreglaríamos la manera. Podrías venir á verme todos los días”. Incluso se quejó de que le escribía poco: “¿No me escribes? ¡Qué cruel eres!”. Ni siquiera consiguió que le llamara “Sabin”, ni que firmara como Nikole: “No me llames Sabino, sino Sabin. Mi nombre en euskera tiene en tus labios una dulzura especial. El tuyo escribe siempre con k.”. “Oye, Kokotzi. ¿Por qué me llamas Sabino? ¿No soy Sabin ya?”. Parece que Nikole estaba enfadada por las actividades políticas de su esposo. Arana, como comprobamos, ya le había aleccionado al respecto: “Si yo por servir a mi Patria te hago padecer, tú debes sufrirlo bien convencida de que así cumples tu deber. Endulzarás esa pena, pensando que padeces porque yo cumplo mi deber” (carta del 2 de noviembre de 1898). Ahora, para persuadirla, necesitó justificarse comparándose más de una vez con Cristo:
“Pero no cometí ningún delito, y estoy aquí injustamente. ¿Por qué me dices, pues, que he hecho mal en casarme, casi que [te] engañado y que no me porto como un marido, sino que trato como esclava?
Mira te voy a recordar un pasaje de la vida de Jesús, y ya sabes que a Jesús todos debemos imitar. [le cuenta a continuación cómo Cristo se perdió en el templo con 12 años]
Cuando le encontraron, la Madre le dijo:
—Hijo mío tu padre y yo te andábamos buscando por todas partes, afligidos.
—¿A qué me buscabais? ¿No sabes que es [mi deber] cosas de La Religión?
Pues bien, eso mismo te diré yo a ti.
—¿A qué te apuras? ¿No sabes que estoy aquí por haber [cumplido] mi deber? ¿No sabes que esto quiere Dios de mí?
Otro caso te contaré:
Un día estaba Jesús entre sus discípulos predicando y haciendo milagros. Se le acercó uno de uno de los apóstoles y le dijo:
—Señor: tú Madre y tus parientes están allí esperándote.
¿Sabes lo que le contestó? Pues esto:
—Mi madre y mis parientes son aquéllos a quienes debo instruir en las verdades de la Religión.
Pues bien, querida mía, yo también te diré:
—Mi gusto sería estar contigo y no separarme de ti, cuando por cumplir mi deber me tengo que separar, debo dejarte, querida mía para ir a cumplirlo”.
Sin embargo. Sabino tuvo que seguir insistiendo. Es lo que se deduce de la última carta conocida a su esposa, que contiene algunas palabras ilegibles:
“Pues si esas y advertencias que son de verdadero amor y cariño te ponen triste, no sé cómo te puedo hablar.
Mil veces te he dicho que esas advertencias recibas con calma, como consejos de quien te quiere bien, pero tú todavía no me das ese gusto.
¿Cuándo aprenderás eso? Tú serías capaz […] Jesús se te apareciera y te dijese: Hija mía; se […] ama a tus enemigos; perdona a los que te ofenden; dales tú bien por el mal que ellos te hacen; pórtate tú bien con todos, aunque se porten mal contigo. De ese modo me agradarás mucho. pero si no haces así, sentiré mucho.
Si Jesús te hablara así, ¿tú serías capaz de ponerte triste y enferma, en vez de agradecerle esas palabras de amor? Pues bien, esto haces conmigo. ¿Por qué no recibes mis palabras con calma y contento, puesto que te hablo así porque te quiero y sólo porque te quiero?
En vez de ponerte triste, debieras alegrarte, y en vez de enfermarte debieras […] diciendo: ¡cuánto me quiere mi marido, pues siempre me está dando los buenos consejos! ¡Cuánto se interesa por mí!¡Cuánto […] porque yo sea digna sierva e hija del Señor! Gracias le doy […] que me ha dado un marido que me quiere tanto y que me […]
Si así recibieras mis consejos, […] yo contento y sobre todo Dios contento de nosotros dos. Así haz, pues, queridita mía, y cada día te querré yo más y Dios te premiará en este mundo y en el otro”.
