Roma y sus esclavos

“Lo primero que en este incidente (al ser apresado por los piratas) hubo de notable fue que, pidiéndole los piratas 20 talentos para su rescate, se echó a reír, como que no sabían quién era el cautivo, y voluntariamente se obligó a darles 50”.

Vidas Paralelas: Julio Cesar, II. Plutarco.

Mercado de esclavos de Roma, Jean-León Gérôme

La esclavitud es, sin atisbo de duda, uno de los grandes pilares olvidados sobre los que se erigió la Antigua Roma. Aunque siempre se reconoce la labor de las poderosas legiones en su auge y poderío, escaso es el tiempo dedicado a estos desafortunados. Cimiento indisoluble del sistema económico romano, durante siglos ayudaría a definir un Imperio presente en la Europa, África y Asia que circundaban el Mediterráneo, cuyos entresijos dinerarios girarían en torno a este estamento convirtiéndolo de paso en toda una institución social por derecho propio.

La concepción esclavista de aquel tiempo situaba a estos hombres y mujeres en el escalón más bajo de la sociedad. Un estrato que carecía de los más simples derechos, basado en la sumisión del servus (esclavo) al domine (señor). La obediencia de los primero hacia los segundos era total, so pena de severos castigos y, como suele pasar en toda relación sujeta a la dependencia y la sumisión, la posesión y acumulación era sinónimo de poder y prestigio.

Aunque en los orígenes de Roma este privilegio se encontraba circunscrito a las clases patricias más privilegiadas, el advenimiento del ansia expansionista de la República alteraría este hecho. Las conquistas de Cartago, Grecia y Macedonia entre el III y el II siglo a.C. transformarían un viejo privilegio de la élite gobernante en una práctica habitual. Cualquier persona podía hacerse con los servicios de aquellos esclavos que fuera capaz de costearse. Y como cada praxis es natural a ojos de sus coexistentes, no era extraño que incluso los propios libertos (antiguos esclavos) poseyeran los suyos.

Obtención de esclavos

Pero, ¿cómo podía obtener una persona esta infausta condición? Ya hemos adelantado que la guerra fue durante mucho tiempo su principal forma de adquisición. La generalización de las conquistas y la constante expansión proporcionaban ingentes cantidades de esclavos entre los enemigos de Roma. Por esta razón muchos de esos pueblos preferían el suicidio en masa que la ignominia de la servidumbre (como fue el caso de Numancia). Las estimaciones actuales permite cifrar hasta en 500.000 los esclavos comerciados al año durante el periodo de mayor auge (50 a.C. a 150 d.C.). Cifras exorbitantes. Para comparar, ahora que está tan de moda, la terrible deportación de africanos hacia América practicada por portugueses, ingleses, franceses y, más tarde, españoles, en connivencia de las tribus locales, no llegaría a superar cifras de 60.000 anuales.

Pero la guerra no era el único medio al alcance, sobre todo cuando ya se disponía de ellos. La segunda manera más habitual de obtener esclavos – que fue aumentando de importancia en consonancia con el declive expansionista – era a través de ellos mismos. Los hijos de los esclavos nacían ya con la mácula de sus padres sin que pudiesen hacer nada para remediarlo. Otro método de esclavitud provenía de los niños huérfanos que quedaban abandonados por las calles de la Urbe Eterna, sin miramientos de ningún tipo, cuando eran recogidos por sus nuevos amos. La piratería (que se lo digan a Cesar), un fenómeno tan antiguo como tolerado, también permitía que los ciudadanos adquiriesen su deseada mercancía.

Esclavos en Roma

Pero estas no eran las únicas vías, pues incluso los mismos hombres libres podían renunciar a su propia libertad. Personas tan desesperadas, sumidas en las más indignas de las miserias o asfixiados por las deudas, que llegarían a vender a su progenie, o a ellos mismos, con tal de permitir alimentarse un día más.

Destinos, trabajos y vidas

Diversos procedimientos de entrada, como también diferentes serían sus destinos. No todos los siervos acabarían en las manos directas de los ciudadanos romanos, pues en aquellos tiempos lo público ya daba señales de vida y poder, por lo que muchos terminaban en posesión del Estado. Y al ser diferentes sus destinos, sus vidas y su día a día, pronto se formarían clases entre los mismos esclavos. Los más desgraciados de todos ellos tenían el infortunio de acabar en las minas o en galeras, donde verían apagarse sus días en una lenta condena a muerte. Otros, situados un poco más arriba del escalafón, pasarían a formar parte de las posesiones de los magnates del campo, grandes latifundistas siempre necesitados de ingentes cantidades de mano de obra esclava que realizase las tareas más arduas y penosas, peor considerados y alimentados que los animales que araban junto a ellos.

Trabajo en las minas, ilustración de Granger

Por último teníamos a los urbanitas, que tenían la suerte de vivir en mejores condiciones que sus pares y realizar trabajos menos exigentes físicamente. Incluso, si eran afortunados y poseían algún tipo de habilidad especial, podrían disfrutar de una cierta mejoría de vida. Este era el caso de los esclavos griegos, distinguidos como preceptores de los hijos de las grandes familias romanas.

Distintas realidades, violencia intrínseca

Como pasa en todas las cosas de la vida, las realidades no son las mismas para todos. Y en casos extremos como el que nos ocupa no podía ser diferente. Sin embargo, a pesar de que muchos serían los esclavos que disfrutaron de amos piadosos, que aprovecharon su condición para medrar u obtener ventajas personales, que recibieron un trato benevolente y se deleitaron de una vida cómoda y agradable, incluso lujosa en ciertas ocasiones, la dura realidad general era que esclavitud y violencia solían encontrarse íntimamente entrelazadas.

