La construcción del Estado nación España durante el siglo XIX fue exitoso, y sus símbolos, empezando por la bandera rojigualda fueron populares. Aunque algunos autores con éxito tienen «otros datos».
Sin nación
El pasado 9 de febrero el filósofo José Luis Villacañas fue entrevistado en el programa de radio «Hora 25» -cadena SER, España- y soltó una declaración que tuvo cierta repercusión en las redes sociales: «Yo creo que por primera vez en la historia de España existe un nacionalismo español popular, esto no ha existido nunca, o ha existido de manera muy minoritaria» añadiendo como prueba la reacción popular a la guerra contra Estados Unidos: «el 98 dicen que fue algo que nos hundió que nos deprimió (…) no, ese día los españoles estaban en los toros tranquilamente perdiendo el imperio que solo les importaba porque sus hijos iban a morir a Cuba» (1) resumiendo, que España no consiguió tener una nación propia.
En realidad, la construcción del Estado nación España -uno más de los que surgieron del colapso de la Monarquía Católica y el naufragio de la nación «de ambos hemisferios» que dibujó la Constitución Política de la Monarquía Española (1812)- en el siglo XIX fue un éxito, por lo que, como recuerda Daniel Aquillué «En la mayor parte del siglo XIX el único nacionalismo en la actual España fue el español, al que todos invocaban, ya fueran carlistas, republicanos, liberales o cantonalistas. Diferían en modelos de Estado y políticas, pero nadie discutía la nación española» (2). Buen ejemplo de ello -y no de la falta de «nacionalismo español popular», como afirma Villacañas- es la guerra contra Estados Unidos (1898), que tuvo gran respaldo por lo españoles dentro y fuera de España, destacando la comunidad española en Argentina.
En cuanto a la «prueba» que Villacañas aporta, es una falsedad; según Tomás Pérez Vejo, en 3 de julio 1898. El fin del Imperio español (Taurus, 2020):
«Mención especial merecen las múltiples corridas patrióticas organizadas para recaudar fondos para la guerra (…) reflejo de un patriotismo extendido mucho más allá de las clases altas y medias (…) La tantas veces repetida imagen de un pueblo despreocupado que al otro día de la derrota llena la plaza de Las Ventas es sólo un mito (…) El mito de la población asistiendo despreocupada a fiestas y diversiones es desmentido de forma contundente por la suspensión, o la celebración únicamente de las ceremonias de culto , ese verano del 98 de las fiestas patronales en muchos pueblos y ciudades. En el caso concreto de las corridas de toros, lo relevante sería justo lo contrario: el continuo uso patriótico que se hizo de ellas desde 1895 hasta 1898». (pág. 122)
Un patriotismo español -según Pérez Vejo- basado en un relato de nación «coherente y poético» (3) que demuestra el éxito de la construcción del Estado nación español durante el siglo XIX, y sobre el que la derrota frente a EE.UU. tuvo un efecto demoledor porque buena parte de las élites convirtieron la derrota en desastre:
«fueron ellas las que vieron la derrota como un desastre y las que, una vez producida, reconstruyeron la historia de la nación como la de un fracaso [y dado que nadie quiere formar parte de una nación fracasada, se propició la eclosión de los nacionalismos periféricos, pues] aunque las raíces de los nacionalismos periféricos se remontan a unas décadas antes de la derrota del 98, fue sólo a partir de esa fecha cuando los nacionalismos catalán y vasco –y en menor medida, el gallego– abandonaron su carácter de movimientos románticos para convertirse en los proyectos políticos que tan larga trayectoria tendrán en la historia posterior de España. El 98 impulsó la conversión de antiguos movimientos regionalistas en nacionalismos histórico-étnicos-culturales, basados en la idea de las existencias de naciones diferentes de la española que reclamaban el derecho a la soberanía política» (pág. 38)
Sin bandera
La afirmación de Villacañas se complementa bien con otra idea también extendida, que hace de la bandera española un símbolo que nunca gozó de apoyo popular; tontería en cuyo asentamiento destaca la periodista Nieves Concostrina. Divulgadora histórica de gran éxito, Concostrina ha repetido tal idea, entre otros, en el episodio Malditas banderas de su espacio «Acontece que no es poco» (La ventana de cadena SER, 25 junio, 2020) disponible en la web de la cadena SER y en Ivoox. (4)
Concostrina afirma entre otros, la bandera española antes de la rojigualdad era «la que ahora es la bandera argentina: celeste, blanca y celeste, de hecho, la bandera argentina sigue teniendo los colores de los Borbones» porque «la bandera nacional española, desde que llegaron los borbones aquí, tenía los colores de los Borbones (…) y era blanco y azul celeste, si tú te fijas en un retrato del «mastuerzo» las bandas esas que llevan, son blanca, azul y azul, albiceleste».
