Con la Crítica de la razón pura, el filósofo prusiano Immanuel Kant, nacido en Königsberg (la actual ciudad rusa de Kaliningrado), intentó responder a una pregunta: ¿qué puede conocer el ser humano?
Los filósofos racionalistas, Descartes, Spinoza y, sobre todo Leibniz, llegaron a la conclusión de que la mente podía conocerlo todo, siempre que usase un método correcto, que era el método usado en matemáticas, en la geometría. Una mente que no se dejase engañar por las ilusiones de los sentidos podía llegar a conocer el universo entero desde cualquier oscuro rincón del mundo. El mismo Dios era la razón matemática absoluta. Y la naturaleza se comportaba siguiendo las reglas que una mente matemática le había impuesto.
Por el contrario, los filósofos empiristas, fundamentalmente Locke y Hume, pensaron que nuestra mente era como una hoja en blanco, y que todo conocimiento humano empezaba por los sentidos. El ser humano podía conocer todo aquello que veía, tocaba, oía, olía o saboreaba. El mundo conocido era tal y como nos lo enseñaba la experiencia cotidiana, pero podía ser de cualquier otra manera. No había ninguna razón para que las manzanas cayeran del árbol o para que el sol saliese por el Este. Y nada nos aseguraba que mañana no se quedasen las manzanas flotando o saliese el sol por el sur o por el oeste.
Kant pensaba, de acuerdo con los empiristas, que solo podemos conocer lo que nos enseña la experiencia, que la naturaleza, el mundo, es el conjunto de aquellos hechos que podemos conocer por los sentidos; y a esos hechos los llamó fenómenos (que en griego significa “lo que aparece”, “lo que se hace notar”; por eso decimos de un gran futbolista que es un fenómeno que brilla), porque se nos aparecen a la mente a través de los sentidos. Y, sin embargo, la naturaleza sigue unas reglas matemáticas, tal y como creían los racionalistas, se comporta como si un Dios matemático hubiera ordenado a las manzanas caer o a los planetas girar siguiendo, en ambos casos, las mismas leyes de la mecánica newtoniana.
¿Cómo es posible -se preguntaba Kant– que las cosas se comportasen siguiendo las órdenes de la matemática? ¿Por qué tenemos que estar completamente seguros de que las manzanas seguirán cayendo por los siglos de los siglos, obedeciendo una ley matemática escrita por Newton desde su despacho de la campiña inglesa?
La solución kantiana se basa en que lo que llamamos naturaleza es el conjunto de los fenómenos que aparecen en nuestra mente, y que nunca podremos saber cómo son las cosas en sí mismas sino solamente cómo se nos aparecen a nosotros, cuya mente funciona de manera matemática.
¿Y por qué funciona nuestra mente de forma matemática? ¿Por qué los planetas obedecen a Newton? Siguiendo las leyes de la mecánica newtoniana se descubrió que el planeta Urano era un rebelde que desobedecía al físico inglés. Había que elegir: uno de los dos estaba equivocado. Pero Newton no podía equivocarse. Algo debía suceder que se hallaba oculto a la mente de los astrónomos. Volvieron a hacer cálculos y la única causa de esa rebeldía posible era la existencia de otro planeta que ejercía una fuerza gravitatoria sobre nuestro planeta rebelde. Así es como Le Verrier, en el siglo XIX, descubrió el planeta Neptuno. La física newtoniana quedaba salvada (al menos hasta que la rebeldía de Mercurio dio la razón a Einstein y su Teoría de la Relatividad).
