Cabeza de Vaca o el Síndrome del Conquistador

Cuando pensamos en los famosos conquistadores españoles del comienzo de la Edad Moderna, es fácil evocar nombres como los de Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Vasco Núñez de Balboa o Diego de Almagro, lo que nos lleva, irremediablemente, a visualizar un escenario que distaba bastante de la realidad. Estos nombres, preconizados y divulgados por la Monarquía española, servían como reclamo para un alto contingente de aventureros, maleantes, clérigos, hidalgos y villanos que buscaban conquistar su propio imperio, descubrir El Dorado y, en definitiva, hacerse ricos con la aventura. La inmensa mayoría, sin embargo, solo encontrarían penurias y, en muchos casos, la muerte.

Para hacernos una idea certera de lo que suponía entonces hacer las américas, es más indicado fijarse en otra serie de nombres como es el caso de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien bien podría representar el paradigma de este cuerpo conquistador.

Alvar Núñez Cabeza de Vaca

Nuestro personaje, español, nació en Jerez de la Frontera, no se sabe con seguridad el día o el año, aunque en torno a 1492, por lo que naturalmente mamó las noticias de conquistas y descubrimientos que se realizaban allende los mares. Hijo de pobres hidalgos, su destino se truncó por la pronta muerte de sus progenitores, siendo acogido por su tía, por cuya instancia recibiría una educación elemental – aprendería a leer y hacer sencillas cuentas – lo que lo situaba muy por encima de la media de la época, donde el analfabetismo imperaba, y lo convertiría prácticamente en un intelectual entre los colonos americanos, poco amigo de las letras y las ciencias.

A los 16 años, y como tantos otros antes y después que él, su espíritu inquieto le llevó a abandonar los estudios para alistarse en los tercios, la infantería invencible al servicio de los reyes de España. Primero combatió en las guerras itálicas contra los franceses al servicio del Gran Capitán. Más tarde volvería a España para sofocar la revuelta de los Comuneros en el bando realista. Desde allí, se enfrentaría de nuevo a los franceses, esta vez en Navarra. Estas experiencias lo convertirían en un soldado fogueado y capaz, con facilidad, de desenvolverse con las armas.

El ejército no le acabó por satisfacer, seguramente por su imposibilidad de ascender en el mismo, por lo que, gracias a sus estudios y contactos, conseguiría entrar como camarero mayor al servicio del Duque de Medina Sidonia. El puesto de camarero, a pesar de las connotaciones actuales, era un puesto de cierta relevancia y mando en la época. Por si fuera poco, los Duques de Medina Sidonia pasaban por ser los aristócratas más acaudalados del reino. Su poder y riqueza llegaría a tales extremos que intentarían conformarse reyes de Andalucía, separándose del Imperio, un siglo más tarde. Sin embargo, sin necesidad de adelantar acontecimientos, la posición que Cabeza de Vaca ocupaba le podría haber permitido vivir con comodidad e incluso con lujo durante toda su vida.

Estando ya asentado en su nueva profesión en la casa nobiliaria andaluza, Alvar Núñez contrae matrimonio en 1521. Poco sabemos de su mujer, tal vez lo mismo que el marido, puesto que permanecerían separados durante prácticamente toda su vida. Tras 6 años en el oficio, su espíritu inquieto y aventurero le obligó a desechar la seguridad, comodidad y lujo de un trabajo tan rutinario para centrarse en lo que a partir de entonces sería su condicionante de vida: América.

En 1527 partía a las Indias una gran expedición desde Sevilla, organizada por Pánfilo de Narváez. Al pobre hombre, cuyo nombre le venía que ni pintado, contaba sin embargo con un apellido como Narváez que, para la época, con sus contactos y dinero, suplía cualquier falta de carácter que pudiese tener. No se sabe muy bien cómo, pero el bueno de Cabeza de Vaca consiguió ser nombrado tesorero mayor de la expedición.

