Isabel II comenzó siendo querida por su pueblo y terminó repudiada por el mismo. Creyeron ver en ella el estandarte de la libertad y el progreso frente al Absolutismo, y al final la tacharon de frívola y lujuriosa.
Salvo Carlos III, a quien no se le conoce desliz amoroso fuera del matrimonio, tanto los Austrias como los Borbones poseen una larga lista de amantes de todo tipo y condición social. Desde la alcoba dieron rienda suelta a su libertad como soberanos y como hombres. Isabel II también, pero no fue rey sino reina. Y no podía hacer, ni ser, como ellos. En la España del siglo XIX hacer lo que te diera la real gana, tenía un precio, e Isabel II lo pagó caro. La compleja sociedad de la época se ensañó con ella.
Como dijo Benito Pérez Galdós tras la muerte de la soberana, el mayor de sus infortunios fue haber nacido Reina y llevar la dirección moral de su pueblo. Un pueblo que criticó su gobierno, su forma de llegar al poder, su vida cotidiana y, como no podía ser de otra manera, su sexualidad. Vivió, según Galdós, una infancia perpetua. Y aquella niña debía demostrar que valía para reinar y dar ejemplo. La segunda Isabel que sustentó gran poder en la monarquía ¿hispánica? ¿española? … en España, tuvo que reinar sobre una sociedad dividida entre los que defendían las normas y criterios del Antiguo Régimen y los que apostaban por liberarse de aquel yugo político y social. Y aquella dualidad no solo la vivió como monarca, sino también como fémina. Poco le sirvió a la Reina la modernización que sufrió el país durante sus treinta y cinco años de reinado.
Marcada al nacer
Con tres años se convirtió en reina, con trece gobernó y con dieciséis se casó. Hija primogénita de Fernando VII y María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, Isabel II fue reina gracias a la Pragmática Sanción que volvía a poner en vigor el derecho sucesorio de las mujeres al Trono recogido en Las Siete Partidas de Alfonso X. “Su historia personal está marcada desde su nacimiento por el hecho de ser mujer” asegura la catedrática de Historia Contemporánea Rosa Gutiérrez Lloret. Hay quienes coinciden en que la manipulación y el control que ejerció sobre ella su madre, marcó su vida, su personalidad y su trayectoria. La falta de apego familiar, la poca o nula instrucción académica y política, debió de hacer el resto. Dicen que su nivel intelectual fue escaso. Aprendió a leer a los siete años y escribió toda su vida con faltas de ortografía. El poder, la adulación y las manipulaciones nacieron casi con ella. ¿Acaso de haber sido niño hubiera cambiado algo su infancia? De su personalidad y fisonomía hay múltiples descripciones que cuesta encontrar en otros monarcas varones españoles, que seguramente encajarían en muchos epítetos que definen a Isabel II: desenvuelta, espontánea, chabacana, ordinaria, apasionada, temperamental, coqueta, caprichosa, despilfarradora, desordenada, devota, simpática… y entrada en carnes.
Es cierto, Isabel II tenía sobrepeso, que se acentuó con la edad y que le produjo dolores en las articulaciones de tipo reumático. La buena mesa y los doce embarazos (tuvo diez hijos y dos abortos) le pasaron factura a su cuerpo. Un cuerpo que no escondía, como sí hizo con sus manos. Unas pequeñas manos que ocultaba con guantes debido a una especie de psoriasis que padecía en la piel. Por ello Isabel II acudía con asiduidad a baños termales en los balnearios de Gijón, Avilés y las playas de Santander.