En realidad, el azul y el blanco no son los colores de los Borbones sino de la Virgen, tal y como expone Francisco Pacheco (1564-1644) en Arte de la pintura, su antigüedad y grandezas (Imprenta de Simon Faxardo, 1649):
«Háse de pintar con túnica blanca y manto azul (…) vestida de sol, un sol ovado de ocre y blanco, que cerque toda la imagen, unido dulcemente con el cielo; coronada de estrellas; doce estrellas compartidas en un círculo claro entre resplandores, sirviendo de punto la sagrada frente». (págs. 482-483)
Concostrina confunde la bandera de los Borbones con los colores de la Real Distinguida Orden Española de Carlos III, que hoy sigue distinguiendo a los individuos beneméritos. Instituida por Real Cédula de 19 de septiembre de 1771 para agradecer el nacimiento del «Infante nuestro mui caro y mui amado Nieto» -Carlos Clemente Antonio de Padua (+1774)-, el rey (1716-1788) puso la Orden «baxo la proteccion de María Santísima en su Misterio de la Inmaculada Concepción» por su devoción y por «ser particularmente señalada en esta devoción toda la Nación Española», y lógicamente, eligió como sus colores el azul celeste y el blanco.
Por ello, no es extraño que, por ejemplo, las primeras banderas de la de la insurgencia mexicana, las banderas gemelas de Allende -por Miguel Allende, organizador de la insurrección en Nueva España de 1810- y la bandera de Morelos -por José María Morelos, sucesor de Miguel Hidalgo, ambos sacerdotes, en el liderazgo insurgente- fueran blancas y azules. En cuanto a la bandera argentina, es discutido el origen del azul y el celeste; en todo caso, lo único seguro es que los partidarios de las Provincias Unidas del Río de la Plata usaron el rojo, el azul y el blanco y solo a partir de 1812 su escarapela quedó fijada como blanca y azul, origen de la bandera argentina. Cabe recordar que el rojo era el color nacional español por excelencia.
Tras sentar cátedra sobre la albiceleste, Concostrina razona que la bandera española no es popular en España porque -a diferencia de la de otros Estados- «fue impuesta desde arriba [en los despachos, por Carlos III e Isabel II], no ganada desde abajo» en la lucha «por unos derechos o por una independencia», como la de otros países, y que a mediados del siglo XIX nadie la conocía.
En realidad, Concostrina encadena otro conjunto de disparates. La rojigualda fue elegida por Carlos III como pabellón naval en 1785 para sustituir al pabellón de la época, blanco con el escudo de armas en el centro. Según Guillermo Nicieza el rey aprobó la elección de Antonio de Valdés, capitán general de la Real Armada, y el pabellón homenajea a la historia naval española, pues el rojo y el amarillo estaban presentes en el Pabellón Naval de Galeones, que se usó como bandera de los buques españoles de 1506 a 1701. Tras aprobar lo que hoy es la bandera nacional española para «mis Buques de guerra» y una bandera con las franjas rojas más delgadas para la mercante, Carlos III extendió el uso de la primera a los establecimientos dependientes de la Armada y Carlos IV, en 1793, a las plazas marítimas, castillos y defensas de las costas.
