Consideraciones sobre el debate en torno a la Reconquista

A principios de abril de 2024, la editorial Desperta Ferro ha iniciado una nueva colección titulada “Debates de Historia” con la publicación de un libro sobre la Reconquista, en el que hemos participado ocho autores. A mi juicio, esa obra debería servir para zanjar el debate dado el agotamiento de los argumentos de los que niegan la existencia de la Reconquista y postulan la eliminación de ese concepto. Justificar esa conclusión es el objetivo de las líneas que siguen.

Una portada que parece una conclusión. El título, distribuido en tres líneas, parece un silogismo: ¡Reconquista!, ¿Reconquista?, Reconquista. Tres formas de escribir una misma palabra y ninguna coincide con la aparecida en decenas de libros, pues todas son nuevas. La ilustración tampoco tiene nada que ver con la Reconquista. Es una persona que se come un “sapo” o lo expulsa. Sólo se puede ver a la Reconquista si es ese bicho.

Y es que he escrito “agotamiento” porque los negacionistas han sido incapaces de aportar algún argumento nuevo. No lo es –desde luego– la propuesta más original que se encuentra en el libro, la sentencia de que la Reconquista es un concepto machista:

«La Reconquista es un concepto [sic] relativo a esa forma aún mercenaria de interpretar la historia [“el gran relato de la nación, que era lo único que parecía justificar escribir sobre historia”]. Como disciplina científica, la Historia estaba en los inicios de su profesionalización, que, además (vale la pena resaltarlo), se estaba desarrollando sobre bases enteramente masculinas, de ahí la centralidad que adquiría la guerra en la explicación histórica. La Reconquista es una empresa viril. No está de más recordar que las mujeres como historiadoras poco pudieron aportar a ese debate general, puesto que hasta 1910 no se les permitió en España matricularse oficialmente en las mismas condiciones que los varones en la universidad, de manera que puede decirse que la formación del concepto de la Reconquista es un producto mayoritariamente realizado por varones” [Ana Isabel Carrasco Manchado, “Falsos debates acerca de la Reconquista”, p. 150].

Aceptemos que “la formación del concepto de la Reconquista es un producto exclusivamente realizado por varones” (no se ha identificado todavía a la primera mujer que escribió sobre la Reconquista). También podríamos añadir que es un concepto “blanco” y “cristiano”. Pero eso es irrelevante fuera del posmodernismo, que trata sólo de relatos y de relaciones de poder, como lo es en la infinidad de conceptos de la Filosofía o la Ciencia. Sucede que en el negacionismo –como volveremos a comprobar– lo importante suele ser quién lo dice, no lo que dice, un argumento de autoridad al revés, que muchas veces es un argumentum ad hominen, cuando no una reductio ad hitlerum. Por tanto, que la idea de Reconquista sea una creación de hombres no dice nada en absoluto de su validez. Por cierto, la autora confunde la palabra, significante, con el concepto, significado, que son dos lados diferentes del triángulo semiótico (el otro es el referente, el objeto real al que se asocian). Abundaré en ello más tarde, porque la autora, aunque se refiere a la historiografía contemporánea, acierta al atribuir el concepto, que se constata ya en el siglo IX (mil años antes), a hombres.  

El problema no es que los argumentos ya hayan sido utilizados, sino que siga empleándolos como si no hubieran sido refutados, sin aludir siquiera a las críticas, lo que incumple las normas de un debate científico (salvo un desafortunado intento de Carrasco de Machado de rebatir en unas líneas monografías de Carlos de Ayala y Francisco García Fitz). Veamos un ejemplo que no puede ser más significativo, pues es la base en la que se asienta el alegato del autor que más ha destacado, con diferencia, en la impugnación de la Reconquista. Alejandro García Sanjuán elabora su discurso sobre el siguiente fundamento:  

“Desde su origen se configura como un concepto nacionalista, esencialista, etnocéntrico, colonialista y mitificador. Hablar de «usos políticos» de la reconquista resulta, en el fondo, una mera redundancia, dado que su función esencial ha consistido en dotar de sentido histórico al proceso de la construcción de la identidad nacional española, posibilitando la utilización en el pasado del «nosotros», seña identificativa de toda narrativa esencialista y la «mentira más peligrosa que puede hacerse en un libro de historia» [B.J. Fields, autora racializada y posmoderna que sostiene que la raza es producto del racismo; que el racismo es una ideología y una forma de malinterpretar la realidad social; y que el racismo en la sociedad estadounidense sirve para ocultar la dinámica real de la desigualdad]. Su origen y su pesada mochila ideológica, que hasta cualquier pretensión de blanquearla historiográficamente, convierten la posibilidad del uso apolítico de la Reconquista de la reconquista en mero wishful thinking” [“Usos políticos del concepto de Reconquista”, p. 172; cabe señalar que el artículo cumple con el título, aunque otra cosa sea que la instrumentalización que se ha hecho, y que nadie niega, sea relevante para dictar sentencia en el debate].

Éste es el pasaje final de la breve introducción. A continuación aparece el epígrafe “LA RECONQUISTA DURANTE EL SIGLO XIX Y COMIENZOS DEL XX”. Y el autor comienza a disertar sobre el nacionalismo español para continuar con el franquismo. Pero todo se construye sobre una base falsa, porque la Reconquista no es una creación del nacionalismo. Ni el concepto, que es lo más importante, claramente testimoniado en el siglo IX, por lo que resulta imposible que su fin fuera “dotar de sentido histórico al proceso de la construcción de la identidad nacional española” cuando la Reconquista apenas había empezado (la idea podría estar incluso en el himno Tempore belli compuesto durante la conquista musulmana de España, como ha interpretado muy razonablemente Luis A. García Moreno en el libro más importante sobre la invasión islámica del reino visigodo [España 702-719: La conquista musulmana, Universidad de Sevilla, 2013, pp. 191-192]. Ni la palabra “Reconquista” para designar la conquista hispanocristiana de Al-Ándalus es una creación del nacionalismo español. “Reconquista” es una palabra que no existía en la Edad Media, lo que explica que no aparezca en los textos medievales, lo que se ha convertido en el argumento fundamental de los negacionistas, que también ocultan a sus lectores que había otros vocablos que daban cuenta del fenómeno reconquistador entre los que destaca “Restauratio”, que es mucho más completo que “Reconquista”, que únicamente alude a la dimensión militar del suceso. Pero la aparición de la palabra “Reconquista” con el significado que ahora nos interesa no resulta tan tardía como para poder relacionarla con el nacionalismo. Desde 2011 se sabe que, a principios del siglo XVIII, Fénelon empleó la expresión “reconquérir l´Espagne” referida a la Reconquista (“Felipe V desciende en línea directa de los dos primeros reyes que, refugiados en diferentes lugares de las montañas del norte, comenzaron al mismo tiempo a reconquistar España de los moros hacia 717”) [A. Besga, “La Reconquista: un nombre correcto”, Letras de Deusto, 132, 19, n. 32]. Luego, la expresión la repitió Joseph d´Orleans en su Histoire des revolutions d´Espagne, publicada en el año 1734. En España, la mención más antigua de “reconquista” remonta, por ahora, a 1758, y por partida doble, pues aparece tres veces en la Paleografía española del jesuita Esteban Terreros y Pando (aunque es posible que esa parte la escribiera Andrés Burriel), y en el Informe de la Imperial ciudad de Toledo de Andrés Burriel, sin que en ninguna de las menciones se hubiera sentido la necesidad de explicar la novedad (lo cual es más significativo si se tiene en cuenta que en el primer Diccionario publicado por la Real Academia de la Lengua, en el año 1737, todavía no figura la palabra “reconquista”]. Y después, y antes de que se acabe el siglo XVIII, encontramos la palabra referida a la conquista hispanocristiana de Al Ándalus en José de Cadalso (1768 y c. 1774), Campomanes (1769), Andrés Cornejo (1779), Jovellanos (1785 y 1790), Joseph Rodríguez de Castro (1786), Antonio de Valladares (1787), Manuel Rodríguez (1788), Antonio Espinosa de los Monteros (1790), Joseph Felipe Ferrer (1790), Joseph de Vinuesa (1791), Juan de Ferreras (1791),  José Ortíz y Oroz (1795), Real Academia de la Historia (1798) [Javier Rubio Donzé, España contra su Leyenda negra, La esfera de los libros, Madrid, 2023, pp. 124-131]. Es decir, el nombre de “reconquista” no sólo es anterior al nacionalismo español, sino que se empleó por primera vez en Francia. Lo grave es que Alejandro García Sanjuán haya silenciado estos datos –una y otra vez– en los numerosos artículos que ha escrito defendiendo esa tesis insostenible y en las frecuentes intervenciones que ha hecho en los medios de comunicación. Aun así, en uno de sus habituales tuits sobre la Reconquista publicado con motivo de la aparición del libro de Desperta Ferro se permite clasificar así los estudios del mismo: “El libro de @DespertaFerro expone los tres planteamientos en torno a la #Reconquista: tradicional nacionalcatólico [sic], reformista o revisionista (García Fitz y De Ayala) y crítico (Carrasco, Martín, Moreno y García Sanjuán). Solo los dos segundos pueden calificarse de académicos” (el mensaje se acompaña con una fotografía del índice para que no queden dudas). 

