El Imperio británico, el mayor imperio colonial de la historia

El Imperio británico ha sido el de mayor extensión de la historia de la humanidad, con más de 30 millones de km2. Entre finales del siglo XIX y principios del XX, alrededor de una cuarta parte de la población del planeta era súbdita de la Corona británica. Pero, ¿por qué dejó de ser la primera potencia mundial?

Un imperio resplandeciente

Los cimientos del Imperio británico se remontan a la época isabelina (1558-1603), cuando se libraban batallas por el dominio de los mares contra el Imperio español. La guerra anglo-española (1585-1604) finalizó con el Tratado de Londres, aunque las hostilidades entre Inglaterra y España se reactivarían cada cierto tiempo. Por esta época, Reino Unido empezó a forjar su imperio con la fundación en 1607 del primer asentamiento firme en Norteamérica, Jamestown (Virginia). Había empezado la colonización británica en el continente, en clara rivalidad con otras potencias europeas como España y Francia. En el año 1707, se produjo la unión definitiva entre Escocia e Inglaterra a través del Acta de Unión conformando el Reino de Gran Bretaña. Una nueva potencia naval despuntaba en el panorama mundial.

Cuadro de la Gran Armada de Felipe II

Entre 1756-1763, tuvo lugar la Guerra de los Siete Años, en la que Gran Bretaña se impuso a Francia en su intento por alcanzar la hegemonía colonial en el mundo. Sin embargo, en 1776 las treces colonias británicas que se habían establecido en la costa este de Norteamérica declararon su independencia de Gran Bretaña, lo que generó una larga guerra. Siete años después, los británicos hubieron de aceptar su derrota, la cual dio origen a los Estados Unidos de América, una nación que jugará un papel fundamental en los siglos venideros. En 1800, se formalizó el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, una de las grandes potencias de Europa occidental. Tras derrotar definitivamente a Napoleón en 1815, emergió como una de las naciones vencedoras en el Congreso de Viena, en el cual se reorganizó el equilibrio europeo.

Uno de los principales factores responsables de la rápida expansión del Reino Unido por todo el mundo durante el siglo XIX, fue su temprana industrialización. Su supremacía como primera potencia industrial, le abrió las puertas a un gran mercado de materias primas. Durante el largo reinado de Victoria I (1837-1901), se produjo una expansión sin precedentes para el Imperio británico. La joya de la corona era sin duda la India, un vasto subcontinente del que la reina se proclamó emperatriz en 1877. Uno de los episodios clave para Reino Unido fue el reparto de África de finales del siglo XIX, donde consiguió junto con Francia, una de las mayores adquisiciones (un 30%) que se extendía casi ininterrumpidamente desde El Cairo hasta El Cabo, además de otros valiosos territorios.

El reinado de Victoria I (1837-1901) ha sido el segundo más largo de la historia británica

La isla de Gran Bretaña se estaba quedando pequeña para los súbditos de su Majestad, por lo que 16 millones de británicos hicieron sus maletas para embarcarse hacia una nueva aventura. Los destinos eran muy variopintos: Australia, Canadá, Nueva Zelanda, la India, Sudáfrica, etc. El Imperio británico había entretejido una amplia red económica en los cinco continentes por medio de su incontestable poderío marítimo y comercial. En su época de máximo esplendor, Reino Unido se alzaba vigoroso ante el resto del mundo a través de sus conquistas, colonizaciones y relaciones comerciales. La popular frase acuñada en tiempos de Felipe II (1556-1598) para hacer referencia al «imperio donde nunca se ponía el sol«, se quedaba corta si se comparaba con la extensión total del Imperio británico.

Imperio británico en 1921, en el momento de su máxima expansión

La decadencia del Imperio británico

Hacia la segunda mitad del siglo XIX, la industrialización avanzaba por diversas partes del mundo para desgracia del Reino Unido. Al albor de la Segunda Revolución Industrial, donde cobraron especial protagonismo la industria del acero, el petróleo y la electricidad, nuevas potencias como Alemania y Estados Unidos aspiraban a competir contra la hegemonía británica. Este hecho significó el comienzo del declive para el imperio de su Majestad, el cual tuvo que luchar principalmente contra estos países por el liderazgo de los mercados mundiales. Como consecuencia de estos avatares, su porcentaje en el cómputo del comercio internacional pasó de un cuarto en 1880 a un sexto en 1913.

