¿Qué es un imperio? El retorno de los imperios

A ningún imperio le debe agradar perder su lugar, su potencia imperial, a todos les sucede lo mismo. Sin embargo, no todos reaccionan de la misma manera. Algunos suelen morder el polvo de la derrota y aceptar la nueva realidad, otros no quieren enterarse que ya no son imperios y quieren seguir recibiendo el mismo tratamiento como si nada hubiese pasado.

Retrato de la reina Victoria de Inglaterra

El devenir de los imperios

El Imperio romano, camino a su fin, primero se dividió entre Flavio Arcadio y Flavio Honorio Augusto. Arcadio, nació en Hispania, durante el exilio temporal de su padre Teodosio I, antes de subir al trono. Fue emperador romano de Oriente entre los años 395 y 408 d.C., año de su muerte. Según algunos historiadores se le considera el primer emperador del Imperio bizantino, denominación actual de la división de la mitad oriental del Imperio romano, en el siglo IV.

Flavio Honorio Augusto nació en Constantinopla en el 384 y falleció en Rávena en el 423. Era el hijo menor de Teodosio I y nombrado emperador del Imperio romano de Occidente en el 395, a la edad de 10 años, y gobernó hasta su muerte. Cuando Honorio murió, el imperio estaba al borde del derrumbe debido a los problemas internos y los constantes ataques desde el exterior. Si sumamos a esos factores la debilidad y timidez del emperador, todo ello contribuyó a la desintegración de la mitad del imperio.

División del Imperio romano en el 395 d.C.

Cuando el Imperio romano de Occidente fue repartida entre tribus godas, lo que quedaba se refugió en Bizancio, «la nueva Roma», hasta que los otomanos acabaron con ella. Esa tensión que se vivió en esos tiempos se sigue suscitando hasta nuestros días en el plano religioso, entre cristianos católicos y cristianos ortodoxos. El Imperio otomano quiso abarcar más de lo que podía y terminó debilitándose en guerras constantes. Su epitafio fue puesto por la Gran Guerra, la Primera Guerra Mundial, y la revolución de Mustafá Kemal Atatürk.

El Imperio español, sufrió una devastadora caída con la independencia de las nuevas naciones, producto de la Guerra Civil en Hispanoamérica, causada básicamente por la dialéctica de imperios, el británico, el francés, en principio. Estados Unidos terminó de hundir lo que quedaba del imperio con la guerra de Cuba y Filipinas de 1898.

Mapa diacrónico del Imperio español

La Francia napoleónica se acabó en Waterloo, y tuvo la suerte de ser tratado con generosidad en el Congreso de Viena de 1815. Durante el siglo XIX, pudo desplazar su imperialismo en dirección a África y el sureste asiático. Pero Francia finalmente tuvo que aceptar la independencia de Argelia y del resto de territorios.

El Imperio británico llegó a su fin tras la Segunda Guerra Mundial, cuando su ex colonia, los Estados Unidos, decidieron acabar con las que tenía. Gran Bretaña tuvo entonces que desprenderse de Indostán, la joya de la corona, y después de la contienda mundial, a pagar las deudas de guerra entre otros asuntos. El puntapié final ocurrió con la guerra de Suez en 1956, cuando Estados Unidos dio un fuerte golpe en la mesa, acabando con las pretensiones británicas y francesas.

Mapa del Imperio británico hacia 1921

Los prusianos envalentonados en 1870 se metieron en graves problemas en 1914, y fueron humillados en Versalles en 1919. Las consecuencias de esa penosa situación fueron la República de Weimar y la aparición del nazismo, el final de la historia ya la conocemos. A Japón, el imperio del Sol Naciente, le pasó algo parecido, tras las barbaridades cometidas en Corea, China y el sureste asiático.

China no pretendía ser un imperio universal, se conformaba con ser el Imperio del Centro, en un claro desprecio del mundo exterior. Pero sufrió lo que se conoció como el siglo de las humillaciones. Sun Yat-sen fue el impulsor del desarrollo chino. Después del fracaso rotundo de Mao Tse-Tung, el ortograma chino se reencarriló con Deng Xiaoping hasta Xi Jinping. Hoy, China tiene pretensiones de ser el imperio mundial en alianza con Rusia.