François de Salignac de la Mothe (1651-1715), conocido como Fénelon, es el autor de Las aventuras de Telémaco.
En 1648, el jesuita italiano Bartolomeo de Rogatis (1596-1656) publicó «Il Regno de Goti nella Spagna Abbattuto, e Risorto: overo La Perdita, e Racquisto della Spagna occupata da Mori» en siete volúmenes. En la reedición publicada a partir de 1676 se prescindió del título y quedó sólo el subtítulo (Historia della perdita e riacquisito della Spagna occupata da mori).
En la época de Cadalso no había aparecido todavía el nombre “península ibérica”, que se acredita por primera vez en 1823. Él la llamaba península de España. Antes, Montesquieu, para referirse a la Península, utilizó la expresión “continente de España y Portugal”.
Alejandro García Sanjuán se muestra muy activo en X, donde continúa su combate contra la Reconquista con mensajes como éste: “El relato rancio, casposo, manido y trasnochado de la #Reconquista solo sobrevive gracias a la respiración artificial que le facilitan algunos historiadores de ultraderecha y la legión de seudohistoriadores que se dedican a hacer dinero gracias a la ignorancia ajena”.

Ciertamente, Ana Isabel Carrasco se refiere muy brevemente y muy imprecisamente a la aparición del nombre, que confunde con el concepto, en el siglo XVIII (únicamente menciona a Cadalso y no dice nada de los orígenes franceses). Y se deshace muy fácilmente de la objeción porque a Cadalso –e, implícitamente, cabe suponer que a los demás– “no se le puede considerar un historiador en el sentido contemporáneo que se aplica al historiador profesional desde el siglo XIX” [op. cit., p. 150]. O sea, el método Humpty Dumpty, fundamental en el negacionismo de la Reconquista: historiador es el que yo digo (como sucede con “estudio académico”). Resuelto el problema, A.I. Carrasco puede seguir así: Que el concepto [sic] nace y se fortalece en un contexto semántico vinculado a las esencias nacionales en un periodo de construcción del Estado-nación, es difícil de negar. A lo largo del siglo XIX, y en casi todo el siglo XX fue así, y no parece que en el siglo XXI ese contenido semántico haya dejado de circular” [pp. 150-151]. Lo cierto es que gran parte de las categorías de la historiografía actual son anteriores al siglo XIX, pese a que se han eliminado muchas que no resultaban correctas, lo que no es el caso de “Reconquista”, que, por cierto, goza de muy buena salud fuera de nuestras fronteras, lo que también es olvidado sistemáticamente por los negacionistas porque afecta a su tesis nacionalista. Además, sucede que cuando aparece la historiografía profesional tampoco vale porque se descalifica con la etiqueta de “nacionalista”. Pero historiador es el “autor de obras históricas” (Real Academia de la Historia). Y hay muchos que no son profesionales que han escrito muy buenas historias, porque lo importante no es el quién sino el qué. Cuando nadie se acuerde de nosotros, todavía se recordará a Tucídides y Tácito.

Además, aunque Ana Isabel Carrasco tuviera razón, no probaría nada porque la cuestión resulta irrelevante. Lo importante no es la palabra, sino la idea, y ésta se documenta desde el momento en que las fuentes hispanocristianas son lo suficientemente locuaces, en el siglo IX, cuando la desproporción de fuerzas entre cristianos y musulmanes debería haber hecho inimaginable una empresa así, lo que resulta muy significativo. Lo cierto es que cuando el 2 de enero de 1492 los Reyes Católicos conquistaron Granada, supieron que había acabado la Reconquista, como lo supieron los contemporáneos  (antes de convertirse en un concepto del pasado, historiográfico, fue una noción del presente). Y no se trata sólo de las fuentes cristianas. La idea de Reconquista aparece claramente en las fuentes árabes de la época, sin que a nadie se le ocurriera discutirla, pese a que la palabra “reconquista” siga sin existir en árabe, como sucedía en el latín y los romances medievales (y se la tomaron muy en serio, pues desde el siglo IX fueron varias las predicciones que anunciaban la marcha de los musulmanes de Al Ándalus). Hoy, sin embargo, debería ser significativo que exista en los principales idiomas modernos una palabra escrita con mayúscula para nombrar a la Reconquista, escrita también así en gallego, portugués y euskera (“Reconquesta” en catalán): “Reconquête”, “Reconquest”, “Die Reconquista”, en alemán para distinguirla de una simple reconquista (“rückeroberung”).

Aunque el italiano tiene la palabra “riconquista”, al referirse a la española suele preferirse “reconquista”. El autor justifica la minúscula  porque, como confiesa, prefiere colocarse en una salomónica vía del medio entre los que niegan la Reconquista y los que la exaltan escribiéndola con mayúscula.

Sin embargo, es previsible que, a pesar de todo, continúe la ofensiva española contra la Reconquista. Para evitar que continúe siendo una repetición de lo ya escrito muchas veces, cabe hacer un par de recomendaciones.

Reconquista de España fue un periódico editado en Méjico durante los años 1944-1946 por el Órgano de la Unión Nacional Española en México.

Una de las recomendaciones es que se intente demostrar la gran importancia de la Reconquista para Franco y su dictadura, que, para Alejandro García Sanjuán, se convirtió “en un arma ideológica de legitimación física del adversario”, porque “resulta lógico que el franquismo llevara a su culminación la función excluyente esencialista de la Reconquista, transformada en arma ideológica de la aniquilación física del adversario” [op. cit., pp. 175 y 180]. Una importancia, por ejemplo, a la altura de la que tuvo la Cruzada, que, por cierto, también esa es una palabra que apareció después de que se produjeran las cruzadas, sin que a nadie le importe impugnar el nombre y el concepto, pese a las objeciones que se pueden hacer y los peligros de instrumentalización. Por ejemplo, se podría hacer una monografía sobre la presencia de la Reconquista en los discursos de Franco. Porque reunir unas cuantas citas de la épocas de la Guerra Civil y de la dictadura es muy fácil, ya que lo que se escribió y pronunció en defensa del régimen es tan ingente que está fuera de todo cálculo. De hecho, también puede hacerse un recuento de citas con la instrumentalización que hizo de la Reconquista el bando republicano, que pretendió  reconquistar los territorios ocupados por los  rebeldes.  Que fuera durante poco tiempo sólo es la mejor ocurrencia que se ha discurrido para deshacerse de esa realidad, ya que difícilmente se podía hablar de reconquista republicana de España después de 1945. Y aún así, por ejemplo, siguió historiando la Reconquista durante todo el exilio Claudio Sánchez-Albornoz, que fue presidente del gobierno de la República entre 1962 y 1971. Y es que la Reconquista, en la Edad Contemporánea, no ha sido una cosa de nacionalistas españoles. También fue compatible con la Izquierda, no sólo en España, lo que silencian  a sus lectores los negacionistas para sustentar sus narrativas. Karl Marx no sólo admitió la Reconquista, sino que incluso consideró que había singularizado a España (dado el espectro ideológico de los enemigos españoles de la Reconquista, ése debería ser un argumento de autoridad). Luego, hasta hace poco los historiadores marxistas no han tenido problemas con la Reconquista; y muchos siguen sin tenerlos. Esto es: hasta la aparición del presente negacionismo, la Reconquista ha sido compatible con todas las ideologías. Por tanto, argüir que la Reconquista sólo se defiende en “sectores profundamente ideologizados” equivale a tratar de ver la paja en el ojo ajeno. 

La “Operación Reconquista” fue planeada en 1944 para invadir España por el Pirineo. Fracasó a la semana.
“También merece ser subrayado el hecho de que la lenta reconquista, que fue rescatando el país de la dominación árabe mediante una lucha tenaz de cerca de ochocientos años, dio a la península, una vez totalmente emancipada, un carácter muy diferente del que predominaba en la Europa de aquel tiempo”. Hoy esa conclusión causa escándalo en algunos círculos.

