El asentamiento de la imprenta provocó el avance de la codificación de los libros, relacionando los elementos materiales del texto con los gustos demandados por el público y provocando la futura hegemonía del libro impreso sobre la transmisión oral o manuscrita.
Para conseguir lo dicho, la imprenta se tuvo que ir adaptando a lo largo de los años desde su invención. Camino largo que no se hizo de la noche a la mañana, y que aquí trataremos de perfilar a través del conocimiento de la situación social de la población española, esencial para la contextualización de los cambios que se fueron produciendo en la evolución del libro impreso en el siglo XVI.
Tipos y características
Se comenzó con la edición de obras de prestigio en gran formato (infolio), con letra gótica, ilustraciones y esmerada encuadernación, siendo fiel a la imagen que daban los preciosos códices manuscritos. Sin embargo, estas obras impresas eran asequibles para un selecto grupo de personas, así que se comenzaron a producir libros más baratos que ampliaron el número de lectores. ¿Cómo? Se redujo el formato, por lo que disminuía la cantidad de papel usado; se simplificaba la tipografía y se carecía de grabados. De esta forma, nacieron los libros en formato de faltriquera (bolsa de tela que se ata a la cintura), por ejemplo. Por otro lado, la letra gótica quedó relegada ante la irrupción de los elegantes tipos romanos y redondos comunes en los géneros cultos renacentistas llegados desde Italia; sin embargo, la letra gótica se siguió usando en los populares pliegos sueltos y en las cartillas escolares.
Respecto a las características a resaltar del libro impreso, en el Siglo de Oro podemos hablar, en primer lugar, de la presencia de una portada independiente y un colofón (anotación al final del libro que indica el nombre del impresor, el lugar y la fecha de impresión, etc.). Por otra parte, señalar todo el aparato paratextual que rodeaba a la obra: aprobaciones (requisitos ideológicos y morales), licencias (autorización real o religiosa), tasa (precio del libro) y privilegio (propiedad intelectual). También se llegaban a incluir composiciones en alabanza al libro o al escritor.
La literatura no es ajena a la economía
La imprenta creó un mercado y una economía en torno a la literatura. En consecuencia, nace el impresor, quien invierte en la producción de libros para obtener beneficios. Esta figura necesitaba estar cerca de aquellos lugares donde se necesitaban encargos o que concentraban un gran número de posibles clientes. Por ello, los primeros impresores alemanes que llegan a la Península son itinerantes, recorriendo cortes o sínodos. De hecho, el primer impreso español se trata de un Sinodal celebrado en Aguilafuente en 1472. La incomodidad de la itinerancia y la mayor demanda provocaron que las imprentas se instalaran en grandes ciudades como Toledo, Valladolid, Sevilla, Valencia o Zaragoza. Además, no tardó en aparecer el papel del editor, pudiendo ser independientes, cumpliendo la doble función impresor-editor o, incluso, desempeñando el cargo de libreros.
Todo esto desencadenó que se profesionalizara la escritura, por lo que los autores comenzaron a tener en cuenta los deseos del mercado. Ejemplos son: Feliciano de Silva, quien escribía tanto libros de caballerías como continuaba La Celestina; o Antonio de Guevara, que logró que casi todas sus obras fueran las más vendidas en la primera mitad del siglo XVI. Esta búsqueda del éxito provocó el nacimiento de las «continuaciones»: relatos que expanden argumentalmente una anterior obra de éxito (secuela). Sin embargo, las secuelas carecieron de un estilo literario notable y de originalidad, aunque, eso sí, contribuyeron a crear un público sobre una determinada demanda. Podemos destacar, a modo de ejemplo, las «continuaciones» que se hicieron de los libros de caballerías, donde se crearon populares ciclos de un mismo personaje (ciclo de Amadís, ciclo de Palmerín, etc.).
Como vemos, es el autor quien se adapta a la demanda, pero esto va más allá; ya que los escritores llegaron a componer obras breves adaptándose a los formatos más menudos que producía la imprenta por rentabilidad (como el de faltriquera o los pliegos sueltos).
Alfabetización, lectura y censura
Durante los siglos XVI y XVII, los porcentajes que reflejan la alfabetización en España son muy parecidos a los que podemos encontrar en el resto de Europa. Entre 1500 y 1600 existió un aumento significativo en la alfabetización, lo que provocaba que hubiera un número más alto de lectores. Aun así, cabría señalar la existencia de diferencias de género (las mujeres mucho más analfabetas), geográficas (entre regiones, ciudad-campo, etc.) y económico-sociales. Como norma general, la persona alfabetizada era un hombre de ciudad perteneciente a una clase social alta.
¿Cómo se educaba? A través de un sistema de escolarización amplio, pero que solo llegaba a ciertos estratos de la ciudadanía, por lo que, y como ya hemos visto, era diferenciador. Esta educación comenzaba con la enseñanza de la lectura a través de un libro básico: la cartilla, formada por entre 4 y 16 hojas. El siguiente nivel, al cual no llegaba toda la gente que cursaba con la cartilla, es el aprendizaje de la escritura. Todo esto, sumado al valor y la fama social que comenzaba a tener la lectura, desencadenó en un gran crecimiento de la alfabetización y de toda actividad relacionada con las letras. Por otra parte, destacar que el hecho de ser analfabeto no te alejaba del mundo cultural. La transmisión oral y las lecturas dirigidas a un amplio público llevaban la cultura a la gente analfabeta, al igual que a los alfabetizados, los cuales también participaban de todo lo que rodeaba al acto oral.
Por último, respecto a la censura, gran protagonista es el Santo Oficio, el cual controló toda manifestación artística bajo unos principios morales que se consideraban dominantes en la época, vinculados al dominio de los dogmas católicos y de la monarquía. Sin embargo, tenemos que tener en cuenta que hubo un espíritu de resistencia que permitió las lecturas de libros prohibidos y su conservación manuscrita en ámbitos privados. Toda esta tensión ideológica en torno a la censura es imprescindible para comprender ciertos aspectos del Lazarillo, El Crotalón, las sospechas que hubo sobre una posible Teresa de Jesús con tintes erasmistas, la esquiva actitud de autores a la hora de publicar determinadas obras y que nos han llegado a la actualidad en su formato manuscrito, etc.
Bibliografía
- EISENSTEIN, Elizabeth (1994). La revolución de la imprenta en la Edad Moderna. Madrid: Akal.
- MARSÁ, María (2001). La imprenta en los Siglos de Oro. Madrid: Ediciones del Laberinto.
- MARTÍN ABAD, Julián (2002). Los primeros tiempos de la imprenta en España (c. 1474-1520). Madrid: Ediciones del Laberinto.
- PÉREZ PRIEGO, Miguel Ángel (2020). Introducción a la historia del libro. Madrid: Editorial UNED.