El 31 de marzo de 1980 se constituía en Guernica el primer parlamento vasco de la historia. El recién elegido presidente de la cámara, el peneuvista Juan José Pujana, cerró la sesión con un discurso en el que se mostró emocionado porque “acaban de nombrarme presidente del primer Parlamento que tiene Euskadi después de ocho siglos”, sin que hasta ahora nadie haya podido adivinar a qué, siquiera remotamente, se podía referir en semejante infundio. Del resto del discurso, cabe destacar dos pasajes que muestran hasta qué punto llega la falsificación de la historia por los nacionalistas vascos:
“El pueblo más antiguo de Europa, el más atacado, el más oprimido constituye este Parlamento por deseo propio y por su mandato, porque quiere vivir democráticamente, porque quiere permanecer en la igualdad, porque quiere vivir en justicia. El Pueblo Vasco está resurgiendo de sus cenizas”.
Para finalizar, quisiera recordar a tantos y tantos que han hecho que hoy esto sea posible. Comenzando en Orreaga [Roncesvalles, 778], siguiendo por los doscientos gallardos soldados del nefasto castillo de Amaiur, la Guerra Carlista, la de 1936 y hasta la de los que han luchado por la libertad durante los últimos cuarenta años [que, lógicamente, incluían a los etarras, que habían aumentado sus asesinatos con la democracia]. Cuántos muertos, cuántos exiliados, cuántos encarcelados, cuántas lágrimas, cuánto sufrimiento. Para todos ellos honor de patria, cariño y agradecimiento, a nativos y foráneos, estáis para siempre en el cielo de Euskadi. Declaro que en esta Gernika sagrada, el 31 de marzo de 1980, se constituye el Parlamento de Euskadi”.
La alocución muestra la importancia que tiene el embuste de Amaiur en la historia del eterno martirio del llamado “pueblo vasco” por sus odiosos vecinos. Puestos a elegir cuatro episodios en el pasado del pueblo más atacado y oprimido resulta muy significativo que se haya elegido el modesto episodio del breve asedio del castillo de Maya, que ni siquiera tiene relación con la historia del territorio del parlamento que se inauguraba, como tampoco la emboscada, seguramente pequeña, sobre una parte de la retaguardia del ejército de Carlomagno, cuya mayor consecuencia fue el botín que lograron los asaltantes. Y es que no se tiene mucho más. Las guerras a las que se alude fueron civiles, también en el País Vasco-Navarro. Nótese que también afectaron a otros territorios. Esto es, el dirigente peneuvista fue incapaz de aludir a un episodio que afectara exclusivamente al territorio del parlamento que presidía.
Pero es que, además, la historia del asedio de Maya en la que creen los nacionalistas no tiene nada que ver con lo que sucedió: es un fraude perpetrado por unos nacionalistas.
Empecemos por lo que dice Pujana. El castillo no se llamaba “Amaiur”, que es el nombre que le han dado algunos nacionalistas, tras haber utilizado el de “Amayur”, que no les pareció suficientemente vasco. El castillo era tan pequeño que en él no podían caber doscientos defensores. Se calcula que en el momento del asedio podría haber habido un centenar como máximo. De ellos, a tenor de los nombres de los prisioneros capturados, unos sesenta serían navarros; los demás eran mercenarios franceses. Y, desde luego, no se consideraban vascos, gentilicio que en todas partes designaba entonces únicamente a los vascofranceses. Por eso, el territorio norpirenaico que se incorporó a la monarquía navarra en la segunda mitad del siglo XII se llamaba “Tierra de Vascos” (el nombre de “Baja Navarra” apareció en la Edad Moderna y está ligado a las pretensiones francesas sobre Navarra). Los nacionalistas nunca podrán hacer una historia del País Vasco porque no comprenden que lo que ha habido son unos Países Vascos, que, por no tener, no han tenido un nombre hasta hace poco, que, además, todavía se discute.
Los demás aspectos contradicen el relato inventado por los publicistas nacionalistas. Toda la guarnición del castillo estaba al servicio del rey de Francia, quien era el que pagaba las soldadas. Es más: los navarros de la guarnición habían jurado fidelidad al monarca francés. Probablemente, ello fue consecuencia del abandono en que les tenía el inepto Enrique de Albret, también vasallo del rey francés, que pretendía recuperar el trono que su padre había perdido en una huida vergonzosa; y que no hizo casi nada, pese a los grandes feudos que tenía en Francia, que cuadriplicaban, por lo menos, la extensión de Navarra. Inicialmente habían combatido por Enrique, pero nunca por patriotismo. Sucede que, una vez más, los nacionalistas, como los antiguos terratenientes y tantos otros, confunden “patria” con “patrimonio”. Por lo que luchaban esos agramonteses era por el restablecimiento del régimen partidista que había establecido en su favor Juan III. Por eso, los banderizos nobles, poco después de su derrota, pasaron a servir a Carlos V, como ya habían hecho la mayoría, pues otra forma de medro no conocían.