Además, una cosa es que haya citas que prueben que la Guerra Civil fue vista como una Reconquista y otra que se añada cualquier fenómeno relacionado con el pasado medieval para probar que esa tergiversación fue muy importante para el régimen franquista. Es lo que se ha hecho con la restauración de castillos, la erección de estatuas o la construcción del Valle de los Caídos, que “rezumaba un ambiente medievalizante” [Francisco J. Moreno Martín, “La Reconquista en la cultura popular”, p. 217; cabe decir que aunque este estudio fuera irreprochable nada podría probar sobre la validez del concepto de Reconquista]. O con películas como El Cid, una producción de Samuel Bronston, cuando ni siquiera contando La venganza de don Mendo se alcanza la media de una película medieval por año (cabe recordar que la primera película sobre el Cid se hizo en Italia en 1910). O con los tebeos como El Capitán Trueno [F.J. Moreno, op. cit., p. 215], un personaje que participó en la primera y tercera cruzada, luchó contra Gengis Kan e intervino en la Guerra de los Cien Años, pero apenas tuvo aventuras en España, menos, desde luego, que las que tuvo en América (yo, que me las he leído todas, no recuerdo ningún episodio relacionado con la Reconquista); por no hablar de su creador, Víctor Mora, un comunista, autor también de El Jabato, que figura de igual modo en ese argumentario que pretende que ”se busca[ba] el adoctrinamiento de ese público joven a través de cómics como El capitán Trueno” [David Porrinas, “Introducción”, p. XXIII], cuando se trataba de publicaciones no subvencionadas que prioritariamente buscaban beneficios, incluidos los del guionista. Otro asunto para acumular argumentos es recordar las identificaciones de Franco con personajes medievales, como Pelayo o el Cid (“intensa apropiación simbólica de personajes asociada a la Reconquista” la llama García Sanjuan). Pero eso no puede probar nada sobre la Reconquista porque, primeramente, Franco fue identificado con numerosos personajes históricos que no tienen nada que ver con ese fenómeno: El arcángel san Gabriel, el arcángel san Miguel, el Ángel Custodio, Hércules, Aquiles, Agamenón, David, Darío, Temístocles, Jenofonte, Alejandro Magno (el diario Arriba llegó a precisar que fue superior al conquistador macedonio), Julio César, Augusto, Tito Livio, san José, el niño Jesús, Santiago Apóstol, san Pablo, Tácito, Recaredo, Almanzor, Marco Polo, Juana de Arco, los Reyes Católicos, Cristóbal Colón, Cisneros, el condestable de Borbón, el Gran Capitán, Hernán Cortés, Fernando de Austria, Carlos V, Felipe II, Juan de Austria, Valdivia, Álvaro de Bazán, Miguel de Cervantes, el Quijote, el duque de Lerma, Mazarino, el príncipe Starhemberg, Ambrosio de Spínola, el alcalde de Zalamea, Federico II de Prusia, George Washington, Napoleón, el superhombre de Nietzsche, Concepción Arenal, Mussolini, Calvo Sotelo, De Gaulle, etc. Ni siquiera el periodo de la Reconquista, pese a que duró casi ocho siglos, es el que aparece más representado en las comparaciones que se hicieron (a los dos citados, cabe añadir Jaime I el Conquistador, Fernando III el Santo, Alfonso X el Sabio). Y es que el imperio fue mucho más importante para el régimen de Franco que la Reconquista (la arquitectura preferida fue la escurialense). Lógicamente, la instrumentalización que se hizo del imperio no puede probar su inexistencia. De la misma manera, que se comparara a Franco con el Cid no puede servir para concluir que Rodrigo Díaz de Vivar sea sólo una narrativa, sino que, simplemente, Franco no fue un cid. Y, por consiguiente, lo mismo cabe concluir de la Guerra Civil: no fue un reconquista y, mucho menos, otra Reconquista. Pero para esos viajes no se necesitan alforjas. Es más, resultan innecesarios, pues en todos los países de nuestro entorno se han restaurado castillos, levantado estatuas de personajes medievales, o hecho películas, novelas o tebeos sobre la Edad Media. También Mussolini instrumentalizó el imperio romano, en muchísima mayor medida de lo que pudo hacer Franco con la Reconquista, pero a nadie se le ha ocurrido que eso pudiera negar la existencia de dicho imperio.

Por otra parte, hay que recordar que el franquismo no fue capaz de crear un concepto o una interpretación nueva de la Reconquista. Franco, que no tenía una ideología concreta, cogía su bien donde lo encontraba, como un personaje de Moliére. Por eso, su régimen fue una amalgama oportunista de elementos procedentes de distintas ideologías. Por eso, no puede extrañar que en el caso de Reconquista se aceptara la interpretación de un enemigo, Claudio Sánchez-Albornoz, que no regresó a España hasta la muerte de Franco. Ni siquiera, a diferencia de los canceladores políticamente correctos de hoy, necesitó cambiar la definición de “Reconquista” del Diccionario de la Real Academia de la Lengua [“Recuperación del territorio hispano invadido por los musulmanes en 711 d. C., que termina con la toma de Granada en 1492”], que es la única que ha tenido y que es muy parecida a la del Dictionaire de la Academia francesa [“Spécialement. Histoire. La Reconquête, nom donné aux guerres menées par les chrétiens d’Espagne du VIIIe au XVe siècle pour reprendre les territoires de la péninsule ibérique conquis par les Maures. La Reconquête s’acheva en 1492 avec la prise de Grenade par Ferdinand d’Aragon et Isabelle de Castille, les Rois catholiques”], lo que sistemáticamente olvidan los negacionistas, para lo cual no encuentro otra explicación que la de ocultar a los lectores la contradicción que supone para su relato de la Reconquista como una narrativa nacionalista (desde luego, no puede ser por una cuestión de espacio habida cuenta de la tinta derramada con Aznar, Abascal, Vox, etc., que nada tienen que ver con la existencia o no de la Reconquista).

La definición de “Reconquista” fue introducida en el Diccionario de la RAE en 1936, cuando estaba presidida por Ramón Menéndez Pidal, lo que dice mucho sobre la diligencia del nacionalismo español. Alejandro García Sanjuán afirma que no “por casualidad, ese mismo año la RAE incluía” esa definición en el Diccionario [op. cit., p. 180]. Como se limita –una vez más– a la mera enunciación no sé a qué se refiere, ya que esa introducción se produjo en la época del Frente Popular, que no tenía problemas con la Reconquista. Lo cierto es que se corrigió una deficiencia, pues en la edición de 1899, la decimotercera, ya aparecía “Reconquista” en la definición de “monfí”: “Moro o morisco que formaba parte de las cuadrillas de salteadores de Andalucía, después de la Reconquista”. Además, “Reconquista” ya había aparecido en otros diccionarios como el Diccionario militar de José Almirante, publicado en 1869, que daba la siguiente definición: “Más particular, y por antonomasia en España, todo el interesante periodo de la Edad Media que abraza desde el 711 hasta 1492, en el que definitivamente fueron expulsados los sarracenos”.  

ElDiario.es publicaba el 11 de mayo de 2022 uno de esos breves alegatos periódicos contra la Reconquista. En él se daba cuenta de la iniciativa de Alejandro García Sanjuán, el autor que más está destacando por sus artículos y entrevistas en esta cruzada o yihad, y Ana Isabel Carrasco Manchado de recoger firmas para que la Real Academia de la Lengua “cambie en su Diccionario una acepción que consideran «propaganda nacionalista, no un hecho histórico»”. Según se informaba, “a los pocos días de su lanzamiento, ya han reunido un centenar de adhesiones de académicos de varios países (Francia, Reino Unido, México, EEUU o Chile) de disciplinas como las ciencias sociales, la antropología, las ciencias políticas, los estudios árabes y, claro, la historia”. Ante esta muestra de activismo, propia de policías del pensamiento,  hay que recordar que la Real Academia no está para imponer el significado que deben tener los términos, sino recoger el uso con lo que lo emplean los hablantes, incluso en el caso de que el vocablo no corresponda a una realidad constatable. No tiene nada de democrático, pues el lenguaje lo crean los hablantes, pero sí de muy woke, tratar de imponer un significado muy minoritario. 

