Tolkien: la industria y la máquina, corrupción del ser humano

Tolkien fue un acérrimo crítico de la industria deshumanizadora, de la máquina que corrompe y destruye. Un crítico del maquinismo contra la naturaleza.

La posición de Tolkien y cómo debe abordarse

Las posturas políticas, y las derivadas de la economía política, no eran foráneas o extrañas a Tolkien pero su obra es harina de otro costal. De aquí se desprende el que su obra fuese una alegoría a la vida y a la muerte, así como en el querer prolongar la vida o adquirir la inmortalidad. Véase, por ejemplo, que esta es la postura esgrimida en la carta 153 a Peter Hastings. (Carpenter, 1993, p. 192)

Volvería a ratificarlo en una carta a Herbert Schiro, que ya no es un borrador como la anterior, sosteniendo que no hay simbolismo alguno o alegoría consciente en su obra para luego mencionar que su obra no se trata, esencialmente, de dominio y poder sino que trata de la muerte y el deseo de la inmortalidad.

En la carta 52 dirigida a su hijo Christopher, cuando este estaba en la Real Fuerza Aérea en 1942, dice identificarse filosóficamente con el anarquismo pero no con lo que se entiende, o se cree que es —hombres barbados armados con bombas— y que arrestaría, desde su opinión, a cualquiera que empleara la palabra Estado. (Carpenter, 1993, p. 103)

Pero justamente su obra, aunque él no lo haya visto así, sirve para ahondar en su psique y en su propio ideario, del cual podemos extraer una suerte de monarquía inconstitucional (o así lo definía), el anarquismo, la doctrina teológica y sus críticas al incipiente industrialismo.

En palabras de C.S Lewis sobre El Señor de los Anillos: «No se inventaron estos hechos para que reflejaran ninguna situación particular del mundo real. Fue al revés: los acontecimientos reales empezaron a conformarse, de manera horrible, al modelo que él había inventado libremente». (Carpenter, 1990)

Antecedentes e influencias a la crítica tolkieniana

La Inglaterra de la segunda fase de la Revolución Industrial políticamente tenía un clima álgido, en el sentido de que había una gran amalgama de movimientos obreros y movimientos políticamente indefinidos.

Y aunque hubo movimientos definidos, en ese sentido, también hubo sus vanguardias artísticas y literarias indefinidas pero con posiciones contrarias el avance tecnológico. Fue la reacción del arte contra la industria, ignorando el papel de la tecnología como mecanismo de cambio social.

Las vanguardias artísticas contra lo inevitable

Siempre que la técnica y la tecnología cambien, nacerán nuevos puestos de trabajo y funciones en la división social del trabajo acabando con las anteriores.

El escritor John Ruskin en Las Piedras de Venecia (1879) sugiere que Venecia se vuelve decadente, inmoral, orgullosa e inmunda gracias a los cambios modernos.

Tanto como en Siete lámparas de la arquitec­tura (1849) donde Ruskin llama a la adopción del gótico —un gótico protestante y secular, frente al propuesto por Pugin— y a revivirlo.

John Keats, como Ruskin, sería crítico de la manufactura llamando a la primacía de lo artesanal. No hay tecnología que reemplace al arte, dice.

La Hermandad Prerrafaelita sería esta respuesta al arte imperante en Inglaterra y sería la respuesta a una nueva sociedad emergente, por tanto una reacción. Los prerrafaelitas practicaban la mímesis y, en general, parecían tener apego por reproducir el arte medieval.

También podríamos encontrar a autores como Charles Dickens o T.S Eliot que eran obvios críticos al advenimiento de la sociedad industrial.

La crítica en adelante

William Morris, quien estaría también emparentado a muchos de los anteriores, políticamente se alinearía con los socialistas y buscaría la unidad del movimiento. Morris veía vejatorio el reemplazo del genio, y del arte, por la manufactura y los brazos mecánicos como Keats y denunciaría las duras condiciones en las workhouses.

Dostoievski, que a pesar de todo era todavía más reaccionario y tradicionalista, tenía duras críticas, a las que dudamos que Tolkien hubiera accedido pero que incluimos, contra la corrosión de las tradiciones católicas / ortodoxas, el liberalismo, el socialismo y la modernización industrial de su amada Rusia. Notables ejemplos son Los hermanos Karamázov (1880), Los demonios (1872), entre otros.

