Tras los terribles sucesos ocasionados por el III Reich alemán durante la Segunda Guerra Mundial, no han sido pocos los que han echado la vista atrás para intentar entender como se sustentaron las bases del nazismo. Mucho antes de la llegada de Adolf Hitler al poder, el nacionalismo alemán forjó su identidad en el convulso siglo XIX. Pero, ¿qué impactó tuvo esta doctrina política en el ideario del pueblo alemán?
El nacionalismo alemán decimonónico y principios-mediados del siglo XX tendría un rol fundamental en la historia, dando paso a diferentes corrientes de pensamiento y arte como el Romanticismo y el concepto de “Lo sublime”. En lo político, logró su punto más elevado en el siglo XIX con la guerra franco-prusiana y la proclamación del Imperio Alemán (II Reich) en 1871. Ya en el siglo XX, alcanza su aspecto más violento y chovinista con el III Reich, expandiéndose a lo largo del viejo continente y provocando la muerte y el exilio de millones de personas. Este crisol de facetas tuvo su inicio en la primera década del siglo XIX y en el final del Sacro Imperio Romano Germánico (1806), siendo su figura más emblemática, el filósofo sajón, Johann Gottlieb Fichte.
Breve biografía de Gottlieb Fichte y contexto político
Johann Gottlieb Fichte nació en 1762 en Rammenau (Sajonia), en el seno de una familia humilde y bajo la protección del barón von Militz, el cual veía en el joven un enorme potencial permitiéndole su formación académica. Fichte inició sus estudios en Teología y luego Filosofía. Durante esos años, conoció a otro gran filósofo, Immanuel Kant, logrando que, a raíz de su destreza en sus escritos, lograse un salto a la fama, obteniendo una cátedra de Filosofía en la Universidad de Jena.
Su área de estudio durante este periodo estuvo orientada a los estudios filosóficos, pero el punto de inflexión se dio con la conquista napoleónica de Berlín y el final del Sacro Imperio Romano Germánico en 1806. Debido a las derrotas militares de Francisco II, el emperador suprimió al milenario imperio para que Bonaparte no obtuviese el título imperial. En su reemplazo, Napoleón creó la Confederación del Rin. Este hecho produjo una gran humillación para los alemanes, incluido Fichte. Este sentimiento le abocó a abrazar una de las ideas nacientes de la revolución; el nacionalismo. En 1808, redactaría el texto que sería su obra cumbre, además del germen del nacionalismo alemán, el Discurso a la nación alemana.
Fichte y el Discurso a la nación alemana
En esta obra, Fichte planteaba la idea de la existencia de diferentes etapas históricas de la humanidad, donde lo que caracteriza al mundo de su época era el egoísmo materialista. Este era la razón por la cual se perdía el amor a la patria y se generaba un individualismo que llevaba a la invasión del país por una potencia extranjera. Afirmaba que esto podía contrarrestarse mediante un cambio en la educación, ya que antes era formalista y no cumplía ninguna función. Proponía una instrucción orientada al nacionalismo, que formase actitudes y valores, donde todas las clases sociales pudieran ingresar.
El alemán bajó la mirada de Fichte
Para Fichte el alemán era un ser con características variadas. Comenzaba su obra relatando la caída de la Antigua Roma por parte del empuje de los pueblos germánicos. En este acontecimiento, a diferencia de otros pueblos, los germanos se habían mantenido en el mismo territorio y con la misma lengua. La pureza de la lengua provocaba que no se mezclase con el latín (lengua muerta ajena), a diferencia del resto de la Europa occidental y meridional. Debido a que la lengua germana se mantenía viva, permitía generar ideas genuinas, sirviendo como principal fundamento para un hipotético triunfo futuro del pueblo alemán.
Estas ideas debían ser alentadas dentro de la sociedad, donde todos los estratos debiesen participar en conjunto. Para ello, los jóvenes tenían que constituir la fuerza, los hombres de negocio no debían imponer sus criterios sobre el resto de la sociedad y los académicos mantenerse dentro de la realidad. Todos estos grupos deberían hacer una coalición frente a posibles enemigos de la nación alemana.
El catalizador del nacionalismo alemán: el proceso de unificación prusiana
A partir de 1848, fracasada la Primavera de los Pueblos en Alemania, comenzó a surgir un fuerte sentimiento nacional y de unidad de los estados de la Confederación Germánica (agrupación nacida en 1815 en el Congreso de Viena en reemplazo al establecido por Napoleón), teniendo al reino de Prusia como principal fuerza. Otto von Bismarck asumió el cargo de primer ministro de Prusia en 1862. Su gobierno se caracterizó por un potente auge económico y militar, lo que permitió establecer el ejército más profesionalizado y eficaz de Europa, una potencia económica industrial con eje en el comercio de la unión aduanera (Zollverein) y el armamento más avanzado.
Prusia había sugerido la unificación a través de la unión de Erfurt (unión de los estados alemanes bajo una federación). Este proyecto fue frenado por Austria, ya que de esta manera socavaría su poder. Bismarck fue presionado para que firmar la capitulación de Olmütz, restaurando la Confederación Germana bajo el liderazgo austríaco.
Las guerras de unificación y el nacimiento del Segundo Imperio alemán
La existencia de varios ducados en el norte bajo control de Dinamarca provocó el estallido de la guerra en 1864, con una rápida victoria austro-prusiana. Mediante la paz de Viena los ducados de Schleswig y Holstein fueron cedidos a Prusia y Austria, respectivamente. A raíz de esto último y a la manifiesta eficacia del ejército prusiano, muy superior al austriaco, Bismarck desarrolló la concepción de Prusia como el único estado alemán capaz de proteger a los demás. Por lo tanto, en 1866, la tensión entre ambas potencias desató la guerra de las Siete Semanas. La victoria prusiana en la batalla de Sadowa fue aplastante, estableciéndose como la potencia hegemónica, excluyendo a los austríacos (y a sus problemas nacionales del Danubio) de la unificación.
Destruida la Confederación Germánica, Prusia creó la Confederación Alemana del Norte absorbiendo a los estados alemanes al norte del río Meno. Tiempo después, los choques diplomáticos contra Francia llevarían en 1870 a la guerra contra Napoleón III. Derrotada Francia tras la batalla de Sedán, se produjo la definitiva unificación alemana con el nacimiento del II Reich (1871), la anexión de Alsacia y Lorena y la caída del II Imperio Francés.
Austria por su parte, derrotada y excluida de las cuestiones alemanas, dio paso al “compromiso Austrohúngaro”, basado en la unión de ambas coronas, con Francisco José de Austria como emperador y rey de Hungría. Dicha unión nació de una conveniencia entre estas dos naciones. Con ello, Hungría obtuvo más fuerzas para contrarrestar a los demás movimientos nacionalistas dentro de su país, como croatas y bosnios.
Bibliografía
Fichte, J. (1984). Discursos a la nación alemana. California. Editorial Orbis.
Grenville, J. (1994). La Europa remodelada: 1848-1878. México D.F. Editorial Siglo Veintiuno.
Renouvin, P. (1990). Historia de las Relaciones Internacionales. Madrid. Editorial Akal.