Hablemos de eufemismos y manipulación

En nuestro día a día estamos inundados de términos y expresiones que usamos, quizás por estética o por creer que elevan nuestro nivel lingüístico, en todos los ámbitos sociales. Sin embargo, nos pintan la vida de otra forma, haciéndonos creer que la realidad es diferente y, en este caso, más idílica de lo que realmente es. Sí, hablamos de eufemismos y, también, de una de sus consecuencias, la manipulación.

Según el Diccionario de la lengua española, el término eufemismo se refiere a la “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”, es decir, aquello a lo que el emisor recurre cuando piensa que lo que va a decir puede afectar o causar una mala impresión al receptor. Evitar el verbo morir y decantarse por otras expresiones más suaves, como irse al otro mundo o cuando ellos falten, es uno de los ejemplos más claros.

Tipos de eufemismos

Recuerdo mi primer día en la escuela. La maestra nos preguntó cuál era la profesión de cada uno de nuestros padres. Íbamos uno a uno respondiendo. La mayoría de trabajos los llegué a reconocer, sin embargo, hubo dos que no comprendí: recogedor de residuos urbanos y asistenta doméstica. Al salir de clase le pregunté a mi madre, quien me lo explicó a través de analogías con personajes de dibujos animados. Resultaba que, al final, se trataban de los conceptos tradicionales de basurero y criada, respectivamente. A este tipo de eufemismos se les denominan magnificadores de realidades no negativas. Otros ejemplos serían el uso de transportista en vez de camionero, ingeniero técnico y no perito, funcionario de prisiones en lugar de carcelero, etc.

Por otro lado, nos encontramos con los más extendidos y, a su vez, los que nos causan más dificultad de identificar por su intromisión en nuestro lenguaje cotidiano, estos son los eufemismos disimuladores de realidades negativas. Esquivar el empleo del verbo morir, como antes hemos señalado; insuficiente en lugar de suspenso, de color en vez de negro, etc.

Origen del eufemismo

Atendiendo a su etimología, la palabra eufemismo es la composición de dos términos griegos: eu (bonito, bien) y femí (hablar).

Su origen histórico nace de la religión y de la tendencia a no poder nombrar ciertos nombres relacionados con seres supremos o infernales. Así, dicho tabú provocó la búsqueda de otros términos sustitutivos. De esta forma, los antiguos griegos llamaron Euménides (benévolas) a las Erinias (Furias en la mitología romana), encargadas de perseguir a criminales para atormentarlos por lo que habían hecho, como hicieron con Orestes cuando asesinó a su madre Clitemnestra. También, los griegos, al Mar Negro, decidieron nombrarlo como Euxino (hospitalario).

Orestes perseguido por las Furias (1862), de Adolphe William Bouguereau

Además, como sabe bien el lector, ya en las Tablas de la Ley se expone: “No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano”. Lo que no se nombra, no se conoce y, por ende, lo desconocido infunde miedo y respeto, y más tratándose de una divinidad.

Sin embargo, la degradación de lo religioso se traduce en superstición, lo cual llevó al ser humano a evitar decir ciertas palabras que nos inducen un aparente miedo o mal y escoger otras que nos produzcan deleite o buena suerte al escucharlas. De esta forma, no se nos ocurre llamar a nuestros hijos Lucifer, Caín, Judas, etc. y sí Víctor (vencedor), Benito (bendito), César (emperador)… Por otro lado, las hijas reciben nombres como Sofía (sabiduría), Leticia (alegría), etc.

La superstición popular ha afectado a innumerables culturas y pueblos. Así, en algunos lugares de Galicia, al lobo se le puede llamar o Tío Pedro o o sabio dos montes; en África, ir por leña es morir; en Borneo, se llamaba a la viruela hojas de la selva; en la India, el cólera era conocido como la señora del flujo; y en oriente, la serpiente es nombrada como el viejo. Inevitablemente, nuestro imaginario colectivo nos lleva a la figura de Lord Voldemort, antagonista de la aclamada saga Harry Potter, quien era llamado, entre otros, como el Innombrable.

Su uso en tiempos modernos

Pero esta práctica, que parece connatural al ser humano, se ha propagado a todos los ámbitos que rigen nuestra sociedad.

En publicidad, se intenta, a través de un lenguaje poético difícil de comprender por el consumidor, ensalzar e idealizar las cualidades de un simple producto. “Poesía y anuncio comercial se combinan cuando el jabón deja de ser un mero artículo químico de limpieza para convertirse en ondas oceánicas de nacarada espuma, con caricias embalsamadas de céfiro”, exponía el lingüista norteamericano Hayakawa.

En la relación a la Administración, muy poca gente encuentra joviales procesos como los de intentar leer determinadas facturas o efectuar el pago de la Renta, documentos cargados de palabras que no se adaptan a todo tipo de públicos.  