La maquinaria, la industria y el mal según Tolkien

Carpenter sostenía (1990) que la novela El Señor de Los Anillos resultaba atractiva para los estudiantes norteamericanos porque su crítica a la sociedad industrial y la protección de la naturaleza coincidía con la aparición del movimiento ecologista. (p. 139)

Otros autores basándose en pasajes de El Señor de los Anillos manifiestan que existen dicotomías entre la naturaleza y la industria en el legendarium, que la Comarca y Mordor son naturaleza como industria y que Gollum-Sméagol es el ejemplo de un ser torturado por la industria; un ser entre ambos polos. (Baratta, 2012, p. 33)

Creemos, pues, que es una lectura interesante pero en todo caso maniquea y no del todo consistente. No toda la manufactura, industria y tecnología ha de ser contraria a la naturaleza; es el extremo fabricar un antagonismo cuando, a pesar de todo, la primera puede recuperar a la segunda.

La tecnología y su finalidad

Dice Tolkien en su borrador a Hastings que la rama particular de los Altos Elfos implicados, los Noldor o los Amos de la Ciencia, estaban siempre del lado de la ciencia y la tecnología. Por ello querían adquirir el conocimiento que Sauron tenía y le era genuino. Una alegoría, dice, a las maquinarias y los recursos técnicos.

Pero, seguía en relación a los elfos, que no debería considerárseles más malvados o necios que los católicos empeñados en ciertas clases de investigación física —y mencionaba a los que producen gases venenosos y explosivos como ejemplo— que no es de por sí mala pero que al deberse a unos fines determinados, estos proyectos estarán destinados a unos fines casi siempre malos pero que todo debe de alejarse de juzgar a esos seres. (Carpenter, 1993, p. 192)

Según Carpenter (1993) vemos que escribía a su hijo, quejándose de una transitada Oxford, que el cielo estaba lleno tanto de estrépito como alboroto y que deseaba que la máquina de combustión infernal no hubiera sido inventada o que se le hubiera dado un destino, si lo tiene, racional. Dice que la humanidad, y los ingenieros, son por lo general faltos de ingenio y maliciosos. (p. 123)

Constructos de guerra

En una crítica al imperialismo anglosajón en el Lejano Oriente, del cual solo Tolkien oía atrocidades, lamentaba que su hijo fuese parte de la Real Fuerza Aérea. No le culpaba, sino que culpaba al avión de guerra como el verdadero villano. (Carpenter, 1993, p. 186)

Y es quizás el avión de guerra el enemigo, en una especie de crítica a la técnica y a la tecnología, como lo es el tanque de guerra o la terrible cohetería nazi. Pero no por el hecho de ser instrumentos de guerra, porque siempre ha habido desde que el hombre está en civilización, sino por el hecho de acrecentar y mejorar la efectividad de la guerra; las guerras de exterminio tan características de esta era.

Magia y tecnología en la obra en Tolkien

Declaraba Tolkien en su correspondencia que las maquinarias que ahorran el trabajo solo crean un incesante trabajo todavía peor. Dice que «además de esta fundamental incapacidad de una criatura, se suma la Caída, que no sólo hace que sus invenciones fracasen, sino además que se conviertan en un nuevo y horrible mal. De ese modo inevitablemente vamos de Dédalo e Ícaro al Gigante Bomber». (Carpenter, 1993, pp. 141-142)

Pero relatando las aplicaciones de la magia, y las formas en que se utilizan en la Tierra Media, comenta que el Enemigo, refiriéndose quizás a Melkor o a Sauron, prefiere la maquinaria con efectos destructivos y malignos porque los magos suelen interesarse por la utilización de la magia para fines personales, así lo hacen.

De tal manera que sostiene que la magia, fuera de otras consideraciones filosóficas sobre su funcionamiento (sic), tiene el fin de lograr la inmediatez, la velocidad, la reducción del trabajo y la «reducción al mínimo del hueco entre la idea o el deseo y el resultado o efecto».

