Cuando Vladímir Putin fue investido como presidente, aseguró que «Rusia debe ser líder y centro de atracción del continente eurasiático». El 24 de mayo de 2009, Putin visitó el cementerio Sretenski, en Moscú, y depositó ramos de rosas rojas en las tumbas de varios personajes del ámbito cultural y militar ruso. Putin se arrodilló ante la tumba del general del ejército zarista (luego del ejército Blanco) Antón Ivánovich Denikin, la del filósofo exiliado tras la revolución rusa, Iván Ilyin, y la del escritor eslavófilo Aleksander Solzhenitsyn.
Influencias de Putin
Si los expertos y políticos occidentales hubieran prestado atención a las señales que mandaba Putin, la invasión de Putin no les hubiera tomado por sorpresa, todo estaba planificado con muchos años de anticipación. Decir que Putin es un pobre loquito, rebaja a quien lo dice, y rebaja también a la política al nivel de la psiquiatría.
Putin, previamente, se había encargado de trasladar los restos de Antón Denikin de los Estados Unidos e Iván Ilyin, de Suiza, a Moscú, bajo la supervisión del archimandrita Tijón Shevkúnov, el padre superior del monasterio Sretenski y el líder del ala más conservadora, nacionalista y monárquica de la Iglesia ortodoxa rusa y el confesor del presidente ruso.
El obispo Shevkúnov, no solo es su confesor religioso, sino que es una suerte de confidente, le da consejos. A finales de 1999, antes de llegar al Kremlin, Putin llegó a las puertas del monasterio de Shevkúnov en Moscú. Desde entonces se los ve juntos en público, en viajes por el país y en el exterior. Shevkúnov, dirigió una comisión de la Iglesia ortodoxa rusa que investigaba la ejecución de la familia Romanov por un pelotón de fusilamiento en 1918 en Ekaterimburgo.
En ese entonces, en una conferencia, dijo el obispo, que muchos miembros del organismo creen que el caso del zar Nicolás II se trató de un «asesinato ritual», un concepto que en el pasado se ha vinculado con la teoría de que el último zar ruso fue víctima de una conspiración judía. El periódico liberal ruso Novaya Gazeta, dijo: «Ahora sabemos que el hombre al que se refieren como el sacerdote personal de nuestro presidente es un flagrante antisemita». Luego de las desafortunadas declaraciones antisemitas de Lavrov, ya sabemos por dónde vienen los tiros.
Antón Ivánovich Denikin (1872-1947)
Antón Ivánovich Denikin, nacido en Wloclawek, Zarato de Polonia, entonces Imperio ruso, y falleció en Ann Arbor, Estados Unidos, el 8 de agosto de 1947. Fue un militar ruso, quien tuvo una brillante actuación durante la Primera Guerra Mundial, y con el advenimiento de los bolcheviques, fue uno de los principales jefes del movimiento contrarrevolucionario durante la guerra civil rusa, el «Movimiento Blanco» (rusos blancos).
Fue criado en Polonia, donde nació y aprendió polaco, y concurría ocasionalmente a misa católica, por influencia de su madre polaca, la cual era de esta confesión cristiana. Pero fue más fuerte la influencia de su padre ortodoxo y nacionalista ruso, rechazó la independencia de Polonia y durante su juventud se sintió marginado por ser ruso entre polacos.
Su rechazo a los nacionalismos periféricos del Imperio, compartido con gran parte de los dirigentes del movimiento blanco durante la guerra civil rusa, tuvo notable importancia al perder este el respaldo de aquellos. Antón Denikin se destacó entre todos por su firme oposición a los separatismos, manteniendo el lema de una «Rusia Grande, Unida e Indivisible».
Luego de la derrota ante el ejército rojo, se fue a Londres por un breve tiempo, después a Hungría, por cuestiones económicas, luego seguiría a Francia, de 1926 a 1945. En 1939, durante la Segunda Guerra Mundial, hizo un llamamiento a los emigrados rusos para no apoyar una posible agresión alemana a la Unión Soviética. Desde 1945 vivió en Estados Unidos.
Antón Denikin escribió varios libros: «La Confusión Rusa» (5 volúmenes), «El Viejo Ejército», «Memorias de un Oficial Zarista», «1872-1916» y «El Camino de un Oficial Ruso» (publicado póstumamente en 1953). El 3 de octubre de 2005, de acuerdo a los deseos de su hija y con la autorización de Putin, los restos del general Antón Denikin fueron trasladados a Rusia y sepultados inicialmente en el Monasterio Donskói, en Moscú.
