Los viejos creyentes rusos

“No nos está permitido vivir en el mundo”. Con estas palabras, el anciano Karp Ósipovich Lykov se presentó en 1978 a un grupo de geólogos rusos, tras ser descubierto junto a sus cuatro hijos, en un remoto rincón de la taiga siberiana.

Aquel anciano de ochenta y tres años no había visto a otro ser humano en décadas. Sus hijos, jamás. La familia Lykovy vivía apartada de la civilización en medio de un escarpado bosque de Siberia, ajenos al mundo, sobreviviendo con lo que el entorno natural les ofrecía, fieles a su fe y ritos religiosos, aquellos que trescientos años atrás volaron por los aires tras una radical reforma de la Iglesia Ortodoxa de Rusia. Desde 1667 miles de rusos decidieron alejarse de todos y de todo. Son los ‘viejos creyentes’. La familia Lykovy, sus descendientes.

Una historia que asombró al mundo

En 1978, al periodista ruso Vasili Mijáilovich Peskov le contaron una historia asombrosa. El descubrimiento de una familia de anacoretas en un lugar inhóspito de Siberia. Eran ‘viejos creyentes’. Una familia de cinco miembros, todos ellos adultos, que llevaban una vida de oración, lectura de libros litúrgicos y lucha por subsistir en condiciones primitivas. Vasili Peskov enseguida intuyó que estaba ante una gran historia. Había que contarla al mundo, tal y como hiciera en 1961 al entrevistar a Yuri Gagarin tras su viaje al espacio.

El loado periodista del Pravda tenía varias preguntas sobre la familia Lykovy a las que necesitaba dar respuesta: ¿cómo habían vivido durante los últimos cincuenta años? ¿Cómo habían podido sobrevivir en la taiga siberiana con nieve hasta la cintura y un frío que supera los treinta bajo cero? ¿Cómo han calculado el tiempo? ¿No han tenido ganas de ver a más gente? ¿Cómo se imaginan el mundo? ¿Cómo fue su experiencia con los primeros humanos que habían visto en su vida? Las respuestas a estas preguntas salieron a la luz durante diez años a través de las páginas del periódico ruso. Tiempo después, Vasili Peskov escribió la historia en un libro (Los viejos creyentes, Editorial Impedimenta). Aquellos ‘viejos creyentes’ dejaron de ser anónimos para todo el mundo.

Persignarse con tres dedos

Como afirma Vasili Peskov, el drama de los Lykovy hunde sus raíces en un drama nacional de tres siglos de antigüedad, el Cisma de la Iglesia Ortodoxa rusa de 1653. Aquella ruptura enfrentó, bajo la bandera de la religión, a toda la sociedad. Para reforzar el Estado y la fe ortodoxa, el segundo zar de la Dinastía Romanov, Alejo I, y el patriarca de Moscú, Nikón, llevaron a cabo una reforma de la Iglesia basada en la modificación de algunos ritos religiosos inspirándose en las costumbres de la Iglesia Ortodoxa griega.

Los libros litúrgicos habían sufrido, desde la cristianización de Rusia en la Edad Media (s.X), innumerables reescrituras, lo que había provocado inexactitudes e incongruencias. Se habían convertido en “teléfonos escacharrados” (Vasili Peskov). Había que recurrir a las fuentes originales y revisarlo todo.

El óleo La boyarda Morózova de Vasili Súrikov. 1877. Galería Tretiakov. Moscú.

Aquellas incongruencias e inexactitudes de los libros litúrgicos habían devenido en costumbres para la sociedad rusa. Los cambios “herían los oídos y parecía que socavaban la propia fe” (Vasili Peskov). Santiguarse con tres dedos en vez de con dos, las procesiones con la cruz cerca de las iglesias en dirección contraria al sol y no siguiéndolo, entonar la palabra aleluya tres veces y no dos, la prohibición de las prosternaciones sucesivas, y la implantación de la polifonía en los templos, fueron consideradas imposiciones heréticas.