Y, desde luego, la crítica a la Reconquista no estuvo prohibida durante la Dictadura, como se sugiere en el libro de Desperta Ferro: “No por casualidad, el comienzo de su crítica coincide con el inicio de la nueva legalidad democrática” [A. García Sanjuán, op. cit., p. 185]; “hasta que no volviera la democracia, las nuevas generaciones de historiadores e historiadoras [sic] no podrían volver a cuestionar de manera crítica y libre la interpretación histórica de todo el periodo medieval peninsular” [A.I. Carrasco, op. cit., p. 154; el estudio comienza con dos páginas dedicadas a una presunta crítica de la Reconquista publicada por Camilo José Cela en 1959). Y se suele poner como hito fundacional de esa crítica la publicación en 1978 de La formación del feudalismo en la península ibérica de Abilio Barbero y Marcelo Vigil. Una crítica que, a diferencia del negacionismo actual, si era relevante, pues refutaba el fundamento de la Reconquista: El reino de Asturias habría sido la creación de astures y cántabros, poco romanizados y cristianizados, que se habrían mantenido independientes del reino visigodo, al que combatían a menudo; en cambio, Al-Ándalus habría sido el heredero de la Spania visigoda, incluyendo su (inexistente) feudalismo. Por consiguiente, lo que se ha llamado «Reconquista» no sería más que la continuación de la expansión de los pueblos del norte anterior a la conquista romana (aunque esa expansión milenaria no les había llevado a ninguna parte; es más, los astures, cuya frontera llegaba al Duero, habían perdido cuatro quintas partes de su territorio), y, por tanto, esa expansión no tendría nada que ver con España y el cristianismo y, por tanto, no podría ser una reconquista (ellos la compararon a la de los iroqueses en el Canadá). La Reconquista habría sido sólo un embuste urdido por mozárabes refugiados en el reino de Asturias que nos habría tenido engañados hasta 1978. El problema es que la interpretación –que eso es lo que era– está hoy completamente desacreditada, pese a la significativa veneración con la que se cita a Barbero y Vigil en la mayoría de los estudios del libro de Desperta Ferro, silenciando que su teoría no está vigente [he resumido diez grandes errores (y algunas irregularidades), argumentados en las monografías correspondientes, en “Sobre la lectura crítica de las crónicas asturianas y otras cuestiones de método”, Letras de Deusto, 131, 2011, pp. 15-23]. En todo caso, volviendo al asunto que nos ocupa ahora, hay que decir que tampoco es cierto lo de 1978. En el mismo libro de Desperta Ferro, Ríos Saloma recuerda que en la década de los setenta apareció “el libro Barbero y Vigil, Sobre los orígenes sociales de la Reconquista [publicado en 1974], en el que los autores criticaron abiertamente esa interpretación” tradicional de la Reconquista [op. cit., p. 78]. Y es que es sabido que el régimen de Franco perdió el control de la universidad en los años sesenta (Barbero y Vigil, a diferencia Sánchez-Albornoz, fueron profesores de la universidad franquista, como muchísimos marxistas). Además, hay que recordar que la Reconquista gozó de plena salud en el exterior, incluso en el exilio español, lo que no se puede obviar haciendo nacionalistas a todos los historiadores. 

Abilio Barbero y Marcelo Vigil no estuvieron más acertados en la predicción del futuro a tenor de lo que escribieron en 1978 en el prólogo de La formación del feudalismo en la península ibérica, que, César González Mínguez, se convirtió en el auténtico best seller de la Universidad española: “Sabemos que el nadar contra corriente en una disciplina de hábitos tradicionales tan arraigados como es la historia no favorecerá nuestro futuro profesional. Sin embargo, creemos que, después de cuarenta años de respeto al principio de autoridad en los que no ha existido una crítica propiamente dicha, teníamos el deber de utilizar la mayor libertad de expresión que ahora existe, aun conociendo las consecuencias poco favorables que esto pueda acarrearnos”.

No obstante, hay que señalar que aunque se consiguiera probar que la Reconquista fue esencial para el franquismo eso no probaría nada sobre un fenómeno medieval que nada tiene que ver con una dictadura del siglo XX. Únicamente se habría conseguido una muy pequeña aportación sobre el franquismo, en un aspecto que hasta ahora no ha interesado a los miles de investigadores que se han ocupado del régimen de Franco. 

La segunda recomendación para la renovación del negacionismo es dedicarse a criticar los argumentos que se oponen a sus tesis. Podrían así superar el límite de las dos decenas de páginas de los artículos y elaborar incluso un libro. Y es que, siguiendo a Barbero y Vigil, que no contestaron a la extensa crítica –diez páginas– realizada por Claudio Sánchez Albornoz en 1968 (volvió a hacerlo en 1979, con el mismo resultado), y a sus seguidores, quienes silenciaron las críticas durante dos décadas, los negacionistas de la Reconquista se limitan a hacer sus afirmaciones y a calificar y, sobre todo, descalificar o poner etiquetas, como la de esencialista, sin el trámite de la demostración.

Bastará para demostrarlo con un ejemplo, que, aunque sea el mío, considero muy significativo, pues he sido el que más ha escrito en defensa de la Reconquista en los últimos tiempos. Pues bien, no tengo noticia de que haya sido criticado alguno de los argumentos que he empleado ni ninguna de las refutaciones que he hecho (lo que ya me sucedió, por cierto, cuando trataba de la integración de cántabros y astures en el reino visigodo o de los orígenes hispanogodos del reino de Asturias). 

Podemos comprobarlo con las menciones que hay en el libro de Desperta Ferro. Javier Albarrán me cita, en compañía de Juan Ignacio Ruiz de la Peña, en una nota que apostilla una frase sobre el “dogma esencialista” de la Reconquista, “que a día de hoy se sigue reivindicando en algunos sectores profundamente ideologizados” [“«¡Que Dios la haga volver al islam!», p. 33. El estudio, por cierto, no tiene el objetivo de negar la Reconquista, sino demostrar que la idea también apareció en Al Ándalus, aunque, a mi juicio, en los textos que aporta hay que distinguir los que tratan de una reconquista local, los que se refieren a la yihad, que obliga a extender la religión por todo el mundo, y los que plantean la reconquista del antiguo territorio andalusí]. En la nota no se dice nada sobre el desaparecido catedrático de historia medieval de la universidad de Oviedo y gran especialista en la historia del reino de Asturias, que desde 2016 desgraciadamente ya no puede reivindicar nada (considero que ser citado junto a él es un motivo de honra), y del que, por cierto, Alejandro García Sanjuán escribió que “tal vez fuese J. I. Ruiz de la Peña (1942-2016) quien, a mediados de la década de 1980, formulase por vez primera esta interpretación, según la cual la noción de Reconquista sería susceptible de un empleo ajeno a los valores ideológicos del españolismo” [“Al-Andalus en la historiografía nacionalcatólica española: Claudio Sánchez-Albornoz”, eHumanista: Journal of Iberian Studies, 37, 2017, p. 321). De mí sólo cuenta que he publicado el libro La Reconquista en una editorial sospechosa. Lo dicho: “descalificación” y “etiquetación”, simplemente enunciadas. Al respecto, sólo diré que el editor remata el libro con la siguiente advertencia: “La editorial no se hace responsable ni tiene por qué hacer suyos los argumentos y la opiniones defendidas por el autor”. 

Juan Ignacio Ruiz de la Peña recordó “que, como señalara oportunamente Caro Baroja, «recetas miserables se dan como cosas originales y opiniones simples a veces descabelladas se consideran teorías, mientras que la reserva se extiende sobre la investigación honrada»” (“Cuatro «acreedores preferentes» del medievalismo español: Eduardo Hinojosa, Ramón Menéndez Pidal, Manuel Gómez-Moreno y Claudio Sánchez Albornoz”, ahora en De historia e historiografía, pp. 225-226).  

