“Vincere scis Hannibal, victoria uti nescis (Verdaderamente, los dioses no han querido dar todas las virtudes a la misma persona. Sabes sin duda, Aníbal, cómo vencer, pero no sabes cómo hacer uso de tu victoria).
Maharbal, General cartaginés.
Cannas es, sin género de duda, la batalla más célebre de la Segunda Guerra Púnica y una de las más sangrientas de la antigüedad. Ríos de tinta se han escrito sobre este choque cuyo decisivo desenlace, a la postre, no resultaría trascendental para la victoria final en la guerra. Sin embargo, el genio que el general cartaginés, Aníbal Barca, se encargaría de demostrar contra su odiada Roma ha sido estudiado hasta el día de hoy en todas las Academias militares del planeta.
Hace más de 2.200 años, en la desembocadura del río Aufidio, junto a Cannas, en Apulia (Italia), cerca de 130.000 hombres y 16.000 caballos se preparaban para enfrentarse entre ellos por la voluntad de una sola persona, Aníbal.
Ejércitos enfrentados
Dispuestos a terminar con el imparable avance del general cartaginés por la península itálica después de sus contundentes victorias en Trebia y Trasimeno tras el paso de los Alpes, Roma había movilizado a un contingente no inferior a los 80.000 legionarios y 6.000 équites de caballería, entre romanos y aliados. Un número nunca antes visto en la historia de la Urbe que ponía el punto y final a las impopulares “Tácticas Fabianas”, que el dictador Quinto Fabio Máximo llevaba triunfantemente implementando hasta el momento, basadas en guerrillas y desgaste.
Al no renovar al dictador tras la finalización de su mandato, el Senado nombraría a los cónsules Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo con el fin de encabezar el ejército que se había reclutado para enfrentarse a Aníbal.
Esto era muy inusual, pues normalmente cada cónsul dirigía 2 legiones de 10.000 legionarios cada una, pero ya que se había alistado un único y gigantesco ejército, la ley romana les ordenaba la alternancia diaria en el mando. Algo tan democrático como absurdo.
Por su parte, el bando cartaginés, aunque menos numeroso, podría pasar sin problemas por cualquier casting a película, serie o partido actual si no fuese por su común género masculino. Con cerca de 50.000 hombres, que formaban un gran conglomerado multiétnico unido únicamente por la lealtad a su líder y el oro prometido (hispanos, galos, númidas, libios, getulos, fenicios, itálicos…), su fuerza radicaba en su caballería de 10.000 componentes, superior en veteranía y aptitud a la romana.
Disposición táctica
Tras un par de días de escaramuzas en las que la caballería cartaginesa aprovechó, merced a su superioridad, para limitar casi sin oposición el suministro de agua al campamento romano, el cónsul Varrón, al mando aquel día, acepta las provocaciones de Aníbal y forma para la batalla.
Su disposición fue bastante convencional, con la infantería en el centro y la caballería en las dos “alas” o flancos laterales. La infantería ligera de los vélites formando en primera línea, seguidos de los hastati y prínceps con los veteranos triarii al fondo de la formación. Sin embargo, esta vez se implementaría una ligera diferencia que resultaría fatal durante el trascurso de la batalla y que distanciaba al ejército de su tradicional aspecto de tablero de ajedrez.
Varrón, conocedor de que los legionarios romanos casi habían logrado romper el centro de la formación enemiga durante la batalla de Trebia, situó a sus hombres de forma más compacta, buscando recrear aquella situación pero a mayor escala.
“Los manípulos estaban más cercanos los unos a los otros, los intervalos eran más cortos, y los manípulos mostraban una mayor profundidad que frente”, escribiría Polibio sobre esta curiosa disposición táctica propiciatoria de que, a pesar de la aplastante superioridad numérica romana, ambos frentes de batalla presentaran longitudes similares.
Sin embargo, Varrón no contaba con el genio militar de su enemigo, capaz de sacar partido a sus puntos débiles e imponerse gracias a sus fortalezas. El río que corría al costado de la batalla, un obstáculo que impedía la capacidad de escape o maniobra para su contrincante según el romano, para el cartaginés se convertía en un perfecto aliado de su estrategia al proteger sus flancos de ser superados por el más numeroso ejército rival, a la vez que dejaba a los romanos igualmente con una única vía para retirarse.
Por si fuera poco, su increíble visión táctica del terreno le permitió maniobrar para que los romanos recibiesen tanto el Sol de cara como toda la tierra y el polvo que se levantase a lo largo de la refriega.
