Los Idus de Octubre: del Imperio Ruso al Imperio Rojo

El zarismo no aprendió la lección que supusieron los acontecimientos revolucionarios de 1905. No solamente continuó el gobierno autocrático, representado en la figura de Nicolás II, sino que lo hizo en una atmósfera de creciente corrupción y decadencia en una corte que permitió, incluso, medrar a personajes tan grotescos como Rasputín. La estructura social y económica del país, similar a un sistema feudal agrario, permaneció invariable en lo esencial y la escasa industrialización tan solo había tomado forma a la sombra de unas pocas ciudades.

La revolución de 1917 estalló en plena Gran Guerra, en la que Rusia era contendiente desde 1914. Aunque el Imperio estaba dentro de lo que, a la postre, se convertiría en la coalición victoriosa, sufrió severas y continuas derrotas que provocaron la muerte de millones de sus hombres. Algunos pueden considerar que la revolución se vio propiciada por el fracaso del ejército, pero la realidad es que, al igual en 1905, la guerra no hizo más que acelerar un proceso que desde hacía tiempo estaba erosionando el viejo régimen.

Cuando el país entró en la contienda, todos los partidos políticos se mostraron favorables a la misma. Sin embargo, tras algunos éxitos iniciales, el ejército prusiano infligió severas derrotas a las tropas rusas. Por si fuera poco, las fábricas no se mostraron lo suficientemente productivas, la red ferroviaria era ineficiente y los suministros de armas y alimentos, a cargo de oficiales corruptos e incompetentes, fallaba. En poco tiempo el ejército había sufrido 1.700.000 muertos y 6 millones de heridos. La moral entre la tropa decayó mientras veían acumularse las bajas de sus compañeros de armas y como sus propios mandos les suministraban municiones de distinto calibre al de sus armas. Todo este coctel empeoraba al estar acompañado de intimidación y castigos corporales.

En agosto de 1915, tras nuevas derrotas militares que ya costaban a Rusia 3 millones y medio de hombres y la pérdida de Polonia, se conformó un bloque de presión contra el zar. El bloque, formado por partidos democráticos liberales y liderado por el príncipe G.E. Lvov, pedía al zar la formación de un gobierno que “disfrutase de la confianza del país”. La principal preocupación de los progresistas era el destino de la guerra. Los líderes de la “oposición” estaban alarmados por el derrotismo que reinaba en la corte. Además, había amplios sectores que creían que el zar estaba dispuesto a buscar la paz separada con Alemania influenciado por el sector pro germánico cortesano que lideraba Rasputín. Los líderes del bloque progresista, alentados por las potencias occidentales, estaban determinados a proseguir con la guerra. Dentro del ejército también había conatos de oposición en el mando supremo.

El zar seguía obstinado en no hacer concesión alguna, decisión apoyada por la zarina, resentida tras el asesinato de Rasputín, aferrándose aún con mayor obstinación a los métodos autocráticos tradicionales. El comportamiento de ambos sirvió de lección para el bloque democrático, quien comprendió que el derrocamiento de una camarilla cortesana, como la que lideraba Rasputín, no bastaba para hacer posibles los cambios que todos deseaban. Paralelamente a las intrigas de la corte, el país se sumía cada vez más profundamente en el caos, la hambruna se extendía rápidamente entre la población civil y la carestía hizo acto de presencia. La economía rusa, aislada de los mercados europeos y de la inversión exterior, se encaminaba rápidamente hacía el desastre. Desde finales de 1915 proliferaron diversos comités espontáneos que se hicieron cargo de todo aquello que el deficiente Estado era incapaz de asumir (abastecimiento, encargos, intercambios comerciales…). Poco a poco, y junto a los sindicatos obreros, estos comités se convirtieron en órganos de poder paralelos, usurpando funciones al poder estatal. En enero de 1917, de facto, el régimen ya no controlaba el “país real”.

