Un Tercio llamado…

«De Flandes«, «de Saboya«, «de Francisco de Sarmiento«… Múltiples han sido los nombres que han dado grado y personalidad a las unidades militares más laureadas en la Europa moderna. Pero, ¿a qué se deben? ¿Cuál es el origen de sus denominaciones?

Imagen de Libros y Lanzas (Créditos: Pintura de Ferrer-Dalmau).

Cada uno es de su padre y de su madre, y a estos les corresponde dotar al vástago de un nombre propio que le acompañará hasta el fin de sus días. En el caso de los legendarios tercios españoles sucedía algo parecido. Y no, no viene esto referido al nombre en particular de cada uno de los soldados que conformaban la agrupación militar, sino al Tercio en si: a la unidad de combate por excelencia de la Monarquía Hispánica a lo largo de dos siglos (XVI-XVII).

Razones para bautizar un Tercio

El nombre de cada uno de los tercios no respondía al mero azar. La denominación o apodo por el que se conocía a cada una de estas unidades daba al tercio en cuestión una personalidad propia y diferenciada del resto. Julio Albi comenta que, principalmente, había tres criterios -que a su vez podían ser simultáneos- a seguir para bautizar al tercio: el nombre de su maestre de campo, el lugar donde se asentaba o permanecía en campaña y el apodo derivado de causalidad anecdótica.

Victoria de Fleurus. Obra de Vicente Carducho (1634).

Los criterios para bautizar un Tercio eran: el nombre del maestre de campo, lugar de asiento y la causalidad anecdótica

Los dos primeros criterios han sido, quizás, los que han dado nombre a algunos de los tercios más conocidos y laureados. Tales fueron los casos del Tercio de Manrique y el Tercio de Diego de Castilla -que con el tiempo pasaría a ser el de Saboya– o el Tercio de Francisco de Sarmiento, que dejó hasta el alma en el famoso Sitio de Castelnuovo (1539). De la parte toponímica encontraríamos un amplio abanico, tales como los Tercios Viejos de Sicilia, Cerdeña (disuelto por el Duque de Alba en 1568 tras la derrota de Heiligerlee), o el de Brabante.

Detalle de los tercios en formación.

Apodos con méritos o de causalidad

Sin embargo, es menester tener muy en cuenta la condición del apodo. Éste no solo dio nombre a algunas de las unidades a las que nos referimos, sino que, en su mayor parte, acompañaron simultáneamente a la denominación conferida por el maestre de campo o ligada al lugar de asentamiento.

Los apodos eran el santo y seña de las denominaciones de los Tercios y buena prueba de su personalidad

El socorro de Brisach. Obra de Jusepe Leonardo (1635).

Podría parecer baladí, pero este apodo era recuerdo y reflejo de la personalidad del tercio. Así pues, tenemos los ejemplos del Tercio del «Cañuto» y el de los «Pardos». El primero porque, al parecer, de noche, sus arcabuceros tenían la costumbre de tapar las mechas de sus armas de fuego con cañas; y el segundo, según recogen testigos, debido a que «todas sus galas eran armas, pólvora y plomo» y preferían «un palmo de cuerda para la escopeta que una camisa». Albi recoge también otros apodos ad hoc, como el del «Ducatón», por haber recibido sus integrantes tan sólo un ducado en su viaje de España a Flandes o el conocido «Tercio de los Sacristanes», que en una ocasión, dadas las necesidades, se vieron obligados a vestir ropajes oscuros de campesinos.

Eco de laureles en la historia

No hay que olvidar que, en su origen, el Tercio nace con voluntad de permanencia. En España se había roto con la tradición medieval de levantar y disolver unas fuerzas casi improvisadas según el antojo y necesidades del monarca durante la Reconquista. De ahí la importancia de la denominación propia de los tercios, pues «aunque muden la cabeza son conocidos».

El nombre y el apodo eran la esencia del contingente, porque recordaban al soldado los días pasados de la unidad. Un solo nombre, un solo mote, bastaban para recordar a cualquiera las muchas hazañas y anécdotas. Para el Tercio era el eco de sus laureles en la historia.


Bibliografía:

-Julio Albi, «De Pavía a Rocroi. Los Tercios Españoles» (2018).

-Tomás San Clemente y Álex Claramunt, “Rocroi y la pérdida del Rosellón” (2014).

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