La expedición perseguía conquistar la Florida, zona prácticamente desconocida a pesar de su cercanía con Cuba por la mala estrella que perseguía al territorio. Lo pantanoso e intransitable del terreno y las innumerables tribus hostiles de actitud belicosa habían llevado a todas las expediciones españolas previas, conformadas por apenas unos centenares de hombres, al desastre.

La empresa de Narváez saldría de Sevilla para intentar revertir la situación. Con un ejército de 700 hombres – superior al de Cortés – y con unos planes de ruta, logística y acción perfectamente plasmados en el papel, bien parecía plausible. A pesar de todo, ni los mejores planes salen adelante sin una mano competente que los dirija. Los primeros errores de Pánfilo comenzaron nada más llegar a Cuba ya que, temeroso de aventurarse hacia lo desconocido, fue retrasando la partida sin atreverse a dar el paso, manteniendo acantonada allí a la expedición. Ese retraso coincidió con una epidemia que diezmó a la tropa y que provocó, a la postre, que buena parte de los soldados desertaran. Al final, cuando se atrevió a dar la orden de zarpar, tan solo restaban unos 300 hombres. Menos de la mitad.

Como era de esperarse, cuando en 1528 arribaron a las costas de Florida, las cosas comenzaron a empeorar. Narváez no tenía la capacidad militar necesaria para dirigir a sus soldados y los cuantiosos ataques indios tan solo le dejaban impotente y sin posibilidad de adentrarse en la tierra. Incapaz de avanzar, a Pánfilo tan solo se le ocurrió desmantelar los barcos que habían traído y convertirlos en barcazas de remo. Intentaría remontar el río y adentrarse más allá de una forma que no podía hacerlo por tierra. Ni siquiera contaba con la fortuna de los menos favorecidos puesto que, justo en mitad de la operación, una tormenta se desató hundiendo todos los barcos. A los hombres que sobreviviesen y consiguieran atisbar la costa les espera un cruento destino: la esclavitud a manos de los indios. Nuestro personaje, Cabeza de Vaca, se encontraba entre ellos.

Alvar Núñez fue esclavo durante 6 años. El mismo contaría a través de su autobiografía lo que sería un suplicio en vida. Cedido a una especie de chaman o curandero, médico de la tribu, sufrió malos tratos mientras se alimentaba de lo poco que recibía. A pesar de todo, la experiencia le sirvió para aprender los fundamentes de la medicina indígena, sus hierbas y rituales.

Aprovechando un descuido y desesperado ante su situación, Cabeza de Vaca huyó. Desde Florida, ni el norte, ni el sur ni el este eran vías viables, por lo que se encaminó hacia el oeste sabiendo que en algún momento se encontraría con los españoles de México. Por si fuera poca hazaña, los españoles ni siquiera habían llegado al actual norte de México, pero ante situaciones desesperadas…

Tal serían los designios de su destino que al poco de comenzar su fuga se encontró con 3 antiguos miembros de su expedición – 2 blancos y 1 antiguo esclavo negro – que acababan de escaparse de sus respectivos poblados, todos en el mismo sitio en mitad de un continente enorme tan lleno de posibilidades como de peligros. Lo que les esperaba a estos supervivientes eran 2 años de camino por territorio desconocido rodeados de tribus hostiles. El cómo sobrevivieron a la excursión tiene mucho de suerte o de milagro divino.

Como era natural, a los pocos días fueron capturados por otra tribu. Imaginándose certeramente su futuro, ser ejecutados o devueltos a su condición de esclavos, los españoles comenzaron a rezar y rogar a Dios por su salvación. La casualidad produjo que el hijo del jefe estaba enfermo, siendo los chamanes incapaces de curarlo. Los indios, sujetos a sus propias supersticiones, al ver el espectáculo que los españoles deberían de estar armando entre rezos, genuflexiones y santiguamientos, trasladaron a los cautivos junto a la tienda del hijo del jefe por si aquellos rituales extraños podrían triunfar donde los suyos no habían tenido éxito.