Uno puede llegar a aceptar de buena gana que un gobierno vaya a llevar a cabo medidas para regular el empleo, sin embargo, esto se traduce en despido. Excelsa expresión la de flexibilización de plantilla en lugar de hablar claro y emplear el término despido libre. O el ya tan famoso, “señoría, usted ha faltado a la verdad”, entre los diputados del Congreso. Que quede claro que ellos no mienten, ellos faltan a la verdad. Por otro lado, es de extrañar que los precios sí bajen, pero nunca suban. Para ello, utilizan verbos como reajustar, retocar, ordenar, etc. Así, la gasolina nunca sube, se reajusta.

Como podemos comprobar, el lenguaje es un instrumento del poder y, tal como decía Felipe Mellizo en su obra El lenguaje de los políticos (1968), “las palabras son más eficaces que la policía”. Por ello, son característicos numerosos eufemismos cuando ciertas élites quieren moldear la mente del pueblo. En Estados Unidos, las salidas aéreas (bombardeos) no producen muertes de civiles, sino daños colaterales. Durante los años del franquismo, no se prohibía, se desaconsejaba; los desposeídos eran personas económicamente débiles; la huelga era anormalidad laboral; e, incluso, Franco nunca murió, sino que se cumplieron las previsiones sucesorias.

También es de destacar la búsqueda de nombres que disimulen instituciones que posean una imagen autoritaria. Por ejemplo, la palabra policía es difícil de encontrar en un discurso político, sino, más bien, se eligen términos como cuerpo de seguridad, fuerzas del orden, etc. Además, es curiosa la evolución que han tenido ciertos ministerios a la hora nombrarlos. Si escuchamos Ministerio de Propaganda, quizá se nos venga a la cabeza alguna época pasada y que lo podamos relacionar con tiempos bélicos. Sin embargo, en muchos países, dicho ministerio pasó a llamarse Ministerio de Información y, más tarde, Ministerio de Cultura.

La desagradable pandemia que vivimos actualmente también nos ha traído nuevos términos que van a quedar dentro de nuestro vocabulario. Desde el uso de la palabra desescalada, la cual solo basta decir que no se encuentra en el Diccionario de la lengua española; hasta el empleo del término nueva normalidad, eufemismo que intenta transmitir una realidad mucho más suave que si usáramos una palabra que defina con más exactitud la situación que vivimos. Imagínese que en lugar de nueva normalidad se usara el sustantivo anormalidad, definición mucho más acorde con lo que acontece en la actualidad, sin embargo, se trata de un concepto que podría alarmar a más de uno.

Conclusión

Por todos es sabido que la lengua cambia, pero depende del ámbito desde donde la estudiemos. Su evolución semántica es mucho más rápida que, por ejemplo, lo referente al léxico y, para ello, el eufemismo es fundamental para que se produzca dicho cambio. Así, enriquecemos la lengua, la hacemos más pintoresca, flexible, impactante, etc., sin embargo, debemos aprender a usar los eufemismos de manera adecuada y, sobre todo, a ser críticos, porque cotidianamente somos víctimas de ellos, lo cual nos lleva a crear en nuestra mente una realidad edulcorada que, a ojos de la verdad, es mucho más desagradable.

Apelando al principio de autoridad, acabemos con dos lecciones de dos grandes autores en relación al tema en cuestión.

Emilio Lledó explica que “la terminología, a pesar de que muchas veces puede ser una valiosa ayuda en la precisión conceptual, puede convertirse en un recurso paralizador del pensamiento, en una liturgia acartonada para celebrar el ritual de la confusión o para aparentar rigor con el falso tecnicismo de quienes nada tienen que decir”.

Por otro lado, Manuel Seco expone que “el uso del eufemismo en la administración, en la política, la publicidad y su difusión por los medios de comunicación, lo convierten en un motor poderoso del cambio lingüístico con consecuencias peligrosas sobre la actividad mental de los individuos” y, además, nos anima a mirar “al trasluz las palabras para ver si nos ocultan algo detrás de su fachada”.

Bibliografía

  • MELLIZO, Felipe (1968). El lenguaje de los políticos. Barcelona: Editorial Fontanella.
  • MONTERO CARTELLE, Emilio (1981). El eufemismo en Galicia. Su comparación con otras áreas romances. Santiago: Universidad de Santiago.
  • RODRÍGUEZ ESTRADA, Mauro (1999). Creatividad lingüística: diccionario de eufemismos. Ciudad de México: Editorial Pax México.
  • SECO REYMUNDO, Manuel (2002). La manipulación de las palabras. Jaén: Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, Nº 180, págs. 7-18.
  • SECO REYMUNDO, Manuel (1981). Problemas de la lengua española. Madrid: Fundación Juan March.
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