Ante la tumba del general Antón Denikin, Putin recordó las palabras de este general que avisó sobre el posible desmembramiento de «la gran Rusia», y de la pérdida de «la pequeña Rusia», o sea Ucrania, calificando esa pérdida de «criminal».
Iván Aleksándrovich Ilyin (1883-1954)
También las rosas sobre la tumba de Iván Aleksándrovich Ilyin, a quien Putin suele citar en sus discursos, fue significativo. Iván Ilyin, fue el ideólogo del nacionalismo contrarrevolucionario de Rusia en el siglo XX. La recuperación de la figura de Ilyin fue en el contexto de organización de la idea imperial euroasiática. En lo que muchos creen, en el marco del enfrentamiento geopolítico con el Occidente (erróneamente), en el territorio del antiguo Imperio zarista y del Imperio soviético.
Putin recurre a Ilyin para justificar la dirección en la que estaba llevando al país. Las obras del filósofo justifican la actitud autoritaria del poder, la limitación de la libertad, en contra de los criterios que tienen los occidentales sobre las libertades. Es decir, que Iván Ilyin, se vuelve en el legitimador de la entrega del poder sin oposición al nuevo zar bizantino, Vladimir Putin. La unión de los sectores nacionalistas, que según Monika Zgustova: «donde la Iglesia, los medios de comunicación y los partidos políticos se pueden tolerar siempre y cuando demuestren lealtad».
Iván Aleksándrovich Ilyin, nació el 28 de marzo de 1883 en Moscú. Provenía de una familia de origen aristocrático, heredero de la primigenia dinastía ruríkida en la región de Riazán. La dinastía Ruríkida o Rúrika, fue una dinastía reinante en la Rus de Kiev desde el 862, en los principados sucesores de este: el Principado de Kiev, de Hálych-Volynia (desde 1199), Vladimir-Súzdal, Moscú (desde 1168), y el Principado de Moscú en sus primeros tiempos.
Se graduó en la facultad de Derecho, en ese entonces se mantenía unido a los principios monárquico-liberales de su primera formación, creyó ingenuamente que había una oportunidad de reformar el país, durante la revolución de febrero de 1917, con el político Kerensky, y los Kadetes conservadores, pero la Revolución de Octubre eliminó todas las facciones reformistas, también a los mencheviques, por orden de Trotski. A pesar del triunfo de los bolcheviques se quedó en Rusia.
Pero su pasado aristocrático no lo dejaría en paz, ingresó a la cárcel muchas veces, en 1922 fue expulsado del país, junto a más de 160 intelectuales y profesores, en la llamada «Nave de los filósofos» exiliados, como Abrikosov, Berdyaev, Brutskus, Frank, Kagan, Karsavin, Lossky, Sorokin o Stepun, todo por orden de Vladimir Ilich Ulianov, alias Lenin. Ilyin se exilió en Berlín en donde trabajó como profesor de ruso hasta 1934.
Se convirtió en un referente doctrinal de los contrarrevolucionarios rusos, en el ideólogo del movimiento monárquico del exilio (ROVS), pero no tuvo éxito y fue perseguido por los gobiernos totalitarios ruso y alemán. El nuevo gobierno nacionalsocialista alemán, en 1934, lo expulsó del Instituto y fue puesto bajo vigilancia de la Gestapo. Con la ayuda de Sergei Rachmaninoff, pudo salir rumbo a Suiza, en 1938, previo paso por Ginebra, terminó residiendo en Zúrich, lugar donde escribió sus principales obras y falleció.
En su ensayo «Nacionalsocialismo: el espíritu nuevo», de 1933, disculpaba a Hitler alegando que se erigía como una fortaleza contra el comunismo soviético; en su artículo «Acerca del fascismo», de 1948, escribió que «el fascismo, que surgió como una concentración de las fuerzas conservadoras, fue un fenómeno saludable durante el avance del caos izquierdista»; en el mismo ensayo lamentaba los «errores» del fascismo tales como la eliminación del juego de todos los adversarios: según Ilyin, la Iglesia, los medios de comunicación y los partidos políticos se pueden tolerar «siempre y cuando demuestren lealtad».