Continúa, y dice, que puede no ser fácil el acceso a la magia pero que, sin embargo, se puede con la misma velocidad derribar montañas, bosques y levantar pirámides con la suficiente mano de obra esclavizada y la suficiente maquinaria. (Carpenter, 1993, pp. 305-306)

Cabría, entonces, a hablar de una magia instrumental; de una magia tecnológica, de una magia que no requiere de destrezas que van más allá del simple entendimiento.

Sauron y la Tierra Media

Si nos apegamos a la lectura de Sauron como una alegoría a la industria, evidentemente Mordor, y todo lo que yace bajo su sombra, parece ser pérfido, corrupto y oscuro. La dictadura de la ceniza, la sombra eterna y la destrucción de lo vivo.

En esta visión de la industria podemos encontrar que, por ejemplo, Mordor es una vasta extensión destruida por la corrupción de Sauron y que Isengard, el feudo de Saruman, ha caído bajo la corrupción de Sauron. Isengard es, por tanto, la punta de lanza para corromper al resto de la Tierra Media con sus factorías.

Pero objetivamente hablando es una visión parcialmente contraria al propio progreso tecnológico e industrial pero es imposible negar que Isengard ha roto con la armonía natural que había en Fangorn y que ha mutilado a los árboles dormidos para lograr darle poder a sus factorías en una tala indiscriminada. El Mal no triunfa, ni Sauron logra tener forma física, pero las factorías comienzan a verse en otros lugares de la Tierra Media a pesar de los intentos por combatirlo.

El papel de los orcos

Anteriormente desentrañamos lo que había detrás del orco, y sus significaciones en el legendarium, pero cabe a destacar su presencia en razón de la crítica a la máquina. El orco, en primer lugar, es producto de la corrupción y es un servidor del Poder Oscuro, así como de Sauron, ninguno de estos puede ni quiere crear seres vivos. (Carpenter, 1993, p. 272)

El orco es natural en su origen, es un ser vivo. Pero es corrompido, su naturaleza es trastocada y alterada por un enemigo que adora a las máquinas. Decía nuestro hobbit Frodo que la Sombra que los engendró solo podía remedar, no crear; no seres verdaderos, con vida propia. Creía que los orcos habían sido malogrados y pervertidos.

Desde esta perspectiva, el orco no puede ser percibido como una obra biotecnológica, como un producto destinado a mejorar las condiciones de vida sino como la producción, o más concretamente replicación, de algo que ya era bello y ahora es horripilante.

Tomando en cuenta que su propósito es servir, el orco fácilmente podría ser una oscura máquina, un constructo, un autómata pero esto, por otro lado, sería quitarle toda conciencia al orco porque, evidentemente, la tiene aunque sea un esclavo. Pero ni siquiera podía ser un antropomorfo porque lejos de imitar al hombre, es ridiculizar al hombre. Es una mofa viva.

El industrialismo y los orcos

¿Y si concibiéramos al orco como un producto todavía más depredador de la industria? Es decir, el orco como un esclavo de la máquina o parte de la máquina o incluso quien termina degradándose a la situación de una máquina.

Según Marx & Roces (1982) el obrero pasa a depender cada vez más escuetamente de su trabajo y, concretamente, de un determinado tipo de trabajo, unilateral y mecánico en el que se ve degradado espiritual y corporalmente al papel de una máquina. (pp. 562-563)

El joven Marx en su lúcido análisis en los Manuscritos, guiándose por el trabajo de Eugène Buret, llegaría a la conclusión de que la industria, hasta el momento, se encontraba en una situación de «estado de guerra de conquista».

Entiéndase esta guerra como una guerra industrial, una que para librarse con éxito reclama numerosos ejércitos para concentrar y diezmar con abundancia. No son soldados leales, o que tengan deberes derivados de la ciudadanía, sino que lo hacen por sustraerse de la dura necesidad del hombre. Y que no se les reconoce como hombres sino que son meros instrumentos de producción. (Marx & Roces, 1982, p. 570)

La categoría alienación vista desde Marx

Pero entonces nos encontraríamos el trabajo alienado, lo que según Marx & Roces (1982) supone arrebatar al hombre el objeto de su producción también le arrebata su vida genérica —su objetividad genérica real— y convierte su superioridad sobre el animal en la inferioridad de ver que se le sustrae su cuerpo inorgánico.

