El 10 de junio de 1940, envalentonado por los arrolladores triunfos del führer, Benito Mussolini declaró la guerra a los aliados en su sueño de reconstruir el Imperio romano. Pero a pesar del optimismo inicial del «Duce«, el Reino de Italia encadenó constantes reveses militares que obligaron a Hitler a desviar su atención hacia otros frentes imprevistos, uno de los múltiples factores que ocasionó la derrota de las Potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial.
Orígenes de Benito Mussolini
Benito Amilcare Andrea Mussolini nació en la aldea de Dovia, perteneciente al municipio de Predappio (región de Emilia-Romaña), el 29 de julio de 1883. Su padre Alessandro Mussolini era herrero y activista socialista y su madre Rosa Maltoni, una humilde maestra de escuela. Durante su infancia y juventud, Mussolini destacó por sus frecuentes peleas y altercados. Tras muchos encontronazos desafortunados, el joven Mussolini acabó trabajó como periodista en varios diarios de ideología socialista, mostrando un gran interés por la postura más violenta y revolucionaria de este movimiento. Sus constantes participaciones en actos y manifestaciones le valieron pasar un tiempo respetable entre rejas. Más adelante, el ala radical del Partido Socialista Italiano proporcionó a Mussolini las bases para sus futuras acciones políticas.
En 1915, Italia se unió a la Triple Entente durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Mussolini se enroló como soldado, siendo promovido a cabo por méritos de guerra. Sin embargo, en 1917 fue herido por un mortero y dado de baja. Tras finalizar la Gran Guerra, la situación de posguerra en Europa era lamentable. Así mismo, un sentimiento de rencor se instaló en parte de la sociedad italiana hablándose de la «victoria mutilada«. Esto fue debido a las promesas territoriales incumplidas de Francia y Reino Unido con respecto a Italia, después de su sacrificada participación en el esfuerzo bélico. En 1919, Mussolini creó los Fasci Italiani di Combattimento, grupos armados que conformarían el Partido Nacional Fascista, fundado dos años después. El momento propicio para hacerse con el poder en Italia estaba próximo.
Llegada al poder
Las milicias fascistas, conocidas como los camisas negras, protagonizaron numerosos actos de violencia física y verbal contra sus adversarios políticos. Era el inicio de la llamada «revolución fascista«, mediante la cual Mussolini pretendía dar un golpe de mano que le permitiese conquistar el poder. En 1921, Mussolini logró hacerse con un escaño en el Parlamento italiano. Pero lo peor estaba todavía por llegar. A finales de octubre de 1922, tuvo lugar la Marcha sobre Roma, en la cual miles de militantes fascistas desfilaron por la capital italiana amenazando con provocar una guerra civil si no les entregaban el gobierno. El cobarde rey Víctor Manuel III claudicó ante los seguidores de Mussolini por miedo a un enfrentamiento civil. Ante la difícil disyuntiva, el monarca italiano estimó oportuno entregarle el poder a aquel siniestro personaje.
Así fue como había quedado inaugurada la primera dictadura fascista de Europa. Una vez establecido en el poder, Benito Mussolini se hizo llamar así mismo el «Duce«, dispuesto a llevar a la nación italiana a una nueva edad de oro. Por aquel entonces, un todavía bastante desconocido Adolf Hitler manifestó su admiración por el líder italiano, inspirándose en él para el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y su ideología extremista. Años después, tras la conquista del poder en Alemania por los nazis en 1933, estos dos personajes verían entrecruzados sus destinos de manera irremediable. Por desgracia para los italianos y las naciones que trató de someter, las acciones del Duce no se hicieron esperar. A pesar de sus éxitos iniciales, una larga sombra se había cernido sobre el destino de los descendientes de la gloriosa Roma.
