Durante mis vacaciones estivales por tierras portuguesas, me acordé de Viriato. Sí, he de reconocerlo: cada vez que me voy de viaje mi mente se traslada a otras épocas y a los personajes que habitaron alguna vez las tierras por las que transito, y que ahora son ya parte de la Historia. Si bien Portugal no es exactamente la Lusitania romana, sé que el caudillo lusitano Viriato recorrió alguno de los caminos por los que hace más de dos mil cien años me he detenido este verano.
La historia legendaria de Viriato comenzó durante la larga conquista romana de la península Ibérica (218-19 a.C.). Una vez expulsados los cartaginenses tras la Segunda Guerra Púnica, Hispania pasó a ser provincia de Roma (la Citerior y la Ulterior) y fue anexionando y romanizando a los diferentes pueblos indígenas. La resistencia de estos pueblos a la conquista de Roma fue desigual, siendo los celtíberos, lusitanos, y ya en el siglo I a.C., los pueblos de la cordillera Cantábrica (cántabros y astures), los que más oposición ejercieron.
El historiador Apiano de Alejandría (siglo II d.C.) narró, dentro de su obra Historia Romana, los acontecimientos que tuvieron lugar durante las Guerras Celtibéricas y Lusitanas que Roma emprendió en Hispania a mediados del siglo II a.C. Apiano hizo referencia a la figura de Viriato en el momento en que es elegido general por sus adeptos, durante su enfrentamiento con Gayo Vetilio, pretor de la provincia Hispana de Ulterior.
Viriato pertenecía al pueblo indígena de los lusitanos, asentados en lo que hoy es, como he dicho antes, más o menos la actual Portugal. Económicamente era un pueblo carente de yacimientos mineros, con tierras poco fértiles, por lo que para subsistir hacían incursiones saqueando las ricas tierras de los turdetanos del valle del Guadalquivir, cuyos asentamientos eran prósperos y avanzaban hacia una rápida romanización dentro de la provincia de la Ulterior.
Servio Sulpicio Galba, pretor de la Hispania Ulterior en el 149 a.C., decidió acabar con los saqueos de los lusitanos en la provincia valiéndose del engaño. Les prometió tierras fértiles a cambio de que abandonasen las armas, y cuando los lusitanos acudieron a las negociaciones de paz, (se estima que 30.000 hombres) ordenó su matanza. Unos diez mil “consiguieron escapar a la felonía de Galba”, entre ellos, al parecer, el propio Viriato. El pretor fue juzgado por estos hechos y sustituido por Gayo Vetilio que “vino desde Roma contra ellos con otro ejército y asumió el mando de las tropas… en Iberia”, relata Apiano. El nuevo gobernador de la Ulterior emprendió de nuevo la guerra, consiguiendo acorralar a los lusitanos que habían sobrevivido a la matanza de Galba. Apiano contaba que, ante el temor de los lusitanos de morir de hambre o “morir a manos de los romanos” suplicaron a Vetilio que les entregara tierras de cultivo “para habitarlas como colonos”, prometiéndole su lealtad a Roma. El general romano prometió hacerlo, pero Viriato recordó a su pueblo lo acontecido con Galba tiempo atrás: “la falta de palabra de los romanos”.
Convencidos de que los romanos no cumplían sus pactos, las negociaciones se suspendieron y Viriato se convirtió desde entonces en el protagonista de las Guerras Lusitanas, siendo elegido por los suyos como “general”.
Viriato asumió la estrategia militar a seguir contra los romanos. Con él al frente, la guerra de guerrillas fue una constante en el modo bélico utilizado por los lusitanos frente a las legiones romanas. Cansar al adversario, impedir su abastecimiento, eliminarlo mediante emboscadas o huidas aparentes, no presentar batalla directa, aprovechar el conocimiento del terreno… estrategias que resultaron eficaces, según el historiador Mauricio Pastor Muñoz. Una de esas estrategias, la que consiguió acabar con el cerco de Vetilio, es narrada por Apiano en el libro sexto de su Historia Romana. Un plan urdido por Viriato que consistió en dispersar a sus hombres en varias direcciones para evitar ser perseguidos por los romanos y volver a reunirse en la ciudad de Tríbola, un asentamiento del Alto Guadalquivir controlado por el líder lusitano. Provisto de caballos más veloces que los de los romanos, y utilizando esa guerra de guerrillas de acoso intermitente, mantuvo en jaque al enemigo hasta que pudo llegar a Tríbola, “sin que los romanos fueran capaces de perseguirlo a causa del peso de sus armas” y el desconocimiento de los caminos.
