El Oído es un óleo del siglo XVII creado a raíz de una de las frecuentes colaboraciones entre Jan Brueghel el Viejo y Rubens. Corresponde a la serie Los cinco sentidos, un logro estético indiscutible que nos muestra alegorías de los cinco sentidos en todo su esplendor, así como los opulentos escenarios cortesanos colmados de riqueza, arte y música de los archiduques de Austria, Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia.
Ambos pintores trabajaban como pintores de cámara para los archiduques en los Países Bajos. Brueghel, formado bajo el amparo de las miniaturas de su abuela Maria Bessemers, deleita al espectador con su especialidad: la escenografía del cuadro. Rubens, con la suya: la anatomía humana. Así, ambos fusionan sus capacidades en una perfecta simbiosis artística llena de simbología.
No era extraña la colaboración entre artistas en aquellas épocas, incluso entre más de dos pintores. El Gusto, el Oído y el Tacto es un gran ejemplo de esto; este cuadro es una de las réplicas encargadas a Jan Brueghel el Viejo de las alegorías originales de los cinco sentidos que se perdieron en el incendio del Palacio de Bruselas en 1731, y en él participaron nada más y nada menos que doce pintores.
Entre otros mensajes subyacentes, esta serie de pinturas pretenden principalmente ser una muestra del buen gobierno de los archiduques, representado mediante la abundancia, la riqueza, la paz y la armonía, el gusto por el arte y las alegorías morales. Las alegorías de los cinco sentidos no son las únicas obras con las que los archiduques pretendieron mostrar su mensaje de paz y prosperidad.
En el cuadro vemos, por tanto, una sala colmada de lujosos objetos que responden a la tradición ya explicada en otros artículos de la Wunderkammern, es decir, aquellas Cámaras de maravillas que almacenaban objetos de todo tipo, en principio buscando satisfacer la curiosidad científica, la apertura a nuevos y exóticos mundos y la sed coleccionista de los más poderosos. Sin embargo, esta cámara de maravillas responde no tanto al afán coleccionista, sino más bien a reforzar la alegórica idea que representan los pintores, que va más allá de la mera representación del sentido del oído.
Siguiendo entre otros el artículo al respecto del musicólogo Víctor Pliego, vamos a recorrer la simbología de esta fantástico obra:
Podríamos dividir el cuadro en tres paisajes sonoros, y en todos ellos predomina un importante elemento: La Música. La música se representa así por medio de todo tipo de instrumentos y objetos que generan sonido. Desde los más sofisticados, como un clave flamenco o una viola da gamba, hasta los más populares y primitivos, tales como cencerros o sonajas. Incluso, se nos presentan animales, escopetas y relojes como elementos sonoros y, por tanto, también musicales.
El escenario musical más evidente de todos es el gabinete central. En él, una mujer que bien podría ser una musa o la diosa Venus, tañe un laúd y lee la partitura que un amorcillo, quizá Cupido, le muestra. Un ciervo, un lince, varios pájaros y dos escopetas les acompañan. Y todos ellos representan la alegoría del oído.
En su diccionario de símbolos, Cirlot cuenta que el ciervo es como símbolo de la longevidad, del árbol de la vida por la forma de su cornamenta; enemigo secular de la serpiente y por tanto del mal y mensajero de los dioses. Además, se relaciona con la agudeza de oído. El lince, por su parte, destaca por su agudeza visual, y es seguramente por ello que aparece semioculto bajo una manta, dándonos así a entender la predominancia del oído frente a la vista.
A su izquierda los autores nos presentan la música escrita: una serie de partituras abiertas totalmente y rodeadas de instrumentos en recuerdo de un ya acabado concierto de cámara. Es sorprendente saber que las partituras pintadas no son un simple esbozo para simbolizar las mismas. Son partituras totalmente legibles que gracias a la labor del Proyecto Iconografía Musical UCM hoy día pueden hacerse sonar. Entre ellas, encontramos el libro De madrigali a sei voci del compositor Pietro Philipp Inglese, un organista que trabajaba para los archiduques, y una serie de cánones cuya autoría no es hoy conocida.
Pero ¿son estas partituras simplemente un símbolo de la música con la que nuestros oídos se deleitan? Hay pocas cosas que queden al aire cuando hablamos de pintores como Brueghel o Rubens. Realmente el texto y la composición de las mismas engloba una significación más allá. Para ejemplificar esto, hablaremos de dos de las piezas pintadas que se encuentran en el suelo.
Éstas son piezas cantadas con textos religiosos. La más cercana al espectador dicta el siguiente texto: Beati qui audium verbum Dei et custodiunt illud. Es decir, “Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan”. El segundo: Auditui meo dabis gaudium et laetitiam, que significa: «Darás gozo y alegría a mi oído», texto tras el que subyace la idea de que el hombre, tras escuchar el perdón de Dios, sentirá el más profundo gozo y alegría. Este segundo canon aparece también en El Gusto, el oído y el tacto.
Como explica el musicólogo José Sierra, el trasfondo de esto podría ser el siguiente: por un lado, la verdadera dicha está en oír la palabra de Dios, así como en oír su perdón, que llena al hombre de gozo y alegría. Una idea que realmente es todavía más compleja, pues vincula el mensaje con las diferencias entre el catolicismo y la reforma: o bien la fe por la fe (la fe ciega) o bien una fe influida por los actos. Sea como fuere, el oído y su predominancia ante el resto de sentidos juega aquí un papel fundamental.
