Mitología del nazismo. El linaje perdido de Thule.

«¿Por qué llamar la atención del mundo sobre el hecho de que no tenemos pasado? Ya es bastante malo que los romanos erigieran grandes monumentos mientras nuestros ancestros aún vivían en cabañas de barro; pero ahora Himmler ha comenzado a excavar esas aldeas y se entusiasma con cada fragmento de cerámica y con hacha de piedra que encuentra.»

De este modo lamentaba Adolf Hitler una de las obsesiones de su Reichsführer-SS. En esta queja reside la clave para poder comprender por qué, incluso en plena guerra mundial, el segundo hombre más poderoso del Reich, líder supremo de las Schutzstaffeln, las siniestras SS, dedicase una parte de sus esfuerzos a la búsqueda de civilizaciones perdidas, al hallazgo de reliquias sagradas, o al estudio de los poderes mágicos de las runas. Para explicar este hecho insólito es preciso conocer un movimiento ocultista surgido a principios del siglo XX en Austria, conocido como Ariosofismo, que conformó buena parte de la ideología, mitología e iconografía del Nacionalsocialismo.

La proclamación del Segundo Reich en 1871, que dejaba el territorio austriaco fuera de la Confederación Alemana, había fraguado un fuerte sentimiento pangermanista, especialmente en algunos territorios de un Imperio austro-húngaro inmerso en conflictos étnicos entre su población de origen germánico, eslavo y latino. Esto coincidía con el progresivo interés por un pasado idealizado, en respuesta a la revolución industrial que transformaba de forma irreversible la sociedad tradicional europea. Aunque la diferencia entre la visión nostálgica de la Antigüedad y el Medievo, conocida como Romanticismo, y el imaginario de parte del mundo germánico residía en que estaba revestido de un carácter racista, fruto de la difusión de las teorías darwinistas aplicadas al ámbito humano. A lo largo de esta centuria, lingüistas e historiadores habían comenzado a descubrir semejanzas entre muchas de las lenguas europeas con otras de la India, tales como el sánscrito, y la existencia de un nexo lingüístico y cultural común, hoy conocido como familia indoeuropea, fue malinterpretado por el movimiento Völkish germánico. Los indoeuropeos, bajo el nombre de arios, a partir de un texto del historiador romano Tácito, se convirtieron en la encarnación del hombre nórdico. En una Viena inmersa en un acelerado proceso de industrialización, con la llegada masiva de población obrera, eslava y judía a una ciudad tradicionalmente germana, existía el caldo de cultivo idóneo para que tales ideas florecieran.

Ernest Schäfer en el Himalaya

En 1888, la ocultista rusa Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891) había publicado una obra que pronto adquirió una enorme repercusión en los movimientos esotéricos de toda Europa y Norteamérica. Redactada tras un viaje a la India, La Doctrina secreta expone los fundamentos de un culto arcano en el que Blavatsky habría sido iniciada por los monjes de un monasterio subterráneo del Himalaya. Este extravagante libro expone una visión cíclica del universo, dentro de la cual existiría un sucesivo dominio de cada una de las siete razas primordiales, dándose una progresiva degradación espiritual desde la primera hasta la cuarta, al tiempo que el advenimiento de la quinta supondría un punto de inflexión a este proceso, gracias al cual se recobrarían unos poderes psíticos perdidos. La primera raza estuvo formada por seres de naturaleza astral; la segunda fueron los hiperbóreos, habitantes de un desaparecido continente polar; la tercera habría habitado en Lemuria, otra fabulosa isla perdida en el Océano Índico; mientras que la cuarta raza habrían sido los atlantes. Según Blavatsky, el auge de la quinta raza sería inminente y correspondía a los arios. La casta sacerdotal de la que se proclamaba heredera tenía su origen en la Atlántida y su objetivo era velar para que todo ello sucediera.

Emblema de la Sociedad Teosófica Internacional. Foto: Wikimedia Commons.

Los continentes y civilizaciones perdidos se convirtieron en un lugar común en la literatura decimonónica y de principios del siglo XX. A principios del siglo IV a. C., un navegante griego, Piteas de Massalia, realizó un periplo a través de la Europa atlántica y, aunque sus escritos no se han conservado, sabemos que llegó hasta una isla llamada Thule, habitada por los hiperbóreos. Aunque no está claro a qué tierra se refería, se ha especulado con la posibilidad de que se tratase de Escandinavia o incluso Islandia. Thule acabó identificándose con la Atlántida, una leyenda de origen egipcio que nos ha llegado gracias a dos diálogos de Platón, Critias y Timaios. El resultado de esta delirante mixtificación fue la supuesta existencia de una arcana civilización perdida en el Atlántico, que estuvo formada por arios con poderes sobrenaturales. Este mito resultó esencial para sustentar la idea de una supremacía racial germánica, pues aportaba el glorioso pasado que la realidad histórica les negaba, al tiempo que los «mil años de dominación germánica» se convertían en un nostálgico regreso a un floreciente, aunque ficticio, paraíso perdido.