Kant explica que los fenómenos siguen leyes matemáticas porque todos ellos se dan en un espacio y en un tiempo. La naturaleza es el conjunto de las cosas y hechos que ocurren en un espacio y en un tiempo. El espacio y el tiempo forman la estructura de nuestro mundo. Y, ¿cuáles son las ciencias que estudian el espacio y el tiempo? La geometría y la aritmética. Y son ciencias que no se construyen con los sentidos sino solo con la mente. Son ciencias a priori. ¿Cómo es posible que el espacio y el tiempo se conozcan a priori, solo con la mente? Kant llega a la conclusión de que el espacio y el tiempo son las formas que tiene nuestra mente de ordenar los fenómenos; es decir: que no existe el espacio ni el tiempo si no existen las mentes, y que solo existen en nuestra mente.
San Agustín ya había dicho algo parecido, con respecto al tiempo. Decía que el pasado ya no existe, que el presente es tan pequeño que desaparece en un instante ínfimo y que el futuro no existe aún. ¿Entonces? Entonces, el tiempo está en nuestra mente como recuerdo, vivencia y esperanza. El tiempo es el movimiento de nuestra alma; el tiempo no existe en sí fuera de nuestra mente.
Aun así, todavía no ha deducido Kant por qué la física de Newton es una ciencia a priori, es decir, por qué la naturaleza obedece a Newton, desde la piedrecilla más pequeña hasta el mayor de los planetas.
Su solución se encuentra en la segunda parte de la Crítica de la razón pura: la Analítica Trascendental. En ella deduce las leyes de Newton a partir del estudio de la estructura de nuestra mente. Nuestra mente conoce mediante juicios, que son oraciones atributivas, es decir, oraciones en las que afirmamos (o negamos) un predicado de un sujeto. Conocer algo o a alguien significa que podemos realizar juicios sobre ello: cómo es, dónde está, qué cualidades o propiedades tiene, etc.
El trabajo ya estaba hecho: los lógicos ya habían establecido qué tipos de juicios existían, qué formas había de predicar algo de un sujeto. Resulta que hay doce tipos de juicios, divididos en cuatro clases, con tres tipos de juicios cada una:
Según la cantidad.
- Juicios universales (todo A es B).
- Juicios particulares (algunos A son B).
- Juicios singulares (este A es B).
Según la cualidad.
- Juicios afirmativos (A es B).
- Juicios negativos (A no es B).
- Juicios infinitos (A es no-B).
Según la relación.
- Juicios categóricos (A es B).
- Juicios hipotéticos (si A, entonces B).
- Juicios disyuntivos (o A, o B, o…).
Según la modalidad.
- Juicios problemáticos (puede que A sea B).
- Juicios asertóricos (es un hecho que A es B).
- Juicios apodícticos (necesariamente A es B).
De esta tabla deduce Kant los doce conceptos puros con los que conocemos la naturaleza y que tenemos desde que nacemos. Son conceptos innatos, y la naturaleza se adapta a ellos porque la naturaleza es el conjunto de los fenómenos, de los objetos y sucesos que ocurren en nuestra mente.
El proceso, que en realidad se produce simultáneamente, sería el siguiente: a nuestros sentidos llega una materia bruta, unos datos sin tratar y es nuestra mente la que le da una forma a esta materia informe. Primero, nuestra mente sitúa los datos de los sentidos en un espacio y en un tiempo: veo aquí y ahora algo, oído un ruido allí en este momento, etc.
Después nuestro entendimiento le da un nombre, un concepto. Gracias a la imaginación y a la memoria, nombramos lo visto, oído, etc., con un concepto que ya tenemos, un concepto empírico (gato, mesa, niño, etc.). Pero no podríamos conocer si, además, nuestra mente no ordenase esa experiencia con los conceptos puros, innatos, que Kant llama, siguiendo a Aristóteles, categorías.
