Pocas épocas han ejercido una influencia tan perdurable y profunda como la Ilustración. Este movimiento intelectual, que tuvo su apogeo durante el siglo XVIII, no solo redefinió los contornos del conocimiento y la filosofía en Europa, sino que también sentó las bases ideológicas de las revoluciones más significativas de los tiempos modernos.
En octubre de 1793, María Antonieta, la Reina de Francia caída en desgracia, fue decapitada para mayor deleite de las turbas violentas y enajenadas de Francia. Para entonces, el estadista y orador irlandés Edmund Burke (1729-1797) se había convertido en un crítico abierto del actual reinado de terror de los revolucionarios. En sus Reflexiones sobre la Revolución en Francia (1970) había criticado la precipitación y la crueldad de la Revolución Francesa, influenciada por las ideas ilustradas, sugiriendo que todo aquello encaminó a los franceses a una era de despotismo y caos: Por eso en 1793 Burke lamentaba la muerte de María Antonieta:
«Hace ya dieciséis o diecisiete años que vi a la Reina de Francia, en Versalles, cuando era todavía Delfina. Sin duda, nunca había descendido a este mundo – que ella apenas parecía tocar – una visión más deliciosa. La vi precisamente despuntar en el horizonte, adornando y animando la elevada esfera en la cual comenzaba a moverse, centellando como la estrella matutina, llena de vida, esplendor y alegría.
¡Oh, qué revolución! ¡Y qué corazón necesitaría tener yo para contemplar sin emoción tal ascensión y tal caída! Mal podía soñar —cuando ella añadía motivos de veneración a mi entusiasmado, distante y respetuoso amor— que se vería obligada a mostrar el agudo antídoto contra la calamidad que llevaba escondido en su seno; mal podía imaginarme que habría de vivir para ver caer semejantes desgracias sobre ella en una nación de hombres galantes, en una nación de hombres de honor y de caballeros. Yo pensaba que cien espadas habrían de saltar de sus vainas para vengar, aunque fuera una mirada que amenazara insultarle.
Pero la época de la caballería ha pasado ya. Le ha sucedido la de los sofistas, economistas y calculistas; y la gloria de Europa se ha extinguido para siempre. Nunca, nunca más, veremos aquella generosa lealtad al rango y al sexo débil, aquella ufana sumisión, aquella obediencia dignificada, aquella subordinación del corazón, que mantenía vivo, incluso dentro de la propia servidumbre, el espíritu de una exaltada libertad. ¡La inapreciable gracia de la vida, la pronta defensa de las naciones, el cultivo de sentimientos varoniles y de empresas heroicas han desaparecido! Han desaparecido aquella sensibilidad de los principios, aquella castidad del honor que sentía una deshonra como si fuera una herida, que inspiraba coraje al mismo tiempo que mitigaba la ferocidad, que ennoblecía todo lo que tocaba, y bajo la cual el propio vicio, al perder todo su aspecto grosero, perdía la mitad de su maldad».
Nos cuentan los manuales de texto que la Ilustración emergió como un faro de pensamiento crítico y racionalidad, desafiando las estructuras tradicionales y promoviendo ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Filósofos como Voltaire, Rousseau y Kant, entre otros, cuestionaron las prerrogativas regias y la intervención divina en los asuntos del estado, proponiendo en su lugar una sociedad fundamentada en la razón y el contrato social. El impacto de estas ideas fue particularmente palpable en dos eventos cruciales de finales del siglo XVIII: la Revolución Francesa y la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Ambos movimientos, aunque distintos en contexto y escala, compartieron un denominador común en su lucha por derrocar un orden antiguo y establecer gobiernos basados en los principios de representación y derechos individuales.
En Francia, la chispa de la Ilustración incendió las demandas populares contra un régimen monárquico opresivo. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 es un testimonio elocuente de este espíritu ilustrado, encapsulando demandas de justicia y equidad que resonaban con los escritos de Rousseau y Montesquieu. Esta declaración no solo proclamó la igualdad legal de todos los hombres, sino que también afirmó la soberanía de la nación sobre la autoridad divina y hereditaria. De un modo parecido obraron al otro lado del Atlántico los fundadores de los Estados Unidos, inspirándose igualmente en los ideales ilustrados. Figuras como Thomas Jefferson y Benjamin Franklin, imbuidos de las enseñanzas de Locke y Paine, vieron en la independencia una oportunidad para experimentar con un gobierno republicano y democrático, una novedad radical en una era dominada por monarquías absolutas.
