Cuando el 15 de marzo de 1519 Hernán Cortés cargó a la cabeza de sus jinetes contra miles de mayas chontales en los llanos de Centla, era consciente de que estaba ante su primera batalla. Ante el primer gran choque de dos mundos.
Todo guerrero que se precie tuvo un bautismo de fuego, una prueba iniciática macabra donde verse por primera vez con la muerte, saliendo airoso de ella y preparado en cuerpo y alma para el siguiente lance tomando conciencia de la brutalidad de la guerra. En este sentido, el Nuevo Mundo fue pila bautismal de algunos de los conquistadores más afamados de toda la historia. Conquistadores de la talla de Hernán Cortés.
Rumbo al Yucatán
El 18 de febrero de 1519, Hernán Cortés partió con su hueste de 500 hombres rumbo al Yucatán. Por piloto mayor de la armada iba Antón de Alaminos, quien digiera las dos exploraciones previas a la región. Alaminos repetirá el mismo itinerario que trazó con Hernández de Córdoba y Grijalba, haciendo la primera escala en la isla de Cozumel, donde Cortés comenzó a ejercer el mando y a demostrar sus dotes de liderazgo.
La gran suerte de Hernán Cortés fue poder dar con Jerónimo de Aguilar, el clérigo español naufragado que había pasado casi una década al servicio de los mayas
Allí tuvieron noticia y rescate de un náufrago español llamado Jerónimo de Aguilar, a la postre pieza clave de la Conquista. Ecijano de nacimiento y clérigo de oficio, Aguilar había permanecido al servicio de un señor maya desde su naufragio, allá por 1511, y, por ende, conocía la lengua del lugar de primera mano. Junto a él había corrido la misma suerte otro español, un marinero de Palos llamado Gonzalo Guerreo. Pero éste se negó a volver, pues ya estaba completamente integrado entre la gente de aquella tierra: tenía la cara horadada, el cuerpo tatuado y había entroncado con la élite local.
Hechos los deberes, la expedición zarpó de Cozumel y bordeó toda la costa norte del Yucatán: desde la conocida como “Punta de Cotoche” (actualmente Cabo Cotoche) hasta llegar a la desembocadura de río Tabasco el 12 de marzo de 1519. La intención de Cortés era seguir los pasos que llevaron a Juan de Grijalva a entrar en contacto con la gente del poblado de Potonchán, descrito así por el cosmógrafo Pedro Mártir: “tan grande y célebre, cuanto no puede calcularse… [y] que se extiende lamiendo la costa, como quinientos mil pasos y tiene veinticinco mil casas entrecortadas por huertas las que están ricamente fabricadas con piedras y cal en cuyo conjunto sobresale admirablemente la industria y el arte de los arquitectos…».
Cortés siguió el mismo itinerario que llevó a Juan de Grijalva a entrar en contacto con la civilización maya en el poblado de Potonchán
Cortés no era consciente, pero ante él se encontraba una civilización maya que, a pesar de estar en decadencia, aún se sostenía en fuertes ciudades-estado al estilo de las antiguas polis griegas.
Un duro recibimiento
Los españoles dejaron los navíos y remontaron el curso del río Tabasco a bordo de bateles. El trasiego no debió ser nada cómodo, tuvieron que atravesar manglares y terrenos empantanados, cuyas riberas estaban repletas de “indios guerreros” que observaban con atenta desconfianza a los rostros pálidos salidos de aquellas “casas flotantes” venidas del océano. La llegada a las proximidades de la ciudad tampoco fue especialmente amistosa, pues Bernal Díaz recordaba que los recibieron “más de doce mil guerreros aparejados para darnos guerra”.
Cortés actuó con diplomacia enviando a Jerónimo de Aguilar, la “lengua” (intérprete), como intermediario. A bordo de una gran canoa, los jefes guerreros escucharon con recelo las palabras de Aguilar, que les pedía deponer su belicosidad y “no comenzasen la guerra, porque les pesaría de ello”. Sin embargo, la actitud de los mayas chontales se tornó en hostil, respondiéndoles a los españoles que si osaban dar un paso más los “matarían a todos”.
La actitud de los mayas chontales ante los españoles fue hostil desde el principio, por lo que Hernán Cortés tomó la determinación de replegarse y planificar la toma de Potonchán
Consciente de la inutilidad de toda negociación, Cortés ordenó replegarse y planear detenidamente el asalto a Potonchán. El terreno empantanado y el desplazamiento en bateles dificultarían enormemente la acción de los españoles, pero varios capitanes que transitaron aquel lugar con la expedición de Grijalva recordaron la existencia de un camino estrecho pero firme que discurría por ciénagas y riachuelos hasta llegar al pueblo.
El capitán general no lo pensó dos veces: se abría la posibilidad de efectuar el asalto a Potonchán por dos frentes, contando, además, con el aliciente del factor sorpresa.
