Con la Copa Mundial de Fútbol ya en marcha, las pasiones empiezan a desatarse a nivel global. Tanto los sibaritas y eruditos del fútbol como los aficionados incondicionales y esporádicos disfrutan del fenómeno deportivo que tanto impacto tiene en la sociedad actual.
En estas circunstancias es oportuno recordar una anécdota que todo verdadero devoto de este venturado deporte conoce o le complacerá conocer. Lo que traemos no es otra cosa más que un infortunio futbolístico que célebres figuras de la historia de este juego padecieron. Y es que como decía el mítico Vujadin Boškov, “el fútbol es fútbol”, por lo que en el campo llegan tanto éxitos como desgracias y maldiciones.
“En este campo hay una maldición contra todo húngaro que lo pise»
(Sándor Kocsis)
El Wandkorf Stadion de Berna fue demolido en el año 2001 y reemplazado. Este emblemático edificio fue la sede de los Young Boys y albergó la final del Mundial de 1954 que se disputó entre Hungría y Alemania Federal. Lo que ocurrió es que Hungría tenía a su mejor selección de la historia. Su portentosa plantilla contaba con la presencia de futbolistas de la talla de Ferenc Puskás, Sándor Kocsis, Nándor Hidegkuti, Zoltán Czibor o József Bozsik. La exhibición de juego del equipo asombraba al público y a los contrincantes. Esta agrupación recibió el nombre de Equipo de oro húngaro, también llamados “los magníficos magiares” o “los magiares poderosos”. Dicha selección fue coleccionando triunfos y fue invicta hasta lo sucedido en el «Milagro de Berna«.
En cuartos de finales del Mundial de 1954 Hungría resultó victoriosa frente al subcampeón del anterior Mundial, Brasil, en uno de los partidos que pasó a la historia por su dureza. Este encuentro se conoce como la infame “Batalla de Berna” y fue una de las mayores demostraciones de juego sucio que jamás se han presenciado. Las agresiones no se quedaron en el campo de juego: según se cuenta, Puskás lanzó una botella al jugador brasileño Pinheiro (no se sabe con certeza si la acción la realizó un aficionado). Esto enfureció a los brasileños e invadieron el vestuario de los húngaros y se desató una brutal pelea que acabó con un jugador inconsciente y Gusztáv Sebes, entrenador de Hungría, con un corte facial.
En semifinales, Hungría se enfrentó al vigente campeón: la poderosa selección de Urugay. Este partido fue limpio pero también difícil. Los húngaros marcaron los dos primeros goles y el partido parecía ganado hasta que en los minutos 75 y 86 el jugador uruguayo Juan Hohberg logró encajar dos goles para su equipo. En esta ocasión, Sándor Kocsis fue el que salvó la situación con dos determinantes goles en la prórroga. El partido acabó con un 4:2 favorable a los magiares.
Por su parte, Alemania ya había sorprendido simplemente llegando a la final, pero logró vencer a Yugoslavia 2:0 en cuartos y a Austria con un contundente 6:1 en semifinales. No era el conjunto más potente y cabe recordar que en la fase de grupos Hungría ya había destruido al equipo alemán con un arrollador 8:3.
Ferenc Puskás no tenía claro si podría jugar el crucial partido debido a una lesión de la que no estaba del todo recuperado. Sin embargo, hizo el esfuerzo de ejercer de titular, pues no podía perderse el encuentro. 60.000 espectadores concurrían en el Wandkorf Stadion el 4 de julio de 1954 a las 17:00 horas.
Al inicio del partido, la esplendorosa selección de Hungría no defraudó: en el temprano minuto 6 Puskás marcó el primer gol y tan sólo dos minutos después Czibor metió el segundo. Todo se desenvolvía según lo esperado hasta que en el minuto 10 llegó la respuesta alemana con un tanto de Max Morlock. Posteriormente, en el minuto 18 el jugador alemán Helmut Rahn empató el partido. No habían pasado 20 minutos del encuentro y los húngaros ya habían mostrado su poderío, los alemanes ya habían sorprendido con una inmediata remontada y la expectación no podía ser mayor. Para colmo, la lluvia puso a prueba las habilidades de ambos equipos.
En la segunda mitad del partido los húngaros tenían el control de la situación, pero la suerte no estaba de su parte. Los palos de la portería alemana devolvieron hasta tres lanzamientos de Hungría. Además, el cancerbero alemán Toni Turek frustró varias ocasiones de gol. En esta disposición y al punto de acabar el partido, Helmut Rahn, Der Boss (el Jefe), consiguió que Alemania se adelantara en el marcador con otro gol en el minuto 84. Este gol lo convirtió en una leyenda. Pero la emoción no terminó pues el afán húngaro continuó. Cuando tan sólo restaban tres minutos, Puskás metió otro gol. Esta era la última oportunidad de seguir en el partido, sin embargo, el árbitro invalidó la acción por fuera de juego de Hidegkuti.
Nadie daba crédito de lo que acababa de ocurrir: los magiares poderosos, imbatidos e indiscutibles favoritos, habían perdido la final del Mundial de Fútbol. El partido acabó con un 2:3 favorable a la selección alemana.
Este evento se conoce como el “Milagro de Berna”, visto desde el punto de vista de Alemania —claro—, que ganó contra todo pronóstico su primera Copa Mundial. No obstante, el entusiasmo de la victoria alemana no fue mayor que la frustración húngara. Ferenc Puskás, el aguerrido capitán de la selección de Hungría, llegó a declarar “fuimos los campeones morales”. Pero como exige la inquebrantable regla: “los goles no se merecen, se hacen”.
El 31 de mayo de 1961 se jugó en el Wandkorf Stadion la final de la Copa de Europa. El encuentro enfrentó al Benfica contra el Fútbol Club Barcelona. Este último era el claro favorito con jugadores como Kocsis, Czibor, Kubala, Evaristo y Suárez. Tal equipo había vencido en octavos de final al Real Madrid de Puskás y Di Stéfano. El Benfica —que aún no contaba con el legendario Eusébio en su “once” de juego— ganó el partido con un 3:2 y se hizo con el campeonato. Los dos húngaros fueron los que marcaron los goles del Barcelona. Sándor Kocsis expresó “He entendido lo que sucedió. En este campo hay una maldición contra todo húngaro que lo pise”.
Bibliografía
Bolumar Aiguadé, C. (2011). Maldiciones en el fútbol. Cuadernos de Fútbol. N.1, vol.25, pp. 5-6.