Esvástica Thule

Las publicaciones del Teosofismo germano, en las que con frecuencia aparecía la esvástica de origen hindú, tuvieron una cálida acogida en Austria y, de la mezcla con el sustrato ideológico existente, surgió un movimiento denominado Ariosofismo, del que sería pionero Guido Karl Anton List (1848-1919), un escritor especializado en la historia y el folklore germánicos. Tras padecer una afección de cataratas que le sumió en once meses de ceguera, una serie de visiones le habrían permitido descubrir los secretos del sistema de escritura rúnico, de modo que, en 1902, envió un escrito a la Academia Imperial de las Ciencias exponiendo sus teorías…, que le fue devuelto sin ningún comentario. Este fracaso no debió producirle el más mínimo desánimo, pues sus ideas pronto calaron en el ámbito Völkish. En 1908, empleando el aristocrático nombre de Guido von List, publicó Los Secretos de las Runas; según esta obra, los antiguos germanos habrían vivido en una floreciente civilización regida por una casta sacerdotal poseedora de poderes sobrenaturales y vinculada al culto a Wotan, deidad suprema del panteón germánico. Una vez impuesto el Cristianismo, esta logia, conocida como Armanenschaft, habría permanecido oculta en las órdenes de caballería, como los Templarios, y después entre los Francmasones. Guido von List, en definitiva, adaptó la cosmología teosofista a la mitología nórdica, conocida gracias a los eddas, aunque los antiguos germanos nunca contaron con algún tipo de sacerdocio, pues su religión carecía prácticamente de elementos formales. El nuevo culto Armanenschaft fundado por List en realidad empleaba como modelo la estructura cerrada y jerárquica de las logias masónicas.

Otra figura decisiva para el desarrollo del movimiento ariosofista fue Adolf Lanz (1874-1954). Nacido en el seno de una familia de clase media, su interés por el Medievo y las órdenes religiosas hizo que ingresara como novicio en un monasterio del que fue expulsado seis años después a causa de sus «mundanos deseos carnales». Tras ello, creó una logia llamada Orden de los Nuevos Templarios, jerarquizada según la «pureza racial» de sus integrantes, y después publicó una revista ocultista de grotescas tendencias racistas llamada Ostara. Haciéndose llamar doctor Jörg Lanz von Liebenfels, revestido de un doctorado tan falso como su ascendencia aristocrática, comenzó a divulgar una doctrina en la que plasmaba sus obsesiones sexuales junto con su interés por la zoología y la paleontología. Así, en 1905, publicó una obra bajo el pintoresco título de La Zooteología o la tradición de los simios de Sodoma y el electrón de los dioses. El descubrimiento de unos relieves asirios le llevó a realizar una relectura de las Sagradas Escrituras según la cual verbos como «nombrar», «conocer» o «ver» fueron traducidos como «copular», gracias a lo cual la Biblia estaría repleta de descripciones de actos de bestialismo. Según Lanz, el «pueblo elegido» por Dios serían los arios que perdieron sus facultades de telepatía y telequinesis al procrear con primates, lo que dio origen a una serie de desviaciones raciales de las cuales los pigmeos serían un notable vestigio. La recuperación de las facultades perdidas sólo sería posible gracias a la creación de «conventos» en los cuales individuos seleccionados según criterios raciales se consagrarían a fines reproductivos, al tiempo que las «razas inferiores» de Europa serían deportadas a Madagascar, esterilizadas o empleadas como bestias de carga.

Ostara llegó a alcanzar una tirada de cien mil ejemplares y las obras de ambos esotéricos se difundieron entre las clases medias del movimiento Völkish. Estas ideas no sólo legitimaban el sentimiento pangermanista, sino que además le conferían una dimensión milenarista y mística. Lo cual posibilitó que el fenómeno se extendiese a Alemania, de modo que, a lo largo de las tres primeras décadas del siglo XX, proliferaron las logias ocultistas, como Germamenorden o la Sociedad Edda, cuyo imaginario pseudo-histórico, con ligeras variantes, se ajustaba a los mismos patrones: un pasado glorioso en el que la raza aria poseía capacidades extraordinarias, perdidas a causa de la mezcla racial, que podrían recuperar a través de una eugenesia dirigida por una casta sacerdotal de origen remoto, cuyos símbolos mágicos se hallaban en las runas, la esvástica, la arquitectura masónica y la heráldica medieval.