En nuestros días Turquía, con su política neo-otomana, pretende restaurar el viejo imperio, lo mismo sucede con Irán, heredera del viejo Imperio persa, y Rusia, heredera del Imperio zarista, previo paso por la extinta Unión Soviética. Estados Unidos es un caso especial entre los imperios modernos, ya que ha superado con creces la centuria, una medida necesaria para evaluar la eutaxia de un imperio, su duración en el tiempo.

Extensión del Imperio otomano hacia 1683

Rusia no se resigna a aceptar que ya no es un imperio central. Lo fue durante siglos con los zares y luego con el comunismo bolchevique, junto al estadounidense. Tras el hundimiento de la Unión Soviética, vuelve por sus fueros, y ni hablar de descolonizar Siberia, reprimió durísimamente la rebelión chechena, fracasó en Afganistán, y después de asegurar Bielorrusia y Kazajistán, y mantener a raya otras ex repúblicas soviéticas, quiere apoderarse de media Ucrania en una guerra expansionista típica del siglo XIX.

Antiguas repúblicas socialistas soviéticas en orden alfabético:
1. Armenia 2. Azerbaiyán 3. Bielorrusia 4. Estonia
5. Georgia 6. Kazajistán 7. Kirguistán 8. Letonia
9. Lituania 10. Moldavia 11. Rusia 12. Tayikistán
13. Turkmenistán 14. Ucrania 15. Uzbekistán

El retorno de los imperios

¿Hay un retorno de los imperios? Los imperios como tales no vuelven a repetirse, el Imperio mongol está muerto, es cosa del pasado, lo mismo pasa con el Imperio español. La historia no se repite, la historia no es cíclica, se pueden producir nuevos imperios en la misma capa basal, pero sí bajo ideologías y circunstancias diferentes. Cómo nos advirtió Stephen Hawking sobre el tiempo, la historia no va hacia atrás.

Karl Marx fue muy claro al respecto, como lo muestra al inicio de su libro El 18 brumario de Luis Bonaparte: «Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa».

Karl Marx

Los imperios siempre han existido, aun en épocas prepolíticas, como tribus o grupos tribales imponiéndose unos sobre otros, o como los llamados imperios absolutos. La historia la hacen los imperios en su dialéctica y sin los imperios es imposible explicar la historia. Sobre todo, a partir de los imperios universales como el caso del Imperio español, realmente universal, ya que ni el romano ni el macedónico fueron universales.

Todo Estado es un imperio en potencia, pero no todos llegan a ser efectivamente imperios, menos de una docena por milenio. Para ser un imperio, no solo es una cuestión de voluntad, hay que tener un elevado grado de desarrollo económico, tecnológico, científico y militar. Tampoco es cuestión de nombre, ninguno de los imperios de los últimos siglos quiere llamarse así. 

Ningún pueblo quiere identificarse con su pasado imperial, no se quiere hablar de ese pasado, como si se tratara de una pars pudenda suya y mucho menos ser un pueblo imperialista, aunque lo sea, como pudo haber sido Gran Bretaña, la Unión Soviética o el actual Estados Unidos.

Caricatura del imperialismo estadounidense. Fuente: LosojosdeHipatia.com

El término imperio en sentido político, es visto como un desprestigio, así sucede con sus derivados, como imperialista, imperialismo. Pero eso no quita nada, son imperios a pesar de ello. Wolfgang Thierse, en 1998, al tomar posesión como Presidente del Bundestag, dijo que renegaba del nombre de Reichstag, «porque Alemania no es un imperio, sino una federación de Estados».

Pero, ¿qué es un imperio?

Para empezar, el término «Imperio» no es unívoco, tiene cinco acepciones rigurosamente diferenciadas. Tampoco este concepto es un término primitivo de la Teoría política. Gustavo Bueno Martínez ha realizado un trabajo excepcional al analizar cada uno de ellas. No nos vamos a ocupar de cada una sino solo de nombrarlas. La primera de ellas es, el Imperio como facultad del Imperator. La segunda es la acepción de Imperio como espacio de la acción del Imperator.