Un esclavo veía como a lo largo de su vida era vendido, comprado, alquilado, prestado, castigado, utilizado, humillado, maltratado, violado y despojado de todo aquello que le pudiese importar. Las vejaciones, la explotación sexual y los castigos físicos, tanto para hombres como mujeres, estaban a la orden del día. Y esto no entrañaba ningún acto reprobable a ojos de la sociedad. Esa conducta de sumisión y maltrato había sido institucionalizada, e incluso ascendida al rango de ley. Grandes textos legales como el Digesto o las Doce Tablas, se encargarían de institucionalizar la situación.

Inmenso conglomerado de culturas

Para el siglo I d.C. alrededor de 350.000 de los 900.000 habitantes de la capital conformarían esa masa oprimida. En el resto de provincias del Imperio su número era heterogéneo, oscilando entre el 2% y el 30% de su censo demográfico. Durante la segunda centuria de nuestra era los esclavos alcanzarían la cifra de 10 millones de individuos, un 15% del total. Sin embargo, ¿cómo pudo aguantar un Imperio dispensando tal trato a un estrato tan numeroso de su población?

Mercado de esclavos, Gustav Boulanger

La diversidad de procedencias geográficas, los diferentes mecanismos de acopio, los irregulares destinos a los que se dirigían, el desigual trato y trabajo de cada uno de ellos… todo esto ayudó a que esta masa diversa nunca pudiera conformarse en un ente homogéneo ni adoptar nada parecido a lo que hoy en día llamaríamos “solidaridad de clase”. Por su idiosincrasia, tampoco gozaron de líderes estables que les motivaran a alzarse en revolución contra el orden establecido. Las revueltas, aunque existentes, carecieron de importancia y la más conocida, la encabezada por Espartaco en el 73 a. C. dentro de la agitación social producida por las Guerras Serviles, como suele ser habitual, ha gozado de mayor fama por los que revisaron la historia que por los que la vivieron.

Manumitidos y libertos

Pero la caída en la esclavitud no era “per se” una condena a muerte. Había posibilidades, aunque fueran remotas, de abandonar las cadenas más allá de las fugas y las rebeliones. Conozcamos ahora el concepto de manumisión (o liberación).

Una vez que un siervo se manumitía, o liberaba, este adquiría instantáneamente tanto la libertad como la plenitud de derechos, entre ellos la tan anhelada ciudadanía romana. Como podemos intuir, esto no era una práctica que fuera habitual, aunque eran diversas las fórmulas para lograrlo. La más sencilla era inscribir directamente al ya liberto en el censo de ciudadanos. Otra consistía en que el amo lo acompañara hasta un magistrado para certificar su condición de hombre libre. El señor también podía liberarlo en su testamento en lugar de transmitirlo como posesión a sus descendientes. La menos común,

reservada únicamente para esclavos de gens acaudaladas o dentro de los resortes de la Familia Imperial, consistía en pagar por su libertad. Si conseguía reunir el dinero suficiente marcado por el propietario, claro. Ya podemos imaginarnos las dificultades que este último sistema entrañaba.

A pesar de todo, con la libertad no acaban los males para el liberto. Simple comprender lo difícil que sería para él y sus descendientes liberarse de la mancha dejada por la esclavitud a ojos de sus congéneres. Tampoco ayudaba que todos los libertos estuvieron obligados a seguir trabajando durante un tiempo para sus antiguos amos, reconvertidos ahora en patronos.

Últimos compases del Imperio

Poco a poco, sin embargo, Roma cambió, y con ella la esclavitud hizo lo propio. El auge del Cristianismo, y la fuerza de la Iglesia, mejoró sustancialmente las lóbregas condiciones de vida de este estrato social, aunque lo acabase aceptando. Papas, obispos y hombres santos, ninguno se salvaba de su comercio, compra y posesión.

Sin embargo, más importante que la religión fue, como siempre, el dinero. La decadencia del Imperio y la desestabilización de su economía, además de un enfoque mucho más defensivo, trajo consigo graves crisis económicas y escasez de material. Y como la todopoderosa ley de la oferta y la demanda es ineludible, pronto lo que antes era considerado un bien común pasó una vez más a estar al alcance únicamente de unos pocos.

El desempleo, las grandes masas de población hambrienta, la descentralización del poder imperial, el auge de líderes locales primero, señores y reyes después, acabarían trasformando el viejo régimen. El feudalismo se nutría cada vez más de vasallos conforme entraba en la Edad Media y Roma se derrumbaba frente a los poderes que la asaltaban.

Aunque, a pesar de todo, Roma caería antes que su sistema esclavista.

Bibliografía

Sergio Alejo, Historiador y escritor https://www.sergioalejogomez.com/category/novela-historica-blog/sabias-que/page/2/

UNRV.com History of Ancient Rome

BRADLEY, Keith: ‘The Bitter Chain of Slavery’: Reflections on Slavery in Ancient Rome (Las amargas cadenas de la esclavitud: reflexiones sobre la esclavitud en la Antigua Roma)  http://nrs.harvard.edu/urn-3:hlnc.essay:BradleyK.The_Bitter_Chain_of_Slavery.2005

https://academiaplay.net/la-trata-de-esclavos-a-traves-de-la-historia/
https://academiaplay.net/mercado-negro-imperio-espanol/
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