Los españoles, asustados e impotentes, no pudieron hacer otra cosa que seguir rezando hasta que, tal vez por el efecto placebo o por esas jugarretas que Dios nos hace, el hijo del jefe sanó completamente. Rápidamente los españoles fueron liberados y tratados como seres poderosos capaces de restablecer lo incurable.

Como los rumores corren más que las personas, cuando partieron y volvieron a ser interceptados por indios, estos ya venían enterados de sus mágicas habilidades, por lo que los trasladaron hasta las tiendas donde depositaban a los enfermos. Los españoles volvieron otra vez a sus rezos y rituales. Cabeza de Vaca empezaría en aquel momento a añadir fórmulas y rituales que había aprendido durante su cautiverio, quemando hierbas y teatralizando el espectáculo. Lo más impresionante de todo fue su éxito.

Rápidamente su fama se fue extendiendo, trasladándose de tribu en tribu, siendo cada vez más alabados e idealizados. El propio Álvaro Núñez reconocería que la situación se les fue de las manos. Adquirieron tal renombre en la zona que una masa creciente de cientos de indios comenzó a seguirles durante su camino al Oeste para resguardarse de todo mal. Los españoles, temerosos de que les dieran muerte si les contaban la verdad, no pudieron hacer nada al respecto.

Entre los abalorios de los indios, había multitud de piedras preciosas, por lo que pronto los españoles las fueron requiriendo. Al poco tiempo los propios indios se las traían directamente para contentarlos. Cabeza de Vaca llegaría a convivir con una indígena y engendrar 2 hijos. En 1536, a la entrada de Nuevo México, cada español contaba con un gran saco de piedras preciosas, ricos como pocos en toda América. A la entrada de la frontera, se tropezaron con una expedición militar. Cuando los españoles los vieron llegar, temerosos de que se tratara de una invasión, atacaron ocasionando una enorme matanza. Este sería uno de los episodios más tristes de la vida de Cabeza de Vaca.

Poco le duraría la tristeza. A su llegada a España era millonario y, gracias a la publicación de un libro con sus aventuras, excepcionalmente famoso. Con 45 años y conocedor de todo su periplo, Carlos I le nombraría adelantado y gobernador del Río de la Plata. Era un territorio de segunda, recién conquistado, plagado de tribus hostiles altamente belicosas y sin mucha esperanza de encontrar el oro y, sobre todo, la plata que manaba en abundancia en otros lugares, pero ¿quién le iba a decir a Álvaro Núñez hacía algunos años que podría haber obtenido un puesto de gobierno?

Ilustración de indígenas cruzando el Río de la Plata

Invirtió buena parte de su fortuna en la creación de una poderosa armada y enrolando hombres y marinos para llegar a su nuevo destino desde una posición de poder y prestigio, pero la suerte de este hombre siempre fue cambiante. A la altura de Brasil sus barcos naufragaron y se vio de nuevo solo en mitad de un terreno desconocido sin nada de valor. Lo había vuelto a perder todo.

La fuerza de la experiencia no le hizo amedrentarse y, tal vez habiéndole cogido gusto a eso de andar, se encaminó directamente hasta Asunción, en el Río de la Plata, sin esperar ayuda o tratar de alcanzar algún barco. Tardaría otros 2 años en llegar a su destino y una vez en él, con el nombramiento del rey en la mano, no fue especialmente bien recibido.

La conquista de América fue una empresa fundamentalmente privada pagada por intereses particulares. El Rey autorizaba a una persona, nombrándola adelantado, a que conquistara un territorio y fuera su gobernador a cambio de impuestos, exportaciones, mercados y oro provenientes del susodicho. Sin embargo, la Corona, buscando preservar el control de las nuevas tierras conquistadas, pasado un tiempo se desdecía de los acuerdos adoptados y nombraba un nuevo gobernador de su confianza cesando al antiguo. Como se podría esperar, estas acciones no eran plato de buen gusto para los conquistadores.