Por si fuera poco, entre 1873 y 1896 se produjo una deflación que afectó a todo Occidente, aunque de manera más intensa a Reino Unido. Como consecuencia, muchos negocios se fueron a la quiebra. Por estas razones, cada vez resultaba más complicado mantener la arquitectura del todopoderoso imperio. Pero un episodio mucho peor estaba todavía por llegar, algo que cambió drásticamente el panorama de Europa. Debido a las disputas coloniales, al establecimiento de un complejo sistema de alianzas militares y al auge de la industria armamentística, estalló el mayor conflicto vivido por la humanidad hasta esa fecha: la Gran Guerra, posteriormente llamada Primera Guerra Mundial.

La batalla del Somme (1916), en la que tuvo un protagonismo crucial el ejército británico, fue considerada la más sangrienta de la Gran Guerra

Esta contienda ocasionó un gran coste en vidas para Reino Unido con millones de bajas entre muertos y heridos, además de un exorbitante gasto económico: se calcula que cada día de conflicto las arcas británicas se desangraban en cuatro millones de libras. Por ello, entre 1914 y 1920 la inflación se duplicó. Aun así, el Imperio británico supo aprovecharse de la derrota de sus enemigos. Tras vencer a las Potencias Centrales, tanto Reino Unido como Francia se repartieron el imperio colonial alemán, una de las cláusulas presentes en el controvertido Tratado de Versalles. Pasó lo mismo con el Imperio otomano, cuyo inmenso territorio quedó a merced de las potencias occidentales triunfantes.

Jorge V vio ampliados sus dominios aunque también encajó pérdidas como las de Irlanda y Egipto en 1922. No obstante, a pesar conservar todavía un vastísimo imperio, el papel del los británicos iba diluyéndose en la esfera internacional. A finales de la década de los 20, un evento catastrófico iba a golpear los cimientos de la economía mundial: el crack del 29. Los efectos del hundimiento de la Bolsa de Nueva York se sintieron inmediatamente en la banca de Londres. La retirada de capitales y el cese de préstamos ocasionó una grave crisis económica en el Reino Unido. Entre 1930 y 1932, las exportaciones cayeron un 70% y el paro llegó a aumentar hasta alcanzar a más de 3 millones de personas.

Icónica fotografía tomada en Nueva York durante la Gran Depresión de los años 30

La Commonwealth

Antes de que el Imperio británico empezara a mostrar dificultades económicas, se había comenzado a formar lo que sería la Commonwealth of Nations (Mancomunidad de Naciones). Desde Londres, se había extendido el estatus de Dominio a las colonias con autogobierno de Canadá (1867), Australia y Nueva Zelanda (1907) y Sudáfrica (1910). El objetivo era asegurar la cooperación internacional en los ámbitos político y económico, para ello los dirigentes de los nuevos estados se reunían periódicamente con los representantes británicos. Al principio dichas reuniones se llamaron Conferencias Coloniales y a partir de 1907, Conferencias Imperiales.

Aunque los Dominios mantenían su propio gobierno, durante esta época sus relaciones exteriores dependían en buena medida del Foreign Office del Reino Unido y nunca debían contravenir los intereses de la metrópoli. Cuando se efectuó la entrada del Reino Unido en la Primera Guerra Mundial, esta incluyó a todos sus Dominios. No obstante, la independencia de estos territorios se formalizó por medio de la Declaración de Balfour de 1926 y el Estatuto de Westminster de 1931. A partir de este momento, no podían ser objeto de interferencias legislativas por parte del Reino Unido además de ser autónomos en cuanto se refería a sus relaciones internacionales.

Después de la Segunda Guerra Mundial

En septiembre de 1939, estalló la Segunda Guerra Mundial. En ella, Reino Unido tuvo un gran papel como bastión de resistencia en Europa occidental bajo el liderazgo de Winston Churchill frente a las Potencias del Eje. Tras la rendición de Francia y hasta el inicio de la Operación Barbarroja y la posterior entrada de Estados Unidos, el Imperio británico hubo de enfrentarse por sí mismo con todos sus recursos disponibles. Especialmente emblemática para su historia fue la Batalla de Inglaterra y la frase de Churchill: «Nunca tantos debieron tanto a tan pocos». No obstante, a pesar de su victoria final en 1945, el Imperio británico acabó cediendo el protagonismo a las dos grandes potencias mundiales: Estados Unidos y la Unión Soviética. El sueño imperial británico se iba resquebrajando, pues al acabar el conflicto Reino Unido había perdido gran parte de su fuerza militar y económica. La postura del partido laborista, ganador en las elecciones de 1945, era la de no seguir manteniendo un imperio en proceso de desintegración.