La reforma de Nikón coincidió con un clima de tensión social. La nobleza terrateniente temía perder privilegios ante el estado autoritario del zar. Los campesinos estaban siendo sometidos a un fuerte vasallaje, una servidumbre que enterraba sus libertades civiles. La reforma suponía para ellos perder también su libertad religiosa. Las modificaciones que la Iglesia Ortodoxa rusa pretendía imponer, inspiradas en las costumbres de la Iglesia Ortodoxa griega, contó incluso con la oposición de miembros eclesiásticos que veían en aquellos cambios un intento por parte del zar de convertir la Iglesia en sierva del Estado.

El líder de la oposición fue un alto miembro de la curia rusa, el protopope Avvakum que, aferrado a las tradiciones, propugnaba una profundización de la ‘antigua fe’ ortodoxa rusa sin influencias del exterior. La mecha prendió en 1653 y el fuego se extendió por todo el país.

La salvación ante el ‘anticristo’

La reforma suponía para muchos el fin del mundo. La llegada del anticristo en la persona del zar Alejo I y Pedro el Grande después. Había que salvarse. Una corriente fundamentalista e intransigente, ‘los viejos creyentes’, se mantuvo fiel a la ‘antigua fe’, a las tradiciones y a los valores religiosos y ascéticos. Suicidios en masa, huelgas de hambre irreversibles y “cerca de veinte mil partidarios fanáticos de la fe antigua, se prendieron fuego” (Vasili Peskov).  

Excomulgados tras el Concilio eclesiástico de 1667, al negarse a aceptar las reformas nikonianas, los ‘viejos creyentes’ decidieron darle la espalda a un mundo ‘hereje’  contrario a su religión y forma de vida. Optaron por alejarse de todo y buscar un rincón apartado de Rusia donde jamás tuvieran contacto con una civilización que ya no era la suya. Huyeron del anticristo. Mientras el zar Pedro el Grande (1689-1725) situaba a Rusia en el mapa de la Europa occidental, el mapa de los ‘viejos creyentes’ se diluyó entre bosques y montañas recónditos del inmenso territorio ruso. “Huid amados míos, a los negros bosques; ganad los montes… hundíos en los abismos de la tierra. ¡Ah, si alguien me construyera una celda en el fondo de los bosques, a donde no llegara ningún ser humano ni volase ningún pájaro; donde sólo tú, Cristo, estuvieses presente para la salvación de nuestras almas; donde yo no viera todo el escándalo del mundo! (Avvakum)

La huella del Cisma trescientos años después

El tiempo se detuvo para la familia Lykovy en aquellos bosques de la taiga siberiana. Sus costumbres, su lenguaje, pertenecían al siglo XVII. El mundo se había congelado para ellos. El rezo era la tarea a la que dedicaban la mitad del día. La otra mitad, a sobrevivir. La patata era su alimento básico y casi único. La cultivaban con mimo, pues les iba la vida en ello. Con ellas elaboraban pan, cuyo aspecto era, en palabras de Vasili Peskov, “más negro que la tierra de Abakán”, territorio que los Lykovy compartían con linces, lobos, osos, alces y ciervos. Solo los dos últimos les servían de alimento. “No comemos a los que tienen patas. Dios ordena comer solo a aquellos que tienen pezuña” aclaraba Karp Ósipovich Lykov. “No nos está permitido” era la frase que más repetía cada vez que el periodista ruso le llevaba viandas del mundo civilizado. Con el cáñamo se vestían y con la corteza de abedul construían enseres. Con los troncos levantaban sus diminutas y paupérrimas cabañas. En una vivían los hijos mayores. En otra, las hijas con el padre.

Agafia

De todos ellos, en la actualidad solo sobrevive la hija menor, Agafia. Esta anciana de 77 años es la única representante de aquellos ‘viejos creyentes’ cuya historia impactó a la sociedad rusa durante más de una década. En 2020, el multimillonario Oleg Deripaska se encargó de la construcción de una nueva isba de madera para Agafia. Ella continúa viviendo en aquel inaccesible territorio a orillas del río Abakán, sola, a más de trescientos kilómetros de la civilización.

Fuentes

Bennassar, B. Historia Moderna. Madrid: Akal, 2010

Peskov, Vasili. Los viejos creyentes. Madrid: Impedimenta, 2020

www.actualidad.rt.com: Multimillonario ruso construye un hogar para la ultima ermitaña de la taiga siberiana

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