La actitud de Rusia, es decir, de Vladímir Putin, de invadir Ucrania, ha provocado un gran desconcierto entre la mayoría de las personas. Muchos se siguen preguntando por el verdadero motivo que ha llevado a asumir esta decisión, una decisión en la que no prima la prudencia política, llevada a cabo sin medir ni analizar la reacción de los Estados y de las personas.
Visión de Putin
El camino elegido no es el apropiado para recuperar o alcanzar una mayor estatura imperial mundial para Rusia. La estrategia empleada por Putin, le hizo perder prestigio y es visto como un peligro en el actual orden mundial, y que muchos Estados no están dispuestos a tolerar. En realidad, lo que mueve a Putin en esta aventura es la carga imperial que él asume en sus espaldas, y lo que vemos es un líder frustrado que pretende representar al imperio ruso caído y «agraviado», como suelen decir desde la época de los zares.
Putin, ya lo describió en un discurso de 2012, al sostener que el renacimiento de la conciencia nacional rusa necesita que los rusos conecten con su pasado y que no olviden que tienen «una historia común y continua que abarca más de 1.000 años». También se lamentaba en otros momentos, por «la parálisis del poder y la voluntad» que llevó a la completa «degradación y olvido» de la Unión Soviética en 1991.
La situación actual de Rusia, es decir, el orden global postsoviético, Putin lo entiende más allá de la tragedia del colapso soviético, su visión se pierde en el pasado, en la larga historia de Rusia, por tanto, esa misión imperial de Rusia está unida tanto al pasado como a la candente actualidad.
Historia de Rusia
Si se puede decir, que el primer Estado «ruso» se erigió en el actual Kyiv (Kiev, en ruso) en el siglo IX. Sin embargo, la Rus de Kyiv fue sometida por la invasión mongola del siglo XIII, de esta suerte pasó a ser un grupo descentralizado de principados que les rendirán lealtad y tributo a los kanes mongoles. A finales del siglo XV, el Gran Príncipe Iván III, del principado de Moscú, revirtió esa situación.
Iván, llamado el Grande, no aceptó que su tierra estuviera sometido a los mongoles y declaró la soberanía de Rusia. Posteriormente sometió a sus vecinos, anexó el territorio y centralizó la autoridad de Moscú. Iván el Grande llegó al poder de Rusia poco tiempo después de la conquista otomana de Constantinopla en 1453. Iván se había casado con la sobrina del último emperador bizantino, por tanto, reclamó el legado de Bizancio para la Rusia moscovita y adoptó el portentoso título de «Soberano de toda Rusia» para sí mismo.
La «Tercera Roma»
En su nueva condición, Iván III logró mayor influencia y nivel internacional para Rusia, supo entablar relaciones diplomáticas con potencias mundiales, y construyó el Kremlin, símbolo del nuevo y real poder imperial ruso. En el siglo XVI los zares, el poder político, veía a Rusia como un gran imperio. Moscú era, ni más ni menos, que la Tercera Roma, la verdadera heredera de los imperios bizantino y romano.
La denominación de Tercera Roma, tiene su origen en el siglo XVI y posee connotaciones religiosas. El monje ortodoxo Filoféi, fue el primero en llamar a Moscú la Tercera Roma, y entre los años 1523 y 1524 escribió varias epístolas al Gran Príncipe moscovita pidiéndole que luchara contra las herejías. Para Filoféi, Moscú era el último bastión de la auténtica fe. «Todos los imperios cristianos llegaron a su fin y se reunieron bajo el reinado unificado de nuestro soberano».
El monje Filoféi afirmó en una de las epístolas. «Dos Romas cayeron, la tercera se mantiene en pie, y no habrá una cuarta». Según Filoféi, la primera Roma fue la capital del Imperio romano, que gobernó sobre decenas de pueblos. En el siglo IV, el cristianismo se convirtió de forma gradual en la religión dominante del imperio, de orígenes paganos.
A Roma la sucedió Constantinopla, la capital del Imperio bizantino, donde, tras la división del cristianismo entre ortodoxos y católicos (año 1054), se afianzó la Iglesia ortodoxa. Desde el punto de vista de los cristianos del este, la Roma católica cayó, al ser presa de la herejía, y Constantinopla se convirtió en la capital del auténtico mundo cristiano, en la «segunda Roma».
Tras la conversión al cristianismo del estado ruso en el siglo X, los rusos reconocieron la autoridad del emperador bizantino como protector de todos los cristianos. Pero luego de varios siglos, la segunda Roma también cayó. En 1453 el Imperio otomano tomó Constantinopla, debilitada por crisis políticas y se pasó a llamar Estambul. Moscú pasó a ser la principal capital ortodoxa, y entre los siglos XV y XVI logró la unificación de las tierras rusas.
Esta idea sobre la Tercera Roma de finales del siglo XVI, fue olvidada durante tres siglos. El Estado ruso se siguió expandiendo no por la idea del gran imperio ortodoxo, sino por la realpolitik, por los recursos, por una salida al mar, etc. La idea del monje Filoféi cobró de nuevo vigencia en la segunda mitad del siglo XIX, cuando gobernaba el zar Alejandro II, fue cuando las epístolas del monje se publicaron en grandes tiradas.
La idea de la Tercera Roma pasó a formar parte de la ideología de los rusos que integraban el movimiento paneslavista, quienes soñaban con unir a todos los pueblos eslavos bajo el poder del Imperio ruso. Pero tras la revolución de 1917 y la llegada al poder de los comunistas, estas ideas paneslavistas quedaron entonces en la nada. La idea de la Tercera Roma es a menudo utilizada en círculos políticos de Occidente para explicar la política exterior soviética y, luego, la posterior rusa.