La disposición de los púnicos se encargaría de engullir y devorar toda esa masa de hombres que se lanzaba contra ellos. A la hora de formar a sus hombres, Aníbal los desplegó con el centro de la formación apuntando hacia el bando romano, en forma de media luna, y los colocó según sus habilidades. Íberos y galos se situaron en el centro, primero los íberos, más disciplinados, y detrás los galos, notoriamente más frágiles. En los extremos, sin embargo, se encontraba la infantería pesada púnica, la élite de su ejército.
En cuanto a su caballería, Asdrúbal comandaría los 6.500 íberos del ala izquierda, dispuestos para avasallar rápidamente al ala romana comandada por Varró. Marharbal, por su parte, con sus 3.500 númidas, atacaría el flanco de équites liderado por Paulo.
Comienza la batalla
Establecida la trampa, solo quedaba hacerla saltar. La fuerza de Asdrúbal, más experimentada y numerosa, daría rápidamente buena cuenta de la caballería de su flanco y sería capaz de rodear plenamente al ejército romano para ayudar a sus compañeros del ala derecha, eliminando al cónsul Paulo y ahuyentando a Varrón del campo de batalla. Ahora las legiones romanas estaban descabezadas y su retaguardia completamente desprotegida.
Mientras tanto, las masas de infanterías ya habían chocado y la lluvia de armas arrojadizas, jabalinas y hondas daban paso al feroz combate cuerpo a cuerpo. Tal y como estaba previsto, el centro de la formación cartaginense comienza a retroceder poco a poco, sin desbandarse, trasmutando la media luna desde una formación convexa a otra cóncava, ya que los extremos de la línea mantendrían la posición o, incluso, avanzarían.
Este movimiento ocasionó el mayor desgaste en bajas para los púnicos, aunque también provocaría que la Legión, con sus flancos derrotados, formase una cuña que iría introduciéndose cada vez más adentro del semicírculo cartaginés, envueltos en una impasible bolsa que se iba cerrando poco a poco conforme la trampa se activaba.
La densidad de la formación romana, el as de triunfo de los cónsules, se volvía ahora en contra de los legionarios. Deshidratados, con el sol de cara y con tanto polvo que apenas podían ver, las tropas comenzarían a perder cohesión con el avance a medida que poco a poco se agolpaban cada vez más y empezaban los empujones por el espacio al situarse tan próximos unos de otros que apenas podían siquiera maniobrar con sus armas.
Llegado el momento, Aníbal daría comienzo a la carnicería al ordenar atacar con todo a la infantería pesada africana de los flancos y a la caballería por la retaguardia, rodeando por completo a su enemigo en uno de los más celebres, y primeros, ejemplos de pinza, o tenaza conocidos por la estrategia militar.
Desenlace de la contienda
Los romanos estaban atrapados y sin vías de escape. Polibio escribiría que “a medida que las tropas del exterior eran masacradas, los supervivientes se veían forzados a retirarse hacia el centro y agruparse más, hasta que finalmente todos murieron en el lugar en el que se encontraban”, ya que tal era la aglomeración que los aterrados legionarios ni siquiera podían desenvainar sus espadas o alzar sus escudos para defenderse.
Sólo la luz de la Luna pondría fin a la matanza, encontrándose a su paso decenas de miles de cadáveres. Las cifras son inexactas hasta el día de hoy, pero de los casi 90.000 hombres que Roma había desplegado, al menos 60.000 habían muerto junto a otros 10.000 capturados. 5 de cada 6 perdidos para la República.
Para que observemos la enormidad de la masacre, fácilmente podríamos considerar que el 90% de todos los romanos participantes de la batalla habían perdido la vida o sido apresados, número que se reduce al 80% contando a todo el ejército.
Entre ellos figuraban uno de los dos cónsules, Lucio Emilio Paulo, todos los procónsules, dos cuestores, 29 de 48 tribunos militares y 80 senadores en una época en la que la institución senatorial contaba con 300 personas. Todo contra las apenas 6.000 bajas y 10.000 heridos del victorioso bando cartaginense.
Pasarían siglos hasta que Roma se volviese a enfrentar a una debacle semejante. Pero el legado de Cannas no acabaría allí, pues los humillados supervivientes de la tragedia clamarían venganza y un joven Escipión, el Africano se encargaría de proporcionársela sobre las arenas de Zama.
Pero esa es otra historia.
Bibliografía
Arre Caballo, https://arrecaballo.es/edad-antigua/cartago-y-las-guerras-punicas/campanas-de-anibal-en-italia-217-211-ac/
Baker, G.P., 1943, Aníbal, Iberia, 2004
Batalla de Cannas, https://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Cannas
Polibio, Las Historias de Polibio, 2 Vols., trans. Evelyn S. Shuckburgh (London: Macmillan, 1889), I. 264-275.read at Internet Ancient History Sourcebook
Isaac Asimov, La República Romana, 2011, ISBN 9788420652801