La serie (2019) creada por la televisora colombiana Caracol para Netflix refuerza la idea de una ciudad asfixiada por inquisidores fanáticos, sádicos y obsesionados con las brujas.
A punto de morir en la hoguera, la esclava y bruja Carmen se salva viajando en el tiempo. Protagonizada por Angely Gaviria, van dos temporadas de brincos entre la Cartagena de 1646 y 2019, siguiendo tramas propias de una telenovela “juvenil”. Lamentablemente transmite a sus seguidores –mayoritariamente hispanos- la idea de que el germen del mundo hispano, la Monarquía Católica, fue un Estado nefasto anclado en el fanatismo.
El Tribunal de Cartagena
Fundado en 1610, abarcó territorios sustraídos al Tribunal de México y Lima. Fue la tercera y última filial americana del Consejo de la Suprema y General Inquisición. Como el resto de tribunales americanos, destacó por sus escasos recursos materiales y humanos. Abolida por la Junta de Cartagena (1811) volvió a estar vigente tras la toma realista (1816), murió definitivamente por decreto de Fernando VII (9 marzo 1820) y fue muy diferente de la Inquisición imaginada por Ana María Parra, creadora de Siempre Bruja.
En cuanto a su crueldad, en dos siglos procesó a unas 800 personas y llevó a la muerte a 6, de los que 5 fueron ejecutados y 1 murió encarcelado (de media 4 procesados al año y un ejecutado cada 42) por lo que probablemente fue uno de los tribunales más benignos de su tiempo. Tampoco fue “sádica”, pues la Inquisición destacó por el uso moderado y reglado del tormento, con presencia de notario y médico, y utilizado en un pequeño porcentaje de casos. Menos que los tribunales civiles de la Monarquía Católica y que los de “otras inquisiciones”.
Y no tuvo especial predilección por las mujeres negras y esclavas, más bien lo contrario; la mayoría de sus “víctimas” fueron hombres y blancos. Y los esclavos, al igual que el resto de tribunales americanos utilizaron la Inquisición como una forma más de defender sus derechos:
Como conclusión general, podemos afirmar que los negros esclavos en América se relacionaron de múltiples maneras con el tribunal inquisitorial: como reos procesados, como mano de obra encargada de las tareas de mantenimiento y reparaciones de rutina del edificio inquisitorial, como bienes materiales confiscados, servicio dentro y fuera de las cárceles del Santo Oficio, testigos y denunciantes de sus amos. En este último sentido, el Santo Oficio se convirtió en Tribunal de Justicia que defendió a estas “piezas de ébano” del maltrato de sus amos (Rosas Navarro, 2003: 54)
Sobre las brujas, la Inquisición española creía poco en las brujas, gracias especialmente al fraile Alonso de Salazar y Frías (1564-1636) cuyos memoriales sobre las sentencia de las brujas de Zugarramurdi (1610) sirvieron al Consejo Supremo de la Inquisición para dar unas Nuevas Instrucciones (1614) sobre cómo enfocar la “brujería” y que salvaron a miles de mujeres, pues su escepticismo se extendió a los tribunales civiles:
(En Europa) Hubo aproximadamente 100.000 personas procesadas por brujería u otras supersticiones entre los años 1450 a 1700. De ellas se ejecutaron entre 50.000 a 60.000 individuos (…) las cinco regiones que más ejecuciones sufrieron por cada mil habitantes fueron: Liechtenstein (100), Suiza (4), Polonia/Lituania (2.94), Alemania (1.56) y Escandinavia (0.96). Por su parte, España tuvo una media de 0.04 por cada mil habitantes, colocándola solo por encima de Portugal (Crespo Vargas, 2011:123)
Por ello, el tribunal de Cartagena, aunque tuvo que lidiar con gran número denuncias de brujería y similares en un puerto sobrado de creyentes y practicantes de tales asuntos, abrió relativamente pocos procesos (37.8% del total, con 264 acusados) y dio penas livianas:
(sobre las brujas) pensamos que el Tribunal Inquisitorial intentó cumplir con su función de la manera más objetiva posible, siguiendo el procedimiento al igual que con los demás reos y que, por tanto, no se ensañó con ellas sino que buscó su reconciliación con la santa Iglesia. Sin embargo, ciertas penitencias como ayunos, oír Misa y servir en hospitales o quitar las penas de cien o doscientos azotes, nos llevan a afirmar que, en general, los inquisidores fueron flexibles con ellas. Otra prueba de esto es que no sentenciaron a la hoguera a ningún brujo, hechicero, curandero o adivino (Rosas Navarro, 2003:107)
Buen ejemplo de todo lo anterior es el caso de Paula de Eguiluz, “madre” de Carmen en Siempre bruja. Negra criolla “consentida por su amo” Joan de Eguiluz, alcalde mayor de Las Minas del Cobre (Cuba) fue denunciada por once personas por, entre otros crímenes, asesinar a un bebé indio y beber su sangre. Terminó ante el tribunal de Cartagena acusada de brujería (1623). Libró tres procesos, fue manumitida durante el primero y gracias a su “arte del bien querer” logró retomar en Cartagena la influencia que tuvo en Cuba.