Cuando Cabeza de Vaca llegó, se encontró con la fría bienvenida de Martínez de Irala, el conquistador y gobernador del terreno, y la de toda la población española, soldados alistados por el propio Irala. Empero, avalado por la orden del Emperador, no tuvo muchos problemas en posicionarse como nuevo gobernador, siendo acatado momentáneamente por la población.

El gobernador Martínez de Irala

Pronto comenzarían los problemas para Álvaro Núñez. Las tribus belicosas de indios eran un problema constante para los españoles de la zona, pero él, que había convivido con ellos e incluso engendrado hijos, tenía un gran concepto de ellos. Pensamientos, claro, radicalmente opuestos a los de los conquistadores de la época, que habían estado años combatiendo a muerte contra los nativos y que habían visto caer a amigos y familiares bajo sus armas. No habría de pasar mucho tiempo para que los españoles comenzaran a protestar por su cercanía y buen trato a los indígenas, un trato demasiado tolerante para la época. Los antiguos hombres de Irala se sentían limitados por su propio gobernador, a quien veían confraternizando con el enemigo. Esto, por supuesto, no le ayudó a hacer amigos.

Como todos los gobernadores, Cabeza de Vaca realizaría varias expediciones bajo su gobierno, aunque no de conquista o de castigo, sino de exploración. Él fue, por ejemplo, el primer europeo en ver las cataratas del Iguazú. Sin embargo, todas las expediciones terminaron en fracaso y masacres de españoles sin reportar ningún tipo de beneficio tangible para sus hombres. Por si fuera poco, en 1543 estalló una sublevación de los indios contra los españoles, casi consiguiendo ésta llegar a buen término y acabar con todos ellos. Cabeza de Vaca, que tuvo una actuación muy poco decidida durante la revuelta, sería acusado de ponerse del lado de los rebeldes traicionando así a los españoles y, por tanto, a la mismísima España. Unas acusaciones muy graves.

Las Cataratas del Iguazú

No tuvo que transcurrir mucho tiempo hasta que un motín de españoles estallara y lo hicieran preso. Rápidamente lo encadenaron y, junto a un sumario de acusaciones contra él, lo metieron en un barco y lo mandaron de regreso a España. La vida se le había vuelto a torcer y esta vez ya no conseguiría enderezarla.

En 1545, ironías del destino, llegó a Sevilla como un pordiosero y cargado de cadenas, el mismo puerto desde donde tan solo 5 años antes había partido al frente de una gran armada con su nombramiento de gobernador bajo el brazo.

El Consejo de Indias le abriría un proceso que tardaría seis años en dilucidarse, seis años de pleitos y gastos, que llevaron a la miseria tanto a él como a su esposa, a la que tan poco vio. En 1551 se dictó sentencia. Fue depuesto de todos sus cargos y condenado a pagar una multa de 10.000 ducados. Al no poder pagarla se le condenó al presidio de Oran, plaza militar española, durante 8 años, trabajando como soldado sin sueldo.

El Consejo de Indias

A partir de aquí, su muerte, tal como su nacimiento, se difumina en la historia, dejando tras de si dudosas noticias y muchos rumores. Parece que regresó a Sevilla, aunque otros dicen que se hizo fraile y se encerró en un convento. La fecha de su muerte rondaría el 1660.

Como casi todos los conquistadores fracasados, sobre su vida cayó un velo oscuro hasta que en el siglo XX se encontró un manuscrito con su biografía. Se editó y se vendió, recuperando su figura y sus aventuras, las peripecias de un conquistador español.

 

Bibliografía

– Escrito por Núñez Cabeza de Vaca, Álvaro. Naufragios y Comentarios.

– Lorenzo, Pedro Luis. Personas con Historia, Ivoox.

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