Diez años había durado la guerra de Troya. Otros diez el viaje de regreso a Ítaca. Pero durante todo ese tiempo, Penélope y su hijo Telémaco habían esperado pacientemente el retorno de Ulises, sin duda un añorado reencuentro que no estuvo exento de dificultades añadidas.
Una larga espera
Tras veinte años de ausencia, Penélope y Telémaco no habían perdido la esperanza de reencontrarse algún día con Ulises, su esposo y padre respectivamente. Pero durante todo ese tiempo, habían ocurrido muchos cambios en su hogar. Numerosos pretendientes habían hecho acto de presencia dispuestos a casarse con la supuesta viuda del rey de Ítaca y de esta manera hacerse con el pretendido trono. Por si fuera poca esta eventualidad, además estaban dilapidando a gusto la fortuna de Ulises mientras Penélope tomaba una decisión. Desde luego, se podría decir que se habían tomado ciertas “comodidades” a costa de su anfitriona. Con el fin de ganar más tiempo, ella había dicho a sus interesados que no elegiría un nuevo esposo hasta terminar la mortaja del anciano Laertes, el padre de Ulises. Pero estos se encontraban cada vez más impacientes, pues de una forma muy astuta, Penélope tejía durante el día y después destejía por la noche. Así, los pretendientes no hacían más que desesperarse ante el progresivo retraso de los acontecimientos. Pero este hábil engaño no podía mantenerse en el tiempo eternamente, pues algunas criadas se percataron de ello.
Después de haber sufrido un sinfín de peligros que a punto estuvieron de acabar con su vida, Ulises había llegado a Ítaca con la ayuda del rey Alcínoo. Este le había proporcionado un barco y una tripulación al arribar a su isla, después de haberle relatado sus aventuras. Ulises cayó en un profundo sueño y no fue despertado hasta alcanzar Ítaca. Habían pasado tantos años desde que partiera hacia la guerra, que no sabía muy bien que podía encontrarse. ¿Le seguirían esperando su amada Penélope y su hijo Telémaco? ¿Y si ya se habían olvidado de él por completo? Por estas dudas, nuestro héroe determinó que era mejor no acudir directamente a palacio, sino que se presentó a Eumeo, el jefe de los porquerizos, que lo conocía desde la infancia. Al principio, su criado se mostraba algo escéptico con la llegada de Ulises. Era normal después de haber pasado tanto tiempo. Pero entonces Ulises le mostró una cicatriz en su rodilla que sirvió para identificarle. Tras reconocerlo, amo y criado se fundieron en un emotivo abrazo. No era para menos. El fiel Eumeo hizo consciente a Ulises de las peculiares circunstancias en las que se hallaba su palacio. Poco después, Ulises también pudo ver a Telémaco. Padre e hijo por fin se reencontraban. Pero todavía quedaba por resolver el espinoso asunto de los pretendientes de Penélope.
Los pretendientes de Penélope, un obstáculo para Ulises
Ante un más que probable desencuentro desafortunado, se decidió que Ulises se disfrazase de mendigo con el objetivo de no levantar sospechas. Una vez en palacio, no fue reconocido por nadie excepto por su leal perro Argo, ya tremendamente anciano. Debido a su extraordinario olfato, pudo reconocer a nuestro legendario héroe a pesar de su andrajosa apariencia. Después el can suspiró su último aliento y cayó fulminado debido a su avanzada edad. Por lo menos vivió lo suficiente para poder volver a ver a su dueño. Ya en palacio, Ulises pidió limosna a los nobles que estaban allí, quienes empezaron a mofarse del recién llegado. ¿Quién era aquel vagabundo que osaba importunarlos? Tan ensimismados estaban en intentar atraer la atención de Penélope, que no pudieron advertir que bajo ese disfraz se hallaba el valiente guerrero que había surcado los mares sorteando mil adversidades. Los pretendientes no quisieron tener nada que ver con él, pero Penélope estaba intrigada por saber más acerca de este pobre hombre. ¿Tal vez le traía buenas nuevas de su anhelado marido? Pero pese a estas expectativas, por precaución Telémaco no concertó una entrevista entre su madre y Ulises hasta el anochecer.