Una más
Siempre bruja forma parte de la “tradición cultural” colombiana de satanizar el tribunal cartagenero. Entre sus numerosos ejemplos destaca la telenovela La pezuña del diablo (1983) adaptación de la novela homónima de Alfonso Bonilla-Naar (1970). Emitida por la televisión pública Canal 1, tuvo un inmenso éxito pues en palabras de su director, el argentino David Stivel, “(supo) explotar con prudencia la inclinación de la gente por el sadomasoquismo”. Nueve millones de colombianos disfrutaron el centenar de episodios:
Desde que suena la tétrica música con el fondo de llamas infernales que da comienzo al capítulo de la noche, familias enteras quedan hipnotizadas y dispuestas a absorber cuanta cachetada y azotaina, grito y pesadilla se le haya ocurrido a Jiménez (el libretista) para la ocasión (“La Pezuña tiene garra” Semana, 21 noviembre 1983).
Pero nada comparable a la influencia del Museo Histórico de Cartagena (MUHCA) alojado en la casona que fue sede del tribunal (construida en 1770). Debería contextualizar el Tribunal, informando por ejemplo, que en el año en el que Carmen de Siempre bruja es quemada (1646) se apagó la “productiva” caza de brujas de Matthew Hopkins y John Stearne en Inglaterra, con entre 230 y 300 infelices ejecutados en un par de años. Hazañas que influyeron en los procesos de brujas de la puritana Nueva Inglaterra. Así permitiría a los visitantes concluir que
No podemos considerar a la Inquisición como una mancha negra en la historia de la Iglesia, ya que sus intenciones la colocan por encima de cualquier crítica desde la perspectiva histórica presente. Todo tiempo histórico tiene sus propias leyes morales; la palabra moral deriva del latín mores, que significa costumbres, por lo tanto es moral lo que en una época una sociedad acepta (Splendiani et al, 1997:38)
Pues no. Su director, Moisés Álvarez Marín hace todo lo contrario. Los paneles la presentan como una abominación singular creada por Tomás de Torquemada, quien (él solito) “de acuerdo a investigaciones históricas envió a la hoguera a más de 10.000 personas” (en realidad, en sus 350 años de existencia los “relajados” fueron entre 5.000 y 10.000, y en América: 35 en el tribunal de México, 32 en Lima, y 5 en Cartagena) que “convirtió a España en una sociedad de castas” y prohibió la lectura de libros como Madame Bovary (publicado 30 años después del fin de la Inquisición española).
En realidad, el MUHCA confunde al visitante mezclando la actividad de la Inquisición Española con el vaticano Index librorum prohibitorum. Y lo mismo hace con el resto de sus informaciones, en especial con los instrumentos de tortura, presentando al visitante artilugios terroríficos: «aplasta cabezas», «desgarrador de senos», «el collar de púas», «la horquilla del hereje», «la guillotina», o «la sierra». En realidad, reproducciones hechas por el MUHCA que nunca se usaron por la Inquisición española, ni en Cartagena ni en el resto de la Monarquía. Así por ejemplo, el terrible «aplasta cabezas» se usó en Alemania y la guillotina fue la “estrella” de la Revolución francesa.
La indecencia llega al extremo de informar en uno de los paneles, que la Inquisición usó «La doncella de hierro» -un instrumento de tortura probablemente surgido de los relatos de terror gótico decimonónico – e ilustra la sala con escenas gore, como una ejecución en «la rueda», método empleado principalmente en Alemania y utilizado en Prusia hasta 1841.
El museo no explica la historia del Tribunal ni de Cartagena, solo refuerza la idea de que la Monarquía Católica fue un periodo nefasto en la historia de Colombia, entre las culturas precolombinas y la liberación de la Independencia. Memez básica de cierta forma de entender la nación colombiana que concuerda con las filias políticas de don Moisés, que también funge de “guía oficial” de Cartagena para visitantes ilustres, y tiene a Fidel Castro como su «huésped» preferido.
Pero el MUHCA, al igual que otros muchos ¿museos? que a lo largo de los territorios de la vieja Monarquía explotan la Inquisición, también piensa en la plata. Cartagena es uno de los principales destinos turísticos hispanoamericanos, y una Inquisición Española terrorífica forma parte del imaginario colectivo mundial, especialmente del mundo anglosajón. Sin olvidar que llenar de instrumentos de tortura una de las mejores casonas virreinales de Colombia, permiten que mensos internacionales se fotografíen metiendo sus cabezotas en la guillotina o la horca del patio. Después de pagar la entrada.
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Bibliografía
Crespo Vargas, P. (2011) La Inquisición española y las supersticiones en el Caribe hispano, Palibrio.
Rosas Navarro, R.M. (2003) “Los negros esclavos y el tribunal de la Santa Inquisición en América”, CSIF:
https://pirhua.udep.edu.pe/bitstream/handle/11042/1783/tesisCSICRR.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Splendiani, A.M. (1997) Cincuenta años de inquisición en el Tribunal de Cartagena de Indias 1610-1660 T.I, Pontificia Universidad Javeriana e Instituto Colombiano de Cultura Hispánica.
Sobre el MUHCA:
“Inquisición a la criolla” El Tiempo, 20 marzo 2010
https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-7449633
“El guardián de la Inquisición” El Universal, 7 abril 2013.
https://www.eluniversal.com.co/suplementos/facetas/el-guardian-de-la-inquisicion-114959-ISEU201944