El febrero de 1917 reunió todas las características necesarias para una revuelta popular: un invierno especialmente duro, escasez de alimentos, hastío bélico… la revolución se inició con la huelga espontánea de las trabajadoras de las fábricas de Petrogrado (antigua San Petersburgo). El 23 de febrero (8 de marzo según el calendario gregoriano), las mujeres se manifestaron en la capital para exigir pan. No hubo cargas; la policía y el gobierno no encontraron preocupante una revuelta protagonizada por mujeres. Craso error.

Los obreros pronto se solidarizaron y las huelgas se generalización por toda la ciudad. Las consignas, hasta el momento discretas y generalistas, se politizaron en contra de la guerra y la autocracia zarista. En esta ocasión los enfrentamientos con la policía se saldaron con víctimas en ambas partes. Los cosacos, uno de los grupos con mayor participación en la represión de 1905, decidieron apoyar a los manifestantes contra la policía. Tras tres días de disturbios, el zar ordenó la movilización de la guarnición militar de la capital para sofocar la rebelión. Los soldados cumplieron su cometido y masacraron a los manifestantes. Sin embargo, durante la noche, parte de la compañía se sumó a los insurgentes, pudiendo estos armarse convenientemente. Mientras, el zar, sin medios reales de gobernar, ordenó disolver la Duma y nombrar un comité interino.

El acorazado Aurora disparando al Palacio de Invierno.

La disolución de la Duma y el malestar de la tropa ante las órdenes recibidas, propició que todos los regimientos de la guarnición se acabaran uniendo a la revuelta pocos días después. Era el triunfo de la revolución. Presionado por su propio Estado Mayor, Nicolás II abdicó el 2 de marzo sin que nadie aceptara la corona. Los republicanos, dando un golpe de mano, proclamaron el fin del zarismo y elecciones al sóviet de Petrogrado antes de que se pudiera articular una respuesta monárquica constitucionalista. La caída rápida y repentina del régimen, con unas pérdidas humanas relativamente pequeñas, suscitó en el país una ola de entusiasmo y un sentimiento de liberación seguida de una intensa alegría popular y de fermentación revolucionaria. Un frenesí por hablar y exponer las ideas propias se instaló en todos los estratos sociales. La Rusia de aquellos meses bien parecía “el país más libre del mundo”. Como describió Marc Ferro: “En Moscú, los trabajadores obligan a su patrón a aprender las bases del futuro derecho obrero; en Odesa, los estudiantes dictaban a su profesor el nuevo programa de historia de las civilizaciones; en Petrogrado, los actores sustituyeron a su director de teatro y escogieron el próximo espectáculo; en el ejército, los soldados invitaban al capellán a sus reuniones para que este diera sentido a sus vidas. Incluso los niños menores de catorce años reivindicaban el derecho de aprender boxeo para hacerse escuchar ante los mayores. Era el mundo al revés”.

Estas primeras semanas tras la caída de los zares fueron muy pacíficas y llenas de esperanza y generosidad en toda Rusia. Ninguna represalia, oficial o espontánea, se tomó contra los antiguos servidores del zar. El Gobierno provisional abolió la pena de muerte, ordenó la apertura de las prisiones, permitió el retorno de los exiliados (incluido Lenin) y proclamó las libertades fundamentales de prensa, reunión y conciencia. El antisemitismo de Estado desapareció y la Iglesia Ortodoxa Rusa restableció el Patriarcado de Moscú.

El 15 de marzo se constituye el Gobierno provisional dirigido por Lvov. Por ello, pese a que la revolución había sido encabezada por obreros y soldados, el poder estaba en manos de un Gobierno liderado por los viejos políticos liberales del Partido Democrático Constitucional (llamado KD o Kadetes), el partido de la burguesía liberal. En realidad compartía el poder con los sóviets, constituidos por todas las ciudades y pueblos de Rusia tras la victoria de la Revolución. Desde principios de marzo los sóviets ya estaban presentes en todas las ciudades y en mayo se extendieron a las zonas rurales.