La toma de Potonchán
La mañana siguiente, 13 de marzo, la hueste española despertó con un acto tan simbólico como efemérico, la celebración de la primera misa en territorio mexicano. Fray Bartolomé de Olmedo y el padre Juan Díaz corrieron a cargo del oficio y de la bendición de los hombres que marcharían, limpios de pecado, a una “guerra justa” en nombre de Dios y del rey.
Cortés confiaba en la victoria y en el factor sorpresa que le confería el conocimiento del camino alternativo a Potonchán. El plan ideado era tan simple como eficaz. De un lado, Cortés, a la cabeza del grueso de la hueste, marcharía en bateles, remontando el río hasta la entrada empantanada de la ciudad. Mientras, Alonso de Ávila, al mando de “cien soldados, y entre ellos diez ballesteros”, seguiría el camino firme que llevaba hasta Potonchán, donde habría de penetrar tan pronto como oyese un arcabuzazo.
El asalto a Potonchán comenzó el 13 de marzo, el mismo día que la hueste celebró la primera misa oficiada en tierra mexicana
Bajo la mirada de los guerreros mayas, Cortés y su contingente volvieron al mismo lugar del que se vieron obligados a marchar. Díaz del Castillo recordaba que en «toda la costa no había sino indios de guerra, con todo género de armas que entre ellos se usan, tañendo trompetillas y caracoles y atabalejos”. Fue entonces cuando Cortés, cumpliendo con la legalidad de la Corona, hizo lectura del requerimiento, por el cual se invitaba a los nativos a someterse al vasallaje del rey de Castilla en virtud de los Justos Títulos papales. Aguilar tradujo y, acto seguido, “comenzaron muy valientemente a flechar y hacer sus señas con sus tambores”.
Los mayas comenzaron a cercar a los españoles con las canoas, impidiéndoles tomar tierra. Así pues, los conquistadores hubieron de defenderse entre lodazales y ciénagas, bajo una lluvia de proyectiles. Pero tan pronto como pudieron pisar en firme, la hueste española se reorganizó y acometió contra las filas enemigas “nombrando al señor Santiago” y logrando que los nativos retrocediesen hacia el poblado, hasta donde fueron perseguidos. Alertado por disparos de arcabuz, Alonso de Ávila irrumpió en la ciudad con sus cien hombres a través del camino oculto.
Tras la entrada de Alonso de Ávila y la huida de los guerreros mayas, Cortés aprovechó para tomar posesión de Potonchán en nombre del rey
Cuenta Díaz del Castillo que la irrupción de Ávila fue providencial, porque, partir de ahí, “les llevamos retrayendo… hasta un gran patio”. Momento en el que tocaron a retirada y Cortés ordenó a sus hombres cesar la persecución. Fue en aquel momento cuando el de Medellín aprovechó para tomar “posesión de aquella tierra por Su Majestad, y él en su real nombre” ante el gozo exultante de la hueste victoriosa.
La Batalla de Centla
Al día siguiente de hacerse con Potonchán, Hernán Cortés envió dos avanzadillas tierra adentro al mando de Pedro de Alvarado y de Francisco de Lugo para dar con los huidos y “traerlos a la paz”. Pero, por el camino, Francisco de Lugo “se encontró con grandes capitanías y escuadrones de indios” que le atacaron sin cuartel. El sonido de los arcabuzazos españoles y los tambores mayas alertaron al grupo de Alvarado, que presto acudió al socorro de sus compañeros y repelió el ataque.
Cuando Hernán Cortés comprendió que la situación estaba a punto de desbordarles, decidió plantar cara a los mayas chontales en campo abierto
Los dos capitanes volvieron al real para informar a Cortés, y con ellos traían a varios indios capturados que relataron la causa del ataque. Y es que Melchorejo, un nativo de la «Punta de Cotoche» que Cortés había llevado como intérprete, abandonó a los españoles para volver con su gente y animarla para «que diesen guerra de día y de noche», llegando a convencer a varios caciques para la causa. Ante esa tesitura, Cortés tomó la determinación de salir a campo abierto con toda la hueste y plantar batalla formal a los mayas chontales.
Y para ello, el de Medellín ordenó “que con brevedad sacasen todos los caballos de los navíos…; apercibió a los caballeros que habían de ir los mejores jinetes y caballos…, que fuesen con pretales de cascabeles; y… que no se parasen a lancear hasta haberles desbaratado… y señaló trece de caballo, y [él] por capitán de ellos” (del Castillo, 2009) . La infantería la confió Cortés a Diego de Ordaz, quien tenía sobrada experiencia en la guerra indiana. Y la artillería a Francisco de Mesa, quien -según Hugh Thomas- se curtió en las guerras de Italia, “donde se acreditó como excelente artillero”.