Y es que en todo el cuadro vemos referencias religiosas, en concreto sobre el nacimiento de Cristo. La referencia a pinturas de otros autores dentro del mismo cuadro es numerosa; una muestra y evidencia más del poder del archiduque, que nos refleja así su afán coleccionista. Así, si observamos la tapa del clave, veremos en ella representada la Anunciación de los pastores, una obra del pintor flamenco Hëndrich Van Balen. La representación de obras de arte en los claves era algo bastante usual que acentuaba en estos instrumentos la belleza que su místico sonido ya sugería.
En paredes también vemos pinturas religiosas: a la izquierda, un tríptico representa la Anunciación a la Virgen María y en el gabinete del fondo, una pintura sobre la Adoración de los Reyes. Todas ellas escenas que implican la predicación, es decir, la comunicación oral, que sin el oído no serviría de nada.Si fijamos nuestra atención en la zona derecha de la obra, encontraremos que quienes gobiernan la escena son los relojes. El reloj, por su evidente vinculación con el tiempo, juega un papel muy importante en el arte del XVII. Es durante este siglo cuando el género pictórico de la vanitas cobra una dimensión especial. La vanitas era un género pictórico que representaba lo efímero de la vida, su finitud en el tiempo mostrando a su vez el mensaje moral cristiano: si te pierdes en los placeres terrenales, no alcanzarás el paraíso eterno, así que recuerda siempre que la vida terrenal es finita y no infinita, y la muerte a todos nos llegará. Has de vivir acorde a los valores cristianos para alcanzar la vida eterna en el paraíso. En los vanitas también era muy habitual la aparición de instrumentos musicales que representaban el placer terrenal. Así, el mismo reloj, que marca el tactus de la música (esto es, el ritmo), vincula a la misma con el tiempo.
Y ¿qué cuadro se nos muestra en este lado del gabinete? No es otro que el tema de Orfeo en el monte Ródope amansando a las fieras con su música (reducción de un cuadro del mismo Brueghel), una de las referencias más musicales de la mitología. Orfeo era el cantor y músico por excelencia. Cantaba y era tañedor de la lira, y su música estaba dotada de una magia que era capaz de someter las pasiones y los elementos; de apaciguar a los humanos y a los animales. Su relación con la música es infinita.
Esta no es, por supuesto, la única referencia mitológico-musical del cuadro. En el gabinete del fondo vemos representadas varias escenas de este tipo, tales como a Minerva rodeada de las nueve musas (inspiradoras de músicos y poetas y representantes de la armonía), un fauno tocando la flauta junto a un personaje que toca el violín en presencia de un juez, haciendo referencia a la historia del duelo musical entre Marsias y Apolo, o un cuadro de Fama, representada en una mujer que corre mientras porta una trompa en una mano y toca otra trompa con la mano restante. Sería extendernos demasiado comentar todas estas referencias musicales y mitológicas, pues la riqueza simbólica de esta obra es evidente.
Es en este gabinete del fondo donde el cuadro nos presenta un concierto en directo, en la escena quizá más terrenal. Y de él se asoman al tercer escenario, el exterior, dos trompetas que miran hacia las vastas tierras de los archiduques en las cuales visualizamos el castillo de Mariemont, una de las residencias de la pareja. Las trompetas, símbolo heráldico, eran instrumentos asociados al poder militar. Y en este cuadro vemos también dos personajes cazando, reflejo de bonanza.Los instrumentos musicales que pinta Brueghel pertenecen a todas las clases; por un lado, instrumentos de cuerda y tecla, percibidos en la época como instrumentos nobles cuyo carácter elevado les da un sentido moral e intelectual. La lira o la cítara, como instrumentos de cuerda primigenios, son atributos de Apolo, y Apolo simbolizaba la armonía, la paz y la concordia; la música y la poesía.
En contraposición, Brueghel nos enseña también los instrumentos dionisíacos, haciendo referencia a la eterna dualidad entre Apolo y Dioniso. El primero, el dios del orden, el segundo, del desenfreno. Los instrumentos de viento y percusión se relacionaban o bien con lo militar y el poder (ya hablábamos de las trompetas) o bien con lo primitivo y extático del ritual dionisíaco, en el que la percusión era un elemento habitual del cortejo de Dioniso. Por su parte, las flautas, instrumentos populares y pastorales, eran el instrumento del dios Pan, también vinculado con Dioniso.
Por último, los pájaros representan también el sonido. Y la variedad es notable: tucanes, guacamayos, jilgueros, estorninos, collalbas, ruiseñores, cacatúas, loros grises africanos… todos representan la imitación de la voz del hombre y en el barroco ésta era una referencia muy habitual, el sonido de la naturaleza.
En definitiva, el sentido del oído se muestra de diferentes maneras en este cuadro profundamente musical. La música, como alegoría principal, impera en cada rincón del cuadro y se muestra en todas sus vertientes. El laúd, los instrumentos de cuerda y pastoriles, así como los elementos simbólicos relacionados, por ejemplo, con la armonía y templanza de Orfeo o Apolo, son también una referencia, entre otras, al buen gobierno de los Archiduques.
Casi como una pintura sonora, El Oído de Brueghel y Rubens trae también armonía a todo el que lo visualice -o intente escucharlo-.
Referencias:
- Música y retórica en la Alegoría del Oído de Jan Brueghel «de Velours» y Rubens. Víctor Pliego de Andrés, AEA, 1997.
- Pintura sonora: la música escrita en el cuadro El Oído, de Jan Brueghel el Velours y Pedro Pablo Rubens. José Sierra Pérez, Revista de Musicología XXVIII, 2005.
- Diccionario de música, mitología, magia y religión. Ramón Andres, Ed. Acantilado, 2012.
- Diccionario de los símbolos. Juan Eduardo Cirlot, Ed. Labor, 1992.
- Los cinco sentidos de Brueghel y Rubens, Harte con hache.