«Los Tres Grandes» en la Conferencia de Yalta. Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt y Joseph Stalin en febrero de 1945

En la India británica, el movimiento de desobediencia civil llevado a cabo por Mahatma Gandhi dio sus frutos en 1947, año de su independencia, el mismo que Pakistán. Se había perdido la «joya de la corona«. El ejemplo de Gandhi sirvió de inspiración para otras colonias que ansiaban liberarse del yugo europeo, como Birmania y Ceilán, que lo consiguieron al año siguiente. En ese mismo año, 1948, se dio por finalizado el Mandato británico de Palestina. Pero si hubo una fecha clave que marcó un antes y un después en la historia colonial británica, esa fue la crisis del Canal de Suez de 1956. Por esta ruta, se transportaba la mayor parte del tráfico petrolero en dirección a Europa por lo que su control resultaba crucial. Ante la iniciativa de Abdel Nasser de nacionalizar el canal, Francia y Reino Unido decidieron intervenir militarmente con un resultado bastante calamitoso. Este fue el final para el primer ministro Anthony Eden y sus pretensiones imperialistas. Pero todavía no había ocurrido lo peor para el gobierno de su Majestad. Al año siguiente, Malasia se independizó de Reino Unido. A esta nación asiática se le unieron otros territorios como Singapur, Sarawak y Borneo Septentrional en 1963.

Durante la segunda mitad del siglo XX, los restos del Imperio británico en el resto del mundo terminaron por desmoronarse. Hasta el primer ministro Harold Macmillan reconoció que soplaban «vientos de cambio». En Europa, Chipre alcanzó su independencia en 1960 y Malta en 1964. Mientras tanto, en el continente africano el Imperio británico se desmembró mucho más rápido de lo que se esperaba: Ghana se separó en 1957, a la que siguieron Nigeria y la Somalilandia británica (1960), Sierra Leona y Tanganica (1961), Uganda (1962), Kenia y Zanzíbar (1963), Rodesia del norte y Nyasalandia (1964), Gambia (1965), Botsuana y Lesoto (1966), Mauricio y Suazilandia (1968), Seychelles (1976) y Rodesia del sur (1980). Las posesiones imperiales también se hacían añicos en América: Jamaica y Trinidad y Tobago obtuvieron su libertad en 1962, Barbados y Guyana en 1966, Bahamas en 1973, el resto de islas del Caribe a lo largo de los años 70 y 80, y Belize en 1981. Tampoco hubo suerte para Reino Unido en el Índico y Oriente Próximo, pues las Maldivas y los emiratos del Golfo y Omán se despidieron del dominio británico en 1965 y 1971, respectivamente.

El final del Imperio británico se certificó con la entrega de la última gran colonia asiática: Hong Kong. La República Popular de China recuperaba uno de sus más ansiados enclaves después de 99 años de arrendamiento y 156 de dominio británico sobre el territorio. El texto de cesión fue firmado en el Gran Palacio de Pekín por el embajador británico Richard Evans, y el jefe de la delegación china, Zhou Nan, en un acto de gran simbolismo. Desde entonces, China mantuvo su política de «un país, dos sistemas». Sin embargo, a pesar de esta gran ola de independencia a lo largo y ancho del mundo, existen todavía 14 territorios de ultramar de los cuales 10 están pendientes de ser descolonizados (Bermudas, Caimán, Gibraltar, Malvinas, Pitcairn, etc). Estos citados territorios se encuentran dentro de la lista de Territorios No Autónomos de Naciones Unidas, en espera de que algún día Reino Unido desee abandonar su soberanía y renunciar a los últimos recuerdos del que fuera el imperio colonial más grande de todos los tiempos.

Vista del Peñón de Gibraltar, uno de los Territorios No Autónomos de Naciones Unidas

Bibliografía:

Bandyopādhyāẏa, Śekhara (2004). From Plassey to partition: a history of modern India. Orient Longman

Canny, Nicholas (1998). The Origins of Empire, The Oxford History of the British Empire. Vol I. Oxford University Press.

González, G. (2008). De súbditos a iguales. MuyHistoria.

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