«Quien busca la verdad debe dudar, en lo posible, una vez en su vida de todas las cosas.» (Principios de Filosofía, Descartes)
René Descartes, filósofo y matemático francés considerado como el padre de la filosofía moderna, responde a un legado que dejó en la filosofía del siglo XVII la escuela griega del escepticismo, cuyos postulados sobre la imposibilidad de todo conocimiento estaban volviendo a debatirse en algunos círculos de Europa después de la maduración del pensamiento de la escolástica, tradición que recibió y rechazó. Esta inquietud le surge además en el contexto del naciente pensamiento científico moderno, con su eje en las matemáticas, de donde aparece la necesidad de resolver si es posible o no obtener conocimiento de las cosas.
Pretendió librarse por medio de la duda radical de aquellas ideas preconcebidas que lo alejasen de una visión clara de la verdad. Para ello, propuso que todas las cosas de las que se duden debe ser tomadas provisionalmente como falsas, para ver si después sobrevive algo que sea indudable, alguna verdad irrefutable, que permitiera al pensador salir del abismo en que la escuela escéptica dejó al pensamiento.
En su escrito Meditaciones metafísicas sostiene, sin embargo, que no es necesario probar la falsedad de todas sus opiniones, lo que es una tarea demasiado larga, por haber acumulado cuantiosas cantidades de creencias durante su vida. En su lugar atacará directamente a los principios de las mismas, para no debatirse sin necesidad en cuestiones particulares, sino en ir a las raíces del conocimiento mismo.
La duda sobre lo que nos muestran los sentidos
En primer lugar Descartes pondrá en duda lo más inmediato de lo que se supone obtenemos la verdad de las cosas: los sentidos, o sea, lo que vemos, tocamos y oímos. Dirá al respecto de ellos que nos engañan de vez en cuando y que es prudente no confiar nunca en aquello que nos ha engañado aunque solo haya sido por una sola vez. Con lo que los tomará como dudosos instrumentos para la obtención de conocimiento. Pone de testimonio lo engañosas que son las percepciones sobre lo lejano, como ocurre en el caso de una torre que al verla uno de lejos le parece redondeada, pero al acercarse se percata de que es cuadrada. Otro ejemplo que se puede dar es el caso de la refracción, que sucede como un efecto de la óptica cuando por ejemplo una cuchara, al estar sumergida en un vaso con agua, aparenta estar doblada o quebrada, pero al sacarla se ve claramente que no lo está. Estas son experiencias cotidianas en que cualquiera puede constatar el engaño al que a veces nos someten los sentidos.
Estos, sin embargo, son casos particulares en que la percepción nos engaña, pero el filósofo quiere ver si los sentidos resisten a toda prueba de ponerlos en duda, y para tal fin es que recurre a un nuevo argumento.
El argumento del sueño
El argumento del sueño será una forma radical de poner en cuestión la veracidad de lo sensible. Se plantea brevemente en el hecho de que estar despierto no se distingue con indicio seguro del estar dormido. Descartes reflexiona sobre cuántas veces los sueños le han hecho creer las cosas menos creíbles, como las que piensan los locos que se creen reyes o calabazas, así como también creer que vive las cosas más triviales, como que lleva un traje y que está sentado junto al fuego, cuando en realidad está echado en su cama. Aunque en el estado de vigilia percibimos las cosas con más claridad, eso no lo aleja a ciencia cierta del engaño del estado en que estamos cuando soñamos dormidos.
Los errores ya mencionados en los casos de lejanía o refracción, en donde una reflexión más minuiciosa sobre las circunstancias de observación podría hacer aparecer dudas en ese momento en particular, pero no en otros, se diferencia de la duda considerada en el sueño en que esta puede ser generalizada a todos los casos de percepciones sensitivas. De cualquier cosa que se perciba, se puede estar soñando que se la percibe. Y dado que los sueños se experimentan como totalmente convincentes el hecho de que estemos y continuemos totalmente convencidos de que la presente no es una situación en la que estemos soñando no contribuye para nada a la certeza de que no sea una de esas situaciones. Cualquier situación podría ser una mera ilusión. De esto se deduce la posibilidad de que el mundo exterior pueda no existir en ninguna forma, si todas las percepciones no fueran más que las distintas partes de un sueño.
Las matemáticas también se ponen en duda: la aparición del genio maligno
Siguiendo con lo anterior, el filósofo nos dice en sus Meditaciones:
Pues bien: soñemos, y que no sean, por tanto, verdaderos esos actos particulares; como por ejemplo, que abrimos los ojos, que extendemos las manos, pensemos que quizás no tenemos tales manos ni tal cuerpo. […] De la misma manera, aunque estos órganos generales (los ojos, la cabeza, las manos, etc.) puedan ser imaginarios, se habrá de reconocer al menos otros verdaderos más simples y universales de los cuales como de colores verdaderos son creadas esas imágenes de las cosas que existen en nuestro conocimiento, ya sean falsas, ya sean verdaderas.
Estos “órganos” más simples de los que habla son los que nos permiten abstraer la extensión de los cuerpos, sus figuras y su número, esto es el “órgano intelectual” de la aritmética y la geometría disciplinas que poseen algo cierto e indudable. Dos más dos siempre da cuatro, más allá de que estos números existan en el mundo exterior o no. Y esto debido a que ya esté despierto o soñando, las proposiciones matemáticas siempre serán verdaderas. Mientras que las disciplinas que dependen de las cosas compuestas y sensibles, como la física, la astronomía y la medicina, serían ciertamente dudosas.
