La armónica de cristal es un instrumento idiófono creado por Benjamin Franklin en 1761. Está compuesta por una serie de vasos semiesféricos que juegan el papel de resonadores. Éstos se superponen alrededor de un eje horizontal y mediante un pedal se pone en rotación el instrumento. Los resonadores se hacen vibrar frotando los bordes con los dedos mojados, produciendo, así, un sonido cristalino.
En realidad, el instrumento de Benjamin Franklin, conocido por ser uno de los padres fundadores de los Estados Unidos de América, es una automatización de algo que ya existía. Nos referimos a las «copas musicales». La referencia más temprana que tenemos de este instrumento en Europa es del siglo XV, pero fue a partir del siglo XVIII cuando el instrumento adquirió tanta fama como misterio dado su angelical y etéreo sonido, y sus efectos en los oyentes. Las copas se afinaban llenándolas en mayor o menor medida de agua u otros líquidos y, en un principio, se tocaban con varillas. Sin embargo, un irlandés llamado Richard Pockrich refinó el sistema: las colocó según su afinación y propuso hacerlas sonar usando las yemas de los dedos.
Podríamos encontrar un posible antecedente al origen de estos curiosos instrumentos en Asia, cuyas prácticas musicales fueron conocidas en Europa gracias a las crónicas de los viajeros. En una compilación de 1300 acerca de instrumentos musicales chinos vemos aparecer el «shui chan», copas de porcelana frotadas con varillas; en Japón, existía el llamado «Hi». Se ha atestiguado la existencia de otros instrumentos en el siglo XIV en Persia («Avanie, Tardjaharat, Djarar») y en Arabia (el «Sazi kasat») que se rellenaban con agua. En el siglo XV, aparecen el «Kizam» (copas) y el «Khaurabi» (jarras). En la actualidad en el sur de la India se toca el «Jal Tarang», que se afina rellenándolo según el raga que se vaya a interpretar.
En el siglo XV, el teórico y compositor Gaffurius introducía un grabado en su Theorica musicae (1492), en el que representaba a Pitágoras usando los vasos para sus experimentos matemático-musicales.
El poeta Harsdörffer, en su obra Deliciae physico mathematicae, también describía el uso de las copas musicales como terapia para curar determinadas afecciones. Para ello había que llenarlas de diferentes fluidos, tales como agua, vino, aceite o brandy, para que produjesen sonidos en consonancia con los cuatro humores corporales.
Su uso se hizo más popular hacia la década de 1750. Considerado anteriormente como un instrumento meramente lúdico, perfecto para las reuniones sociales, es esta época cuando comienza a utilizarse en un contexto más serio. Prueba de ello es el concierto que el compositor alemán Christoph Willibald Gluck dio en el Haymarket Theatre de Londres el 23 de Abril de 1746, con 26 vasos «afinados con agua de manantial”. Tres años después, dio otro en Copenhague.
Fue gracias a la curiosidad y fascinación que las copas musicales transmitieron a Benjamin Franklin, que este hombre tan prolífico —pues era estadista, científico, filósofo, impresor, físico y político— se propuso dar un paso más en la evolución del instrumento.
Entre las muchas actividades que cultivaba, Franklin también era músico aficionado. Tocaba el arpa, la guitarra y escribió sobre estética musical. Así, dados sus conocimientos musicales, se propuso automatizar los vasos musicales y crear la Armónica de cristal.
La primera vez que Franklin experimentó el efecto sonoro que los vasos musicales tenían sobre sus oyentes fue en 1761, cuando escuchó al miembro de la Royal Society, Edmund Delaval, tocar este instrumento. Tras ello, se propuso automatizar el instrumento y, en otoño de ese mismo año, creó la armónica de cristal. En la nueva versión del instrumento, unos 37 vasos semiesféricos de diferentes tamaños se colocaban concéntricamente sobre una varilla de acero transversal. Todo ello se introducía en una caja de madera, a modo de clavicordio. Además, ideó un sistema que humedecía los bordes de las copas automáticamente gracias a un canal de agua por el que éstas pasaban al girar.
Fue Charles James, un constructor de Londres, quien llevó a cabo el invento. Así se creó la primera armónica de cristal, que tenía un precio de unas 40 guineas.
Entre algunos de los posteriores intentos de mejora se incluye la introducción de un teclado en 1839, que usaba unos macillos para golpear los vidrios en lugar del clásico uso de las manos, sin embargo, su sonido no contenía las cualidades etéreas de la armónica de cristal de Franklin, por lo que no proliferó demasiado.
Fue precisamente por la armónica de cristal por lo que se creó un vínculo entre Franklin y España. Uno de los trece hijos de Carlos III, el infante don Gabriel, dedicó su vida no a la política, sino al cultivo intelectual y artístico. Tocaba el clave, estudiaba a los clásicos, aprendía latín y, en general, era un aficionado a la literatura, la pintura, la música y las máquinas. Esto hizo que se interesase por nuestro curioso instrumento, la armónica de cristal, al escucharlo en un concierto de mano de Ignacio Schmidt en 1771. Al año siguiente compró su primer ejemplar, y en 1774 hizo llegar a Franklin la petición de tener uno nuevo de mejor calidad. Al final, Franklin terminó dándole su propio instrumento.