Alejandro García Sanjuán, quien no niega sólo que en 1492 culminara una reconquista sino que se produjera algún descubrimiento, simplemente me pone como único ejemplo de los “entusiastas mitómanos” que hacen “infundados pronunciamientos” sin recurrir al trámite de la argumentación (op. cit., p. 185). Anteriormente me había reprochado haber afirmado en 2009 que “el franquismo hace tiempo que ha pasado” y que “el nacionalismo español no constituye ningún peligro” (sin aplicarme el eximente de vivir en el País Vasco). Y, sobre todo, ha pretendido desprestigiarme por hacer una apología mucho más simple de la Reconquista que la sofisticada que atribuye a Serafín Fanjul (la de Sánchez-Albornoz es “visceral apología”), con los únicos argumentos de reproducir esas dos frases y otras dos en las que afirmo que la Reconquista “es el fenómeno más importante de la España medieval”  y que el reino de Asturias garantiza la continuidad de la historia española iniciada con la conquista romana, añadiendo en este caso (en los demás la desmesura le debe parecer tan grande que no necesita comentario que guíe al lector) que se trata de una concepción esencialista [“Cómo desactivar una bomba historiográfica: la pervivencia actual del paradigma de la Reconquista”, La Reconquista: ideología y justificación de la guerra santa peninsular, La Ergástula, Madrid, 2019, pp. 108-109; un ejemplo de cómo en doce líneas se puede refutar una monografía de 82 páginas con el mérito además de que la mayor parte de las palabras corresponden al refutado].  Y hace poco, me citaba en una nota para ilustrar la siguiente frase: “esta narrativa, junto a la de la Reconquista, se fomenta desde sectores vinculados a otras instituciones académicas católicas” (“La influencia de la historiografía católica en el estudio del pasado medieval peninsular (siglos XIX-XXI)”, Historiografías, 2023, 25, p. 45). Él no necesita saber por qué he trabajado en la Universidad de Deusto, que fue además donde curse la carrera. Le basta con la autoridad que se ha concedido, por ejemplo, para acuñar el concepto de “mediefachismo”, poco después de que Sánchez se refiriera a la “fachosfera”: “sector del medievalismo que se proyecta desde la fachosfera al conjunto de la sociedad a través de una diversa variedad de canales de transmisión, académicos y extraacadémicos, y cuyo sello distintivo es la #Reconquista” [tuit del 5 de febrero de 2024], que él ha llenado hasta los topes con innumerables denuncias, pese a que luego vaya contando por los medios que son pocos los que continúan hablando de Reconquista, lo que, por cierto, cuenta como uno de los argumentos de los negacionistas. Y es que García Sanjuán también es un activista. En X, el antiguo Twitter, se presenta así:  Professor of Medieval History at @UniHuelva. Coeditor of @AndalusHistoria. Op-eds at @eldiarioes and @_infoLibre [diarios digitales nada ideologizados]. #AlAndalus #MedievalIberia” [en el diario de Maraña se me adelantó, el 20 de abril, a publicar un balance sobre el libro de Desperta Ferro, “La Reconquista en el debate público y académico actual”, aunque también es cierto que es un trabajo de dos folios que no hace sino repetir lo ya publicado muchas veces]. En esa red social, suele publicar un mensaje diario, muchas veces relacionado con la Reconquista. En el del día del 24 de abril, cuando estaba redactando precisamente esta parte del artículo y Pedro Sánchez iniciaba su insólita huelga retribuida de cinco días en un palacio, publicaba esto: “Hoy es un buen día para recordar que la derecha solo sabe mentir, insultar y difamar”. No hay más que decir sobre los criterios de calificación de García Sanjuán.

Ana Isabel Carrasco es la tercera persona que me menciona y de manera análoga a como lo hacen Albarrán y García Sanjuán. Esto es: una frase en el cuerpo de texto apostillada con una nota en la que aparezco como (mal) ejemplo. La frase es: “como siguen haciendo otros historiadores poco rigurosos con el método histórico que escriben hoy sobre la Reconquista en esa misma línea” [op. cit., p. 163]. Y en la nota se dice lo siguiente: “Los planteamientos de Besga Marroquín, A., 2022-2023, van por esa línea”. Y así con una mera enunciación se deshace de un libro de 407 páginas con 486 notas centrado en el asunto de la existencia de la Reconquista, en el que aparecen refutados los argumentos que siguen utilizando y no son capaces de criticar. Nada nuevo bajo el sol porque antes se han deshecho todos del libro de 523 páginas (y no de bolsillo como es mi caso) El concepto de España en la Edad Media de José Antonio Maravall, que contradice claramente sus planteamientos. No es magia; es un procedimiento. Ya lo había señalado Friedrich Nietzsche, “afirmar es más seguro que demostrar”: “Una afirmación obra más intensamente que un argumento, al menos entre de las personas la mayoría de la gente, pues el argumento despierta desconfianza. Por eso los demagogos tratan de asegurar los argumentos de su partido mediante afirmaciones” (“Opiniones y sentencias varias”, núm. 295, Humano demasiado humano, II, Akal, Madrid, 1996). Y es que para la mayoría del público las simples afirmaciones, sobre todo si se expresan con rotundidad, suelen ser más eficaces que las demostraciones, como sentenció con brillantez Ramón y Cajal: “Razonar y convencer, ¡qué difícil, largo y trabajoso! ¿Sugestionar? ¡qué fácil, rápido y barato!” (Obra Literaria, Prames-Las Tres Sorores, Zaragoza, 2007, p. 118). La falta de demostración puede dotar a la mera afirmación de la apariencia de la evidencia. 

No obstante, me puedo considerar bien librado habida cuenta del tratamiento que recibe Rafael Sánchez Saus, un autor que también suscita una gran animadversión a García Sanjuán, quien le ha afeado, entre otras cosas, sus creencias religiosas [“La persistencia del discurso nacionalcatólico sobre el Medievo peninsular en la historiografía española actual”, Historiografías, 12. He tratado este ensañamiento en La Reconquista, pp. 18 y ss.]. El método es el mismo: frase tremendista rematada por una nota, que en este caso más que una banderilla es un rejón de muerte. Veamos: “Estos no pueden considerarse en el mismo plano de seriedad y rigor, ya que, o bien se alejan del discurso argumentativo neutro y lógico que debe emplear el historiador de profesión, adoptando un tono exaltado y apologético, o bien emplean razones basadas en la descalificación, en los enunciados doctrinarios y en la falta de lógica argumentativa, de manera que incurren en falacias retóricas que los descalifican como profesionales” [op. cit., p.158, los subrayados son míos]. La nota dice así: “El historiador Rafael Sánchez Saus, por ejemplo, elude entrar a debatir sobre la objeción del anacronismo terminológico de la Reconquista diciendo que «es irrelevante», que son «cuestiones de tan escaso porte real», o que el «reproche, el más repetido hoy, es casi infantil»; e incluso que el debate es «fiero». Todas estas expresiones son falacias argumentativas bien tipificadas en los manuales”. El castigo termina con una muestra de “justicia investigativa” posmoderna:  la no inclusión de Sánchez Saus en la amplia bibliografía, 21 páginas, del libro, pese a haber escrito uno, Al-Andalus y la cruz, que ha sido traducido al francés, lo que, quizá, es una de las causas de tanta ira. Una justicia investigativa que extiende a esos historiadores que ”se retroalimentan con los mensajes populistas que desde los medios de comunicación de masas se difunden en los últimos años sobre la supuesta negación de la Reconquista”: “A esos historiadores los dejaremos aquí de lado” (p. 158). Hecha la calificación y puesta la etiqueta no es necesario entrar a criticar los argumentos. 

Carrasco sólo está dispuesta a criticar a autores como Carlos de Ayala y Francisco García Fitz, que no considera perdidos para la causa por su defensa parcial de la Reconquista como un concepto histórico e historiográfico. Eso nos da la ocasión para comprender el significado de los conceptos que emplea. Pero lo cierto, es que “el anacronismo terminológico de la Reconquista” no sólo es irrelevante, sino que el clavo ardiendo más importante al que se agarran los negacionistas, de manera tramposa, además, pues ocultan las menciones anteriores al siglo XIX de ese término para sostener que “es una idea propia de la España contemporánea”, lo que en el caso de Carrasco se ve agravado con la afirmación de que es lo que dicen “los que han investigado de forma detallada los orígenes de la idea de Reconquista y sus usos en la interpretación del pasado”, cuando, en el mejor de los casos, esos autores ignoran las numerosas menciones de la palabra en el siglo XVIII [op. cit., p. 154]. 

Sucede que Carrasco está muy confundida sobre lo que significa un concepto: “Dice Ayala que no se debe confundir un concepto con el término que lo designa. Sostiene, además, que el concepto puede anteceder al término que lo designa. Esto último resulta de difícil aceptación en el análisis semántico, puesto que el concepto no puede separarse del término; el concepto es algo así como el significado, el sentido de una palabra. Significante y significado están unidos en las palabras. Una palabra puede tener varios significados, varias acepciones (como indican las voces del diccionario), pero un concepto no puede tener varios significados, porque el concepto mismo es el significado. Tampoco pueden preexistir a los términos, pues se expresan con los signos gráficos que los señalan, las palabras. Sería tanto como decir que los conceptos existen al margen de las palabras, en algún lugar fuera de la realidad, lo que implica defender una postura esencialista” [op. cit., pp. 158-159; nótese lo que significa “esencialista”, palabra clave en el negacionismo de la Reconquista, para esta autora].

Una palabra puede tener varios significados, varias acepciones (como indican las voces del diccionario), pero un concepto no puede tener varios significados, porque el concepto mismo es el significado.

