A partir del s.XVI, los arrieros españoles jugaron un importantísimo papel transportando el tan necesitado mercurio para la extracción de plata en el Nuevo Mundo.
Desde el descubrimiento de América y especialmente tras las dos grandes conquistas continentales (Nueva España y el Perú), un poderoso espejismo metalífero se instaló bruscamente en el imaginario peninsular. Los botines y hallazgos argentíferos y auríferos de Hernán Cortés en el Anáhuac mexicano, pronto fueron inesperada y exageradamente superados por los mayestáticos descubrimientos de Francisco Pizarro y su hueste en el rico y exuberante “Birú”. Las noticias no tardaron en cruzar el charco y exagerarse. De la noche a la mañana, los hispanos del solar peninsular comenzaron a soñar con ríos de oro, lagunas de plata y, ¿por qué no? Montañas resplandecientes.
El descubrimiento y puesta en explotación del Cerro Rico de Potosí en 1545, donde se ha sacado riqueza nunca vista no oída en otros tiempos, de plata (Cieza de León, 1553), no sólo revalorizó de sobremanera la tierra del Inca, sino que terminó por pulir y exaltar la leyenda de la prosperidad metalífera del Nuevo Mundo.
Desde el descubrimiento de América, los hispanos del solar peninsular comenzaron a soñar con ríos de oro y lagunas de plata
Sin embargo, a pesar de cumplirse religiosamente la máxima de “yacimiento encontrado, yacimiento explotado”, no será hasta 1555 cuando las minas americanas comiencen a rendir a pleno pulmón gracias a la revolucionaria técnica de amalgamación de “azogue” -mercurio con plata- descubierta por el sevillano Bartolomé de Medina en Nueva España. A pesar del éxito de la amalgamación, el método no llegó al Perú hasta 1559, momento en el cual fue ampliamente difundido. A falta de yacimientos autóctonos en América -Huancavelica no sería explotada hasta 1564-, España ofrecía la mayor reserva mundial de mercurio en la villa manchega de Almadén. Ésta será la principal suministradora de “azogue” para las minas de plata americanas.
Fue en estas, bajo el mandato de Felipe II cuando se consolidó una ruta comercial de primer orden con objeto de transportar la mayor cantidad posible de mercurio hasta América. En España, la ruta por tierra discurría de la siguiente manera de acuerdo a dos vías. La primera: Almadén, Azuaga, Llerena, Santa Olalla y Sevilla. La segunda -para evitar aglomeraciones- también pasaba por Azuaga, pero conducía hacia: Constantina, Lora del Río, Tocina, Cantillana y Sevilla. Ambos caminos desembocaban en Sevilla, el “Puerto y Puerta de Indias”, donde el mercurio era embalado con mucho mimo para su transporte marítimo. La vuelta de Sevilla a Almadén la hacían los arrieros y carreteros cargados con hierro y acero, indispensables para los trabajos mineros.
Como mayor reserva mundial de mercurio, Almadén se convirtió en la principal suministradora para las minas de plata americanas
Del camino por tierra se encargaban principalmente los arrieros con recuas de mulas y yuntas de bueyes. Si bien estos últimos ofrecían una mayor capacidad de carga, la condición de los bovinos los hacía más lentos en su recorrido (46 leguas en 45 días). Es por esto que eran preferibles las mulas, las “bestias” (34 leguas en aproximadamente una semana). Las recuas de mulas agilizaban el aciago y tormentoso camino: mal pavimentado, expuesto a las inclemencias del tiempo, a los accidentes, a los bandoleros… Ni siquiera las ventas ni las posadas ofrecían consuelo ni abrigo alguno por ser “bastante deficientes en el servicio y en las instalaciones”, tal y como apunta el historiador Enrique Martínez Ruiz.
Para asegurar la fluidez comercial y evitar la falta de oxígeno mercurial al pulmón de la Monarquía, Felipe II promulgó varias disposiciones que blindaron la figura del arriero. En primer lugar, hacia 1578 prohibió que en las ciudades hubiese carros tirados por mulas y obligó a que fuesen tirados por caballos, para que así las bestias no fuesen empleadas en menesteres ociosos y perniciosos para la economía de la Monarquía. Del mismo modo, el Rey Prudente concedió a arrieros y carreteros el privilegio de pastar libremente en las dehesas y los montes de la Orden de Calatrava eximiéndolos del pago de tasas y peajes. Otro tanto a favor de este gremio lo apuntó cuando les concedió permiso para embargar los animales y los útiles (serones, lebrillos, jáquimas…) que necesitasen siempre y cuando fuera necesario.
Las recuas de mulas debían sortear un sinfín de peligros, por eso Felipe II promulgó varias disposiciones que blindaron la figura del arriero
Estas medidas comerciales y otras tantas que se consensuaron a lo largo del tiempo, sirvieron para estrechar poco a poco los lazos de España con América. A pesar de esto, toda disposición se hacía poca cuando se trataba de sacar el mayor rendimiento posible a la tierra prometida.
Irremediablemente, a mediados del s.XVI, el Nuevo Mundo se consagraba como el corazón económico de la política exterior europea de los Austria españoles. El sostén de la Monarquía pendía del hilo comercial con América.
Bibliografía:
-«Felipe II». Enrique Martínez Ruiz.
-«La América de los Habsburgo». Ramón María Serrera Contreras.
-«Novísima recopilación de las leyes de España». BOE