Una vez Viriato pudo reorganizar en Tríbola a sus tropas, preparó una emboscada contra Gayo Vetilio, donde murieron miles de romanos y el propio pretor de la Ulterior. Aquella contienda forjó el prestigio de Viriato entre los suyos y provocó el terror en Roma. Los romanos sufrieron consecutivas derrotas durante ocho años.
El fin de las Guerras Lusitanas y de Viriato fue obra del general Quinto Servilio Cepión, Enviado a Hispania en calidad de procónsul, Servilio Cepión supo acorralar a Viriato y a sus hombres en torno al 140 a.C. Los lusitanos tuvieron que refugiarse en tierras de los vetones y galaicos. Cansados y mermados tras tantos años de guerra, había llegado la hora de pedir la paz a Roma. Viriato envió ante el general romano a tres fieles colaboradores para iniciar negociaciones. La negociación oculta fue asesinar a Viriato a cambio de riqueza y privilegios. Y así fue como Viriato fue asesinado mientras dormía.
El asesinato fue considerado por Roma como una “acción indigna” y la frase “Roma no paga traidores” alusiva a aquel acontecimiento, parece ser posterior a los hechos y quizás tratara de ocultar “la vergüenza que producía a los romanos ser responsables de acciones semejantes” (Mauricio Pastor Muñoz).
Muerto Viriato, comenzó su leyenda. Autores clásicos como el propio Apiano de Alejandría, Polibio, Diodoro de Sicilia, Dión Casio o Posidonio, muestran a un Viriato que roza la perfección. Siendo pastor llegó a ser general. Rápido en tomar decisiones y llevarlas a cabo. No buscaba poder y gloria. Líder carismático, con gran oratoria, austero, enérgico, justo con sus compañeros, repartiendo el botín a todos por igual. Maestro en el arte de la guerra, poco dado a la contrariedad, no se creía superior a nadie, ni era avaricioso, ni se dejaba llevar por la ira. Dotado físicamente con un cuerpo atlético, ágil de movimientos, fuerte, acostumbrado a vivir en medios hostiles, en la montaña, al aire libre. Su motor no era la riqueza y el lujo, sino la libertad. Con este retrato, y ante estos calificativos sobre Viriato y su década de gestas frente a la todo poderosa República romana, no es de extrañar que el caudillo lusitano roce la leyenda.
Héroe o villano, Viriato es ejemplo de una conquista larga y costosa de la península Ibérica por parte de Roma. Es sinónimo de la fuerte oposición que mostraron distintos pueblos celtíberos, como los arévacos o los pelendones, a ser dominados. Su intransigencia es la intransigencia de Numancia a caer ante el asedio romano (133 a.C.). No fue el único con nombre en pasar a la historia por enfrentarse al poder de Roma. Otros caudillos como Indíbil y Mandonio, lo hicieron antes que él (siglo III a.C.) al frente de los pueblos íberos de los ilergetes y lacetanos. Sin embargo, solo Viriato ocupa un lugar destacado en la historia de la conquista de Hispania por su legendaria resistencia.
Bibliografía:
-González-Conde, María del Pilar, Apiano, Madrid: Real Academia de la Historia, 2018
-Pastor Muñoz, Mauricio, “Viriato y las ciudades de La Bética”. UNED. Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, t. 24, 2011, págs. 405-436 en http://revistas.uned.es/index.php/ETFII/article/view/1873
-Pastor Muñoz, Mauricio, “Viriato en el ámbito Tuccitano”. Ponencia, Universidad de Granada, 2010.