Sobre Fauno, Sileno, los sátiros y Pan

A lo largo de la historia se ha utilizado indistintamente los términos fauno, pan, sátiro y sileno. Estos seres, integrantes del cortejo del dios Dioniso, han generado mucho interés en los artistas de todas las épocas.

Y es que es habitual en la historia del arte la hibridación entre personajes que tienen similitudes, y en muchas ocasiones vemos cómo sus atributos se entremezclan. Incluso en los propios mitos ésta es una problemática habitual. En este sentido, fauno, pan y sátiro son términos íntimamente relacionados y todos ellos guardan en su simbología un vínculo esencial con la música y a la danza.

Las descripciones que de ellos hace Ramón Andrés en su fantástico Diccionario de música, mitología, magia y religión (cuya lectura es altamente recomendable) son a este respecto de gran utilidad, y especialmente sobre ellas, entre otras fuentes, se mostrará aquí una pincelada de la significación de estos personajes mitológicos.

Fauno

Fauno es el dios romano de los rebaños y de los pastores; habita en los campos y bosques y ejerce sobre ellos un relativo señorío. A él los hombres rinden culto porque es su guía en la fertilidad de la tierra. En la época clásica se tendió a generalizar su figura y se le identificó con seres selváticos protectores de los campos y benefactores de los pastores. Y es que, como nos cuenta Ramón Andrés, Faunus está relacionado con fauere, es decir, favorecer, y también con el rey Evandro, nombre que en griego significa «favorecedor», y quizá por ello se le atribuye la capacidad de proteger y ser benefactor de lo campestre. Dicho rey procedía de Arcadia y se decía que era el fundador de Palantio, una antigua ciudad griega situada a la orilla del Tíber. Y allí, en la orilla izquierda, Evandro fue acogido por el rey de los aborígenes, que precisamente se llamaba Fauno.

Algunas leyendas atribuyen a Evandro también la creación de las lupercales, ceremonias arcaicas en las que se realizaban sacrificios humanos y el sacrificio de un carnero en honor de Fauno. Por ello a Fauno se le denominaba a veces Luperco, y a su vez Pan Luperco, en referencia a la deidad a la que haremos referencia más adelante.

Lupercales
Fiestas Lupercales. Andrea Camassei, ca. 1635.
En las Lupercales los lupercos golpeaban a los que voluntariamente se ponían delante de ellos, especialmente a las mujeres que aspiraban a ser madres ese mismo año. Se cree que la función de las lupercales era la de ser una ceremonia de purificación. Además, se ha visto en ella una puesta en escena dramática del mito de los orígenes que hacía revivir la gesta de Rómulo y Remo. La ceremonia revivía el paso del estado salvaje, del primitivo desorden, a la civilización organizada por Rómulo. Cuadro perteneciente al Museo del Prado.

Al Fauno se le atribuía condición profética a través del sonido de los bosques y, además, los faunos simbolizaban los sueños amorosos del hombre, más ligados a la aspiración ideal de una belleza siempre huidiza que a lo exclusivamente físico.

Las connotaciones del fauno han ido variando durante la historia: en la Edad Media se representan en un sentido negativo, como seres selváticos y báquicos que simbolizan el pecado, por lo que el híbrido de hombre y cabra viene a aludir la bestialidad del vicio y la hipocresía de quien pretende disimular sus instintos. En el Renacimiento se suaviza la visión negativa del personaje, y simboliza tanto la lujuria como la naturaleza como algo salvaje e, incluso, el triunfo de los impulsos naturales y la encarnación del paganismo. En la Edad Moderna básicamente aluden a las fórmulas del arte antiguo.

Los faunos son afines a los sátiros griegos, y en su iconografía, el fauno primigenio carecía de imagen concreta. Por ello, a finales de la República se planteó su asimilación con el dios Pan (con cuernos y patas de cabra). El hecho es que la imagen más difundida del fauno en la historia del arte es la de un dios agreste con patas y cuernos de macho cabrío (animal consagrado de Dioniso), con menos categoría divina y como venerador de la naturaleza, músico y bailarín. La confusión entre todos estos seres es notable: los faunos podían ser vistos fácilmente como panes representados a menudo con forma de sátiro y en el propio arte romano es bastante complicado distinguir a los panes de los faunos y de los sátiros.

Fauno
Fauno. Anónimo. Siglo XVI.
Representación de un fauno tocando la flauta de Pan, evidenciando su relación con la música y a su vez su vínculo con los atributos del dios Pan.

Sátiros

Los sátiros formaban parte del séquito habitual de Dioniso. Se suelen situar en el tíaso, aunque no se excluya la existencia de hermanos suyos en los bosques y en la naturaleza salvaje. A similitud del fauno, se consideran manifestaciones de la naturaleza, receptoras de cultos arcaicos, mitad humanos mitad cabras.

Los sátiros son vistos como seres lascivos, con gran fuerza sexual, perseguidores de las ninfas y las ménades, festivos, alegres, embriagados por el  vino y por la propia sensualidad del mundo. Ramón Andrés nos describe a los sátiros de la siguiente manera: «Estos seres festivos y alegres, custodios de los bosques, embriagados por el vino y no menos por la sensualidad del mundo, tenían un aspecto rudo y bestial, mitad hombre y mitad macho cabrío en su parte inferior; otras veces sus piernas y cintura correspondían a un caballo, o bien a un asno. Siempre provistos de una larga cola, sus representaciones coincidían en mostrarlos chatos y calvos, desnudos e itifálicos, con los ojos saltones”.