Durante la guerra contra los franceses, la rojigualda saltó a tierra. En 1808 el Batallón de Cazadores de Fernando VII, formado por voluntarios valencianos, fue la primera unidad del Ejército de Tierra en usarla en combate, que tomaron del puerto; la bandera fue capturada durante el segundo sitio de Zaragoza (1809) y hoy se expone como botín de guerra en el Musée de l´Armée de París. Probablemente no fue la única unidad que la usó. La rojigualda inició el camino que la convertiría en una bandera popular, ligada a la Nación y al liberalismo, como relata Aquillué en España con honra (La Esfera de los Libros, 2023):
«[por ondear en los puertos y plazas costeras] ondeó en el Cádiz en el que se reunieron las Cortes de 1810-1813 y donde se redactó la primera Constitución tenida por netamente española en 1812, la cual recordemos recogía la soberanía española. Nuevamente en 1823 las Cortes y el gobierno constitucional se refugiaron en Cádiz ante el asedio de franceses y absolutistas. Esto es un motivo de que la rojigualda se empezara a asociar con lo nacional, con la defensa de la soberanía de España. A ello contribuiría que desde 1812, luego en 1820-1823 y nuevamente a partir de 1834-1836, la Milicia Nacional, representante de la ciudadanía liberal en armas, tuviera sus banderas con los colores rojo y amarillo, cada vez más nacionales (…) Así la revolución liberal nacionalizó la rojigualda y así se percibió. Bajo la regencia de Espartero, en 1841, se publicó una norma que ampliaba dónde y cuándo debía izarse la bandera rojigualda, cada vez más nacional: en las plazas fuertes, edificios militares de la capital, días de gala en la corte, fiestas nacionales, acontecimientos «notables»…Y ya en 1843 se izaba en el Congreso y el Senado» (pág. 250)
Finalmente, siendo presidente del Gobierno Joaquín María López, del Partido Progresista, y ministro de la Guerra, Francisco Serrano, y poco antes de que Isabel II fuera -con 13 años- declarada mayor de edad, el Real Decreto de 13 de octubre de 1843, amplió el uso de la «bandera nacional» al Ejército de Tierra. Por ello, en 2018 se celebraron los 175 años de la rojigualda como enseña nacional de España.
Hispanofobia
Cabe preguntarse por qué tales ideas sobre nación y bandera española que ayudan a expandir autores como Villacañas y Concostrina, son comunes. Probablemente, que la negación o el desprecio a la nación española forme parte del armazón ideológico de buena parte del arco parlamentario español, lo explica. En 1598 Lope de Vega -en su época, inmensamente popular- escribió La Dragontea en 1598, la obra trata la derrota en la expedición británica contra la América española, comandada por Francis Drake y John Hawkins y que costó la vida a ambos (enero de 1596 y noviembre de 1595); en una de sus estrofas, afirma:
«¡Oh patria!, ¡cuántos hechos, cuántos nombres, cuántos sucesos y victorias grandes, cuántos ilustres y temidos hombres de mar y tierra, en Indias, Francia, y Flandes (…) Pues que tienes quien haga, y quien te obliga, ¿Por qué te falta, España, quien lo diga?»
En su día, retórica, hoy, hispanofobia. Así nos va.
Notas
(1) José Luis Villacañas: «Por primera vez en la historia de España existe un nacionalismo español popular»
https://cadenaser.com/nacional/2023/02/09/jose-luis-villacanas-por-primera-vez-en-la-historia-de-espana-existe-un-nacionalismo-espanol-popular-cadena-ser/
(2) Casanova, Grego (15/2/2023) La España del siglo XIX, ni país cainita, ni fracaso industrial, ni singularmente violento. Vozpópuli
https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/mitos-espana-siglo-xix.html
(3) Morenilla, Juan (30/10/2015) “España tenía un relato de nación coherente y poético”. El País
https://elpais.com/cultura/2015/10/26/babelia/1445859038_689399.html
(4) SER Pódcast «Malditas banderas» (25/6/2020)
https://cadenaser.com/audio/1593108362199/