Una Reina en cama ajena
Su matrimonio con su primo Francisco de Asís de Borbón, fracasó al poco de empezar. A Isabel ni le gustaba su físico ni su manera de ser, contraria a como era ella, una joven de 16 años extrovertida y vital. Isabel II compensó su matrimonio fallido con un número considerable de amantes. Nada nuevo bajo el sol. Bueno, sí, que quien se metía en cama ajena no era un rey sino una reina. La escritora Soledad Galán, autora de la novela El diablo en el cuerpo, sobre la vida de Isabel II, sostiene que “en un mundo donde la mujer no podía sentir placer ni perseguirlo ni exigírselo a los hombres, … Isabel II vivió plenamente el placer. Lo persiguió y lo exigió. Fue una adelantada a su tiempo que pagó el precio de ser mujer y disfrutar del sexo”. La monarca fue consciente de la doble moral que caracterizaba la sociedad de su tiempo. Ya en el exilio, llegó a expresarlo a su entorno afirmando que le habían echado de España por tener amantes. Aunque la afirmación pueda ser demasiado severa y no ajustada posiblemente a lo acontecido históricamente, lo cierto es que el rasero de medir comportamientos, aptitudes y actitudes no fue igual para ella que para el resto de predecesores y sucesores en el trono. Valga la frase “es puta, pero pía” atribuida al papa Pío IX, o las acuarelas satíricas Los Borbones en pelota que aparecieron en la época en diversas publicaciones. Aunque la crítica iba dirigida también hacia políticos y gobernantes de la época, los dibujos obscenos se cebaron con Isabel II. Sus contemporáneos se mofaban de su vida sexual, de meter en su cama a cualquiera y le reprocharon el tener más apetito por lo sexual que por el poder.
Dicen que le gustaba la fiesta. Que se acostaba casi al amanecer y amanecía cuando el sol ya estaba cayendo de lo más alto. Que con sus mejores galas se vestía y marchaba al teatro, a los bailes, resbalándole los comentarios y críticas. Pero lo que no le resbalaba era el momento de la confesión, porque pecados creyó tener, y muchos, sobre todo carnales. Y una mujer del siglo XIX no podía permitirse tanta libertad entre las sábanas de su alcoba. Si hubiera sido hombre, ante pocos confesonarios se hubiera arrodillado.
Isabel Burdiel, catedrática de Historia Contemporánea, y autora de Isabel II: una biografía (1830-1904), sostiene que la vida privada de la reina fue utilizada para desacreditarla políticamente. ¿Manipulada? Para esta historiadora, que el primer monarca constitucional de España fuese una mujer “no es en absoluto un hecho neutro”. Otros historiadores creen que la etiqueta de ninfómana fue un recurso que aprovecharon sus enemigos políticos para fines propagandísticos.
Al final todos iguales
Benito Pérez Galdós vaticinó que se juzgaría de manera severa el reinado de Isabel II, “la de los tristes destinos”, porque en él se vería “el origen y el embrión de no pocos vicios de nuestra política”. Tras su fallecimiento, Galdós le dedicó, quizás, las únicas palabras que se escribieron en tono afectuoso sobre la Reina en aquella época: “nadie niega ni desconoce la inmensa ternura de aquella alma ingenua, indolente, fácil a la piedad, al perdón, a la caridad como incapaz de toda resolución tenaz y vigorosa…”
Isabel II moría el 9 de abril de 1904 en París a causa de una gripe que desembocó en una neumonía. Está enterrada en el Panteón Real del Monasterio de El Escorial. La Cripta Real consta de 26 sepulcros de mármol dispuestos en siete columnas a ambos lados del altar. En uno de los lados descansan Carlos I, Felipe II, Felipe III, Felipe IV, Carlos II, Luis I, Carlos III, Carlos IV, Fernando VII, Alfonso XII, Alfonso XIII… e Isabel II. En la última morada, a la Reina, ahora sí, la colocaron a la misma altura porque había sido Reina, como todos ellos. Pero fue mujer y la Historia, ¿estuvo a la altura?
Referencias
- Isabel II. Real Academia de la Historia. www.dbe.rah.es/biografias
- Biografía de Isabel II de Borbón www.cervantesvirtual.com
- Soledad Galán. El Confidencial. 9/11/2005
- Isabel Burdiel. El Cultural. 31/12/2010