Cuando los españoles llegaron a los llanos de Centla se toparon con más de 12.000 guerreros mayas «que todas las sabanas cubrían»
Así, la mañana del 15 de marzo* de 1519, después de haber oído misa, la hueste española marchó hasta llegar a “unas grandes sabanas” con el nombre de “Zintla” o Centla, junto a la desembocadura del río Tabasco. Pero lejos de encontrar un llano apacible, los conquistadores españoles se toparon con escuadrones de guerreros mayas “que todas las sabanas cubrían” y que superaban los 12.000 efectivos. Éstos se abalanzaron sobre los españoles “como rabiosos”, cercándolos “por todas partes” y lanzado sobre ellos todo tipo de proyectiles con los que “hirieron más de setenta” y matando a uno “de un flechazo que le dieron por el oído”.
Dice López de Gómara que los castellanos se vieron obligados “a pelear vueltas las espadas unos y otros,” y sin ni siquiera apoyo de la caballería, pues antes de la batalla, Cortés hubo de dar un rodeo por culpa de la impracticabilidad del terreno. A pesar de todo, Bernal Díaz aseguraba que fueron capaces de guardar las distancias por la mínima “a grandes estocadas”. Aquel desahogo permitió a Mesa poder disparar sus cañones y hacer verdaderos estragos en los escuadrones mayas, tan bien nutridos y cerrados que “daba en ellos a su placer”.
El uso de la caballería fue determinante para decantar la batalla del lado de los españoles. El impacto psicológico fue tremendo para ambos contendientes
Sin embargo, la superioridad numérica de los chontales les permitía reabastecer continuamente a los heridos, reagruparse y acometer una y otra vez. A ese punto irrumpió por sorpresa la caballería con Cortés a la cabeza, desbaratando los escuadrones mayas con sucesivas cargas. Fue entonces cuando, incapaces de reorganizarse y abatidos mentalmente por el estruendo de las armas de fuego y la aparición de los caballos, los nativos declararon “fuga en retirada”, huyendo en dirección a “unos espesos montes que allí había” (Solís, 1970).
El choque había terminado. Los llanos de Centla, antes inundados de mayas chontales, ahora quedaban a merced de los conquistadores españoles, a cuyos pies se encontraba un “buen recaudo de [indios] muertos, y otros quejándose de las heridas”. Sin lugar a dudas, Cortés había salido victorioso de su primera gran batalla.
Tras la batalla
Pasados los años, algunos soldados como Andrés de Tapia contaron haber visto en la refriega al mismísimo Santiago Apóstol a lomos de “un caballo rucio picado” haciéndoles mucho daño a los chontales. Otros, como Bernal Díaz, tiraban de ironía y despejaban la hipótesis de la intercesión divina: “pudiera ser… y yo, como pecador, no fuese digno de verlos. Lo que yo entonces vi y conocí fue a Francisco de Morla en un caballo castaño, que venía juntamente con Cortés”.
Independientemente de la aparición del “Patrón de las Españas”, lo cierto es que el balance de bajas fue tremendamente desigual: dos españoles muertos y varias decenas de heridos frente a más de ochocientos indios caídos. Los rostros pálidos parecían invencibles. Por ello, un buen número de principales mayas de la región se personaron ante el capitán español para claudicar y mostrar sus respetos. Como muestra de buena voluntad, aceptaron convertirse al cristianismo y entregaron a Cortés varios presentes. Entre estos últimos había joyas de oro, mantas y una veintena de mujeres entre las que se encontraba una tal Malinalli o Malintzin, que se convertiría en la mejor “lengua” y herramienta de los españoles en la conquista de la Nueva España.
Tras la batalla de Centla, numerosos caciques de la región de Tabasco corrieron a prestar juramento ante Cortés ante un buen número de regalos. Entre estos últimos se encontraba Malinalli, la mal llamada Malinche
La superioridad técnica y táctica de los conquistadores fueron determinantes, pero el liderazgo y la planificación de Hernán Cortés jugó un papel crucial en la primera gran victoria de la conquista de México. Sólo una personalidad tan arrolladora como la suya podía ser capaz de hacer efectivo el mando en circunstancias tan complicadas como en su bautismo de fuego.
Las dotes guerreras quedaban sobradamente acreditadas, ahora Cortés debía ponerlas en práctica y elevarlas a su máximo exponente en aquel lugar que señalaban los mayas chontales “hacia donde se ponía el sol”: “México”.
*La fecha del 15 de marzo está tomada de la argumentación de Carlos Moreno y Gabriel Kruell y aparece bien argumentada en el artículo del primero que cito en la bibliografía. Ésta contradice a la efeméride tradicional del 25 de marzo que argumentaba Bernal Díaz evocando al día de la anunciación.
Bibliografía:
Carlos Moreno Amador, La batalla de Centla y el inicio de la conquista de México: Análisis histórico y militar (2020).
José Luis Martínez, Hernán Cortés (1990).
Esteban Mira Caballos, Hernán Cortés: el fin de una leyenda (2010).