La cruz donde fue crucificado es quizá, la reliquia con más renombre de la Pasión de Jesucristo. Es el símbolo cristiano por excelencia. La muerte por crucifixión era el castigo reservado por las autoridades romanas a los reos condenados por sedición.
La primera utilización de la cruz como símbolo cristiano se debe al emperador Constantino, que, en la víspera de la batalla de Puente Milvio (año 312), la visión de una cruz brillante le apareció en el cielo con las palabras: In hoc signo vinces (con este signo vencerás) Al día siguiente, ordenó a sus soldados que dibujaran un crismón en sus escudos. Su victoria fue el inicio de un camino sin retorno, en el que el cristianismo acabó convirtiéndose, años después, en la religión oficial del Imperio romano.
Su origen como objeto devocional se remonta al siglo IV, cuando Helena de Constantinopla hizo demoler el templo de Venus que se encontraba en el monte Calvario de Jerusalén. El viaje se había realizado con objeto de encontrar el Santo Sepulcro, que se hallaba perdido. La madre de Constantino no solo halló el famoso madero, sino también las de los dos ladrones que acompañaban al Mesías en el Calvario. Al parecer, Helena fragmentó en dos partes la Vera Cruz para repartirlas entre las sedes santas de Jerusalén y Roma y evitar así conflictos. Es a partir de entonces cuando se despedazan en numerosísimas astillas que se dispersan por todo el orbe cristiano. Una multiplicación inaudita, milagrosa.
El propio Cirilo de Jerusalén se quejaba de la profusión de astillas que se repartían en el mundo cristiano en el siglo IV. Muchas de ellas fueron a parar a la península Ibérica.
El Lignum Crucis de Liébana
No existe monasterio, iglesia o capilla en la cristiandad toda, especialmente si está bajo la advocación de la Santa Cruz, que no se precie o haya preciado de atesorar alguna muestra de la Vera Cruz, tronco, tarugo o astillita. Incluso relicarios portátiles y medallas al cuello circularon con presuntas virutas de la cruz donde el Mesías fue crucificado.
Aquella supuesta cruz que encontró Helena en Constantinopla se multiplicó de manera exponencial. Entre todos los fragmentos que se diseminan por el mundo darían varios árboles para formar un bosque. Hasta los más crédulos sospechan que existen demasiados trozos de la cruz de Cristo como para que todos ellos sean auténticos.
Fragmentos notables se veneran en la basílica de San Pedro de Roma, en Veletri (Italia); en la catedral de Notre Dame (París) y en Bolonia. Los fragmentos españoles más importantes son los de la capilla del Palacio Real de Madrid y el de Santo Toribio de Liébana (Santander). Este último, que pasa por ser el mayor trozo conocido después del romano, es un leño de 63 centímetros de longitud que, según la autorizada tradición, corresponde al brazo izquierdo de la cruz (lo que resulta incompatible con la apreciación sindonológica de que el patibulum completo está en Santa Croce).
En el municipio de Camaleña, cercano a Potes, en el corazón de los Picos de Europa, “un lugar privilegiado para contemplar la obra del Dios creador”, según una estampa franciscana, se encuentra el monasterio de Santo Toribio de Liébana, que, junto a los Lugares Santos de Jerusalén, Roma, Santiago de Compostela y Caravaca de la Cruz, es uno de los núcleos de peregrinación del cristianismo por ser depositario del supuesto fragmento de la cruz más grande que existe.
El monasterio, que hoy está al cuidado de una pequeña comunidad seguidora del carisma de san Francisco de Asís, fue fundado sobre el monte Viorna en el siglo VI por benedictinos castellanos y leoneses. Dos santos con el mismo nombre, Toribio, fueron abades del lugar. Uno, obispo de Astorga, pudo traer el madero desde Jerusalén. La tradición relaciona la Cruz con el origen del monasterio, pero lo más verosímil es que fuese traída al mismo tiempo que los restos de Santo Toribio, alrededor del siglo VIII. Otras fuentes apuntan que el lignum Crucis se trajo ese mismo siglo por miedo a los expolios de los ejércitos islámicos.
Leyendas posteriores quisieron elevar la alcurnia del monasterio retrasando varios siglos el momento de su fundación, que realmente no debió de llevarse a efecto hasta la repoblación promovida por los reyes asturianos (Alfonso I y, más tarde, Alfonso II el Casto) durante la octava centuria.