Ilyin siempre se quejaba de que los occidentales no entendían, que no llegaban a comprender, lo que él llamaba, el «alma rusa», un alma que contenía la resistencia, y que además recordaba la misión reservada a Rusia y proclamaba el martirio. Una idea realmente metafísica. Ilyin decía que la razón primera nacía del idioma, los alemanes que conquistaron y germanizaron a los eslavos occidentales, como Austria, Bohemia y el norte de los Balcanes, y por otro los turcos, que dominaron a los eslavos del sur, convirtieron a la lengua eslava en «extranjera y difícil» para Occidente.
La segunda razón se encontraba en la religión. La religión ortodoxa era desconocida para una Europa que había heredado el latín de la Iglesia católica, pero ajena a los rusos, a su carácter nacional adoptado de la tradición griega. Y, por último, Occidente no comprendía la contemplación eslavo-rusa del mundo, de la naturaleza, del hombre y de su alma. Para Ilyin, este «alma rusa» siempre sería diferente a la occidental, nacida de Roma. El ruso «se impulsaba por su corazón y la imaginación» y sólo después por la voluntad y la razón, dogmas en Occidente.
El operativo retorno, fue orquestada por el cineasta Nikita Mikhalkov, hijo del autor del himno de la Unión Soviética, el jurista Vladimir Ustinov, el escritor Alexander Solzhenitsyn, Nikolái Poltoratzky, y el Ministerio de cultura ruso, se encargó con el Fondo de cultura rusa de sus manuscritos escritos en Suiza, que habían sido recopilados desde 1966 en la Universidad de Michigan por Poltoratzky. El fondo recoge la biblioteca personal de Ilyin con más de 630 títulos, entre libros, folletos y revistas, la mayoría escritos en su exilio suizo. En 2005, se reeditaron sus obras en Rusia en veintitrés volúmenes.
Otras influencias
Todos los homenajeados fueron eslavófilos, lo mismo que los eslavófilos que fueron pilares de la cultura rusa, podemos citar entre ellos a Soloviov, autor predilecto de Putin, el escritor Fiodor Dostoievski y el poeta Tiútchev. Esta corriente ideológica veía en Rusia a una civilización superior con una misión importante asignada. Rusia tenía un papel excepcional, un camino único distinto, más espiritual y moral, enfrentado al racional y pragmático de Occidente.
«Es inútil intentar comprender o medir a Rusia: su esencia única solo permite que profesemos fe en ella», decía un fragmento del poema de Fiódor Tiútchev, que medía a Rusia como una divinidad y no por su población, o por su PIB. Putin esencialmente mantiene ese discurso moralizante y de grandeza, propio del pensamiento eslavófilo.
La Iglesia ortodoxa cumple un papel primordial en la idea imperial rusa, es consubstancial al Estado, no puede estar separado de ella. Lo contrario sucede con la Iglesia católica, que al ser un Estado propio (el Vaticano) no está atado al resto de Estados, por tanto, es inútil que el papa Francisco hable con el patriarca ortodoxo, es tiempo perdido. La invasión rusa a Ucrania tiene la bendición de la Iglesia ortodoxa. En el mismo corazón del Kremlin, Putin, ha levantado un edificio para dicha confesión.
La Rusia actual se ha munido de pensadores partidarios de la autocracia, militares zaristas, todo indica que en este componente imperial putinesco, caben distintos imperios: el zarista, con sus militares patriotas, la Iglesia ortodoxa rusa, y el imperio soviético aportando su modelo estalinista de terror, de persecución y sometimiento de los ciudadanos.
En el año 2000, cuando asumió el gobierno de Rusia, Putin habló de «recuperar el orgullo ruso, que tiene que ver con la unidad de la nación rusa que nace en Kiev», y en diciembre de 2014, en su famoso mensaje anual del Estado, Putin citó a Iván Ilyin, como uno de los principales teóricos para el tiempo actual, el de las operaciones militares especiales. Traemos a este respecto, una cita:
‘El que ama a Rusia debe desear para ella la libertad; ante todo, la libertad para la propia Rusia, la independencia y la autonomía, la libertad para Rusia como unidad de los rusos y de todas las demás culturas nacionales; y, por último, la libertad para el pueblo ruso, la libertad para todos nosotros; la libertad de fe y de búsqueda de creatividad, trabajo y propiedad. Es este un gran significado y un buen mandato en el tiempo de hoy’.