El trabajo enajenado degrada, convirtiendo la actividad libre en un simple medio y la vida genérica del hombre en instrumento para su existencia física.

La vida genérica, mediante la enajenación, pasa a convertirse en un medio. El ser genérico del hombre, como su naturaleza y su capacidad espiritual genérica, se vuelve un ser ajeno al hombre y en un medio para su existencia individual. El hombre es, por tanto, enajenado de su propio cuerpo. (p. 601)

La bioética en J.R.R Tolkien

Resta decir que Tolkien era un convencido conservacionista de la naturaleza, en todo su punto y que sus críticas a la máquina eran constantes, o más concretamente al maquinismo vejatorio, deshumanizante y destructivo. Mordor sobre el mundo real, ¿pero acaso Sauron pudo manufacturar la bomba atómica?

El grosero urbanismo británico, con sus últimos vestigios de arte victoriano, era una combinación entre lo viejo y lo industrial. Manchester, en tal caso, era una ciudad-fábrica para el siglo XIX con alta mortalidad y muy poca higiene. Ese urbanismo, digamos, era atacado por Tolkien.

(…) Si un ragnarök incendiara todas las chabolas y las fábricas de gas, los desgastados garajes y los suburbios de iluminación voltaica, por mi podría incendiar todas las obras de arte… y yo volvería a los árboles. (Carpenter, 1993, pp. 155-156)

Para él, refiriéndose a lo que era Mordor sobre el resto de la creación de Ilúvatar, una decadencia oscura se cernía sobre lo bello, lo genuino, lo natural. Pero no hablaríamos de tópicos vulgarmente estéticos, sino de una formidable crítica a la factorización de la propia vida, de la base geográfica. La máquina que no para.

Los árboles y la naturaleza

Tolkien concebía a la naturaleza como lo hermoso, y dentro de ella, a los árboles. Un recorrido por el legendarium tolkeniano dará a cualquier entendido, y no entendido, alegorías de todo tipo relacionadas a los árboles. Incontables bosques, Tom Bombadil como un ánima, los Ents como un símbolo de conciencia arbórea y natural así como Ungoliant alimentándose de los Dos árboles de Valmar o el propio árbol blanquecino de Minas Tirith.

Estoy enamorado (evidentemente) de las plantas y sobre todo de los árboles, y siempre lo he estado; y su maltrato por parte de los hombres siempre me ha resultado tan difícil de soportar como a otros el maltrato de los animales. (Carpenter, 1993, p. 642)

Lejos de relegarlo a los puntos de vista más personales de Tolkien, y a sus gustos, definitivamente el papel de los bosques y los árboles es fundamental en el legendarium. Son la vida pero también pueden dejar de serlo, pues pueden ser corrompidos. Y sin embargo, pueden renacer; pueden volver a florecer.

En ese sentido, también podríamos volver a extrapolarlo a la vida y a la muerte; el Nigromante, o quienes son como él, juegan a corromper y a alterar, pero no crear, cuales titiriteros. Corrompen, destruyen. Trastocan la vida y la destruyen porque no pueden crear. Deben destruir la vida, y la naturaleza es por tanto un objetivo; las fuerzas oscuras desprecian toda creación de Ilúvatar, le celan porque la creación solo le compete, valga la redundancia, al Creador.

La naturaleza es consciente en la obra de Tolkien

La naturaleza es consciente y un ejemplo de ello es el Bosque de los Ents. Bárbol es hostil con los hombres, y en particular con los hombres corruptos, por las transgresiones y vejaciones sufridas.

Los árboles son, aún cuando han visto el desarrollo de la Tierra Media, los más vulnerados e incluso en una contienda entre los hombres y el Enemigo, deciden mantenerse al margen hasta que son finalmente persuadidos y cobran su venganza contra Isengard.