A partir de aquí Descartes intentará ver si pueden las matemáticas (que engloban a la aritmética y a la geometría) ser puestas o no en duda, buscando si existe algún escenario, por más exagerado e increíble que sea, en el cual las matemáticas podrían ser dudosas y falsas, donde dos más dos pudiera dar cinco, mientras nosotros creyéramos que dan cuatro. Esa situación hiperbólica la presentará bajo la suposición de la existencia de un genio maligno, una especie de antítesis de Dios, de extremado poder, que pone todo su empeño en hacer errar al hombre cuando este intenta conocer o emitir un juicio sobre algo. Un agente que actúa a propósito y de forma sistemática con la intención de frustrar la investigación humana y su deseo de verdad.
En esta suposición todo el mundo externo y sus mediciones por medio de las matemáticas no serían más que engaños de este genio. Siguiendo el método de la duda no nos quedaría aquí más opción que dudar de todo. Es en este escenario extremo donde el filósofo tiene la oportunidad de demostrar la posibilidad o no del conocimiento, es aquí donde si hay algo que sobreviva a esta duda total, algo que no pueda ser considerado de ninguna forma como falso, sería ese algo lo que daría lugar a la primera o primeras certezas, desde las cuales se pueda por deducción, inferir el resto del conocimiento y salir de ese horrible estado supuesto de absoluta e inevitable ignorancia.
Llega la primera certeza
Descartes ya simuló la situación en que todo lo que creía era falso. Todo el mundo externo y la posibilidad de acceder a él, ha de ser tomado ahora provisioriamente como falso, dado que es dudoso, y poco fiable para buscar la verdad. Lo último que le queda es preguntarse si él mismo, en tanto que sujeto pensante es algo o no es nada, ya que ha negado que exista su cuerpo, como cosa sensible.
Será en esta pregunta en torno a su existencia que se manifestará el punto de inflexión. Se dará cuenta de que su inexistencia es imposible, que él tiene que existir si se ha percatado de algo, en este caso de que duda de todas las cosas. Y a pesar de que haya un ser engañador, sumamente poderoso, sumamente listo, que lo hace errar siempre a propósito, él, René Descartes, el que está pensando en ese momento, existe. Debe existir para ser engañado, y no podrá nunca conseguir que no exista mientras piense que es algo. Siempre que se dice “yo soy, yo existo”, es necesariamente una proposición verdadera, una verdad irrefutable, la primera certeza a la que se ha llegado.
¿Por cuánto tiempo existe o existirá? La respuesta será que existirá en tanto que piensa, pues podría suceder, que si dejase de pensar, dejase de existir en absoluto. El pensamiento y la existencia no son rasgos necesarios del universo. Podría tranquilamente no haber existencia.
Se pregunta entonces, si él existe ¿qué es? Ha considerado antes que era un hombre, pero como un hombre se define según la tradición aristotélica como un animal racional, tendría que investigar ahora qué es “animal” y qué es “racional”, y pasaría de un tema simple a dos cuestiones complejas lo cual no es su objetivo. También pensó que era un cuerpo, con cara, brazos y todo un mecanismo de miembros, y que además se alimentaba, sentía y pensaba, todo lo cual atribuía a un alma, que la imaginaba como un viento, un fuego, o un aire que estaba diseminado por sus parte, considerando al alma como un cuerpo también, como algo material. Pero ahora que supone la existencia de un engañador maligno omnipotente no puede sostener que tenga algo corpóreo, la experiencia de todo aquello bien podría ser una mentira de ese engañador. Y considerarse a sí mismo como una cosa que siente tampoco puede, porque para sentir se necesita el cuerpo, y además muchas veces se sienten en sueños cosas que luego ha advertido no sentir en realidad.
¿Podrá entonces, habiendo descartado lo anterior, concebirse a sí mismo como una cosa que piensa? Aquí es donde llega a una base firme. El pensamiento existe. Si se duda, aunque sea de todo, se está pensando en algo. Dudar es una manifestación del pensamiento. Y como no puede poner en cuestión el hecho de que siempre piensa, existirá en tanto que es una cosa que piensa. ¿Qué significa ser una cosa que piensa? Significa ser una cosa que duda, que conoce, que afirma, que niega, que quiere, que rechaza, que imagina y que siente.
Sí, es una cosa que imagina y siente, aunque nada de lo imaginado y sentido fuera cierto, porque las cualidades de imaginar y sentir están en el pensar. Por más que lo que ve sea falso, que no exista en un mundo exterior, es verdadero el hecho de que ve, en tanto que referido a su pensamiento.
Con estás aseveraciones Descartes considera resuelto en primera instancia el vacío de certezas heredado por los escépticos griegos. Ya hay una base firme para adquirir y deducir otros conocimientos. Marca así un hito en la historia de la filosofía, generando una nueva perspectiva en lo que respecta al modo de adquirir conocimiento sobre lo verdadero. En contraste con las teorías anteriores en las que el mundo externo, ya sea un mundo de ideas (Platón) o un mundo material, constituía la fuente o no de certezas, ahora Descartes ha puesto al sujeto racional y al contenido de su mente en ese preciado lugar, produciendo un giro radical en la teoría del conocimiento y dando comienzo al pensamiento moderno. En el resto de su obra y a partir de esta base indagará sobre la necesidad de la existencia de Dios y del mundo externo.
Bibliografía
Descartes, R. (1999). Meditaciones metafísicas. Ediciones Folio.
Descartes, R. (1995). Principios de filosofía. Alianza editorial.
Williams, B. (1996). Descartes: el proyecto de la investigación. Cátedra.