Los sóviets, en contraposición del Gobierno, estaban dominados por los socialistas, los mencheviques y los social revolucionarios. Los bolcheviques eran una pequeña minoría pero contaban sin embargo con un punto a su favor. A diferencia del resto de partidos revolucionarios estaban sujetos a una jerarquía clara y rígida que los dirigía hacia un objetivo concreto. En un principio, los sóviets demostraron un apoyo moderado al Gobierno provisional. La dualidad de poderes entre el Sóviet de Petrogrado y el Gobierno cristalizó en la figura de Aleksandr Kérenski, social revolucionario vicepresidente del Sóviet de Petrogrado y ministro de Justicia y Guerra en el Gobierno.

Los Sóviets estaban a favor de firmar la paz de manera inmediata y proseguir con las medidas revolucionarias. Sin embargo, esta posición chocaba en contra de los intereses del Gobierno, partidario de proseguir con la ofensiva. Además, el Gobierno y los sóviets consideraron que solo una futura Asamblea Constituyente elegida por sufragio universal tenía derecho a decidir sobre la propiedad de la tierra y el sistema social. La ausencia de millones de votantes que se encontraban en el frente retrasó la celebración de dichas elecciones, aplazando las reformas sine die. Comenzaban a tomar forma los dos grandes problemas que acompañarían todo el periodo revolucionario: la cuestión bélica y la Asamblea Constituyente.

Las manifestaciones a favor y en contra de la posición del gobierno generaron los primeros enfrentamientos armados tras la revolución y precipitaron la entrada en el Gobierno de los socialistas moderados. Los trabajadores creían que así podrían ejercer una mayor presión para poner fin a la guerra.

En abril, llega a la Estación Finlandia un tren fletado por el Gobierno prusiano en un intento de inocular un virus que le permitiese acabar con el frente ruso. Cuando Lenin se baja del tren, cargado de marcos alemanes, se da cuenta de tres cosas: había que terminar la guerra, hacer una segunda revolución que les diera el poder y repartir la tierra entre los campesinos. Para ello, en su “Tesis de Abril”, Lenin se negaba a prestar cualquier tipo de apoyo al Gobierno provisional y exigió la confiscación de tierras y su posterior redistribución entre los campesinos y la creación inmediata a una república de sóviets. Todo el poder para los sóviets.

Lenin regresando en tren a Rusia.

Estas ideas eran muy minoritarias pero con el colapso económico y el cansancio y la impopularidad de la guerra fueron ganando terreno. Los días 3 y 4 de julio se conoció el fracaso de una nueva ofensiva bélica y los soldados de la capital se negaron a regresar al frente. Reunidos con los obreros, se manifestaron para exigir que los dirigentes del Sóviet de Petrogrado tomaran el poder. Desbordados por la situación, los bolcheviques, en colaboración con los anarquistas, promovieron una rebelión civil. Esta insurrección fracasó.

La represión se cernió sobre los bolcheviques: Trotski fue encarcelado, Lenin se vio obligado a huir y a refugiarse en Finlandia y el periódico bolchevique fue prohibido. Los regimientos de artilleros que habían apoyado la Revolución de Febrero se disolvieron, siendo enviados al frente en pequeños destacamentos, al tiempo que los obreros eran desarmados. Se encarceló a los agitadores y se reinstauró la pena de muerte, abolida en febrero.

Mientras el caos se mantenía en Petrogrado, la reacción aumentó con el zarismo levantando la cabeza. Comenzaron a producirse pogromos en las zonas rurales y Kérenski, el miembro más popular del Gobierno, sucedió a Lvov al frente de este. Uno de sus mayores errores fue nombrar al general Kornílov nuevo comandante en jefe. Aunque el Ejército se descomponía, Kornílov encarnaba la vuelta a la disciplina férrea anterior. Kornílov, renombrado monárquico, era en realidad un republicano indiferente a la restauración del zar, y un hombre del pueblo, lo que era raro en aquella época entre la casta militar. Ante todo nacionalista, deseaba la continuación de Rusia en la guerra mundial, ya fuera bajo la autoridad del Gobierno provisional o sin él.

En las fábricas y en el Ejército, el peligro de una contrarrevolución fue tomando forma. Los sindicatos, donde los bolcheviques eran mayoría, organizaron una huelga que fue seguida de forma masiva. La tensión y la radicalización aumentaban poco a poco. La Unión de oficiales del ejército y la marina, organización influyente en la parte superior del cuerpo del Ejército ruso y financiada por la comunidad empresarial, pidió el establecimiento de una dictadura militar.