Más éxito debió de tener con los encargos que le hacía: “El sábado, mándame dos pares de calcetines y dos calzoncillos. Me gusta mudar éstos dos veces á la semana en verano”. No habría entrado en estos detalles, si no fuera porque pontifico de manera muy miserable sobre la higiene de los españoles en el artículo más racista que escribió, “¿Qué somos?”, en el que trataba a vizcaínos y españoles como si fueran dos especies de anímales completamente distintas, en una comparación muy odiosa:
“El aseo del bizkaino es proverbial (recordad que, cuando en la última guerra andaban hasta por Nabarra, ninguna semana les faltaba la muda interior completa que sus madres o hermanas les llevaban recorriendo a pie la distancia), el español apenas se lava una vez en su vida y se muda una vez al año.
La familia bizkaina atiende más a la alimentación que al vestido, que, aunque limpio siempre es modesto; id a España y veréis familias cuyas hijas no comen en casa más que cebolla, pimientos y tomate crudo, pero que en la calle visten sombrero, si bien su ropa interior es «peor menealla»”.`
Pese a sus esfuerzos, al final Arana tuvo que ceder. Sabino había decidido cambiar el PNV por un nuevo partido, la Liga de Vascos Españolistas, cuyo objetivo sería la autonomía, que hasta entonces había despreciado. Sea porque se había ablandado en prisión (el proyecto lo anunció al poco de ingresar en prisión), por la presión de los miembros moderados del partido, el éxito de la Lliga Regionalista de Catalunya, que había aparecido en 1901, o por la hostilidad de grandes sectores de la sociedad bilbaína, él lo consideró “un golpe colosal desconocido en los anales de los partidos”, según afirmó en una carta dirigida a su hermano Luis el 23 de junio de 1902. Unas semanas después, el 15 de agosto, prometía a su esposa retirarse de la política para vivir con ella una vida tranquila:
“Además: después de esto [la estancia en la cárcel que preveia corta] ya nunca más en toda mi vida me veré en estas cosas, porque el partido nacionalista morirá este mismo año y los nacionalistas se harán españolistas.[De manera que no?] habrá más cárceles y juicios para ellos.
Yo me retiraré á casa, á descansar, y ya no habrá peligro ninguno para mí.
Viviré con mi mujercita tranquilo, tranquilo y feliz”.
La promesa la repitió el 13 de octubre de 1902, cuando apenas le quedaba un año de vida:
“Alégrate, minín. Cuando salga de la cárcel, tendremos una temporada de paseos por Sobrón y otros puntos. Después, en casita quieto, haciendo el programa del nuevo partido, y luego de unos meses, á casita; y en paz en casita sin meterme en más líos: porque ya sabes que nuestro partido desaparece, para formar otro”.
Pero Arana no tuvo tiempo para cumplir su promesa. Tampoco para sustituir al PNV por la Liga de Vascos Españolistas, que fue enterrada por los que se hicieron cargo del partido. En julio de 1903, cayó gravemente enfermo y cuatro meses después fallecía el 25 de noviembre en su casa de Pedernales.
Lo que parece seguro es que Nikole trató de aislar a Sabino de los miembros de su familia y del partido. Así se quejaba Luis en carta del 23 de octubre, dirigida Ángel de Zabala, el mejor amigo de Sabino, a quien había nombrado sucesor en la dirección del partido el 30 de septiembre, y que es el que había avisado de la gravedad de la enfermedad a Paulina:
“Por la mujer de Sabino, no habría sabido ella [Paulina] nada y menos yo, triste es decirlo. ¡Así nos ha aislado a la familia su felonía! Mi hermana Paulina hizo lo posible por enterarse de si había en París algún especialista para esa enfermedad y obtuvo resultado su información. Nada te digo de lo que ha pasado pues por ella ya estarás enterado. El genio especial de Sabino y el amor al metal de Nicolasa ha dado por resultado que en vez de ir a París a consultarse con el especialista hayan quedado en Pedernales dejando que avance la enfermedad y exponiéndose a un contratiempo fácil en un cuerpo muy debilitado” (en ese escrito, confiesa que no escribe directamente a Sabino por miedo a que Nikole retenga las cartas y que lo hace por medio de Paulina).