Las categorías son doce, como doce son los tipos de juicios con los que decimos algo de un sujeto:
Según la cantidad
- Totalidad
- Particularidad
- Unidad
Según la cualidad
- Realidad
- Negación
- Límite
Según la relación
- Sustancia y accidentes
- Causa y efectos
- Comunidad o acción recíproca
Según la modalidad
- Posibilidad
- Existencia
- Necesidad
Para entender el carácter a priori, es decir, innato, de estas categorías, pensemos en el concepto puro de negación. No existe, en el mundo, nada parecido al “no”, a la negación, a la ausencia. Todo lo que vemos está lleno; no hay ausencias o huecos en la naturaleza. Es solo nuestra mente la que interpreta que al ciego le falta la vista o que no ha venido alguien con quien hemos quedado. No experimentamos las ausencias, sino que son fruto de la interpretación mental, al pensar que aquí y ahora debía estar mi amigo con quien quedé.
Volvamos al problema fundamental de Kant: la fundamentación a priori de la física newtoniana. La física estudia el movimiento de los objetos en el espacio, es decir, la relación de su posición en cada tiempo. Por eso la matemática, la geometría y la aritmética, se pueden aplicar a la física.
Hay dos grandes líneas en la filosofía respecto a la relación entre la matemática y la naturaleza: la línea de Pitágoras y Platón, según la cual para conocer el mundo es necesario conocer la matemática (en la Academia platónica se hallaba la leyenda “no entre aquí quien no sepa geometría”); y la línea aristotélica, según la cual la matemática y la física eran dos ciencias independientes, ya que la matemática estudiaba la cantidad y la física estudiaba las cualidades de las cosas naturales (no artificiales). Además, siendo que la física estudia el movimiento natural de las cosas naturales; y siendo que los números no se mueven, es un error lógico el querer mezclar dos ciencias tan diferentes como la ciencia de la naturaleza y la ciencia de los números.
Kant sigue la línea platónica e intenta demostrar que la física de Newton es la ciencia definitiva sobre la naturaleza y que es una ciencia complemente a priori, es decir: que es matemática y no depende de lo que nos digan los sentidos en la experiencia, si bien lo que podemos conocer es solo aquello que podemos experimentar.
Para ello, deduce Kant los principios de la física de Newton a partir de la forma que tenemos los seres humanos de conocer. Los principios de la mecánica newtoniana son:
- Principio de inercia: todo móvil sigue en su estado de movimiento o reposo si nadie lo impide.
- Principio de la fuerza: la fuerza es lo que hace que un móvil cambie su estado de movimiento, y es proporcional a la aceleración.
- Principio de acción y reacción: toda fuerza que imprime un móvil sobre otro produce una fuerza recíproca en sentido contrario.
La física, según Kant, es la relación entre los sucesos en el espacio y en el tiempo. Por eso, la forma que tiene de deducir la física de Newton a priori es la de basarse en la tabla de las categorías de la relación. A partir de estas categorías se deducen unos principios del entendimiento puro: las analogías de la experiencia.
Hay analogía cuando hay una relación entre varios hechos. Así, podemos decir que el conductor de un coche es al coche como el jinete es al caballo. De esta forma, conocidos los hechos A, B y C y la proporcionalidad entre ellos, es posible deducir D. Es decir, si sabemos que A/B es como C/D y conocemos A, B y C podemos obtener D.
Las analogías de la experiencia, deducidas a partir de las categorías de la relación son:
- La sustancia es lo que permanece en el tiempo (es más: es el tiempo el que permanece, es la verdadera sustancia del mundo, siendo nosotros los que cambiamos en un omnipresente ahora).
- La causa es lo que produce un cambio, un efecto. Y todo cambio es un cambio en la cantidad de movimiento.
- Hay comunidad o acción recíproca entre todos los sucesos de un sistema.
El paralelismo con los principios de la física de Newton es evidente, y es lo que quería demostrar Kant. Que las leyes de la física no las obtuvo Newton después de observar la naturaleza, después de ver caer manzanas y de medir su velocidad, sino desde su despacho, dibujando líneas y haciendo ecuaciones encerrado en un oscuro despacho.
Bibliografía
Kant, I., Lógica, Madrid, Akal, 2000
Kant, Immanuel. «Introducción». Crítica de la Razón pura. Editorial Taurus, 2000