Cuando por fin tuvo lugar el ansiado encuentro entre Penélope y Ulises, este siguió ejerciendo su papel de mendigo extranjero. A pesar de los sentimientos que profesaba hacia su esposa y las ganas que tenía de demostrarlo, nuestro héroe le contó que no había visto a Ulises, pero que le habían llegado noticias de que se encontraba con vida. A su vez, Penélope le narró que había soñado con su regreso, aunque tan solo se trataba de un sueño. Lo que no podía imaginar es que de hecho, este ya se había cumplido. Había estado aguardando a su esposo durante largos años, pero su amor hacia él no había desaparecido. Ahora bien, algo había que hacer con los molestos pretendientes, quienes la acosaban constantemente además de provocar un auténtico estropicio en la casa de Ulises. Penélope había organizado un concurso para saber quien era el mejor en utilizar el arco de su marido. Ulises le animó a seguir adelante con su cometido y se dijeron adiós. Pero antes le pidió a Telémaco que escondiese todas las armas de palacio. Más que nada, por lo que pudiese ocurrir.
Al día siguiente, dio comienzo el esperado concurso de tiro con arco. Penélope prometió su mano a aquel que consiguiera atravesar con una sola flecha los vanos de doce hojas de hacha alineados. Una tarea algo complicada. Pero deseosos de hacerse con el trono de Ítaca de una vez por todas, todos los pretendientes quisieron probar, mas ninguno lo consiguió. Todo parecía indicar que Penélope se iba a quedar soltera, pero entonces el mendigo se lanzó él mismo a superar el desafío. ¡Venga ya! El resto del grupo se burló otra vez de él, cosa habitual en ellos ya que eran unos invitados bastante irrespetuosos, dicho sea de paso. Gracias a sus habilidades, Ulises logró vencerles con gran maestría, lo que sorprendió a los allí presentes. Podría haber finalizado esta historia sin derramamiento de sangre, pero entonces se produjo una terrible matanza en la que perecieron todos los pretendientes a manos de Ulises y Telémaco. Una vez eliminados de la escena, Ulises reveló su identidad a Penélope. Después de haberse enfrentado al último obstáculo que les quedaba, finalmente pudieron vivir en paz y armonía.
Reflexión del mito
En este mito, Penélope encarna a la perfección el ideal de esposa fiel que se espera de ella. Este modelo asignado tradicionalmente para el grueso de la población femenina, ha pervivido en Occidente durante milenios. Por el contrario, el rol del aventurero intrépido y valeroso casi siempre se ha adjudicado al varón (las guerreras amazonas serían la excepción que confirma la regla). A Penélope le toca ser fiel porque no tiene más remedio, mientras que en el caso de Ulises su fidelidad queda bastante en entredicho. De hecho, a lo largo de sus múltiples viajes, tiene varias amantes “accidentales” como Calipso o Circe, entre otras. Aunque de acuerdo a los estándares de la época, esto no le suponía ninguna merma en sus cualidades. En cambio, una mujer casada no podía cometer el más mínimo desliz, ya que entonces se consideraba una auténtica deshonra. Pero como hemos podido observar, esta moral no era igualmente exigible para los hombres. Todavía a día de hoy, para desgracia del sexo femenino esta mentalidad persiste en muchas sociedades y ámbitos culturales a lo largo y ancho del mundo.
Por otro lado, la definitiva reunión entre Ulises y Penélope posiblemente constituya el relato más humano de todos los narrados en la Odisea. Aquí no aparecen terribles monstruos, extrañas criaturas, hechizos mágicos o dioses enfurecidos, sino el ansiado reencuentro de un matrimonio ausente durante 20 años. Si lo consideramos fríamente, este hecho representaría toda una proeza, dadas las circunstancias. Una vez más, vemos como Ulises emplea la astucia para salir de todos sus entuertos, en este caso no ser descubierto por los pretendientes de su mujer para después deshacerse de ellos de una manera bastante sangrienta. Probablemente si hubiese revelado su identidad nada más llegar a Ítaca, su destino habría sido muy diferente. Pero Ulises no estaba solo. Para urdir su estratagema, contó con la ayuda de su hijo Telémaco, su fiel criado Eumeo y su esposa Penélope, quien engañaba a sus pretendientes a propósito para prolongar su espera además de idear el concurso de tiro con arco. A diferencia de otros mitos griegos donde ocurren toda clase de infortunios, podríamos concluir que, al menos, este presenta un final más feliz.
Bibliografía
Commelin, P. (2017). Mitología griega y romana. La Esfera de los Libros, S.L.
Goñi, C. (2017). Cuéntame un mito. Editorial Ariel.
Hard, R. (2004). El gran libro de la mitología griega. La Esfera de los Libros, S.L.
Schwab, G. Leyendas griegas. Editorial Taschen