Invasión de Etiopía (1935-1936)
Debido a su reunificación tardía en la segunda mitad del siglo XIX, Italia había acudido tarde al reparto colonial de África, consiguiendo tan solo Eritrea, la Somalilandia italiana y Libia, conquistada al Imperio otomano en 1912. Uno de los pocos países que había escapado milagrosamente del reparto colonial europeo era el Imperio etíope o Abisinia, ambicionado por el dictador Mussolini. Una de las máximas del Duce fue el establecimiento de una política exterior agresiva con el fin de ampliar el imperio colonial italiano, todavía pequeño en comparación con el francés o el británico (este último el mayor del mundo).
Producto de estos deseos expansionistas, estalló la segunda guerra italo-etíope entre octubre de 1935 y mayo de 1936. A pesar de su valerosa lucha contra los invasores, el ejército etíope se hallaba en condiciones muy rudimentarias frente a la superioridad armamentística italiana (artillería pesada, aviación, etc). Como consecuencia de la rendición etíope, Italia anexionó formalmente el territorio desde 1936 hasta su pérdida en 1941 y el rey Víctor Manuel III fue proclamado emperador. Las posesiones de Eritrea, la Somalilandia italiana y Abisinia (Etiopía) quedaron unidas en la provincia italiana de África del Este.
Intervención en la Guerra Civil española (1936-1939)
Entre los días 17-18 de julio de 1936, tuvo lugar un golpe de Estado contra la II República española auspiciado por parte de la cúpula militar contraria al gobierno del Frente Popular. Este hecho dio lugar a la Guerra Civil española, un intenso conflicto que se prolongaría durante casi tres años y cuyas heridas todavía se sienten a día de hoy. Mussolini, al igual que Hitler, consideraron oportuno proporcionar ayuda en forma de suministros bélicos y tropas al bando sublevado, controlado totalmente por el general Francisco Franco hacia finales de septiembre de 1936.
El Duce envió al Corpo di Truppe Volontaire junto con la Regia Marina y la Regia Aeronautica a la península ibérica, participando en episodios como la conquista franquista de la ciudad de Málaga (febrero de 1937). Sin embargo, este triunfo fue una ilusión para Mussolini, pues en la posterior batalla de Guadalajara (marzo de 1937) tuvo lugar una contundente victoria republicana debido a las graves carencias italianas en el escenario bélico. Finalmente, Franco se alzaría con la victoria final en 1939 gracias, entre otros factores, a la ayuda militar de Alemania e Italia.
Acontecimientos previos a la guerra mundial y estallido del conflicto
Más adelante, uno de los momentos cumbre de Mussolini ocurrió durante la Crisis de los Sudetes de 1938. Tras la exitosa anexión de Austria por parte del III Reich, Hitler ambicionaba esta región fronteriza de Checoslovaquia, donde vivía una minoría de población alemana. Por estas fechas, como consecuencia de las sucesivas violaciones del Tratado de Versalles, los recelos de las democracias eran cada vez mayores. Fue entonces cuando el Duce se erigió como mediador entre las potencias europeas con el fin de evitar un conflicto armado. A finales de septiembre de 1938, tuvo lugar la Conferencia de Múnich donde asistieron los jefes de gobierno de Reino Unido, Francia, Italia y Alemania. Checoslovaquia ni siquiera fue invitada a la reunión. Después de entregar los Sudetes a Alemania, el primer ministro británico Chamberlain regresó triunfante a Londres anunciando la «paz para nuestro tiempo». Sin embargo, Winston Churchill no compartiría su entusiasmo vaticinando la llegada de un nuevo conflicto más pronto que tarde («Hemos preferido el deshonor a la guerra y ahora tendremos el deshonor y también la guerra»).
Posteriormente Hitler invadió lo que quedaba de Checoslovaquia en marzo de 1939. Mussolini nunca pretendió ser menos que su homólogo alemán, por lo que llevó a cabo la invasión de Albania en el mes de abril. Tras una corta campaña, el rey albano Zog I abandonó el país exiliándose en Reino Unido. Al mes siguiente, Italia y Alemania firmaron el llamado «Pacto de Acero«, para sentar las bases de un apoyo mutuo en caso de estallido de un conflicto. En otra hábil jugada, el führer firmó con el líder soviético Stalin el Pacto Ribbentrop-Mólotov con el fin de cubrirse las espaldas para la posterior invasión de Polonia. Este país había surgido a raíz del Tratado de Versalles y su salida al Báltico a través del corredor de Danzig dividía en dos al territorio alemán. El 1 de septiembre de 1939, tropas alemanas irrumpieron en la nación polaca suponiendo el fin de la paz. Después de haber pasado por alto numerosas acciones hostiles, Francia y Reino Unido declararon la guerra a Alemania dos días después. Pero, ¿cuál fue la reacción del Duce? ¿Acaso estaba Italia lista para lanzarse a dar el siguiente paso?