Ese mismo siglo VIII, otro de sus monjes, el ahora famoso Beato de Liébana, compuso unos Comentarios al Apocalipsis iluminados con miniaturas que constituyen una de las joyas artísticas del periodo, además de un importante tratado del pensamiento mítico medieval. Para su elaboración, el clérigo se basó en otros libros de saltos padres orientales y romanos, lo que nos da una idea de la biblioteca que debía de poseer el cenobio lebaniego.
La actual iglesia, remodelación de la primitiva prerrománica, es de estilo gótico cisterciense (siglo XIII): planta rectangular, tres naves, la central más ancha, tres ábsides poligonales y torre al pie de la nave central. La puerta principal, llamada del Perdón, solo se abre en cada Año Santo Jubilar, cuando el día de santo Toribio coincide en domingo.
El famoso lignum Crucis se custodia en una capilla barroca junto a la efigie del fundador de la capilla, el inquisidor de Madrid, luego arzobispo de Bogotá, Francisco Gómez de Otero y Cossío, que era natural del pueblo.
Según el padre Sandoval, cronista de la orden benedictina, esta reliquia corresponde al “brazo izquierdo de la Santa Cruz, que Santa Elena, dejó en Jerusalén cuando descubrió las cruces de Cristo y los ladrones. Está cerrada y puesta en modo de cruz, quedando entero el agujero sagrado donde clavaron la mano de Cristo”.
Conservado en un relicario
La madera se encuentra dentro de un relicario en forma de cruz de plata dorada, con cabos flordelisados, de tradición gótica, realizada en un taller vallisoletano en 1679. Las medidas de la astilla sagrada son de 635 milímetros el palo vertical y 393 milímetros el travesaño, con un grosor de 40 milímetros. Se tiene constancia de esta reliquia desde 1316, cuando se menciona como parte del brazo izquierdo del madero hierosolimitano. También se sabe que en el siglo XVI la reliquia se aserró para construir la cruz que hoy puede verse.
Precisamente, el gran cambio en la historia del antiguo monasterio, luego priorato, de Santo Toribio de Liébana tendría lugar a comienzos de aquel siglo, cuando el Papa Julio II (el mismo que encargó a Miguel Ángel las pinturas de la capilla Sixtina) le otorgó la potestad de celebrar jubileo los años en los que la fiesta local cayese en domingo. Este privilegio, que suponía conceder indulgencia plenaria a quienes lo visitasen en esa fecha, vino a salvar su prestigio en un momento delicado, tras un largo periodo de decaimiento, de pérdida de propiedades y de amargos enfrentamientos con el concejo de Potes.
La bula de Julio II, de fecha 23 de septiembre de 1512, fue ampliada por otras dos del papa León X una de diciembre de 1513 que extiende el jubileo a toda la semana siguiente al domingo de fiesta, y otra de 10 de julio de 1515, en la que se concede la indulgencia plenaria a quienes, confesados, visiten cualquiera de los altares del monasterio.
A este impulso papal se debe que la Edad Moderna fuese aquí bastante activa en términos arquitectónicos: en el siglo XVII se construyó el claustro, y en el XVIII la grandiosa capilla del lignum Crucis, buen ejemplo de lo que era usual en la arquitectura barroca del norte de España: influidos por una tradición secular, los maestros montañeses no dudaban en mezclar elementos clasicistas con bóvedas nervadas de tradición gótica, transmitidas de padres a hijos durante varias generaciones. Esta capilla se abre en el lado del Evangelio de la iglesia gótica, constituyendo una de las mejores obras barrocas de Cantabria.
Un documento de 1678 nos informa de que la reliquia estaba guardada en una caja de plata con funda en el interior de la Cámara Santa donde se custodiaban el cuerpo de Santo Toribio y otras reliquias, y también se da la noticia de que dieciocho años antes, es decir, en 1660, se pusieron unas barrillas de plata abrazando los encajes de parte a parte de la Cruz.
A comienzos del siglo XVIII permanecían en el monasterio el cuerpo del bienaventurado Toribio, obispo de Astorga, así como el gran trozo de la Cruz, del que se hurtaron muchos pedazos en el siglo XVII. En 1798 el cuerpo había desaparecido de Liébana; pero se conservaba el trozo de la Cruz del Redentor.
Las peregrinaciones a Santo Toribio decayeron e incluso desaparecieron a partir del siglo XIX. Este siglo y los comienzos del XX fueron desastrosos para el monasterio. En 1808, ante el peligro de las tropas napoleónicas que causaron grandes destrozos en Liébana, el lignum Crucis fue ocultado en la Cueva Santa, uno de los eremitorios que rodean al monasterio.