En la década de 1550, el zar conocido posteriormente como Iván el Terrible extendió el territorio de su país a lo largo del sur del Volga hasta el mar Caspio. Un cuarto de siglo más tarde, Iván patrocinó expediciones que conquistaron y colonizaron Siberia y grandes franjas de Asia Central. En 1648, Rusia había atravesado el continente y llegado a la costa del Pacífico.
En 1654, el zar Alexis se apoderó del territorio que se ubicaba entre Rusia y el río Dniéper. Abarcando gran parte de la actual Ucrania, incluyendo a Kyiv (Kiev). Los dominios en torno a Moscú se conocían como la Gran Rusia o Rusia, gran parte de la actual Ucrania se consideraba la Pequeña Rusia, en un claro reflejo de su condición periférica y colonizada. Pedro el Grande, hijo de Alexis, llevó al imperio ruso a fases superiores, con una armada recién fundada y un ejército renovado, derrotó a Suecia y continuó la expansión del imperio en distintas direcciones.
El Imperio ruso
En 1721, Pedro declaró que Rusia era un imperio y él, su emperador. Muchas décadas después, la emperatriz Catalina, amplió las fronteras del imperio hacia el oeste mediante las particiones de Polonia. Catalina también aprovechó el debilitamiento del poder del Imperio otomano para expandir Rusia hacia el sur y crear la región de Novorossiya, que incluía las secciones del sur de la actual Ucrania. Luego consolidó la posición de Rusia en el Mar Negro con la anexión de Crimea en 1783.
En 1818, los rusos intentaron conquistar el norte del Cáucaso, la población nativa se negó a ser sometida y emprendieron una guerra de guerrillas, Rusia en represalia quemó aldeas hasta los cimientos, incineró bosques y tomó civiles como rehenes. Aunque en 1864 Rusia ya había incorporado la región a su imperio, las tensiones étnicas y religiosas se mantuvieron latentes, más de un siglo después, en la década de 1990, estallarían como la guerra de Chechenia.
Los zares rusos, la clase gobernante, estaban convencidos de que su poder imperial dependía de su expansión, por lo mismo, destinaron grandes sumas de dinero y la vida de los soldados rusos en aras de la gloria imperial. Los gobernantes mientras tanto resguardados en sus palacios de San Petersburgo, transformaban las grandes ciudades con enormes monumentos en honor a los triunfos imperiales.
Revolución rusa
Con la revolución de 1917, el imperio zarista se derrumbó. Luego de tomar el poder, los bolcheviques, se mostraron enemigos del imperio y llegaron a sostener que regiones como Ucrania al independizarse se librarían del peso del imperio. Pero el final de la Primera Guerra Mundial no trajo la revolución socialista mundial que Lenin esperaba. Y al verse como una isla socialista rodeado de capitalistas, los comunistas necesitaban del Imperio ruso, y en los próximos setenta años, los bolcheviques combinaron la tradicional misión imperial rusa, junto al expansionismo soviético.
La Unión Soviética estableció estados satélites en toda Europa del Este, con gobiernos comunistas supervisados por Moscú, a finales de la década de 1940. Y mantuvieron el bloque comunista hasta la década de 1980, por medio de la represión, usando tanques, artillería, tropas, etc. La necesidad de estos Estados de independizarse junto a los Estados Bálticos y el Cáucaso, el proyecto imperial soviético entró en peligro. Hasta que M. Gorbachov ya no pudo usar la fuerza militar para mantener el poder.
A finales de 1991, el conjunto de naciones que la Unión Soviética había heredado del Estado imperialista zarista dio lugar a demandas de autonomía y supusieron el fin de la URSS. Cuando Putin sucedió a Boris Yeltsin como presidente de la Federación Rusa en 1999, afirmó que su país tenía derecho a ejercer una influencia privilegiada sobre los Estados postsoviéticos.
Sin embargo, muchas de estas naciones no estaban de acuerdo con el capitalismo de amigos y la corrupción que parecían acompañar la influencia de Moscú. A principios de la década de 2000, los levantamientos populares en Georgia, Ucrania y Kirguistán (las Revoluciones de Colores, en conjunto) evidenció el deseo de independencia de estos países y, por lo tanto, los límites del control de Rusia y Putin sobre la región.
La revolución de Ucrania
La Revolución de la Dignidad de Ucrania, que derrocó a Víktor Yanukóvich, en 2014, al presidente partidario de Putin, ese hecho significaba algo intolerable para su prestigio y su poder. La decisión de Putin de adentrarse en el este de Ucrania y anexar Crimea fue el paso inicial para recuperar el poder que el fracaso imperial había erosionado. Prosiguiendo con los sueños imperialistas de sus antepasados zaristas, Putin se movilizó para reclamar el imperio que, según él, le fue injustamente arrebatado a Rusia.
La resistencia del pueblo ucraniano y de gran parte del mundo libre a la agresión rusa, ha puesto en evidencia la insensatez y la ceguera de Putin tras su sueño de grandeza imperial. Hasta ahora, la gloria y la conquista le dieron la espalda a Putin, y más allá de la suerte de las armas, Putin ha condenado a Rusia al peor escenario posible. Lejos de obtener prestigio, se encuentra aislado y condenado en el orden global actual, su versión del imperialismo del siglo XXI lejos de ser defendida es abominada. A Putin solo le quedan dos opciones, una, es mala y la otra, más mala.
Bibliografía
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