A finales de agosto de 1917, Kornílov organizó un levantamiento armado, enviando tres regimientos de caballería por ferrocarril a Petrogrado con el objetivo de aplastar los sóviets y las organizaciones obreras para devolver a Rusia al contexto bélico. Ante la incapacidad del Gobierno Provisional para defenderse, los bolcheviques organizaron la defensa de la capital. Los obreros cavaron trincheras y los ferroviarios enviaron los trenes a vías muertas, provocando que el contingente se disolviera.

Si la abortada revolución de julio había provocado un temporal desplazamiento hacia la derecha, la abortada contrarrevolución de Kornílov provocaría un aparatoso giro a la izquierda. Para sofocar el golpe, Kérenski no tuvo más remedio que pedir la ayuda de todos los partidos revolucionarios, permitiendo a los bolcheviques salir de su semiclandestinidad, liberar a sus presos y comenzar su rearme. Con esta maniobra Kérenski perdió el apoyo de la derecha, que no le perdonaba el haber sofocado el golpe, pero no obtuvo a cambio el apoyo de la izquierda, que lo consideraba demasiado indulgente en cuanto a las represalias hacia los cómplices de Kornílov.

Poco a poco, los obreros y soldados se fueron convenciendo de que no podía haber una reconciliación entre el antiguo modelo de sociedad defendido por Kornílov y el nuevo. El golpe y la caída del Gobierno Provisional, que dio a los sóviets la dirección de la resistencia, fortaleció y reforzó la autoridad y la presencia en la sociedad de los bolcheviques. Su prestigio iba en aumento: apremiados por la contrarrevolución, las masas se radicalizaron y los sindicatos se alinearon con los bolcheviques. El 31 de agosto el Sóviet de Petrogrado ya era mayoritariamente bolchevique, escogiendo a Trotski como su presidente poco después.

Todas las elecciones fueron testimonio del crecimiento bolchevique: en las elecciones de Moscú, entre junio y septiembre, el PSR pasó de 375.000 a 54.000 votos, los mencheviques de 76.000 a 16.000 y el KD de 109.000 a 101.000 sufragios, mientras que los bolcheviques aumentaron de 75.000 a 198.000 votos.

La revolución continuaba y se aceleraba, especialmente en las zonas rurales. Durante el verano de 1917, los jornaleros adoptaron medidas, comenzando a tomar las tierras de los señores sin esperar la prometida reforma agraria del Gobierno. Aunque no siempre violentas, estas ocupaciones masivas de tierras fueron a menudo el escenario de levantamientos espontáneos donde las propiedades de los señores eran quemadas, siendo ellos mismos maltratados o asesinados. Estos inmensos levantamientos campesinos, los más importantes de la historia europea, consiguieron que las tierras se repartieran sin que el gobierno condenara ni ratificara el movimiento. Sabiendo que la repartición estaba cumpliéndose en sus pueblos, los soldados, mayoritariamente de origen campesino, desertaron en masa con el fin de poder participar a tiempo en la nueva distribución de las tierras. La acción de la propaganda pacifista y el desaliento tras el fracaso de la última ofensiva hicieron el resto. Las trincheras se vaciaron poco a poco.

Así, los bolcheviques, controlaban ya las principales ciudades del país. En octubre de 1917, Lenin y Trotski consideraron que había llegado el momento de terminar con la situación de doble poder. La coyuntura les era oportuna por el gran descrédito y el aislamiento del Gobierno provisional, ya reducido a la impotencia, así como por la impaciencia de los propios bolcheviques. Los debates en el seno del Comité central del Partido bolchevique con el objetivo de que este organizara una insurrección armada y tomara el poder eran cada vez más intensos. Lenin y Trotski consiguieron superar todas las reticencias internas presentadas por los más reacios, que acabarían siendo purgados, y se acabó aprobando la organización de la insurrección que Lenin fijó para la víspera del 2º Congreso de los Sóviets, que debía unirse el 25 de octubre.