Hay una analogía del sátiro con la iconografía del demonio que viene dada por su morfología (los cuernos en la frente y las patas de cabra). Con el tiempo la figura del sátiro fue estilizada y empezó a ser representado desprovisto de sus atributos animales.

Para Nietzsche, el sátiro reflejaba la existencia de una manera «más veraz, más real, más completa que el hombre civilizado, que comúnmente se considera a sí mismo como única realidad». Señaló que el sátiro nació de un anhelo «orientado hacia lo originario y natural”, y que el griego veía en él una naturaleza inmaculada, «todavía no trabajada por ningún conocimiento”, la verdad en su fuerza máxima, «el símbolo de la omnipotencia sexual de la naturaleza». Así, «el sátiro era algo sublime y divino: eso tenía que parecerle especialmente a la mirada del hombre dionisíaco, vidriada por el dolor».

Hasta el Periodo Clásico se utilizaba el término sileno para hablar del sabio Sileno, pero también, y dando lugar a numerosas confusiones, se utilizaba para hablar de los sátiros. Sileno, por su parte, fue el maestro y educador de Dioniso. Era esencial en el cortejo de este dios y era, a su vez, el director de las ceremonias de los iniciados. Ramon Andrés dice de él que «es un ser de rasgos toscos, calvo, de nariz chata y mirada de toro feroz, ventrudo y viejo, casi siempre ebrio». Se decía que su padre podía ser o el dios Pan o Hermes, y su madre una ninfa. También Sileno tenía el don de la profecía, como Fauno. Su vida se desarrollaba en la naturaleza y destacaba en sus dotes musicales. La confusión entre Sileno y los sátiros vio su resolución a partir del siglo V a. C., cuando en el teatro ateniense se le dio a Sileno la forma de un sátiro viejo, cano, ancho y cubierto de vello blanco, y posteriormente se le vería en la iconografía apoyado sobre dos sátiros o paseando sobre un asno, lo que facilita su identificación.

Sileno ebrio. Cesare Fracanzano, 1630-1635.
Se presenta aquí la imagen de Sileno de manera grotesca, mientras se entrega a los placeres dionisíacos. En Museo del Prado.

Los sátiros, al igual que pasaba con los faunos y los silenos, se relacionan con la música y con la danza, así como con instrumentos como el aulós y la flauta de Pan e, incluso, con el tímpano. Y todos ellos son instrumentos ligados a la danza frenética, especialmente la propia de las manifestaciones orgiásticas dionisíacas.

Ninfas y sátiros. Pedro Pablo Rubens, ca. 1615.
En Museo del Prado.

Pan

Por su parte, Pan era un dios campestre, señor de los pastores y sus rebaños. Pan representa el culto arcádico de la fertilidad y estaba, asimismo, vinculado con la naturaleza, puesto que era una divinidad originaria de Arcadia, la tierra pastoril por excelencia.

El elemento erótico de personaje es enorme: estaba obsesionado por el sexo, por lo que aparecía persiguiendo a efebos y ninfas. A él se le atribuye la invención de la flauta de Pan o Siringa en la Antigüedad griega y latina, instrumento que se convirtió en un símbolo de la temática bucólica en la poesía occidental. En el mito, el origen de este instrumento es, también, de carácter sexual, puesto que Pan, en un arrebato de amor por la ninfa Siringe, la persigue hasta que la misma se asusta, y se lanza al río pidiendo auxilio a los dioses. Éstos la transforman en un cañaveral, a través del cual Pan oyó silbar el viento. El sonido le hizo creer que allí se hallaba la voz de la ninfa y su recuerdo le llevó a juntar con cera unos talos con los que creó una flauta de Pan o Siringa.

Pan simboliza en su parte interior la unión con los animales y en su parte superior la unión con la divinidad, y la fecundidad. A partir del siglo XVII se comenzó a exaltar la imagen grandiosa y sagrada del dios, pintándosele en las bacanales, las escenas de triunfo y los sacrificios.

Pan Siringa
Pan y Siringa. François Boucher, 1759.
En The National Gallery.

Las representaciones en la historia del arte de estos personajes son muy numerosas y su significado se entremezcla en los atributos y simbologías que se les atribuyen. Así, todos estos personajes se unen en el cortejo de Dioniso haciendo gala de su íntima relación con la temática sexual y el desenfreno orgiástico.

Referencias:

  • Diccionario de música, mitología, magia y religión, Ramón Andrés. Ed. Acantilado, 2012.
  • Arte y mito. Manual de iconografía clásica, Miguel Ángel Elvira Barba. Ed. Sílex, 2008.
  • Mitos romanos, Jane F. Gardner. Ed. AKAL, 1995.
  • Diccionario de símbolos y mitos, José A. Pérez-Rioja. Ed. Tecnos, 2003.
  • Diccionario de iconografía y simbología, Federico Revilla. Ediciones Cátedra, 2012
  • Eros romano: sexo y moral en la Roma antigua, Jean-Noël Robert. Ed. Complutense, 1999.
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