En todas mis obras asumo la parte de los árboles en contra de todos sus enemigos. Lothlórien era hermosa porque allí se amaban los árboles; en otros pasajes los árboles se representan despertando a la conciencia de sí. El Bosque Viejo fue hostil a las criaturas dotadas de dos piernas por el recuerdo de las muchas injurias sufridas (…) Era viejo y hermoso, aunque en la época en que se desarrolla la historia está tenso de hostilidad por la amenaza del enemigo amante de las máquinas. El Bosque Negro había caído bajo el dominio de un Poder que odiaba a todas las criaturas vivientes, pero su belleza quedó restaurada y se convirtió en el Gran Bosque Verde antes del final de la historia (…) Dondequiera que los árboles crezcan todavía, el salvaje sonido de la sierra eléctrica nunca guarda silencio. (Carpenter, 1993, p. 642)

La destrucción de Isengard, y de la gran presa que desemboca en una masiva inundación sobre las factorías, es un hecho bello para Tolkien. Es emblemático, al menos entendiéndolo como un acto reivindicatorio de la naturaleza contra sus verdugos.

La Comarca también parece rebelarse, tras el coup dirigido por Saruman para instaurar una tiranía, y remendar la industrialización forzada que intentó Saruman sobre la Comarca; que ya no era la introducción de máquinas como lo había hecho Lotho, sino que fue el ingreso de una gran maquinaria y la deforestación de la mayoría de los bosques a manos de Arenas y Zarquino.

Un gran impacto ambiental sobre la Comarca, hasta que con la derrota de Sauron se puede dar por terminado el Saneamiento de la Comarca y comienzan a replantarse árboles así como a recuperar los espacios verdes.

Pero ya sea en alegorías donde los propios árboles actúan contra sus enemigos, o en la conciencia representada por los hobbits, la naturaleza termina por mostrar un mensaje e imponerse, si se puede decir así.

Nuestras conclusiones

Políticamente el pensamiento de Tolkien era heterogéneo, en ocasiones indescifrable y con todo tipo de contradicciones. Mientras que era un furibundo antisocialista, aún apegado a la encíclica Rerum novarum o al Quadragesimo Anno, creía en la justicia social y más concretamente, en la justicia ambiental; en la conciencia social, ambiental.

Tradicionalista, devoto católico y filosóficamente anarquista, era un hombre consciente en cuyos escritos ahondaba en tópicos filosóficos tan interesantes y que aún atado a ese Reino Unido donde vivía, era crítico respecto a la sociedad británica. Un amante de la naturaleza, de lo no replicable por la mano industrial. Un amante de lo irrecuperable, de lo que él creía un producto de Dios.

En sus obras se nota la influencia de la teología cristiana, la dicotomía entre la vida y la muerte así como una fuerte crítica a la avasallante industria, esa fuerza que en muchos casos, como él mismo lo dijo, iba en contra de los propios hombres y terminaba en fines destructivos.

Y aunque su crítica era diametralmente opuesta a críticas como la marxista, reconocía que la máquina al facilitar las funciones, y los tiempos de trabajo, no hacía realmente libre a su operador. Sin duda alguna, vale la pena recuperar su pensamiento extrayendo lo que nos puede dejar; valorar la naturaleza y entender, responsablemente, las implicaciones del industrialismo.

Bibliografía:

  • Baratta, C. (2012). Environmentalism in the realm of science fiction and fantasy literature. Newcastle: Cambridge Scholars.
  • Carpenter, H. (1993). Las cartas de J.R.R. Tolkien. Barcelona: Minotauro.
  • Carpenter, H. (1990). J.R.R. Tolkien, una biografía. Barcelona: Minotauro.
  • Marx, K., & Roces, W (trad.). (1982). Escritos de juventud. México: Fondo de Cultura Económica, S.A de C.V.
  • Nicolay, T. (2014). Tolkien and the Modernists: Literary Responses to the Dark New Days of the 20th Century. Jefferson: McFarland.
  • Niiler, L. (1999). Green Reading: Tolkien, Leopold and the Land Ethic. Journal of the Fantastic in the Arts, 10(3 (39)), 276-285. Retrieved April 11, 2020, from www.jstor.org/stable/43308393
  • Tolkien, C. (2002). La Guerra de las Joyas. Barcelona: Minotauro.
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