Vuelta a los «tiempos de grandeza»
Recuperar el Imperio ruso, implica necesariamente incluir a Bielorrusia y Ucrania como componentes internos. Como suelen decir algunos que, San Petersburgo es la cabeza de Rusia, Moscú es el corazón y Kiev es la madre. Es decir, una gran Rusia que nace en Kiev (Kyiv) y no quiere interferencias de la OTAN, ni de la Unión Europea.
Los rusos desde el siglo XVI, se sintieron amenazados, y este sentimiento de amenaza continúa, eso es evidente con el temor del posible ingreso de Ucrania en la OTAN, es el mismo sentimiento que comparte el cardenal Bergoglio, Papa Francisco, cuando asume el discurso de Putin para justificar la invasión ¿se podía esperar otra cosa de Francisco?
Putin se comporta como un niño caprichoso y no quiere que los países vecinos tomen la decisión de ingresar a la OTAN. Putin en su discurso que pronunció el pasado 21 de febrero de 2022, anunció el reconocimiento oficial de las autodenominadas repúblicas de Donetsk y Lugansk. Después de exponer su visión de la historia nacional de Rusia, en la que las dos grandes figuras de la Revolución de Octubre, Lenin y Stalin, pasan a sentarse en el banquillo de los acusados y en calidad de traidores a la causa de la patria, señaló también a un tercer traidor -en este caso a la palabra dada-, los Estados Unidos.
Según Putin, Estados Unidos, más en concreto Bill Clinton, faltó a las garantías verbales que en su día había ofrecido al Kremlin a propósito de que la OTAN no se expandiría hacia el este tras la caída del Muro y la ulterior disolución del Pacto de Varsovia. «Todo acabó resultando exactamente lo contrario», sentenció Putin.
¿Es cierto que Estados Unidos prometió en 1990 a Rusia que en ningún caso las tropas de la OTAN se adentrarían más allá de los límites geográficos que en su momento habían señalado las fronteras del bloque soviético?
La importante revista alemana «Der Spiegel» (el espejo), en aras de la verdad le preguntó sin rodeos a Frank Elbe, el diplomático de la entonces Alemania Occidental que, en aquella época, finales de los ochenta, había ejercido como mano derecha de Hans-Dietrich Genscher, el titular de Exteriores del canciller Kohl.
¿Y qué dice el jubilado Frank Elbe de ochenta años que lo sabe todo al respecto? Pues dice que Putin tiene razón… a medias. En ese entonces, los alemanes estaban más interesados en su propia reunificación que en los intereses estratégicos de Estados Unidos en Europa. Se comprometieron a permanecer dentro de la OTAN tras absorber a la antigua República Democrática Alemana (RDA), pero partiendo del principio de que «pasase lo que pasase con el Pacto de Varsovia, no se produciría una ampliación del territorio de la OTAN hacia el este, es decir hacia las fronteras de la Unión Soviética [que todavía existía]».
Esa era la postura oficial alemana, que no la estadounidense, cuando Genscher se encontró en Washington con James Baker, entonces secretario de Estado, «radiante» a decir de Elbe, el norteamericano le habría transmitido que «la fórmula de no ampliar la OTAN le complacía y que se ocuparía de que la propuesta fuese aceptada en el seno de la alianza». «Aquella fue la única vez que vi a Genscher bebiendo vino», confiesa su colaborador.
Sería el mismo Genscher el encargado de trasladar la propuesta a los rusos, en concreto a Shevardnadze, el titular de Exteriores, que la aceptó de inmediato. Hasta ahí, la verdad de Putin. Pero no la ofrecieron los estadounidenses. En 1997, la misma OTAN y la Rusia presidida y arruinada por Yeltsin suscribirán, y de modo solemne, un acuerdo por el que el Kremlin «aceptó la ampliación oriental de la OTAN, y en contrapartida se le concedió el derecho ilimitado en el tiempo a ser consultado sobre las posibles nuevas incorporaciones a la alianza».
Es cierto que Washington, no tuvo la gentileza de pedir su opinión a Moscú, que la OTAN decidió olvidar a partir de 2004, cuando fueron admitidos los bálticos en su seno sin mayores protocolos.«No se entró en una situación crítica hasta que se les propuso la entrada a Georgia y a Ucrania», concluye el octogenario Elbe.
El poderío ruso siempre se manifestó como terrestre, factor decisivo en muchas batallas, como el ataque al kanato de Kazán, en 1551, hasta la guerra de Crimea de 1853. En todo ese tiempo los rusos entendieron que su poder consistía en llevar adelante una suerte de «realismo ofensivo», que le permitiera expandirse y contener los conflictos fronterizos.