Mapa de Thule

De todas ellas, sin duda cabe destacar la Sociedad Thule. Fundada en Múnich en 1918 por Rudolf Glauer (1875-1945), un aventurero empapado de misticismo islámico gracias a su prolongada estancia en el Imperio Otomano, que siguió el ejemplo de sus predecesores haciéndose llamar Rudolf von Sebottendorff. Desde sus inicios, esta logia estuvo estrechamente vinculada con el nazismo, ya que algunos de sus miembros se convirtieron en altos cargos del partido, como Rudolf Hess o Alfred Rosenberg. Thule se implicó en los violentos sucesos de Múnich, gracias a la creación de un grupo paramilitar conocido como Freikorps Oberland del que formó parte el futuro Reichsführer-SS Heinrich Himmler. Tras ello, Sebottendorf vio la necesidad de crear un partido político que implicara a las clases trabajadoras, por lo que convenció a Karl Harrer, uno de los miembros de Thule, para que organizara un grupo de debate. El 5 de enero de 1919, Anton Drexler, participante asiduo a tales reuniones, fundó el Deutsche Arbeiterpartei o Partido Alemán de los Trabajadores (DAP). Meses después, el 12 de septiembre, el ejército envió a un joven llamado Adolf Hitler para que realizase un seguimiento a estas actividades clandestinas. En noviembre de ese mismo año, el futuro führer era ya un miembro entusiasta del mismo, hasta el punto de que en febrero de 1920 ocupó su dirección. Tras expulsar a su fundador, lo transformó en el NSDAP, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán.

Por esta causa, Rudolf von Sebottendorff se vio obligado a abandonar Alemania y, en 1933, escribió Antes de la llegada de Hitler, un libro en el que se atribuye un mérito excesivo en el surgimiento del partido nazi. Esto hizo que se prohíban tales sociedades; sin embargo, gracias a Heinrich Himmler, serán las Schutzstaffeln quienes les tomasen el relevo imitando sus rituales y simbolismo. Para este fin, el Reichsführer-SS contó con Karl María Wiligut (1866-1946), un ariosofista austríaco miembro una familia de larga tradición militar. Wiligut afirmaba ser descendiente directo de los ases y vanes, las deidades de la mitología escandinava, lo que le permitía disponer de una «memoria genética» que se remontaba hasta el año 228.000 a. C. En un disparatado memorando enviado a la Orden de los Nuevos Templarios relataba su experiencia pasada, al tiempo que expresaba su temor ante una conspiración en su contra orquestada por judíos y masones. Después de tres años de internamiento forzoso en el sanatorio mental de Salzburgo, en el que se le diagnosticó esquizofrenia con delirios megalomaníacos y paranoides, viajó a Múnich, donde, en 1933, fue presentado a Himmler gracias a un amigo común, tras lo cual ingresó en las SS con el nombre de Karl María Weisthor. En un principio, su labor consistirá en redactar informes acerca de sus «recuerdos genéticos» dentro de la RuSHA u Oficina de Raza y Población —encargada, entre otros fines, de gestionar los campos de exterminio—, aunque, con el tiempo, acabó convirtiéndose en el consejero personal del Reichsführer. Diseñó los rituales neopaganos desarrollados en las SS, los Totenkopftrings, los anillos con inscripciones rúnicas que Himmler entregaba a sus subordinados, además de toda una simbología rúnica y pseudomedieval. Suya fue la elección del castillo de Wewelsburg como sede de las SS, donde Himmler se reunía con sus doce Oberführer en torno a una gran mesa redonda, pues, en una de sus visiones, Wiligut/Weisthor había predicho que sólo esta fortaleza podría resistir a las «hordas del este».

Himmler visitando la dama de Elche

Problemas derivados de su alcoholismo hicieron que Wiligut finalmente cayera en desgracia y fuera destituido. Para entonces, Himmler había desarrollado toda clase de proyectos bajo su auspicio. Uno de los más destacados fue la creación de la Ahnenerbe, o «Herencia Ancestral», una entidad dependiente de las SS destinada al estudio multidisciplinar de la antigua cultura germánica. Dirigida por Wolfram Sievers, otro renombrado ocultista, sus investigaciones abarcaban temas tan variopintos como el yoga, el alfabeto rúnico, las danzas populares, la astrología o la experimentación con humanos en campos de exterminio. La Ahnenerbe asimismo organizó expediciones en busca de Thule en Islandia, Sudamérica y Europa; tal vez la más popular la dirigida Sven Hedin en el Tibet en 1939. Los objetivos de estas misiones eran muy variados e incluían la búsqueda de reliquias sagradas. Así, Otto Rahn, otro ocultista, obsesionado con la vinculación entre la herejía cátara y el Santo Grial, ingresó en la Ahnenerbe en mayo de 1935 y uno de sus viajes le llevaría hasta Cataluña.

El 9 de mayo de 1945, el día en el que Alemania firmaba el armisticio, Rudolf von Sebottendorff, fundador de la Sociedad Thule, se suicidó arrojándose a las aguas del Bósforo. Meses después, Karl María Wiligut, el mago de Himmler, enfermo y mentalmente desquiciado, falleció mientras trataba de regresar de su exilio. Las hordas del este habían tomado el castillo de Wewelsburg, el Tercer Reich había caído, y los mil años de dominación germánica jamás llegarían.

Antes de que te vayas…

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