A pesar de haber firmado una alianza con Adolf Hitler a través del Pacto de Acero, Mussolini no secundó sus acciones tras la agresión a Polonia. En aquel momento, el líder italiano consideró demasiado prematuro embarcarse en una nueva aventura bélica de resultado bastante incierto. A su juicio, su ejército todavía no estaba lo suficientemente preparado para unirse al führer en su conquista de Europa. Habría que esperar hasta la apertura del frente occidental en abril de 1940, para que Italia tomase verdadero protagonismo en la contienda mundial. Pese a sus dudas iniciales, en la mente del Duce estaba la reconstrucción del antiguo Imperio romano, viéndose a sí mismo como el nuevo «César» que comandaría sus victoriosas legiones hacia la gloria eterna, con o sin la ayuda del führer. Sin embargo, como bien harían en demostrar los acontecimientos posteriores, Mussolini no podría haber estado más equivocado en sus pronósticos. El desastre absoluto no tardaría en hacer acto de presencia.
Entrada de Italia en la Segunda Guerra Mundial (1940-1945)
Ante la inminente caída de Francia a manos del III Reich, el 10 de junio de 1940 Mussolini declaró finalmente la guerra a los Aliados, hecho del que se arrepentiría profundamente años después. Entre sus objetivos estaba hacerse con algunos territorios fronterizos franceses, aprovechando la extrema debilidad de sus vecinos. Fue entonces cuando ocurrió el primer contratiempo serio para el Duce: 32 divisiones italianas se estrellaron de bruces en los Alpes y el Mediterráneo contra 6 escasas divisiones francesas. Sin embargo, Mussolini todavía tendría un golpe de suerte gracias al incuestionable apoyo alemán. Tras la firma del Armisticio el 22 de junio de 1940, Italia recibió algunas ganancias territoriales a costa de Francia. Pero pese a estas ventajas iniciales, las ansias de Mussolini por reconstruir su añorado Imperio romano le llevarán posteriormente de fracaso en fracaso, precipitando intervenciones alemanas con el fin de compensar sus humillantes errores.
Campaña del norte de África (1940-1943)
El norte de África era un territorio sumamente estratégico para las Potencias del Eje, pues constituía la llave para hacerse con los pozos petrolíferos de Oriente Medio. El acceso al petróleo era una de las múltiples carencias que arrastraban tanto Italia como Alemania. Por otro lado, el Imperio británico temía que una caída del Mediterráneo en manos de sus enemigos estrangulara su comercio colonial, vital para el sostenimiento de su economía. Deseoso de llegar hasta Egipto y adjudicarse una gran victoria, en septiembre de 1940 Mussolini lanzó el 10º Ejército italiano contra las posiciones británicas en el norte de África. Sin embargo, el contrataque británico en la Operación Compass pulverizó a las tropas italianas, significando un doloroso fracaso para el Duce. Tal fue la magnitud del desastre que Hitler decidió enviar en febrero de 1941 al Áfrika Korps al mando del experimentado general Erwin Rommel. Este militar sería apodado como el «Zorro del Desierto» debido a sus excelentes dotes en los campos de batalla.