Las palabras existen para ahorrar palabras. Por eso, se crean constantemente nuevas palabras. El olor a pies no tiene una palabra que lo exprese. Pero eso no quiere decir que no exista, ni que no se pueda expresar la idea. Las palabras van siempre detrás de la realidad, porque sería absurdo crear primero la palabra. Así, por poner un ejemplo significativo, “nacionalismo” es una palabra que aparece en la segunda mitad del siglo XIX, lo que siguiendo la lógica de Carrasco supondría que no se podría acusar de nacionalistas a los que cree ella que acuñaron el nombre de “Reconquista”. Por eso, no es sólo “anacrónico”, como ella dice, el término “Reconquista”, sino gran parte del vocabulario empleado por los historiadores, como, por ejemplo, Medievo. Otro ejemplo: El reino de Asturias no se llamó así hasta el siglo XVII (como sucede también con el imperio bizantino), lo que no significa que no existiera ni que no hubiera podido hablarse de él [v. mi estudio “El problema del nombre (y de la naturaleza) del reino de Asturias”, Letras de Deusto, 130, 2011,  pp. 135-205]. La independencia entre significado y significante, que son dos lados distintos del triángulo semiótico, es conocida desde la antigua Grecia. La idea de recuperar el territorio ocupado por los musulmanes está acreditada ya en el siglo IX. Se podía expresar con varias palabras o con términos como “Restauratio”, pero no con el de “Reconquista” simplemente porque no existía ese vocablo. Carrasco trata de deshacerse de esa evidencia alegando que reconquista y restitución no son términos equivalentes, “porque reconquistar implica el empleo de la violencia y restituir no” [p. 159], lo que se cae por la base cuando se comprueba que las restituciones se hicieron mediante conquistas (además, se utilizaron otras palabras como restaurar o recuperar, que también son compatibles con la violencia]. O poniendo límites arbitrarios a la reconquista, que “remite simplemente al hecho de volver a conquistar una plaza, un territorio [palabra que también se aplica a un continente e, incluso, al Viejo Mundo], pero no remite a la idea, y expresada en mayúsculas, que conlleva el sentido nacional”, con el pretexto de la primera definición del vocablo que se hizo en un diccionario de español [p. 159]. Es cierto que el Diccionario Castellano con las voces de Ciencias y Artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana escrito por el jesuita Esteban de Terreros y Pando (publicado en 1788, pero redactado entre 1745 y 1767) define “reconquista” como “nueva conquista, o acción con que se vuelve a conquistar alguna cosa, plaza, etc.”. Pero esa definición con el “etc.” no pone límites a la extensión de lo que se puede reconquistar. De hecho, la definición siguiente, que es la de “reconquistar”, lo deja suficientemente claro: “Volver a conquistar, o a ganar algún país” (y aclara que es sinónimo de “recuperar”, término que sí se empleó durante la Reconquista). Y el Diccionario de la RAE define “reconquista” como “acción y efecto de reconquistar”; y “reconquistar” como “conquistar una plaza, provincia o reino que se había perdido”.

Por si no hubiera quedado claro el concepto de “rigor” de Ana Isabel Carrasco, cabe analizar otro de sus razonamientos. En el comienzo de su estudio, reproduce una parte de una frase de Marcelino Menéndez y Pelayo sobre la Reconquista, que atribuye al año 1909 (es del año 1891): “abstracción moderna, buena para síntesis históricas y discursos de aparato”. Y deduce que “el párrafo [sic] revela así el convencimiento por parte del erudito autor de la Historia de los heterodoxos españoles, de la artificiosidad anacrónica y retórica de la noción de Reconquista. Lo dice alguien que no dudaba en hacer uso en sus escritos de esa misma retórica patriótica con el ardor que correspondía. Dejando a un lado la abstracción retórica pensaba que los cristianos medievales del norte de la Península, dada la simplificación de sus recursos materiales y organizativos, no estaban en condiciones de concebir tales ideales y para los cristianos de siglos posteriores los intereses materiales no eran en modo alguno una motivación menor para animar la lucha contra los musulmanes” [op. cit., p. 145 y 146; por cierto, nadie ha negado que hubiera intereses materiales].

Pero todo resulta muy distinto si se reproduce la frase completa y la que la precede:

“Los sentimientos que animan a los héroes de tal poesía son de tanta sencillez como sus mismas acciones. Obedecen sin duda al gran impulso de la Reconquista; pero en vez de semejante abstracción moderna, buena para síntesis históricas y discursos de aparato, no puede concebirse en los hombres de la primera Edad Media más que un instinto que sacaba toda su fuerza, no de la vaga aspiración a un fin remoto, sino del continuo batallar por la posesión de las realidades concretas”.  

Menéndez y Pelayo estaba tratando de explicar por qué el ideal de Reconquista no aparece en los poemas épicos. La reproducción de la nota que apostilla la frase malinterpretada por Carrasco despeja las dudas que pueda haber:

“En las crónicas y en la literatura erudita de los siglos XVIII y XIX aparece clara y enérgicamente formulada la aspiración nacional de la Reconquista. Basta, por muchos, este notabilísimo texto de D. Juan Manuel (Libro de los Estados, primera parte, cap. XXX): 

«Et por esto ha guerra entre los xpristianos et los moros et avrá fasta que ayan cobrado los xpristianos las tierras que los moros les tienen forzadas; et los que en ella morieren, auiendo conplido los mandamientos de Sancta Eglesia, sean martires, et sean las sus ánimas por el martirio quitas del peccado que ficieren»”.

Sólo en ese capítulo, Menéndez Pelayo menciona otras cuatro veces más la palabra “Reconquista”. Queda claro, pues, que la opinión sin argumentación de Ana Isabel sobre el rigor ajeno no tiene ningún valor.

Finalmente, cabe señalar que la interpretación de Carrasco sobre el texto de Menéndez y Pelayo ya es un ejemplo de cómo los errores iniciales se convierten en bolas de nieve que van creciendo con el paso del tiempo. Unos días después de la aparición del libro de Desperta Ferro la frase mutilada ya se había convertido en una definición de Reconquista: “Como nos recuerda Ana Isabel Carrasco Manchado, el erudito Marcelino Menéndez Pelayo ya definía la Reconquista en términos despectivos como una “abstracción moderna, buena para síntesis históricas y discursos de aparato” (F. Martínez Hoyos, “¿Existió la Reconquista fuera de los libros?”, La Vanguardia, 16/04/2024, https://www.lavanguardia.com/historiayvida/edad-media/20240416/9593067/existio-reconquista-fuera-libros.html]. 

García Sanjuán comienza su estudio con una queja sobre la falta de debates en el medievalismo español: 

“No es de descartar que, en el fondo, esta pertinaz alergia hacia los debates públicos sobre el pasado medieval no sea más que otra consecuencia del franquismo. Se diría que los medievalistas se han mantenido fieles al célebre aforismo atribuido a Franco: «haga como yo, no se meta en política». Al margen de su naturaleza apócrifa o real, la actitud ampliamente extendida en la disciplina revela fuertes dosis de cinismo o de ignorancia, dependiendo de los casos no solo porque, como se ha dicho, la elaboración del conocimiento académico del pasado es, en sí misma, un hecho político (público), sino porque la renuencia a participar en las conversaciones públicas también representa una determinada actitud política” [op. cit., p. 172; el subrayado es mío].

Resulta impresionante semejante obsesión por Franco, que sirve tanto para explicar la Reconquista o la situación presente, casi medio siglo después de su desaparición. No sé si tendrá que ver con la ley de la herramienta formulada así por Abraham Kaplan: “«Si le das un martillo a un niño pequeño, le parecerá que todo necesita un martillazo». No resulta extraño descubrir que un científico formula los problemas de modo que su solución sólo requiere aquellas técnicas en las que él es especialmente hábil». El psicólogo humanista Abraham Maslow añadió en The Psycology of Science: «Supongo que, si la única herramienta que tienes es un martillo, resulta tentador tratar todo como si fuera un clavo»” [Gad Saad, La mente parasitaria: Cómo las ideas infecciosas están matando el sentido común, Deusto, Barcelona, 2022, ed. de Kindle, p. 166, quien continua así: “Esto está muy relacionado con la idea de la «obsesión metodológica», que es cuando los investigadores se concentran en el uso de procedimientos de recogida de datos o análisis específicos con independencia de su idoneidad para un problema de investigación determinado. Si eres un activista climático, todas las calamidades se deben al cambio climático provocado por el hombre. Si eres una feminista radical, el patriarcado y la masculinidad tóxica son los culpables (tal vez sorprenda que el cambio climático haya sido a atribuido a la masculinidad tóxica). Si eres un adepto del culto a la diversidad, inclusión y equidad, entonces, naturalmente, todos los males se derivan de la falta de diversidad, inclusión y equidad”]. La verdad es que cada año se celebran en España varios congresos de historia medieval, a diferencia de lo que sucedía en la época de Franco, en la que se publicaba muchísimo menos. Otra cosa diferente son los debates en breves artículos de prensa, que publican ciertos periódicos con regularidad, o en programas de radio como el de una presentadora que pontifica sobre “la farsa de la Reconquista”.