Las relaciones de Luis con su cuñada habían empeorado por cuestiones de dinero relacionadas con negocios familiares ruinosos. En honor de Nikole, hay que decir que Luis también se llevó mal con el marido de Paulina, Alfredo Urquizu Zorrilla, al que consideraba un “majadero” y “el hombre más falso y chapucero que he visto”, quien, sin embargo, confió más en la mujer de Arana, a la que entregó los libros de cuentas de los negocios familiares (en cambio, Luis se llevó muy bien con la hermana menor de su mujer, Isabel, quien vivió en su casa hasta que se consagró monja). La inquina de Luis aumentó cuando se enteró de que su hermano le había desheredado:
“Por la 2ª [y última cláusula del testamento] y a fin de asegurar la 1ª, nos deshereda a nosotros. Me sorprendió en parte, pues creo muy natural y lógico que a Nicolasa, su viuda, le dejara todo mientras viviera, pero no me parece natural ni justo que después de la muerte de Nicolasa vaya todo a la familia de esta. No quiero comentar esa falta de cariño, sentimiento natural. Prescindo de la cuantía de los bienes, pues lo mismo fuera que se tratara solo de un libro, Sabino gastó más de 50.000 pesetas entre una cosa y otra en los terrenos de al lado de Abiña [el caserío de la familia de Nikole, con la que más convivió Sabino en los últimos años]. Queda a Nicolasa esto y el 20% de las minas de carbón, etc. Quedará, pues, en buena posición, mucho más una vez que se le arreglen las cosas del carbón y el estaño. No sé a qué vienen sus lloriqueos de falsa. Debe callarse”.
Tenía razón: no era necesaria una mención expresa.
No obstante, hay que añadir que pudo visitar a su hermano. Con ese fin se había hospedado en la casa de su hermana Paulina, en la cercana Forua, el 26 de octubre (pero no estuvo con Sabino en los últimos días, porque se había marchado a Bilbao el 22 de noviembre por asuntos personales). Los miembros del partido, que se turnaron incluso para atender a Sabino, lo tuvieron mucho más difícil, como revela este testimonio de Fabián de Ispizua:
“Dos o tres días antes de su fallecimiento me avisó [Arana] que quería verme. Presuroso fui a su casa, pero su esposa me recibió en la escalera y me dijo que no podía verle porque no estaba en condición de recibirme. Desde que recibí el aviso hasta que me presenté en su casa no pasarían ni diez minutos porque a la sazón me tocó estar en Sukarrieta. No sé si fuera alguna añagaza de su esposa, pues ella quería al maestro alejado de nosotros. […] No le vi más en vida”.
Aunque se cuenta que Nikole pintó la casa con los colores de la Ikurriña (la vivienda ha desparecido y no hay testimonio gráfico), todo apunta a que no se hizo nacionalista. Lo cierto es que la viuda no desempeñó ningún papel en el desmesurado culto que se dispensó a Arana, una necrolatría para la que no hallado parangón.
Además, en 1910 se casó con Eugenio Alegría Bilbao, lo que no debió de alegrar a la familia nacionalista (Bilbao es un apellido que se daba a los expósitos). Y por todo lo alto: en la basílica de Begoña, que era la iglesia con más prestigio para las bodas. La viuda no hizo ningún estudio genealógico de su nuevo marido, que también era de Pedernales; al parecer, lo que le interesó es si tenía deudas, que no tenía (tres días después de la boda, Eugenio, ante notario, dio poderes a Nikole, para llevar todos los asuntos del matrimonio, incluidos los económicos). El esposo era capitán de la marina mercante (la muy difundida idea de que era un carabinero es un infundio que se originó en la comarca). Murió en 1918 en Asturias, donde está enterrado. La vida anónima de Nikole se prolongó hasta el 19 de marzo de 1951, tres meses antes del fallecimiento de Luis. No fue enterrada junto a su esposo, sino a unos metros en un panteón familiar (un mes antes de su muerte, el 22 de octubre, Sabino había escrito a Luis que “mi pobre mujer quedará resignada, bendiciendo a Dios, y procurando ganar el Cielo para vivir juntos los dos alabando al Señor”).