Esos banderizos, además, se comportaron como malhechores feudales, pues se dedicaron a saquear la poblaciones vecinas y a sembrar el terror entre los beamonteses, algunos de los cuales fueron ejecutados en el castillo con total desprecio de la leyes y libertades del reino.
Contra ellos se movilizó finalmente el Virrey de Navarra, reuniendo un ejército en el que el contingente más numeroso era el que formaban unos dos mil quinientos navarros (una proporción de 50 a 1 con respecto a los navarros de la fortaleza). Además, ya no eran banderizos sino navarros que luchaban contra una invasión francesa (que acabó entonces en Navarra) y para liberar a una población oprimida, que había pedido socorro al Virrey: ni siquiera estamos ante una tergiversación como las de las guerras carlistas o la Guerra Civil, porque la contienda había dejado de ser una lucha de bandos y se había convertido en un enfrentamiento entre las monarquías española y francesa.
El asedio duró menos de una semana y los combates violentos no llegaron a las 48 horas. Derribado el torreón, lo que hacía imposible la defensa, y sin esperanzas de auxilio, los defensores capitularon ante la enorme superioridad del enemigo. Entre los pocos muertos que hubo, señal de que los combates no fueron tan encarnizados, no consta que ninguno fuera de los defensores, que únicamente tuvieron, como ha señalado Peio Monteano, “media docena de heridos, la mayoría con quemaduras por la explosión” de la torre, que decidió el combate. No cabe reprochar la rendición, pero la defensa del castillo no fue ninguna gesta; la resistencia de las tropas españolas, entre las que había también navarros, el año anterior en el mismo castillo ante un ejército francés fue mucho más heroica (un 70-75% de bajas), pero no suficiente para las autoridades españolas, pues procesaron al alguacil de la fortaleza por su rendición.
De hecho, el episodio de Maya es un episodio menor, al que no dieron importancia las crónicas de la época, ni figura en las historias de Europa que tratan de ese periodo. Y apenas se menciona en las obras españolas de mayor extensión. No se trata de una censura de una verdad incómoda, como han argüido algunos escritores nacionalistas. En la monumental historia de Prosper Boissonade, Histoire de la réunion de la Navarre a la Castille: Essai sur les relations des princes de Foix-Albret avec la France et l’Espagne (1479-1521), no hay ninguna mención. Por cierto, esta obra, que sigue siendo tan importante, ha sido objeto de dos traducciones fraudulentas, una falsificación para la que todavía no he encontrado parangón.
Dos consideraciones finales más.
1) Lo que los nacionalistas llaman “Guerra de Navarra” para alargar la resistencia a la conquista española de Navarra en una guerra relámpago, que fue un paseo militar, no es más que una yuxtaposición de episodios de dos de las “Guerras de Italia”, que enfrentaron principalmente a las monarquías francesa y española.
2) La única participación en el asedio de Maya de personas provenientes del territorio del parlamento vasco se produjo en el ejército español. Además de los vascongados que pudiera haber en el ejército profesional castellano, hubo un grupo de dinamiteros guipuzcoanos que fueron decisivos en la victoria, dada su participación en el derribo del torreón, que sentenció la contienda. Si no hubo más, fue porque en esos momentos los franceses ocupaban Fuenterrabía, donde había también agramonteses, y porque se proyectaba una campaña contra Bayona. Y es que hay que recordar que el contingente más numeroso del ejército que conquistó el reino de Navarra en el verano de 1512 procedía de Las Vascongadas, cuyos habitantes desde hacía siglos estaban acostumbrados a ganar unos ingresos extraordinarios participando en empresas militares. Luego destacaron también en la defensa del reino ante la invasión francesa del otoño de 1512, empresa en la que los guipuzcoanos ganaron los cañones que figuraban en el escudo de la provincia hasta que el PNV decidió desfigurarlo, suprimiendo también la figura del rey. Y en la defensa de Pamplona se hallaba san Ignacio de Loyola cuando, en 1521, se produjo una nueva invasión francesa, que significó la conquista del castillo de Maya, que se recuperó entre el 13 y 19 de julio del año siguiente.
Si los nacionalistas han convertido el breve y poco sangriento asedio del castillo de Maya en una gesta épica es porque no han encontrado otra empresa mejor para sus propósitos. Y, desde luego, porque están acostumbrados desde la época de Sabino de Arana a sustituir los hechos que les faltan con textos producidos sin escrúpulos.