Asalto al Palacio de Invierno.

Se creó un Comité Militar Revolucionario en el seno del Sóviet de Petrogrado dirigido por Trotski. Se componía de obreros armados, soldados y marineros. La insurrección se puso en marcha en la noche del 24 al 25 de octubre. Los sucesos se desarrollaron sin apenas derramamientos de sangre. La Guardia Roja bolchevique tomó, sin resistencia, el control de los puentes, de las estaciones, del banco y de la central postal y telefónica justo antes de lanzar un asalto final al Palacio de Invierno, donde apenas encontraron resistencia. Durante el levantamiento, los tranvías continuaron circulando, los teatros siguieron con sus representaciones y las tiendas abrieron con normalidad. Uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX y de la Historia Mundial había tenido lugar sin que prácticamente nadie lo tuviera en cuenta. Si en febrero se necesitó una semana para derribar al zar, para derribar al último gobierno de Kérenski bastaron unas pocas horas. En la mañana del 25 de octubre, Kérenski ya había huido de la capital confiando en reagrupar tropas para la lucha.

Al día siguiente, el nuevo gobierno bolchevique anunció el inicio de las conversaciones de paz con los países beligerantes, se promulgó el decreto sobre la tierra, oficializando el reparto de tierras hecho por los campesinos, se nacionalizaron todos los bancos, se aplicó el control obrero sobre la producción, se volvió a abolir la pena de muerte (a pesar de la discrepancia de Lenin), se reconoció el derecho de autodeterminación de todos los pueblos de Rusia, la supresión de cualquier privilegio de carácter nacional o religioso… en total, se realizaron las reformas que el Gobierno Provisional había sido incapaz de realizar en 8 meses de mandato.

Sin embargo, los bolcheviques tomaron el poder para sí mismos, no para los sóviets. Esa misma semana se prohibieron 7 periódicos en la capital contrarios al partido. Pronto la prensa legal menchevique desaparecería, seguida rápidamente de la de los social revolucionarios de izquierdas y los anarquistas. Esto creo las primeras fricciones dentro del partido bolchevique puesto que antes de asumir el poder se habían pronunciado a favor de la libertad de prensa.

Casi la práctica totalidad de los funcionarios de Petrogrado se declararon en huelga para protestar contra el golpe de Estado bolchevique,  que reaccionó publicando listas para denunciar a aquellos que se negasen a servir al nuevo poder. Los líderes del KD, los más belicosos contra el nuevo gobierno, fueron arrestados. Si el golpe de Estado fue un éxito en Petrogrado, la tentativa de tomar Moscú se encontró con una violenta resistencia. Hizo falta una semana de combates encarnizados contra las tropas gubernamentales antes de que los bolcheviques finalmente se apoderaran del Kremlin. Sus opositores, social revolucionarios, liberales, mencheviques, socialistas y monárquicos, sufrieron una sangrienta represión.

El 12 de noviembre fracasó la tentativa de Kérenski y sus aliados cosacos de reconquistar Petrogrado. En las semanas siguientes, miles de cadetes y funcionarios se reunieron en la República del Don. Se formó el Ejército de Voluntarios, dirigido por el general zarista Mijaíl Alexéyey. Reprimió con sangre los levantamientos obreros pero fue desmembrado por la guerrilla de la Guardia Roja llegada a modo de refuerzos desde las dos capitales. En el frente rumano, el ejército se dividió en destacamentos blancos, que se unieron al ejército de los blancos de Denikin, y en regimientos rojos. La guerra civil se acercaba.

Reclamada por la sociedad y uno de las principales promesas revolucionarias, en noviembre de 1917 se convoca la Asamblea Constituyente en un intento de los bolcheviques para legitimarse en el poder y contentar a la población. Aunque obtuvieron un 23,5% de los votos y un gran éxito en las grandes urbes, los bolcheviques fueron claramente derrotados. El Partido Social Revolucionario con un 41% de los votos fue el claro ganador de los comicios y el Partido Democrático (4,8%) y los Mencheviques (3,3%) pasaron a un segundo lado.