Nikole no participó en ninguno de los innumerables homenajes que se tributó a Arana. Tampoco era citada en la prensa nacionalista. En 1935, el diario Euzkadi la mencionó como “doña Nicolasa de Atxikallende viuda de Arana-Goiri”. Eso motivó la enérgica protesta de Luis, que era muy mirado con los detalles (después del bombardeo de Guernica, escribió al periódico para protestar porque se había llamado a la ciudad “villa de foral”, cuando el Fuero de Vizcaya no había regido en esa población):
“Según mi criterio no puede decirse eso, no puede decirse que esa señora sea viuda de mi hermano Sabino como ahí se dice, sino que fue viuda en un tiempo pasado, en tiempo atrás.
Viuda de mi hermano podía y debía decirse cuando lo era, es decir, desde la muerte de mi hermano hasta que volvió a casarse con el Sr. Alegría.
Pero una vez vuelta a casarse con éste y enviudar de él, a esa señora debe denominarse viuda del Sr. Alegría, y no de Arana-Goiri.
Fué viuda de mi hermano en aquel tiempo pasado, pero ahora, en el tiempo presente, es viuda del Sr Alegría.
Tiempo pasado, tiempo presente”.
El PNV tampoco pidió permiso a Nikole para desenterrar los restos de Arana y llevarlos secretamente a otro sitio y evitar así una posible profanación por el ejército rebelde que se acercaba a Pedernales. Si consultó con Luis. Pero era la viuda la que tenía que dar su autorización. Durante años visitaría la tumba sin saber que lo hacía inútilmente. Los restos fueron devueltos a la tumba también en una ceremonia clandestina y nocturna ¡el uno de enero de 1989!, en el contexto de la pugna entre el PNV y sus escisión EA, que puso fin a otra historia singular del partido fundado por Sabino de Arana.
Sabino de Arana sólo vivió 38 años. Comenzó siendo español. Luego se hizo nacionalista vizcaíno. Y más tarde, nacionalista vasco. No sabemos si habría continuado evolucionando si hubiera tenido una vida tan larga como al de su hermano Luis, que vivió ochenta años (su otro hermano, Juan Balbino, murió con 31 años). La muerte le impidió culminar la evolución españolista, que, aunque sólo hubiera sido un cambio táctico, habría propiciado, seguramente, otro Sabino de Arana y Goiri. Y, sobre todo, cumplir la promesa hecha a su esposa de retirarse de la vida política y tener una vida tranquila en el campo, propia de un rentista. Ése habría sido un Sabino de Arana muy distinto del que ha pasado a la historia. Ciertamente, resulta difícil imaginarlo, dado el temperamento que tenía (aunque también es cierto que se había moderado con la entrada 1898 en el partido de personas de la sociedad liberal Euskalherria, que aportaron mucho dinero y gente capacitada). Pero parece evidente que un Sabino enamorado fue mucho más influido por Nikole, sin necesidad de lecciones teóricas, de lo que él influyó en su mujer, pese a todos sus esfuerzos. Y como dijo Oscar Wilde, “todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro”. La enfermedad de Addison no sólo le privó de ese futuro, sino que Luis, convertido en celoso guardián de la más estricta ortodoxia, intento evitar cualquier evolución (al final, en 1936, abandonó definitivamente el PNV).
La historia contada no es una historia menor. Sabino de Arana, que leía muy poco, como reconoció, porque prefería meditar y reflexionar, apenas tiene fuentes que den cuenta de su pensamiento. Su modo de ser y de pensar está influida por su vida, que por eso es tan importante; sin embargo, carece todavía de una biografía científica. Su enamoramiento cambió su vida. Y también su forma de pensar. Como comprobamos, al poco de enamorarse confesó que Nikole “me ama como nunca creí que pudiera amar mujer”. Y da la impresión que la humilde aldeana, que, como casi todas las mujeres de aquel tiempo, no estaba interesada por la política, terminó domando a su Pigmalión.
Antes de que te vayas…