Visión geopolítica de Rusia
Para decirlo de otra manera, se trata de un análisis netamente geopolítico, en el sentido de la geopolítica clásica, cuya concreción en la realidad fue el Lebensraum, que llevó adelante la Alemania nazi. Rusia al ser el país más grande del mundo mantiene fronteras muy inestables y una amenaza permanente, y esa supuesta superioridad del realismo ofensivo se vuelve una debilidad.
Entre los años 1989 y 1991, Mijaíl Gorbachov y la oficialidad rusa rechazaban la idea de una Alemania unificada, lo que querían era una Alemania dividida que asegurara las fronteras rusas. Es decir que Rusia vive presa de esa visión geopolítica, pendiente de lo geográfico, idéntico para la Rusia zarista, la soviética o para la euroasiática actual. Rusia debe vivir pendiente de las variables geopolíticas. De igual manera invade Ucrania preso de conceptos militares superados, no entiende que la visión geopolítica ha pasado a escalones menores.
Es desde esta realidad donde se debe juzgar políticamente a Putin, desde ese fatalismo geográfico. Y Ucrania significa, precisamente, «frontera». Bielorrusia, Georgia y Ucrania constituyen una «zona roja» en materia geopolítica para Rusia. El apoyo otorgado a Ucrania por la OTAN, es una manera de advertirle a Rusia que sus intenciones expansionistas y de debilitar Occidente, tiene consecuencias sobre su «zona roja». A su vez, el posible ingreso de Ucrania a la OTAN, que de facto ya lo es, aunque no de iure, es una forma de bloquear la influencia que los rusos estaban implantando en Europa, y en especial en Alemania, con el gasoducto Nord Stream 2.
Esa idea del eurasianismo, también tuvo su influencia en el mundo anglosajón, visto desde esa perspectiva, de la geopolítica clásica, la teoría del «Heartland» y la relevancia del pivote continental (territorio identificado como la Rusia asiática desde el Ártico hasta Asia Central), para el dominio mundial aparece en 1904, con Halford J. Mackinder, tratado ampliamente en un artículo de Ricardo Veisaga titulado «Que es la geopolítica».
El eurasianismo fue un producto de los emigrados rusos, que fueron expulsados de su patria, y que sintieron de parte de Occidente una traición, al abandonar a Rusia en manos de los bolcheviques entre 1917 y 1921. Pero que aún mantenían una esperanza de un futuro para ellos en su propia patria, con una cultura común y única, «turania» ubicada en la estepa asiática.
No en vano el lema del grupo fue: «Éxodo hacia Oriente», una recopilación de diez ensayos publicados en Sofía en 1921 y en la que preconizaban la destrucción de Occidente y el auge de una nueva civilización encabezada por Rusia o Eurasia. Estas ideas fueron acogidas por la emigración rusa en las décadas de 1920 y 1930, cuando despertaron esperanzas de reaparecer en el mapa desde el lado asiático.
Lo miso sucedería luego del derrumbe del Imperio soviético, cuando no veían claro el lugar de Rusia en Europa. Muchos lideres europeos creyeron erróneamente que la Rusia librada del comunismo, podría integrarse a Europa en una democracia capitalista, con los valores liberales propios de Europa, pero las razones históricas y culturales demostraron que estaban equivocados.
Si se puede hablar de un ortograma proléptico ruso, se podría decir que ese ortograma contempla el renacimiento del imperio ruso con una misión providencial y salvífica, y ese ortograma está muy lejos de la visión armonista, buenista y progre de Europa y de muchos lideres occidentales. Al igual que el ingenuo de Bush jr., que vio en la mirada de Putin, un hombre bueno y puro, muchos esperaron un Pedro el Grande y se encontraron con Iván el Terrible.
Pero Putin admira a Nicolás I por enfrentarse a toda Europa en la defensa de los intereses rusos. Por algo, por orden suya, un retrato del zar Nicolás I cuelga en la antesala del despacho presidencial en el Kremlin.
Bibliografía:
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Blok Aleksander. Escitas. Poema lírico de 1915.
Russia Beyond.
Gumilev Lev N. Obras históricas y filosóficas del príncipe N. S. Trubetskói.
Dugin Aleksander. The foundations of geopolitics: the geopolitical future of Russia.
Dimitri Trenin. The end of Eurasia. Carnegie endowment for int’l peace. (2002)
Foto de portada de Fuente: Larepublica.ec