Hoy, a más de dos siglos de distancia, el legado de la Ilustración sigue siendo una piedra angular en la arquitectura política del mundo moderno. Las repúblicas democráticas, el estado de derecho y los sistemas de justicia basados en principios universales son, en gran medida, productos de aquel periodo lleno de idealismo. No obstante, la herencia de la Ilustración también nos invita a una reflexión crítica sobre sus limitaciones y contradicciones. Mientras recordamos las contribuciones de la Ilustración en la construcción de sociedades más libres y justas, también debemos ser conscientes de las sombras que estos luminosos ideales proyectaron. Y es que la Ilustración no estuvo exenta de contradicciones profundas y a menudo problemáticas. Algunas de estas contradicciones incluyen:
1. El Despotismo Ilustrado: Si bien la Ilustración promovió ideales de libertad y autogobierno, paradójicamente, también facilitó la emergencia del «despotismo ilustrado». Monarcas como Federico el Grande de Prusia, Catalina la Grande de Rusia y Carlos III de España adoptaron reformas inspiradas en la Ilustración no para empoderar a sus súbditos, sino para centralizar y fortalecer su propio poder. Estos «déspotas ilustrados» adoptaron políticas de modernización y racionalización que, aunque progresistas en algunos aspectos, mantuvieron rígidas estructuras autoritarias que limitaban la participación ciudadana. en su impulso por la igualdad y la eliminación de privilegios, la Revolución preparó el camino para nuevas formas de despotismo. Al derribar las estructuras tradicionales y los niveles de autoridad, la Revolución no logró establecer una verdadera libertad, sino que facilitó la emergencia de un poder central más autoritario y menos restringido por cualquier contrapeso. La eliminación de las instituciones intermedias, como los gremios y las corporaciones locales, dejó a los ciudadanos individualmente enfrentados a un Estado todopoderoso.
2. La Revolución Francesa y el Terror: figuras como Maximilien Robespierre, que originalmente abogaron por principios ilustrados de justicia y derechos humanos, terminaron presidiendo un régimen de terror. Bajo la guillotina y los tribunales revolucionarios, la Revolución Francesa devoró a muchos de sus propios líderes y simpatizantes, revelando una paradoja crítica de la Ilustración: la razón y el idealismo podían convertirse en instrumentos de violencia masiva y represión cuando eran manipulados por agendas políticas radicales.
3. Exclusión de Mujeres y Minorías: Aunque la Ilustración hablaba universalmente de derechos y libertades, en la práctica, estos derechos a menudo estaban muy limitados. Mujeres, esclavos y otras minorías quedaron marginados dentro del nuevo orden ilustrado. Si bien la esclavitud fue abolida por primera vez en Francia durante la Revolución Francesa, en 1794, Napoleón Bonaparte (que a menudo se envolvió en los ideales de la Revolución) restableció la esclavitud en 1802. Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) es conocido como uno de los filósofos más importantes de la Ilustración y el más admirado por los jacobinos franceses (para el sanguinario Robespierre era “el modelo de la perfección” y “el maestro de la humanidad”). Rousseau llevó una vida muy poco virtuosa, y fue descrito por sus contemporáneos como vanidoso, egoísta, irracional, mentiroso y mala persona. El filósofo, entre sus muchas contradicciones, todavía concebía el rol de la mujer dentro de confines domésticos y subordinados, una clara contradicción con el ideal de igualdad universal.
4. Justificaciones del Imperialismo: Los ideales ilustrados también concibieron las Guerras Napoleónicas y se usaron para justificar el imperialismo europeo, argumentando que las potencias europeas tenían la obligación de «civilizar» a pueblos considerados inferiores. Esta concepción se basaba en una percepción de superioridad cultural que contradecía abiertamente la noción ilustrada de igualdad humana fundamental.
5. La Tensión entre Razón y Tradición: Los ilustrados promovieron la razón como la principal guía para la reforma social y política, pero este énfasis en la razón a menudo despreciaba y desplazaba las tradiciones culturales y espirituales que moldeaban las identidades colectivas. Esto generó conflictos y resistencias que cuestionaban si el ambicioso racionalismo ilustrado podía realmente abarcar toda la complejidad de la experiencia humana.
Alexis de Tocqueville, un destacado pensador y político francés del siglo XIX, argumentó que, a pesar de sus pretensiones de radical ruptura con el pasado, los ideales ilustrados aplicados durante la Revolución Francesa en realidad intensificaron muchas tendencias administrativas y políticas que habían comenzado bajo el Antiguo Régimen. Por ejemplo, la centralización del poder había sido una característica del gobierno francés mucho antes de 1789, y la Revolución simplemente llevó esta centralización a nuevas cotas.
Antes de que te vayas…