El problema de los debates académicos es que sean un diálogo de sordos, en los que cada parte se limita a desarrollar sus propuestas de una manera autista, lo que no es propio de un debate, que consiste en debatir ideas ajenas. Y el problema del debate sobre la Reconquista es que se trata de un diálogo con sordos, en los que unos critican los argumentos de otros, y éstos no sólo no contestan (salvo con argumentos ad hominem), sino que siguen empleando las mismas sinrazones como si no hubieran sido refutadas. No sé si esto entra en la categoría de “falsos debates” de los que trata el artículo de Ana Isabel Carrasco.

Es algo que ya había sucedido con la teoría indigenista del reino de Asturias, con el que este debate sobre la Reconquista está muy relacionado, como los propios negacionistas resaltan cuando interpretan la publicación de Barbero y Vigil de 1978 como un hito fundacional. Resulta muy significativo que aquella teoría con tantas deficiencias tuviera tanto éxito en España como tan poca aceptación fuera de nuestras fronteras. Para ese fenómeno no encuentro otra explicación que la que ha ofrecido Stanley G. Payne, el hispanista vivo más importante: La teoría indigenista del reino de Asturias, que impugnaba la Reconquista, fue “un punto culminante de la tendencia deconstructiva [de la nación española] iniciada a finales del siglo XIX” [España: una historia única, Temas de Hoy, Madrid, 2008, p. 15]. Y es que como afirma el mismo historiador: “España es el único país occidental, y probablemente del mundo, en el que una parte considerable de sus escritores, políticos y activistas niegan la existencia misma del país, declarando que «la nación española» sencillamente «no existe»” [En defensa de España: Desmontando mitos y leyendas negras, Espasa, Madrid, 2017, p. 283]. Por eso, según este autor, “especialmente en los últimos tiempos, casi todas las declaraciones más absurdas y exageradas sobre la cultura y la historia de España las han hecho los propios españoles” [España,… p. 15]. Aunque lo cierto es que la tendencia a la autoflagelación es muy antigua [V. Carmen Iglesias, “España desde fuera”, España. Reflexiones sobre el ser de España, Real Academia de la Historia, Madrid, 1997, pp. 377-428.; y Julián Marías, España inteligible, Alianza Editorial, Madrid, 1985, pp. 199-211, principalmente]. De esta manera María Elvira Roca Barea ha podido escribir que “en verdad, es asombroso cómo ha podido sobrevivir este país a sus clases intelectuales” [Fracasología: España y sus élites: de los afrancesados a nuestros días. Espasa, Madrid, 2019]. Unos años antes, había afirmado, con exageración, que “el intelectual español nace, crece, se reproduce y muere en un hábitat que exige la crítica nacional, si se quiere conseguir algún respeto. Quien no la practique con la necesaria virulencia, será calificado como mínimo de ignorante y cateto (no sabe las maravillas que hay más allá de las fronteras], y además de derechas” (Imperiofobia y leyenda negra, Siruela, Madrid, 3ª ed., 2017, p. 472). Y es que, como escribió José Antonio Maravall, con otro propósito, “el qué de la Reconquista […] se define con una sola palabra: Hispania” [El concepto de España en la Edad Media, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 3ª ed., 1981, p. 287]. En este sentido, no resulta ocioso recordar que una de las publicaciones de Alejandro García Sanjuán se titula “Presentación: «Desespañolizando» la historia medieval de España” [La península ibérica entre la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media (siglos VI-XI), Intus-legere: historia, 15-2, 2021, pp. 1-7]. Y que el nombre de España –a diferencia del de Reconquista– ha desaparecido de la mayoría de las publicaciones españolas sobre la Edad Media [A. Besga, “España y Edad Media: Sobre el uso del nombre de «España» en las historias medievales”, Letras de Deusto, 140, 2010, pp. 9-27].

Por otra parte, hay que recordar que en un debate la definición del fenómeno que se discute corresponde a los defensores de la existencia de lo que se discute. La Iglesia no debe estar en manos de Lutero, de la misma manera que las zorras no deben guardar a las gallinas. Si no, se corre el riesgo de elaborar una Reconquista de paja más fácil de rebatir. Lo que corresponde a los historiadores que niegan la Reconquista es criticar las definiciones de los que sostienen su existencia (y a todos, las interpretaciones que no estén justificadas). Nadie ha dicho que la Reconquista lo explique todo, ni siquiera que el ideal no fuera traicionado muchas veces. Pero para denominar en la península ibérica e islas Baleares al periodo comprendido entre el 711 y 1492, que tiene una unidad indiscutible, no hay mejor nombre que el de “Reconquista” [el de “Edad Media”, resulta muy discutible, ya que muchos seguimos considerando que comienza con la desaparición del imperio romano]. Y es que sirve también para Al-Ándalus.

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Por otra parte, cabe añadir que hay que centrar el debate en el fenómeno que se estudia. Sobran por irrelevantes, la referencias a Franco, el franquismo, Aznar, la derecha, Abascal, Vox, la ultraderecha, el nacionalismo, el nacionalcatolicismo, el colonialismo, la islamofobia, este o aquel atentado, el movimiento LGBTI+, Viktor Orban, Zemmour, “expansión capitalista”, “globalización capitalista”, “elites que necesitan crear y mantener  los privilegios sobre los que se asienta su dominación”, etc., que son ideas que aparecen el libro de Desperta Ferro (a cambio de no analizar los argumentos contrarios). Y, desde luego, no tienen nada de académico ni de riguroso calificativos para referirse a la Reconquista como “chapapote retórico” [Fernando Rodríguez Mediano, “Al-Andalus y la batalla del presente”, Hispania, al-Ándalus y España: identidad y nacionalismo en la Historia, Marcial Pons Historia, Madrid, 2020 p. 25] o “auténtica bomba historiográfica de una alta toxicidad” [Alejandro García Sanjuán, “Cómo desactivar una bomba historiográfica: la pervivencia actual del paradigma de la Reconquista”, La Reconquista: ideología y justificación de la guerra santa peninsular, La Ergástula, Madrid, 2019, p. 103; con “toxicidad”, se refiere a “pura heroína historiográfica para yonquis de las grandezas de la patria”]. Tampoco tienen sentido pasajes como éste de Ríos Saloma: “La visión de Aznar [en el discurso de Georgetown] se tradujo en los atentados de Atocha de marzo de aquel mismo 2004 [¿quiere decir que la culpa de la matanza fue del expresidente, que pronunció ese discurso medio año después de la masacre? ] y las acciones de Vox han llevado a su partido al Congreso de los Diputados e intentan revertir las políticas progresistas allí donde forman parte del gobierno, atentando contra el estado de derecho vigente” [op. cit., p. 76]. Páginas después, Francisco J. Moreno remataba la impertinencia de la siguiente manera: “Desde ese punto de vista, el ideario ultra que en la actualidad representa en el Parlamento español este partido [Vox] no es sustancialmente distinto al de los católicos de la CEDA [un partido legalista que no tenía milicias] o al del partido único franquista” [op. cit., p. 224; cabe recordar que el presidente de la CEDA pasó en el exilio buena parte de la época de la dictadura, que le desterró por el Contubernio de Munich]. No se trata sólo de interpretaciones más que discutibles, también, en un vale todo contra la Reconquista, resulta significativo que, en el libro de Desperta Ferro, se dé crédito a una noticia de una manifiesta falsedad grosera:

“Desde Uruguay, el diario [en realidad, semanario] España democrática, contaba en 1940 un suceso, al parecer acaecido en Gijón, que resulta muy elocuente para el tema que nos ocupa. Según este diario, un anciano de la ciudad advirtió que al pie de la estatua de Pelayo había un grupo de soldados moros, de manera que comenzó a gritar «¡Pelayo, baja ! ¿No ves esto? ¡No puedes tolerarlo!». Según el periodista, el viejo fue detenido y su cadáver apareció al día siguiente con los ojos vaciados, en los alrededores de la ciudad” [F.J. Moreno, “La Reconquista en la cultura popular”, p. 209].

Finalmente, hay que señalar que, aunque el principio de caridad en las interpretaciones sería recomendable, bastaría con evitar los juicios de intenciones, tan difíciles de probar, que muchas veces, como reconoce la sabiduría popular en un famoso refrán, sólo prueban algo de quien lo formula [v. la crítica a la “sociología del conocimiento” de Karl R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós, Barcelona, 2010, pp. 381-391) . Y, desde luego, no es académico ni riguroso formular juicios de intenciones para eludir el trámite de la argumentación (otra cosa es hacerlos después de haber demostrado la existencia de un error, para explicar una posible causa del fallo). En esta forma de proceder también se encuentra un precedente, aunque educado, en la obra de Barbero y Vigil. Por una parte, los juicios de intenciones les permitieron interpretar ad libitum las crónicas asturianas, pese a lo cual llegaron a ser reconocidos como sus máximos estudiosos, cuando no dedicaron ni una sola monografía a esos textos , e incluso los descubridores del neogoticismo, como se recuerda en el libro de Desperta Ferro, que ya había descubierto Claudio Sánchez-Albornoz [v. mi estudio “Sobre la lectura crítica de las crónicas asturianas y otras cuestiones de método”, Letras de Deusto, 131, 2011, pp. 9-64). Por otra parte, en el prólogo de La formación del feudalismo en la Península Ibérica (pp. 16-17), realizaron un cuadro pavoroso de la historiografía española de su época, que incluía juicios de intenciones (sobre la búsqueda del medro personal por muchos de los que publicaban entonces). Por lo demás, me aterran los planteamientos que implican que los historiadores de toda época son productores de ideología. Seguramente, ha habido muchos casos, y la historia siempre ofrece elementos de juicio para las ideologías. Pero, si no hay pruebas en sentido contrario, pienso que los historiadores quieren contar historias.   