Durante el Trienio Liberal (1820-23) hubo intentos de desamortizar el monasterio, iniciativa que fue abortada tras la entrada en España de Los Cien Mil Hijos de San Luis. Pero años después, sufrió la desamortización en época de Mendizábal (1836) A partir de este momento, el monasterio pasó a depender de la diócesis de León y a realizar labores de parroquia, mientras que la Cofradía de la Santísima Cruz se encargó de velar por la reliquia.
En 1936 el sagrado leño, de nuevo escondido, se salvó del asalto al monasterio por parte de las tropas republicanas y finalizada la Guerra Civil la reliquia se trasladó en procesión a la iglesia parroquial de Potes. En mayo de 1956 el monasterio volvió a la diócesis de Santander y en abril de 1961 los franciscanos se hicieron cargo del mismo.
Más de 2.000 años de antigüedad
En 1958 se realizaron algunas pruebas para comprobar la autenticidad del lignum Crucis y confirmaron “que la madera es de un árbol que hay en Tierra Santa y que tiene una edad superior a los 2.000 años”, según Juan Manuel Núñez, superior del convento de Santo Toribio de Liébana.
Este informe técnico emitido por el Instituto Forestal de Investigaciones y Experiencias Agrarias de Madrid indicó que la madera podía pertenecer a un árbol de la clase botánica de las coníferas, de color tabaco claro y densidad de 0,700.
Una serie de pruebas llevaron a la conclusión de que la reliquia correspondía con seguridad a la especie forestal Cupressus sempervirens, cuyo hábitat geográfico natural se encuentra, entre otras zonas, en Palestina. Además, el ADN de la reliquia coincide con el de otros trozos de la cruz más pequeños que se conservan en distintas partes del mundo, como en Caspe (Zaragoza)
“La mayor prueba de veracidad del Lignum Crucis son todas las conversiones que se dan en el sacramento de la confesión en el monasterio”, afirma el sacerdote. Según Núñez, el lignum Crucis de Liébana habla “con un lenguaje callado, del amor de Dios que se regala a todos los corazones de los hombres. Un amor que quedó para siempre plasmado en la Cruz y que dice a todos: Aunque no sepáis leerlo aquí dice cuánto y cómo os quiero’”.
Desde el siglo XVI se viene celebrando el Año Jubilar Lebaniego Santo Toribio de Liébana. Este año santo tiene lugar cada vez que el 16 de abril (festividad de Santo Toribio) cae en domingo. La posesión de la santa reliquia es el origen de esta conmemoración. Las primeras informaciones sobre la reliquia y el Jubileo datan del siglo XIV, aunque la tradición los sitúa “en tiempos antiguos”. Asimismo tenemos varias noticias de modificaciones realizadas en la reliquia para su mejor conservación y exposición que suponemos están en relación con la mayor afluencia de peregrinos.
La última conmemoración ha tenido lugar en 2017. Está contabilizado en los anales eclesiásticos como el septuagésimo tercer Año Santo Jubilar Lebaniego. En 2023 se celebrará el número 74. Momento en que volverá a abrirse la Puerta del Perdón del cenobio. Convencionalmente se acepta San Vicente de la Barquera como origen del camino Lebaniego, ya que hasta allí llegaban por mar muchos de los peregrinos. La ruta tiene 73 kilómetros de longitud y se solía cubrir en tres etapas. Hoy está perfectamente señalizada y cuenta con albergues y otros servicios a disposición de los caminantes.
En Liébana, si nos fijamos bien, sucede lo mismo que en Santiago de Compostela. No hay nadie capaz de explicar cuándo empieza la devoción, pero todo el mundo conviene en que lo mejor es ir allí y rezar. Solo así se conseguirá llegar a la paz consigo mismo.
Santo Toribio es un lugar de paz y de oración, en el que cada detalle es digno de tener en cuenta, y donde miles de fieles pasan cada año para participar de una celebración única: la ostentación de la santa reliquia, que en años de epidemias era sacada para que eliminase todo mal.
Hoy día, no muchos devotos creen en esas facultades, pero acceder al tercer templo más importante para la cristiandad, después del Vaticano y Compostela, es un placer para los sentidos. Quizá tenga algo que ver la conservación del madero que consideran sagrado. Toda una reliquia que el viajero puede visitar con la guía La España Sagrada.
Bibliografía:
-ZORITA, MIGUEL; Las reliquias; BooksEdit; 2011.
-GARCÍA ATIENZA, JUAN; Guía de la España Mágica; Martínez-Roca; Barcelona; 1983.