Gustavo Bueno

La tercera acepción de Imperio, es el Imperio como Idea Trans-política, y la cuarta acepción, como Idea filosófica del Imperio. La quinta acepción de Imperio, es el Imperio como «sistema de Estados» subordinado al Estado hegemónico, y el que podemos contrastar en la historia política. Caso límite: Imperio depredador e Imperio unitario. Este concepto de Imperio, puede ser designado como concepto diapolítico de Imperio.  

El Imperio, en su acepción diamérica, es un sistema de Estados mediante el cual un Estado se constituye como centro de control hegemónico (en materia política) sobre los Estados restantes del sistema que, por tanto, sin desaparecer enteramente como tales, se comportaran como vasallos, tributarios o, en general, subordinados al «Estado imperial».    

Como dice Gustavo Bueno Martínez, el concepto de imperio utilizado por los historiadores positivos y por los antropólogos se corresponde, casi siempre, con esta acepción diamérica intermedia del imperio. Steward y Faron, por ejemplo, entienden por Imperio «un nivel de integración (multiestatal) sociocultural, que es más alto que el del Estado». Julian H. Steward y Louis C. Faron. Native people of South America.

Un Imperio diamérico no es, por tanto, un «Estado de Estados» y no lo es porque las totalidades centradas no pueden, a su vez, dar lugar, a unas «totalidades centradas» de tipo holomérico. Ahora bien, el concepto de Imperio en sentido diamérico es un sistema de Estados organizados por la subordinación (no la destrucción) de un conjunto de Estados al Estado imperial.

Las «leyes» o fueros del Estado subordinado habrán de ser mantenidos, en principio, en el sistema imperial, siempre que sean compatibles con las leyes del Estado hegemónico. Las relaciones que el conjunto de estados constitutivos de un Imperio mantiene entre sí y con el Estado hegemónico podrán clasificarse naturalmente en tres grandes grupos:

  1. El de las relaciones orientadas desde el Estado hegemónico hacia los Estados subordinados.
  2. El de las relaciones recíprocas establecidas entre los Estados subordinados y el hegemónico.
  3. El de las relaciones de «coordinación» de los Estados subordinados entre sí.

El concepto común de imperialismo podría reducirse, casi sin residuo, al concepto diapolítico de imperio. Caben, sin duda, muchos grados. Pero el «grado cero» corresponderá a la situación en la cual, sin desaparecer las relaciones de subordinación (como es el caso limite del Estado solitario), se desvanezca o desaparezca la condición de Estado subordinado.

Caricatura que representa la partición de China a manos de las principales potencias europeas y Japón, por Jacques Henri Meyer (1898)

La dialéctica de los imperios: Occidente contra Oriente

La vida política evoluciona, así se pasó de una fase prepolítica o preestatal a una fase estatal, también se habla de una fase post-estatal, pero de cualquier manera el Estado sigue siendo básico, fundamental, para la vida política. Tras la invasión de Rusia a Ucrania, el panorama es mas claro. La dialéctica de imperios se desarrolla en una nueva perspectiva. Previa a la invasión, los imperios realmente existentes eran Estados Unidos, China y Rusia. Imperios entendidos desde una nueva perspectiva.

Se podría dar la razón al filósofo José Ortega y Gasset cuando dijo lo siguiente: «Tal vez andando el tiempo, se diga con verdad que la realidad histórica mas profunda de nuestros días, en parangón con la cual todo el resto es solo anécdota, consiste en la iniciación de un gigantesco enfrentamiento entre Occidente y Oriente».

Ortega y Gasset

Hoy, el Occidente se ve enfrentado al Oriente. Tanto el Occidente como el Oriente, no son conceptos geográficos o geopolíticos, sino que van más allá de eso. Es un conjunto de valores. Hoy, Rusia y China están aliados frente a Occidente, ya no se trata del Imperio estadounidense, sino que podríamos hablar de un Imperio occidental enfrentado a un Imperio oriental. Un Imperio occidental que no se circunscribe solamente a la OTAN, ya que se prolonga al Pacífico y a otras regiones del mundo.

Bibliografía

Gustavo Bueno Martínez. España frente a Europa. Alba Editorial.

José Ortega y Gasset. Sept. 1923. Revista de Occidente.

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