Su popularidad en el siglo XVIII no sólo vino dada por sus características puramente musicales. En torno a ella creció una red de historias y leyendas que la etiquetaron como instrumento maldito, lo que devino en el declive de su uso tiempo después. Uno de los responsables de ésto fue Anton Mesmer, un médico austriaco que estudiaba las capacidades curativas de la hipnosis y lo que llamaba el «magnetismo animal» o mesmerismo. Así, Mesmer acompañaba sus sesiones con la armónica de cristal. Al parecer, sus terapias eran algo controvertidas (el mismo Mozart se mofaba de las técnicas pseudo-científicas de Messmer en su ópera Così Fan tutte). Mesmer tocaba este instrumento y utilizaba la hipnosis y la sugestión para sacar pleno partido al sonido tan particular de la armónica en sus pacientes. Éstos, por cierto, solían ser «mujeres burguesas aquejadas de histeria», a quienes «colocaba en una cuba rellenada con polvo de cristal y limaduras de hierro y les masajeaba hasta conseguir ayudarlas por el dulce y distante sonido de la armónica de cristal, oculta a la vista y tocada tras unas cortinas cubiertas con símbolos astrológicos, tras lo cual, salía Mesmer nuevamente, vestido con una larga capa de color púrpura y tocando a cada paciente con una varita, de modo que sus pacientes quedaban con el sentimiento de estar completamente curadas.”
Pero sus efectos no se limitan a las sesiones de Mesmer. Existía la creencia de que la armónica de cristal era un instrumento maldito. El musicólogo alemán Friedrich Rochlitz escribía en Allgemeine Musikalische Zeitung que la armónica «estimula en exceso los nervios y sumerge al músico en una acuciante depresión y, por lo tanto, en un oscuro y melancólico humor que acaba llevándolo a una lenta auto-destrucción. Si sufre de algún desorden nervioso, no debería tocarlo; si aún no se encuentra enfermo, no debería tocarlo; si se encuentra melancólico, no debería tocarlo”.
Posiblemente la razón del efecto que la armónica tenía en sus intérpretes tuviese que ver con la cantidad de plomo presente en el cristal de aquella época, la cual producía saturnismo (intoxicación por plomo). Es tanto así que, en algunas zonas de Alemania, se decretó su prohibición policial cautelar, con vistas a salvaguardar «la salud pública».
Muchos compositores se han visto seducidos por el sonido de la armónica de cristal. Es conocido el interés de la familia de Mozart por este instrumento, lo cual también contribuyó a impregnarle de misticismo. Dada la relación con la masonería que este compositor tenía, se pretendió vincular el instrumento con las comunidades masónicas, como si tuviera alguna finalidad manipuladora dentro de ellas. Así, Mozart compuso el Adagio en Do Mayor, K. 356/617a (probablemente compuesta en 1791) para armónica de cristal y el Adagio y rondó en Do menor, K. 617, para armónica de cristal, flauta, oboe, voila y violonchelo.
Ludwig van Beethoven compuso también para este instrumento la música de escena para el drama Leonore Prohaska (1815). Johann Adolph Hasse, por su parte, compuso la cantata L’Armónica (estrenada en 1769), sobre libreto de Pietro Antonio Metastasio para soprano, armónica de cristal y pequeña orquesta.
También los hijos de Johann Sebastian Bach, Carl Philipp Emanuel Bach y Johann Christian Bach se vieron embaucados por el sonido de la armónica. Carl Philipp compuso su sonata en Do Mayor para armónica de cristal y violonchelo, y Johann Christian su Quinteto concertante para armónica de cristal, flauta, oboe, viola y violoncello.
Y ya en una época en la que el instrumento había caído en desuso, Gaetano Donizetti la recupera en su ópera Lucia di Lammermoor (1835), en su famosa escena de la locura; una locura que llevará a la protagonista a la muerte, desembocada por el dolor de un amor frustrado que la empuja a asesinar al hombre con quien la han alentado a casarse. El empleo de este instrumento no podía ser más adecuado; un instrumento rodeado de superstición, que se ha visto responsable de enloquecer a quienes lo han tocado, acompaña ahora, con un sonido volátil, que parece de otro mundo, a una mujer sumida en la locura. Y la acompaña, precisamente, cuando ella nos habla de la armonía celeste:
Un’armonia celeste
Di’, non ascolti?
Una armonía celestial
Dime ¿no la oyes?
Para Franklin, ningún instrumento tenía un sonido más celestial. Como un querubín dentro de una caja, la armónica de cristal:
“Es un instrumento que parece peculiarmente adaptado a la música italiana, especialmente aquella de tipo suave lastimero. […] Las ventajas de este instrumento son, que sus melodías son incomparablemente dulces más que ninguna otra: que pueden ser aumentadas o suavizadas como se desee presionando con el dedo en forma más fuerte o más débil y continuada en cualquier duración; y que el instrumento, siendo una vez bien afinado, nunca más necesita afinarse… En honor a vuestra lengua musical, he tomado de él el nombre del instrumento, llamándolo Armónica”.
B. Franklin, carta al científico italiano Giambattista Beccaria.
Referencias:
- Grove Dictionary of Music and Musicians, Stanley Sadie y George Grove.
- www.glassmusic.org/index.php/es/orchestre/historia-de-los-instrumentos
- sineris.es/la_armonica_de_cristal_el_instrumento_de_la_locura.html
- El desequilibrio de la proporción, María del Coral Morales Villar y Francisco Comino Crespo. Revista de Humanidades y Ciencias sociales (2007).
- La armónica de cristal: Hipnosis, demencia y mucho plomo en tres octavas, Gladys Andrea Zamora Pineda
- Benjamín Franklin, España y la diplomacia de una armónica, Celia López Chávez