El marqués de Langle describió a finales del siglo XVIII la honda impresión que le causó visitar los madrileños jardines del Buen Retiro y contemplar su degradación. Al pararse frente a una estatua de Felipe II que quedaba en pie hace el siguiente comentario: «Este Felipe es admirable y da miedo: tiene las cejas, la frente, los ojos, la mirada de un malvado, de un tirano, de un monstruo. Es él. Lo veo, está meditando algún crimen; madura, oculta algún odio, alguna maquinación; va a abrir la boca para ordenar una matanza, para dictar al duque de Alba una sentencia de muerte». Esta imagen de Felipe II que describe Langle fue dominante fuera de España. El marqués ni siquiera tuvo que pisar suelo español para hacer una descripción tan vívida. Hablaba de oídas y aún así profería calumnias a diestro y siniestro. No importaba. Ese era el retrato de Felipe II que los lectores franceses demandaban. Langle, como todos los ilustrados de su época, había leído a Voltaire. Fue Voltaire en su Essai sur les moeurs et l’esprit des nations el que motejó a Felipe II con el apelativo de «Demonio del Sur» por estar España situada en el sur de Europa.
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