Los bolcheviques, viéndose inferiores en número pero controlando el gobierno y las guerrillas obreras de la Guardia Roja, mandaron disolver la asamblea democráticamente elegida después de su primera reunión. La guerra civil estaba servida. A partir del 9 de enero de 1918 se comenzó a plantear el traslado de la capitalidad y del gobierno a Moscú, mientras que las negociaciones de paz con los alemanes se encontraban en desarrollo. El traslado del Gobierno, efectivo en marzo, se debió a la posibilidad de que los barrios obreros de Petrogrado se levantaran de nuevo pero esta vez contra el poder bolchevique. Igualmente, los bolcheviques buscaban demostrar a sus opositores que su poder podía sobrevivir lejos de su Petrogrado de origen. Seguidamente la recién creada Checa comenzó a ocuparse de los delitos de prensa, recrudeciendo considerablemente la censura sufrida por la prensa no bolchevique y la represión contra los disidentes. Comenzaba la guerra civil y la dictadura del proletariado.

Trotski con la Guardia Roja.

En definitiva, todo el periodo que va de febrero a octubre puede ser considerado como una lucha de poder entre dos organismos: los sóviets y el Gobierno provisional. Este poder bicéfalo era, por naturaleza, transitorio. El Gobierno o los sóviets tendrían que afirmarse como única autoridad eliminando al rival, y ambos lo tuvieron siempre muy presente. Los cadetes, los liberales y la oficialidad querían acabar con el sóviet. Los bolcheviques querían acabar con el Gobierno provisional. Sólo los socialistas moderados y otros grupos de izquierda esperaban que se consolidase el régimen bicéfalo, trasformando la situación en estable y permanente.

Los liberales burgueses insistían en seguir aplazando la convocatoria de la Asamblea Constituyente que debería regir el destino del país, temerosos de que una asamblea convocada en plena marea revolucionaria adoptase resoluciones demasiado radicales, y los ministros socialistas sacrificaron la asamblea para salvar la coalición. Debido a su postura, tanto los liberales como los socialistas contribuyeron, a su pesar, a fortalecer a los sóviets, las únicas corporaciones representativas que existían.

Una asamblea constituyente convocada a tiempo podría haber desbordado a los sóviets y reducirlos, ante los ojos del pueblo, a simples facciones cuyo único objetivo era adueñarse del poder. Pero en el vacío constitucional de 1917 sucedió lo contrario. Frente a los soviets no hubo más que una serie de gobiernos provisionales sin el respaldo de la representatividad del pueblo, y serían esos gobiernos provisionales los que recibirían la etiqueta de usurpadores.

Los bolcheviques, viendo su oportunidad, se mostraron entonces mucho más decididos y enérgicos en su petición de que se convocase la asamblea constituyente en un intento de ganarse el apoyo y el aprecio del pueblo, paso previo a la toma del poder. Por paradójico que pueda parecer, al abogar por los derechos de una asamblea, un partido revolucionario de extrema izquierda aparecía a los ojos del pueblo como mucho más fiel a la legalidad y formas constitucionales que los otros partidos. Cuando dieron el golpe contra el Gobierno provisional, los demás partidos, aunque tenían mayores apoyos que los bolcheviques como se demostró en las elecciones, no actuaron contra estos porque jamás se imaginaron que Lenin y los suyos podrían ir en contra de un Congreso democráticamente elegido. Tras la final usurpación del poder, vino la guerra civil, la división entre rojos, blancos y verdes, y ahí fue donde Lenin tuvo la oportunidad de acabar con todos los adversarios contrarrevolucionarios y de liquidar a sus enemigos internos, los otros revolucionarios. La historia del comunismo había comenzado.

 

 

 

Bibliografía

La Revolución Rusa en 7 minutos, Academiaplay

Lorenzo, Pedro Luis. Personas con Historia, Ivoox.

El abrazo del oso, Podcast.

Diez días que estremecieron el mundo, John Reed.

Lenin, la otra cara de la Revolución Rusa, documental.

La Revolución rusa, Cuadernos Historia 16.

Revolución de Octubre, Histocast 148.

La Linterna de Diógenes, Podcast.

 

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