Comenzó entonces una serie de batallas épicas en pleno desierto entre el Afrika Korps de Erwin Rommel contra las fuerzas británicas y sus aliados de la Commonwealth en una constante tira y afloja por tratar de alcanzar el ansiado estrecho de Suez, clave para el abastecimiento del comercio colonial del Imperio de Su Majestad. Rommel consiguió importantes victorias a pesar de su inferioridad numérica, lo que le granjeó el respeto de sus adversarios. No obstante, pronto empezó a tener problemas logísticos de abastecimiento. Finalmente, la fulminante derrota del Eje en la segunda batalla de El Alamein (entre octubre y noviembre de 1942), dio como resultado el abandono definitivo de los planes italo-alemanes para conquistar Egipto. Poco después, el desembarco anglo-norteamericano durante la Operación Torch (1942-1943), produjo la pérdida definitiva del norte de África por Alemania e Italia. Los últimos restos del Eje abandonaron Túnez en mayo de 1943, dejando el camino libre a los Aliados para la invasión de Italia.
Campaña de Grecia (1940-1941) y posterior apertura del frente oriental (1941-1945)
Al igual que el norte de África, Grecia también se encontraba en el punto de mira de Mussolini al considerarla dentro de su área de influencia. Sin pensárselo demasiado, el 28 de octubre de 1940 comenzó la campaña para llevar a cabo la conquista del país heleno. El Duce no comunicó sus planes a Hitler hasta el mismo día de la invasión, lo que provocó un desencuentro entre ambos líderes. La apertura de un nuevo frente en Grecia por parte de Italia, comprometía seriamente a Alemania. Por si fuera poco, después de los primeros compases los griegos no sólo lograron recuperar todo su territorio, sino que además ocuparon el tercio sur de Albania, controlada por Italia desde abril de 1939. La humillación no pudo ser mayor para el henchido orgullo del Duce. Algunos expertos han puesto en el foco la desmotivación, la falta de preparación del ejército italiano y a la escasa modernización de su armamento, como algunos de los factores que propiciaron la derrota en Grecia.
No obstante, a pesar de todas estas carencias, otros generales alemanes como Erwin Rommel sí destacaron la valentía mostrada por las unidades italianas en algunos frentes. Ante este colosal descalabro, Mussolini no tuvo más remedio que tragarse su orgullo y pedir otra vez la ayuda del führer. El líder del III Reich no estaba nada contento con los resultados de la campaña italiana, pero en abril de 1941 las tornas cambiaron drásticamente con el inicio de la intervención alemana. En pocas semanas la resistencia griega sucumbió ante el imparable empuje de la Wehrmacht. Una vez rendido el país heleno, este fue repartido entre Italia, Bulgaria (aliado del Eje) y Alemania. La supuesta ayuda de Italia estaba resultando demasiado costosa y problemática. Al igual que había ocurrido durante la Primera Guerra Mundial en la que Alemania se había «desposado con un cadáver» en referencia al antiguo Imperio austrohúngaro, esta vez Adolf Hitler tampoco acertó demasiado con la elección de sus aliados.
Así mismo, tras un golpe de Estado a favor de los Aliados, el III Reich procedió a la invasión de Yugoslavia asegurándose el control total de los Balcanes. Uno de los tópicos más repetidos sobre la Segunda Guerra Mundial es que los desastres de Mussolini obligaron a retrasar la Operación Barbarroja contra la Unión Soviética hasta el 22 de junio de 1941. No obstante, se debe recalcar que fueron las intensas lluvias de primavera las que realmente impidieron llevar a cabo la campaña del frente oriental en la fecha prevista, mayo de 1941. Un dato a considerar durante el transcurso de esta campaña, es la catastrófica derrota alemana en la batalla de Stalingrado (1942-1943), debida entre otros factores, a la extrema debilidad de sus flancos, defendida por unidades italianas, húngaras y rumanas, mucho peor equipadas y entrenadas. El retroceso en todos los frentes era ya una incómoda realidad para los intereses del Eje.
Desembarco aliado en Italia
Después de la desastrosa retirada del norte de África por parte de las Potencias del Eje, el siguiente objetivo era Italia. El servicio de inteligencia británico ideó una estratagema por medio de la Operación Mincemeat para hacer creer al Alto Mando alemán de un desembarco aliado en Grecia y Cerdeña, en lugar de Sicilia. Esta isla del Mediterráneo fue la escogida para llevar a cabo la Operación Husky, una invasión anfibia ocurrida entre julio y agosto de 1943. Más tarde, tras la rendición de Sicilia, se inició el desembarco aliado en la península italiana. Ante el avance imparable de sus enemigos, el Gran Consejo Fascista estimó oportuno destituir a Mussolini para ser sustituido por el mariscal Pietro Badoglio. Parecía que los días de grandeza para el Duce estaban llegando a su fin.