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En realidad, la cuestión de la existencia de la Reconquista (la del concepto en la Edad Media es indiscutible) se limita a contestar si existía España en el siglo VIII. Como en la adivinanza del pato, se puede responder que si existía un territorio que sus habitantes llamaban “España” con la grafía que correspondía a la época, que si los vecinos la denominaban así, y que si los musulmanes cuando desembarcaron en la península ibérica sabían que estaban invadiendo España esa parte de Europa tenía que ser España. Y es una postura esencialista negarlo porque esa España no presentaba las características que arbitrariamente se consideran necesarias reconocer su existencia, que varían según los gustos, que en el caso de Martín Ríos Saloma –y está solo– es 1821, que curiosamente es la fecha de independencia de Méjico, es su país [op. cit., 59; ni siquiera es el año del nacimiento de la nación política española]. He escrito sólo “España”, no “nación española”, entre otras cosas porque “nación” no es un término científico (no fue un descubrimiento de la ciencia), ya que, como ha señalado Pedro J. Chacón, “será «nación» lo que el nacionalismo respectivo quiera que sea” [“Historia”, en 10 palabras clave sobre el nacionalismo, Verbo Divino, Pamplona, 2001, p. 362; en ese sentido, Roberto Augusto ha señalado que “una «nación» es lo que creen los nacionalistas que es una «nación»” (El nacionalismo ¡vaya timo! La decadencia de una ideología, Laetoli, Pamplona, 2012, p. 10)]. Como puede significar cualquier cosa, no es un término que sirva para identificar grupos humanos, como señaló Eric J. Hobsbawm: “El problema es que no hay forma de decirle al observador cómo se distingue una nación de otras entidades a priori, del mismo modo que podemos decirle cómo se observa un pájaro, o cómo se distingue un ratón de un lagarto. Observar naciones resultaría sencillo si pudiera ser como observar pájaros” [Eric J. Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1789, Crítica, Barcelona, 1991, p. 13; y es que sucede que, como en los tebeos de Superman, donde unos ven un pájaro, otros contemplan un avión, que no es algo natural, y otros más creen percibir superhombres, lo cual ha resultado mucho peor]. Sólo la nación política tiene existencia real, aunque los nacionalistas no consideren a esas sociedades naciones. Pero esas naciones no existían en el siglo VIII. Lo que sí había era comunidades históricas. España era una comunidad cristiana con un pasado romano y visigodo. Ni más, ni menos. 

En el 711, en el sudoeste de Europa un territorio con una población occidental y cristiana, que tenía una sociedad parecida a la de Francia (que también existía) y con un gentilicio propio. Y en 1492 volvió ese territorio volvió a ser un territorio con una población occidental y cristiana, que tenía una sociedad parecida a la de Francia con el mismo gentilicio propio. En esa historia, el reino de Asturias, aparecido antes de que se culminara la conquista musulmana del reino visigodo, asegura la continuidad entre esas dos Españas [lo demostrado en “El reino de Asturias y la historia de España”, Actas del Congreso Internacional Nuevas Visiones sobre el Reino de Asturias, Real Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo, 2020, pp. 157-190]. Ana Isabel Carrasco asegura que Reconquista es una “noción que únicamente funciona en un contexto ideológico  preñado de nacionalismo” y que “no se ha demostrado que como categoría historiográfica resulte ni suficientemente útil ni por tanto operativa” [op. cit., pp  155 y 165]. Pero lo cierto es que para explicar y nombrar el fenómeno de que la frontera cristiana estuviera situada cada siglo más al sur, con independencia de la relación de fuerzas que hubiera, no hay mejor solución que la Reconquista, hasta el punto de que si no fuera una idea con más de mil años de existencia habría que inventar un concepto tan operativo. Siendo un concepto tan razonable y fundamentado en las fuentes medievales no resulta mucho pedir poder seguir utilizándolo sin ser insultado, hasta que se encuentre uno mejor, como Restauración, que ya fue empleado.

En el libro de Desperta Ferro señalé que “al objetivo antifranquista hay que añadir ahora la guerra cultural propiciada por la deriva de la izquierda identitaria, uno de cuyos frentes es la demonización de Occidente. En ese contexto la Reconquista es una batalla más [batallita diría por el número de los atacantes]. Por eso, no es descartable que lo que hasta ahora ha sido una cuestión española –muy española, por cierto– se internacionalice, lo que sería también consecuencia de la desmesurada idealización de Al-Ándalus, que ha convertido a esa sociedad en un paraíso medieval y un modelo de tolerancia para nuestro tiempo” [“En defensa de la Reconquista”, p. 121]. En ese frente antioccidental, España, por su secular autoflagelación, podría considerarse pionera. 

Ahora también pienso que el negacionismo sobre la Reconquista es muy posmoderno e, incluso, woke, con esa obsesión por despertarnos para comprobar la extraordinaria peligrosidad de un concepto con tantas perversas implicaciones. Las investigaciones al respecto podrían incluirse en los estudios poscoloniales, que fue la primera disciplina universitaria posmoderna, y también, dada la importancia de la interseccionalidad, en la Teoría Crítica de la Raza. También es muy posmoderno el control del lenguaje, la deconstrucción buscando en los relatos relaciones de poder, para denunciar los constructos que justifican los privilegios de los grupos dominantes, la critica de cualquier crítica que se pueda relacionar con el poder, la moralización (y politización) del debate, la preeminencia de lo prescriptivo sobre lo descriptivo, la apuesta por la diversidad, siempre que no sea de opiniones, la justicia investigativa, y el recurso al activismo. Sin embargo, también es cierto que los negacionistas creen que se puede conocer la verdad, que no se trata sólo de relatos, que es el principio fundamental del posmodernismo, en la ciencia, que no es un constructo para la dominación del hombre blanco, y en la razón, que tampoco es otro constructo blanco con la misma finalidad. Pero los procedimientos empleados sí parecen posmodernos. No obstante, como me he limitado a la mera enunciación y no me interesa seguir, por ahora, con la demostración correspondiente, reconozco que lo dicho sólo es una opinión. Si el lector está interesado en profundizar en esta línea argumental podrá encontrar algunas razones en la bibliografía complementaria. 

La Reconquista sigue gozando de buena salud fuera de España. Este mismo año Philippe Conrad ha publicado en español un nuevo libro, en el que escribe que “es fácil ver cómo la relectura de la Reconquista forma parte de una batalla ideológica para promover la imagen del islam de al-Ándalus como víctima de los «bárbaros» del Norte, en un momento en que el sistema globalista, que Occidente trata de establecer, pretende integrar, en nombre del multiculturalismo, un mundo islámico que vive desde hace varias décadas un intenso renacimiento religioso” (p. 16).

Bibliografía complementaria

BRAUNSTEIN, Jean-François: La religión woke. La esfera de los libros, Madrid, 2024, 288 pp.

BRUCKNER, Pascal: La tiranía de la penitencia: Ensayo sobre el masoquismo occidental, Barcelona, Ariel, 2008, 213 pp. 

BRUCKNER, Pascal: Un racisme imaginaire: Islamophobie et culpabilité,  Paris, Le Livre de Poche, 2018, 264 pp.

BRUCKNER, Pascal: Un coupable presque parfait: La construction du bouc-émissaire blanc, París, Grasset & Fasquelle, 2020, 340 pp.

MURRAY, Douglas: La guerra contra Occidente: Cómo resistir en la era de la sinrazón, Península, Barcelona, 2022, 408 pp.

PINKER, Steven: Racionalidad: Qué es, por qué escasea y cómo promoverla. Paidós, Barcelona, 2021, 536 pp.

PLUCKROSE, Helen; y LINDSAY, James: Teorías cínicas: Cómo el activismo del mundo académico hizo que todo girara en torno a la raza, el género y la identidad… y por qué esto nos perjudica a todos. Alianza, Madrid, 2023, 435 pp.

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