Nos encontramos en el año 49 a. C. Más concretamente en una noche de enero. El escenario no es otro más que las orillas del insigne río Rubicón, la frontera natural entre la Galia Cisalpina e Italia. Los soldados de la temible Legio XIII Gemina se disponen a cruzarlo.
Alea iacta est | la suerte está echada
Esta frase da buena muestra de la determinación y la célebre osadía de uno de los líderes políticos y militares más notorios de todos los tiempos: Julio César, no podía ser otro. Nuestro protagonista vaciló durante un brevísimo instante antes de dar, con su habitual confianza, la orden de avanzar y decir Alea iacta est (o Iacta alea est). Y así fue, la suerte estaba echada, la invasión de Italia con su marcha hacia Roma había empezado y la guerra había estallado sin remedio al enfrentarse a la autoridad del Senado.
Tal atrevimiento y descaro no podía dejar de estar acompañado de la solemnidad propia del orgullo bélico. Esta acción marcó el inicio de la segunda guerra civil de la República romana. Un conflicto que llevaría a César a su apogeo en la política romana. Como es sabido, el bando de los cesarianos venció a la facción conservadora militarmente dirigida por Cneo Pompeyo Magno en el año 45 a. C., tras lo cual César ascendió al poder como cónsul y dictator perpetuus.
Fue nada más y nada menos que el venerable historiador Suetonio quien recogió esta impertérrita sentencia de la boca de Julio César. Se trata de una locución latina que da a entender el destino de grandeza de este histórico personaje de Roma y el coraje de lanzarse decidida e inexorablemente a una peligrosa andanza.