El nuevo gobierno trató de negociar con los Aliados la firma de un armisticio. Ante el brusco devenir de los acontecimientos, Hitler decidió enviar más tropas a Italia con el fin de ocuparla y restablecer a Mussolini. Aunque el líder italiano había sido más un estorbo que una ayuda, ya no le quedaba otra opción. Después de una operación sumamente arriesgada, un comando alemán consiguió liberar al Duce de su cautiverio. En septiembre de 1943, quedó proclamada la República Social Italiana en la mitad norte de la península, en realidad un estado títere del III Reich, mientras que las tropas aliadas seguían avanzando desde el sur. Roma cayó el 4 de junio de 1944, dos días antes del desembarco de Normandía. No obstante, todavía quedaría una larga campaña hasta ocupar el resto de Italia.
Final del «Duce«
La trayectoria de la República Social Italiana, cuya sede de gobierno se encontraba en la localidad de Saló, fue bastante efímera. Así mismo, el Duce ya no era más que un peón bajo las directrices de los alemanes, muy lejos de su época gloriosa. Mientras tanto, los problemas para Italia y Alemania se iban acumulando. En el caso del III Reich, las fuerzas soviéticas avanzaban desde el este y las anglo-norteamericanas por el oeste. En Italia, muchos ciudadanos empezaron a mostrar su descontento con Mussolini, quien los había metido en una guerra ajena con graves pérdidas humanas y materiales. Ante su inminente caída en la primavera de 1945, el Duce trató de huir desesperadamente con su amante Petacci y otros allegados hacia Suiza, pero fueron capturados por unos partisanos al mando de Urbano Lazzaro. El líder italiano se había disfrazado de soldado alemán para pasar desapercibido, sin mucho éxito. El 28 de abril de 1945, Benito Mussolini y Clara Petacci encontraron su trágico final a manos de sus captores. Posteriormente sus cadáveres fueron mancillados, apaleados y colgados en la plaza Loreto de Milán a la vista de todos. Concretamente, en el caso de Mussolini su cadáver fue vejado tan salvajemente que había quedado irreconocible. Este fue el definitivo adiós para el orgulloso Duce.
Al enterarse del trágico destino de su aliado Mussolini y ante la inminente caída de la capital del III Reich por el ejército soviético, Adolf Hitler decidió suicidarse junto con su recién esposa Eva Braun en su búnker de Berlín el 30 de abril de 1945. Sus cuerpos fueron incinerados con el objetivo de que no fueran hallados por el enemigo y posteriormente exhibidos como si tratasen de un trofeo o algo similar. El resto de colaboradores del führer optaron por la huida o el suicidio, como el caso del fiel ministro de propaganda Joseph Goebbels. Otros acabaron en manos de los aliados y algunos fueron juzgados posteriormente en los Juicios de Núremberg. Ambos líderes, Hitler y Mussolini, habían terminado sus días de forma dramática, a consecuencia de sus insaciables ansias expansionistas que les llevaron a enfrentarse contra el resto del mundo. El brillante «imperio de los mil años«, según las pretensiones del führer, se había convertido en miseria y cenizas. Así mismo, el ambicioso sueño del Duce de restablecer el antiguo Imperio romano se había esfumado para siempre. No obstante, Italia no salió tan perjudicada como Alemania ante las vengativas acciones de los Aliados, aunque tuvo que renunciar a su imperio colonial y a las ganancias obtenidas en Europa de los últimos años.
Bibliografía:
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Viana, I. (2012). ‘La marcha violenta sobre Roma que trajo el fascismo a Europa’. ABC Historia. https://www.abc.es/historia/abci-mussolini-marcha-roma-201210300000_noticia.html
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